Aquel profesor de instituto

Hacía muchos años que me gustaba aquel profesor de instituto, llamémosle Iñaki, aunque no tenga nada que ver con su verdadero nombre, y ni siquiera sea capaz de imaginar su evocar su rostro al escuchar dicho nombre. Realmente no importa mucho el nombre, ya que cada uno seguramente al leer este relato pensará en aquel profesor de instituto con el que cada clase se convertía en un desfile de escenas eróticas en su imaginación. Quizás este caso sea un poco distinto. Seguramente lo es. Es algo más que “aquel profesor de instituto”. Ello lo confirma el hecho de que hayan pasado tantos años desde que acabé el instituto, y sin embargo, cada vez que vaya a verle, siga atravesando mi cuerpo una intensa corriente eléctrica que despierta cada poro de mi piel, cada recoveco de mi cuerpo.


Hace poco fui a verle. Una visita rutinaria, como las de siempre. Llego al instituto, subo las escaleras, llego a su despacho, se sorprende al verme (ya que apenas suelo ir dos o tres veces al año), nos damos dos besos, nos sentamos, y hablamos de todo tipo de temas. Bueno, de todo tipo de temas no, siempre hablamos de estudios, alumnos, profesores, exámenes, un poco de nuestras familias, de cómo nos va, y todo eso, ya sabéis. Quizás para él sólo sea eso, una conversación, una visita rutinaria. Él tiene a su mujer, a sus hijas, ya sabéis, una familia. Yo también la tengo. Sin embargo, lo que siento por él es inevitable. Cada palabra es una caricia. Las palabras inundan el espacio, las caricias inundan mi cuerpo. Algunas palabras visten mi cuerpo de caricias; otras, al mismo tiempo, lo van desnudando. Es un maravilloso desfile de sensaciones, un festival de placer.


Yo estoy sentada en una silla, y él enfrente. En medio, un escritorio se interpone entre nuestros cuerpos. Pero nuestras almas se unen. Él se levanta de su silla, se acerca a mí lentamente, con el sonido más característico del silencio. Ahora está tras de mí, acariciando mi espalda. Ahora es real, o al menos eso creo. Su mano derecha se desliza por mi espalda, bajo mi camiseta. Su mano izquierda, acaricia mi cabello. Yo cierro los ojos, estoy quieta. Sus manos continúan con las caricias, mimando mi cuerpo. Ahora sus manos ya no están en mi espalda. Él sigue detrás de mí, pero sus manos ya no acarician mi espalda. Ahora se han deslizado hacia mi vientre, y poco a poco van subiendo hasta mis pechos, bajo el sostén, acariciando mis pezones, los cuales siento cómo están erectos por el placer. Estoy disfrutando, todo mi cuerpo disfruta de sus caricias. Y sé que él también disfruta.
De repente ya no está detrás de mí. Ahora estamos frente a frente. No sé por qué, pero ahora el que está sentado es él, mientras yo estoy sentada en el suelo, de rodillas. Con sus brazos me invita a sentarme sobre él, sobre sus piernas. Lentamente nuestras caras se acercan, nuestros labios se aproximan, nuestras lenguas se entrelazan. Todo fluye en silencio. Siento cómo bajo mi húmeda vagina algo presiona, y deseo descubrirlo, deseo sentirlo dentro de mí. No hace falta quitarnos la ropa. Una vez más, sin saber cómo, hemos aparecido en un lugar diferente.


Ahora estamos en una habitación, blanca, y suave, muy suave. Quizás tanto como la cama. Estoy tumbada, y sobre mí está él. Ambos estamos desnudos. Y excitados, muy excitados. Ahora sus manos recorren mi cuerpo, y las mías hacen lo propio con el suyo. Siento cómo lentamente va penetrando dentro de mí, llevándome hasta lugares donde nunca había estado, haciéndome sentir cosas que nunca había sentido.


Una voz llega a mis oídos, y abro los ojos. Es mi profesor, que acaba de llegar al despacho. Y yo estoy en una silla, sentada, esperándole.