En Memoria de un Respetable Héroe Chileno Olvidado por los suyos.

Tema en 'Historia' iniciado por Roto Chileno, 1 Ago 2013.

  1. Roto Chileno

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    [SUP]Justo Abel Rosales, erudito y hombre de acción
    [/SUP]

    [SUP]En todo erudito suele haber un afán compensatorio que lo impulsa a buscar en el documento lo que no puede encontrar en la vida. Seguramente Justo Abel Rosales quiso ser un héroe, o al menos un hombre de carácter, como su admirado corregidor Zañartu, constructor de tajamares, puentes y conventos. A Rosales le tocó nacer -el 25 de abril de 1855- en un modesto hogar de Quillota. Muy joven escribió artículos patrióticos en un diario local y formó una brigada militar para combatir a los bandoleros de la zona. Un accidente puso fin a sus batidas, obligándolo a permanecer en cama por un largo período que aprovechó para continuar su formación autodidacta.[/SUP]

    [SUP]En 1876 consiguió trabajo como escribiente de la Corte de Apelaciones de Santiago. Al estallar la Guerra del Pacífico se enroló en el Batallón Aconcagua de Voluntarios. Fue nombrado oficial antes de las batallas de Chorrillos y Miraflores (13 y 15 de enero de 1881) y, tras la ocupación de Lima, sobrevivió a la misión de vaciar un polvorín subterráneo en el Callao. Experiencias a las que se refiere en Mi campaña al Perú , diario personal editado recién en 1984.[/SUP]

    [SUP]De regreso en Santiago, su carrera en la secretaría de la Corte de Apelaciones terminó en 1884, por criticar en la prensa un fallo judicial. Con la ayuda de Benjamín Vicuña Mackenna, entró a trabajar en la Biblioteca Nacional. Durante la Revolución de 1891, su lealtad al Presidente José Manuel Balmaceda lo motivó a enviarle una carta en la que delataba a los empleados opositores al gobierno. Su denuncia provocó la remoción del director de la Biblioteca, Luis Montt, y otros funcionarios. En la deshonrosa misiva -que se reproduce en un anexo de la nueva edición de La Cañadilla de Santiago - Rosales pedía el puesto de Jefe de la Sección de Manuscritos.[/SUP]

    [SUP]Desahuciado[/SUP]
    a los 41 años

    [SUP]Tras la caída de Balmaceda, Rosales fue expulsado de la Biblioteca y fundó un periódico opositor al nuevo régimen, lo que le acarreó encarnizadas persecuciones. A costa de sacrificios, logró publicar los relatos costumbristas La negra Rosalía o el Club de los Picarones (1893) y Los amores del diablo en Alhué (1895), además de un libro que debió firmar con seudónimo y pie de imprenta falso: Historia de la Cárcel Política de Santiago (1893).
    [/SUP]
    Fallece mundanamente en octubre de 1896.

    Fuente de Diario El Mercurio.



    Virgilio Figueroa, escritor y amigo suyo le visita en su lecho de muerte. A lo que este escribe en un reporte de la época:

    La contienda lo encegueció y los abusos del alcohol lo precipitaron en actitudes desgraciadas, procurándose enemigos que luego se vengarían de él. Al triunfar la revolución, el mismo 29 de agosto de 1891 fue destituido violentamente de su puesto de la Biblioteca Nacional. Se le acusó de la sustracción dedocumentos históricos y de haber destruido algunos y malbaratado otros de las colecciones. Desde entonces la existencia de Rosales comenzó a tambalear.
    La lealtad a la causa vencida y el deseo de servirla, los hacía inútiles la propensión alcohólica.
    Rosales perdía terreno en la consideración de sus amigos por sus propias intemperancias. "Aquella agitación y aquella lucha diaria, perseverante y galvánica, unida a la pobreza que nunca lo abandonó, agotaron sus esfuerzos y comprometieron su salud. En octubre de 1896 tuvimos ocasión
    de visitarlo en su lecho de enfermo, días antes de que fuera trasladado a un
    asilo hospitalario. Ya estaba enfermo de muerte. Tenía una apostema al hígado, ocasionada por el exceso alcohólico. Una tarde llegamos a su lecho de enfermo. La estancia en que estaba le servía de alcoba, biblioteca, escritorio, comedor, y al través de aquel hacinamiento de menesteres y servicios, crepitaba deforme, horrible, nauseabundo, el verdadero monstruo de la miseria: "—Estoy desahuciado", nos dijo. "Pronto me iré al otro mundo. Lo que siento es no haber conseguido castigar a los victimarios del país. Páseme ese jarro". Y bebió. "—¿Algún remedio?", pregunté. "—Sí, es el remedio que aligerará mi viaje". Era ponche. Lo apuró con una unción deliciosa. Los médicos habían diagnosticado un caso fatal". Llevado
    al Pensionado del Hospital de San Vicente de Paul, allí falleció el 30 de
    noviembre de 1896. La Asociación de la Prensa costeó sus funerales, le compró un nicho y le grabó una lápida en el Cementerio General. Posterior a ello y debido al no pago fue removido y expulsado sus restos a la Huesera. Tenía al morir 41 años de edad. Dice Amunáteguí Solar que el nombre de Rosales debe ser recordado entre los de los más esforzados obreros de las letras nacionales.
    Tras una vida en la que no faltaron excesos, Justo Abel Rosales enfermó. A
    pesar de sufrir de apostema al hígado, cirrosis y de un alcoholismo consuetudinario, su muerte fue provocada por un tumor maligno en el estómago.
    Falleciendo en el Pensionado del Hospital de San Vicente de Paul
    el 30 de noviembre de 1896, a los 41 años. Sin Honores del que era merecedor como Oficial del Glorioso Batallón Aconcagua de Voluntarios, sin que nadie lo supiera había muerto otro de los valientes Veteranos Guerreros que partieron sin titubear a la guerra.
    La Asociación de Prensa costeó sus funerales y un lugar en el Cementerio General, el nicho 428, hoy 1355. Más tarde sus restos pasaron a ocupar el lugar de los relegados y los infames: La Fosa Común.


    Retrato de Justo Abel Rosales.
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    Relato de Rosales cuando peleó en el Perú:


    El expresado día lunes 17, la ciudad de Lima abrió sus puertas al ejército chileno. Los derrotados de Miraflores llegaron a Lima la noche del 15 cometiendo desórdenes, robando y matando, especialmente a los chinos.
    El día 16 siguió de la misma manera. Las colonias extranjeras se vieron en la necesidad de pedir al general Baquedano que ocupara inmediatamente la ciudad, y poner de esa manera término al saqueo de los cholos alzados. Por otra parte, Piérola había huido al interior, y era seguro que no había enemigos armados fuera de los comunistas. Una parte del Ejército entró a Lima en ese día y tomó posesión de los fuertes Santa Catalina y San Cristóbal.
    Gran alegría recibimos todos al saber esto. ¡La orgullosa capital había caído! ¿Donde estarían esos famosos escritores que nos desafiaban día a día y que llegada la hora suprema no se hundieron en las minas de su ciudad? ¿No decían que Lima sería otra Sagunto y otra Numancia? Cómo se conoce que para esta tierra de gallinazos se ha compuesto aquel dicho popular “del dicho al hecho...hay mucho trecho”.
    Cerca de las oraciones de este día me relevaron de mi guardia. Me fui al lado de la ramada del capitán Ricci, donde yo hice hacer otra. Ya a esa hora el extenso potrero estaba lleno de ramadas o rucas hechas con caña de maíz. A unos 60 metros de nuestro regimiento, a retaguardia, se situó el Valparaíso, y cerca de este potrero se situaron los demás cuerpos de la 3ª División.
    Casi todos nos acostamos en el pasto. Los soldados que habían quedado dispersos, empezaron a llegar con jarros, caramañolas y botellas todas llenas de pisco o vino, otros traían quepis de soldados peruanos muertos. Con todo esto la algazara que se formó entre los soldados fue cundiendo a medida que iban pasando larguísimos tragos del exquisito pisco. En el pueblo la borrachera subió de punto. Los soldados mataban, saqueaban y bebían a discreción.

    Desde ese puesto de avanzada sentíamos la bulla de la soldadesca ebria del infeliz pueblo de Chorrillos. El incendio parecía crecer más cada momento. Detonaciones de rifles se sentían continuamente, y eran balazos que se tiraban unos a otros. Esa fue la noche triste de Chorrillos.
    Así como en los moribundos, la vida rechazada de todos los miembros se reconcentra en el corazón y hace esfuerzos desesperados para no dejarse vencer en esta postrera lucha, que es la mas importante por ser la decisiva; así también nuestros contrarios llevaron á Lima, corazón del Perú, los restos de su ejército, le unieron todo el nervio de la guerra que aún había en las provincias y aseguraron el territorio con doble línea de fortificaciones. A pesar de todo, el bizarro ejército chileno siguió avanzando impávido, sin que le detuvieran las inmejorables posiciones de los contrarios, ni las trincheras, ni las minas ni el fuego terrible de la artillería, que diezmaba sus filas; venció al enemigo en Chorrillos, le deshizo en Miraflores, y el 17 de Enero de 1881 los heraldos anunciaron al Perú desde las más altas torres de Lima que la ciudad de los Virreyes estaba bajo las garras del cóndor.

    Justo Abel Rosales, oficial chileno del Regimiento Aconcagua, en "Mi campaña al Perú: 1879-1881"


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    ¡¡¡ Viva Chile y sus Bravos Caídos !!!