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Tema en 'Rincon Literatura' iniciado por Rizplit, 2 Oct 2017.

  1. Rizplit

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    Dada la incapacidad de escribir algo más elaborado, Cristián sólo participaba en concursos de poesía. La poesía es más simple, decía Cristián, con esa soberbia típica de los inseguros. Sus poemas no eran muy buenos, a veces sobresalía uno u otro, que lo llevaban a ganar segundos o terceros lugares. Nunca el primero. Cristián se decía a si mismo que no le importaba, normalmente creía que era cierto, aunque su estricto ritual de “un poema al día” hacía parecer que luchaba constantemente por obtener ese podio. Un día sin escribir es un día perdido, si escribo todo un año, algo bueno debe salir, decía.

    Cristián estuvo soltero toda su adolescencia. Yo verdaderamente adolecí, pensaba. Siempre fue la segunda o tercera opción de sus compañeras. Nunca la primera. Cristián se decía a si mismo que no le importaba, nunca lo creyó, pero inevitablemente se fue acostumbrando a la continuidad de la ausencia. Los demás pensaban que no le importaba y seguían con su vida.

    La primera vez que Cristián escribió algo fue una carta, que iba dirigida a Claudia, una compañera de 3° Medio, obviamente nunca se la mandó. Con esa soberbia típica de los inseguros, Cristián pensaba que, si hubiese sido lo suficientemente valiente para mandarla, él y Claudia habrían estado juntos. Quizás mi virginidad la habría perdido con ella, quizás me recordaría como su primer amor, quizás por mi inexperiencia y su belleza, todo hubiese sido caos y peleas, quizás aún estaríamos juntos, quizás ni siquiera la recordaría. Todo eso pasaba por su cabeza cuando la insondable existencia se le hacía insoportable.

    Luego descubrió que el tiempo pasaba cada vez más rápido si se transportaban a la realidad de su cuaderno. Siempre le costó escribir. La mayor parte del tiempo pensaba, escribía solo dos o tres palabras de las mil que tenía en mente. Cuando escribió su “canto desesperado”, así tituló la carta que escribió para Claudia, su compañera, estuvo tres horas diarias, durante dos semanas, sentado frente a su cuaderno, intentando escribir. Y apenas lo logró, aunque para él fue un verdadero éxito. Cristián continuó escribiendo, aunque ya no cartas. En realidad, sólo escribió esa carta.

    Tiempo después Cristián escribía en todos lados, seguía escribiendo poco, pero ahora no sólo lo hacía en su casa. Había escuchado o leído en alguna parte que la poesía estaba en la calle, que se hacía ahí, que para escribir poesía había que vivir, que la vida misma es un poema. Y así estuvo un tiempo, con su libretita. Hasta que conoció a Tamara.

    La tierna desesperanza de Cristián, lo llevaba a estar siempre alerta, pendiente de si algo podía ser rescatado para trasuntar en su cuaderno. Sus poemas no eran muy buenos. A él no le importaba, aunque creía que podrían ser mejores. En una de sus tantas caminatas, con su libretita, recordó un sentimiento, algo que quiso poetizar, buscó una banca que estuviera cerca y comenzó a escribir. En la banca había una joven, morena y delgada. Cristián ni se percató de la existencia de aquella joven y prosiguió con su tarea. A Cristián siempre le costó escribir.

    La joven observó que a su lado había alguien escribiendo en una libretita y sin maldad sonrió. El gesto fue tan notorio para Cristián que, sorprendido y algo avergonzado, cerró con celeridad su libretita y la ocultó entre sus piernas. Luego de unos minutos, Tamara se levantó y dijo
    -Disculpa, no te quise molestar, adiós- Y se fue. Esa fue la primera vez que Cristián vio a Tamara. Pero no la última.

    Cristián reflexionó sobre lo sucedido y no pudo entender porqué había sentido vergüenza. Decidió que tenía que volver a ese lugar y encontrarse nuevamente con aquella joven, así le podría decir que era escritor, que escribía poemas y que eso hacía cuando ella sonrió.

    Unos días más tarde, Cristián volvió a la plaza, se sentó en la banca y esperó. Se pasó todo el día en aquella banca, esperando. Cuando comenzó a oscurecer y ya se disponía a ir a su casa, apareció. Tamara. Él supo indudablemente que era ella. La miró a los ojos, intentando que existiera algún tipo de reconocimiento mutuo, lo cual no ocurrió. La vio sentarse y sacar un libro. La observo leer y hacer muecas mientras leía. Y finalmente la observó marcharse. No se atrevió a hablarle, pensó que había hecho el ridículo. Ofuscado tomó sus cosas y se fue.

    Así pasaron por lo menos dos semanas o cuatro o seis. Para Cristián fue una eternidad. Tamara que ya había intuido las intenciones de Cristián, le comenzó a mostrar señas de confianza. Le sonreía cuando llegaba, lo miraba de reojo buscando complicidad, incluso fue ella quien se presentó primero. Cristián nunca se atrevió, y aunque esto haya sido un impedimento, a Tamara no le importaba mucho, de hecho, le gustaba esa ingenuidad y timidez. Pero sobre todo le gustaba Cristián.

    **Primera parte**