Destacado [Cuentos] Edité tres cuentos que escribí cuando cabro, y te los muestro

Tema en 'Rincon Literatura' iniciado por PerroBomba1, 1 May 2019.

  1. PerroBomba1

    PerroBomba1 Usuario Nuevo nvl. 1
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    Manifiesto.



    “Seguramente ésta será la última oportunidad en que pueda dirigirme a ustedes. La Fuerza Aérea ha bombardeado las torres de Radio Postales y Radio Corporación. Mis palabras no tienen amargura sino decepción de que sean ellas el castigo moral para los que han traicionado el juramento que hicieron…”


    Su corazón dio un vuelco al escuchar estas palabras. Se estremeció tanto o más que cuando la primera explosión proveniente del Palacio de la Moneda –a no más de un par de cuadras de su café–, comenzó a sepultar un gobierno naciente, un gobierno nuevo.

    Escondido detrás de la barra veía desfilar los vehículos militares escoltados por hordas de soldados y se llenaba de indignación al saber que eran sus compatriotas. Cubriéndose la cabeza con cada explosión, trataba de explicarse qué motivaba a esos chilenos que juraron defender a su país, a hacerle tanto daño; destruyendo el edificio gubernamental, al que debían devoción, y, con éste, los sueños y aspiraciones de igualdad de un pueblo entero. Acabando con la humanidad e inocencia que aún vagaban, esperanzadas, por las calles de Chile.


    “… ante estos hechos sólo me cabe decir a los trabajadores: ¡Yo no voy a renunciar! Colocado en un tránsito histórico, pagaré con mi vida la lealtad del pueblo...”



    La radio continuaba sonando una vez que la traición terminaba su desfile por enfrente del local. Temblando de miedo se irguió detrás de la barra para contemplar la avenida, donde aún las marcas de los tanques y las botas se exhibían en medio de la calle, llenas de oscuridad y deslealtad… dicen que hasta el día de hoy siguen latentes en el pavimento. Miró a su alrededor: tazas y vasos volcados evidenciaban el daño hecho sólo por el marchar de las fuerzas armadas. Asintió y caminó hacia la puerta de entrada, mientras su corazón comenzaba a palpitar airadamente y su ceño se fruncía de rabia. A medida que pasaba junto a las mesas, fue levantando la loza volcada en cada una de ellas, como si eso sirviese de consuelo, como si ese pequeño acto fuera a dar algo de orden al caos en el exterior.



    “… me dirijo, sobre todo, a la modesta mujer de nuestra tierra, a la campesina que creyó en nosotros, a la abuela que trabajó más, a la madre que supo de nuestra preocupación por los niños. Me dirijo a los profesionales de la Patria…”


    Una explosión ensordecedora enturbió el mensaje que venía a continuación, y estremeció su temple y su cuerpo, casi tumbándolo. Afirmado de una mesa, escuchó cómo continuaba la transmisión.


    “… me dirijo a la juventud, a aquellos que cantaron y entregaron su alegría y su espíritu de lucha. Me dirijo al hombre de Chile, al obrero, al campesino, al intelectual, a aquellos que serán perseguidos…”


    A aquellos que serán perseguidos”, pensó, mientras abría la puerta principal de su café con el alma llena de amargura, pues sabía que esa iba a ser la última vez que atravesase el pórtico: la campana que pregonaba la llegada de un nuevo cliente, permanecería muda desde ese día en más. Abrió la puerta y, embriagándose del mortuorio tañido y del olor a fuego e impotencia, escuchó.


    “… seguramente Radio Magallanes será acallada y el metal tranquilo de mi voz ya no llegará a ustedes. No importa. La seguirán oyendo. Siempre estaré junto a ustedes. Por lo menos mi recuerdo será el de un hombre digno que fue leal con la Patria…”



    Puso un pie fuera de la seguridad de su café y a su derecha vio el Palacio de la Moneda, rebosante de balas y desesperación. El nudo en su garganta se transformó en llanto, mientras caminaba hacia las columnas de humo y veía cómo las hordas de gente desolada que trataba de impedir lo inevitable, era reducida por el yugo de los uniformados. Tensó la mandíbula y los puños, escuchando el jolgorio victorioso de un grupo de soldados a lo lejos.

    Su respiración se aceleraba y el llanto se volvía incontenible con cada paso; sentía un vacío enorme en el pecho, un vacío que llegaba a doler con cada inspiración. De pronto, los lúgubres pasos fueron transformándose en airadas zancadas y se vio corriendo hacia el grupo de militares que, con el sucio orgullo que les profería una falsa victoria, se palmeaban mientras hacían guardia frente a los escombros de La Moneda pisoteando la identidad de un pueblo entero. Cegado por una rabia irrefrenable, lanzó un grito que le desgarró la garganta y se abalanzó hacia uno de ellos, tumbándolo y arremetiendo contra su rostro manchado de hipocresía, frente a la atónita mirada de sus camaradas. Golpe a golpe fue librándose del vacío que inundaba su corazón, llenándolo con justicia. Sentía los puños en carne viva y los ojos le ardían por tantas lágrimas contenidas: pero no se detuvo.

    Un disparo rasgó el aire y el hombre cayó de espaldas. Por el agujero de su pecho, ahora se filtraba la impotencia y la rabia. Aquellos sentimientos que le asqueaban, salían a borbotones de la herida teñidos de rojo. Ahí, viendo el cielo nublado por última vez, escuchó a lo lejos.


    “… trabajadores de mi Patria, tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo en el que la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor…”



    Cerró los ojos y, sonriendo, sintió cómo las últimas ráfagas de balas, caprichosas, impactaban su cuerpo ya inerte. Con la vida pendiendo de un hilo escuchó…

    “¡Viva Chile! ¡Viva el pueblo! ¡Vivan los trabajadores! Estas son mis últimas palabras y tengo la certeza de que mi sacrificio no será en vano, tengo la certeza de que, por lo menos, será una lección moral que castigará la felonía, la cobardía y la traición.”

    … y descansó en paz.

    Masacre
    Fue una masacre descarnada…


    Podría afirmarse que fue una lucha entre dos bandos, pero sería un engaño del porte de un galeón. Y es que, luego de que se corriese la noticia de que pusieron precio a nuestras vidas, nuestros propios compatriotas se volvieron locos de remate.

    Nuestra banda, en particular, fue la más afectada. Desafortunadamente, nuestro haruwenh, nuestro territorio, estaba muy cerca de las tierras de los hombres blancos al momento que empezó la matanza. Recordarlo hace que me entren unas nauseas horribles… cierro los ojos y veo aquella noche… aquella fatídica noche cuando por primera vez nos atacaron. Hubo gritos, recuerdo; gritos con un tono amenazador, usando un lenguaje enturbiado por el alcohol. Incluso ahora, que aprendí la maldita lengua de los hombres blancos, no puedo descifrar qué era lo que nos decían… supongo que sobrios no hubiesen tenido el valor de hacerlo. Salimos los hombres e, incluso, los klóketen, los más jóvenes, de nuestros kawi a ver qué es lo que pasaba.

    Kreen, la luna, había conseguido escapar de su esposo Krenn, el sol, un día más y se alzaba, imponente, en el cielo nocturno… era tarde en la noche cuando varias explosiones rasgaron el silencio que nos profería la madrugada… era ya tarde muy tarde cuando vi caer a varios de mis familiares, a miembros de mi clan… era tarde en la noche cuando la desolación se sembró en nuestros corazones. Los hombres blancos, armados hasta los dientes, fueron inmensamente despiadados: arremetieron, primero, contra los más pequeños luego, empezaron a disparar a los hombres que más se acercaban; aquellos desdichados que osaron acercarse mucho, que intentaron defender nuestra tierra a punta de palos y piedras… aquellos que intentaron aferrarse a la vida… nuestras flechas y rocas no servían de nada.

    Yo corrí… logré escapar y esconderme entre los árboles. A día de hoy, sigo lamentándome por esa decisión. Hubiera preferido, una y mil veces, morir junto a mis hermanos que presenciar toda esa masacre y los días siguientes al ataque. Desde la protección de la naturaleza, veía cómo, uno a uno, caían los hombres de mi clan; luego, vi cómo entraban a nuestras tiendas y sacaban a las mujeres a tirones, para luego cortarles el cuello o reventarles el cráneo a disparo limpio… lo que venía después de la muerte era lo peor… profanaban su cuerpo cortándoles las orejas a los hombres y los pechos a las mujeres… poco tiempo después me enteré de que esas partes extirpadas tenían precio: algo así como una pieza de oro por oreja, y una y media por seno… claro, las mujeres eran más preciadas, ellas daban vida a este mundo.

    Cuando todo hubo terminado, prendieron fuego a nuestro campamento; si bien llevábamos ahí poco menos de una semana, sentí un gran vacío en mi interior. Ver cómo todo lo que había conocido alguna vez me era quitado, ser el único testigo y sobreviviente de esa masacre no dejó más que desolación dentro de mi pensar. No solíamos llorar a nuestros muertos, pero, ¿qué más iba a hacer? Me sobrecogió una impotencia enorme y ahí, entre matojos de desesperación y follaje repleto de desesperanza… rompí en llanto. Lloré hasta que Krenn, el dios sol, se imponía en lo más alto del cielo y, sólo en ese momento, me atreví a abandonar mi escondite.


    Caminé hasta las múltiples columnas de humo, donde yacían todos los cuerpos de mis hermanos; cada rastro de sangre, cada hermano inerte era una puntada directo al corazón.

    Rebusqué entre los restos de una tienda y encontré una piedra que utilizábamos para cavar fosas… y así, ocupando lo último que me quedaba de fuerza, pasé todo un día y toda una noche enterrando a mis compañeros de clan; viendo cómo deambulaban otros tantos hermanos de sangre sin una oreja o a tantas otras mujeres vagar por las llanuras con el pecho cubierto, avergonzadas de los actos atroces de nuestros compatriotas, ¿cómo el dinero puede causar tanto daño? Fue duro, lo admito, ver los rostros desfigurados de jóvenes y adultos, de mujeres y ancianos al momento de darles entierro… pero debía darles un descanso… debía honrar su memoria de alguna forma.

    Es por eso que escribo esto: para honrar a quienes quedaron en el camino. Aquellos que me enseñaron la verdad maravillosa acerca del mundo que me rodeaba… aquellos que fueron pilares importantísimos a lo largo de mi vida. Por eso y a modo de ofrecer una disculpa: por haber escapado, por no haber estado ahí junto a ellos, por lo que estoy a punto de hacer… y es que, después de tanta pérdida y sangre en tan poco tiempo, ¿qué otro camino, sino la muerte, para soportar tanta culpa?


    Escribo esto para decir adiós… no puedo soportarlo más…

    Uno más.

    Un vaso roto en el piso, sus restos brillantes esparcidos por todas partes. El charco de cerveza reflejaba a dos personas, una pareja.

    - ¡Mira lo que hiciste!, ¡lo único que haces es dejar la cagá! - unas cuantas bofetadas resonaron en la casa, junto al bombo de una alegre cumbia.

    - Pero… pero… - intentó decir la mujer, entre sollozos impotentes.

    - ¡Pero nada Camila! -bofetada- Ahora fue el vaso, endenantes que me perdiste la plata, anteayer que me metiste los cigarros a la lavadora -hizo el ademán de golpearla, un grito quedó a mitad de camino en la garganta de la mujer-. Ni a golpes aprendes que no podemos estar botando la plata.

    Camila estaba tirada en el piso, su pantalón empapado con una mezcla de cerveza y orina. Tenía algunos pedazos de vidrio enterrados en las piernas, pero no quería moverse. Cada vez que su esposo se ponía así ella quedaba bloqueada… y cómo no, si hasta hace sólo unos meses le juraba amor y protección eternas. Eran jóvenes y, apenas contrajeron matrimonio, se fueron a vivir a una población en la periferia de Santiago. Una pareja humilde, que dejó atrás la “estabilidad” de la vida en familia para seguir su “destino”; llenos de sueños y metas, todo se transformó en pesadillas y decisiones a medias.

    - Piensa en nuestra guagüita amor – dijo ella temblando, a la vez que se acariciaba el vientre.

    - En él pienso, en él -respondió, con la mirada perdida-. Tú eres la que no lo hace, mira que botándome la cerveza, que rompiéndome los cigarros… ¿crees que yo cago plata acaso?

    - Pero Mario, estas son cosas que pasan… -se intentó poner de pie- son cosas que pasan.

    - Es que vienen pasando desde siempre… -la ayudó a pararse y a sacarse los pedazos de vidrio que tenía incrustados, luego se sentaron en el viejo sillón que tenían junto a una maltrecha mesa de centro y justo en frente de un televisor de cuarenta y cinco pulgadas.

    - Perdóname amor -continuó-, sé que de repente me pongo medio violento, pero es porque te amo. Porque quiero que cambies para bien y que podamos cuidar bien a nuestro cabro chico, ¿me entiendes? -ella asentía con los ojos llenos de lágrimas- Pero no llore pues, si le juro que no lo hago con mala intención. Venga, venga… vamos a limpiarnos la carita -sollozos- Tranquila mi vida, yo después limpio acá.

    Una noche de sexo, unos cuantos días bien, y a los dos meses un cuerpo más en el barrio. Bueno, dos la verdad, porque, al poco tiempo, los hermanos de Camila vinieron a cobrar. Recuerdo que esa mañana desperté aturdido a la seis de la mañana por los disparos. Conté, más o menos, veinte cuando me desperté, no sé cuántos más habrán sido antes de eso. También escuché el escape en camioneta de los atacantes. Cuando salí hacia el paradero aún se podía sentir el olor a sangre y neumático.

    Me dirigía a la universidad con muchas cosas en la cabeza, tantas que no podía escuchar ni la música en mis audífonos. Pasó la micro y, saludando al chofer, pagué el pasaje al subir; busqué un asiento, mirando de vez en cuando a la gente que al igual que yo, empezaba un día más. Elegí el del fondo en la esquina, ahí nadie te molesta para pasar por si se quiere bajar antes y, como todos se bajan en el centro de la comuna para tomar el Metro, no molesto a nadie al salir. Intenté ponerme a estudiar, aprovechando el tiempo muerto del trayecto, pero entre las pocas horas de sueño, mi abrupta despertada y el contar tantas muertes no me lo permitieron. La pareja no duró ni medio año, antes de eso un hombre había atropellado al hijo de una traficante por andar asustando a los autos que pasaban, al responsable lo mataron en el calabozo la misma noche que lo llevaron para investigar, algunos ajustes de cuentas por allá en la esquina también, el muchacho que apuñalaron hace unas semanas por pasarse a una casa a ver si encontraba algo para el bolsillo… qué bonita vecindad. Quizá ni la mitad de la gente que iba en el bus, transitando diariamente por donde mismo había sucedido cuánta atrocidad, estaba siquiera al tanto de ellas. Tal vez en mitad de la noche escucharon un que otro balazo, una que otra explosión y, porque no, un llanto; pero es más cómodo callar, ignorar el sufrimiento cuando es ajeno. Llegamos. Empujones, pisadas, groserías, tirones de carteras y bolsos, algunas metidas de mano por aquí y por allá. Bajamos.

    Tomé las escaleras mecánicas para descender al andén y esperar el tren, pensando en lo injusto que es el mundo a veces. Igual y no tenía edad suficiente, ni mucho menos voz para alzarme solo en contra de una tan triste y arraigada realidad. Entre tanto pensar pasó el Metro y me subí. Mirando a la gente que me rodeaba, estación a estación cada vez más cerca, empecé a pensar en el examen final. ¡Qué difícil era teniendo tantas historias junto a mí, todas en un espacio tan reducido! Sentía como sus rostros me hablaban, su alma presentándose a mí a través de sus facciones. Todos tan fuera de sí y a la vez demostrando tanto de su interioridad: unos ojos rojos, otros vidriosos, hojas de libro pasar frente a miradas perdidas que sólo buscan algo en que ocuparse. En lo personal, me disponía a sacar unos textos para ir estudiando, estábamos en época de exámenes y necesitaba buenas notas para no quedar pegado con ningún ramo… pero era tan difícil. El trabajo, la casa, la vida social, el carrete. Se me hacía muy difícil armonizar entre tanto.

    Llegué a la U, el cigarro de desayuno y a clases. El día se me fue rápido entre risas, exámenes y yerba. Contento me fui para la casa, alejado un poco de la mierda sentía que quizá el mundo no estaba tan mal, tan demente. Como todos los días, ese sentimiento no perduró mucho: peleas en el vagón por los asientos, por vender agua en tal pedazo del tren, porque miraron de tal o cual forma, que empujones, que hacinamiento… lo típico. Al llegar a la estación terminal, donde empezaba y terminaba mi viaje en tren, salí y me fui al paradero, cuyo ambiente era más o menos una extensión de lo que se veía siempre en el subterráneo. Cuando pude subirme a una micro, llena a más no poder, volví a perderme en el pensamiento. Quizá cuánta gente no ha oído un disparo en medio de la noche que lo prive de las horas de sueño restante; cuántos no han visto cómo la droga consume las calles, frente a familias y amigos atados de brazos; cuántos no han estado días sin luz ni agua, sin saber cuándo volverán; cuántos no han pasado hambre y frío, temblando solos en la cama, dolidos al saber que sus hermanos están pasando por lo mismo en la pieza de al lado… hay de todo en la viña del señor, pero faltan profetas. Con tanta injusticia rodeándome mi espíritu ardía en ganas de hacer un cambio.

    Me encontraba a la vuelta de la esquina, a un paradero de mi casa, pero algo estaba mal, pésimo. Luces rojas y balizas ensordecedoras resonaban por todos lados, dos buses de la policía se encontraban un poco más allá del paradero. Al bajarme caí en cuenta de todo lo que estaba pasando: un allanamiento. Los oficiales, vestidos con sus trajes de fuerzas especiales, estaban desplegados por varios pasajes en grupos bien armados; además, muchas bombas de humo fueron utilizadas para doblegar a la gente que se alzaba en contra del operativo; unos cuantos balazos al cielo para mantenerlos a raya. Veía mi casa a lo lejos, mientras apuraba el paso y oía gritos de rabia provenientes de ambos bandos, unos cuantos balazos, unos gritos, otros balazos más y un muerto más en el barrio.

    Sintiendo el vientre en llamas caí, arrodillado, al piso… una víctima más de la guerra en las calles, un nombre más a la lista de personas fallecidas por culpa de la injusticia y la desigualdad.

    Weno muchachxs, ahí están. Ojalá puedan disfrutarlos así como yo lo hice mientras los editaba, capeando por completo la torre de textos que tengo que estudiar para mañana, jajaja. Los comentarios, buenos o malos, nunca están de más y pucha que se agradecen. Si les gustaron no duden en mensajearme y en estar atentos que, aunque nadie los pesque, seguiré subiéndolos, jijiji.

    Saludos, que tengan una excelente semana!
     
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  2. Felino 77

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    La verdad es que me gustaron, escribes bastante bien.
    Me llamó la atención una cosa,
    el que todos finalicen con la muerte del protagonista.

    El último cuento bastante realista, me imaginé el Santiago de los noventa.

    Saludos, ojalá publiques más.
     
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  3. PerroBomba1

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    Vale comparito, estamos trabajando para hacerlo muchísimo mejor.
    En cuanto a lo otro:
    en ese tiempo me gustaba jugar con los giros drásticos y muertes repentinas, perdí muchos cuentos... pero menos mal porque eran todos como parecidos, jaja
     
  4. kabronx

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  5. KrEuLox

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    Buenas historias, me gusto y ya sabes que en esto también estarán las criticas, pero ya sabes, si te gusta esto, debes seguir
     
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  6. PerroBomba1

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    Wena compita, vale por el consejo, estoy aplicándolo hace dos años ya, jajaja, un abrazo.
     
  7. PerroBomba1

    PerroBomba1 Usuario Nuevo nvl. 1
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    Con las críticas es con lo que más uno aprende, vamos que se puede no más
     
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  8. Felino 77

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    haz pensado en hacer algún relato onda de terror? ahí los giros drásticos/dramáticos vienen bien.

    Saludos.
     
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  9. enelanonimato87

    enelanonimato87 Usuario Casual nvl. 2
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    Que tal viejo??

    Me gustaron tus cuentos, super bien escritos y dentro de todo los finales no son tanto como uno los esperaba. La extensión está perfecta encuentro, se leen rápido, pero te alcanzar a agarrar.

    Me gustó esta frase: "Sentía como sus rostros me hablaban, su alma presentándose a mí a través de sus facciones"

    Sigue subiendo cuentos... siempre hay alguien a quien le interesa. Siempre se valora la gente que crea cosas.

    Saludos!
     
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  10. PerroBomba1

    PerroBomba1 Usuario Nuevo nvl. 1
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    De hecho sí, se vienen unos que están para comerse las uñas hasta el dedo! Jajajaja Me gusta mucho el terror por su estructura y por las sensaciones que transmiten al lector, pienso que son las más universalizadas.

    Muchas gracias comparito, es un placer escribir a sabiendas de que hay gente interesada en lo que estás creando :D Siempre se agradece un poco de apañe y de buenos comentarios. Atento si es que te gustaron, se vienen tremendos cuentazos! aaah jajaja quiérete más