¿Te da miedo la oscuridad? La luz puede ser mucho peor

¿Tienes miedo a la oscuridad? Admítelo, no puedes conciliar sueño si en tu cuarto no hay una lucecita encendida. Está bien; a fin de cuentas muchísimas personas padecen ese terror irracional a lo que se esconde en la sombra. Pero piensa que si enciendes la luz podría ser mucho peor.

Ok, ahora en serio... Esta es una historia de terror 100% original. El argumento en sí es bastante sencillo. Probablemente reconocerás un toque a H. P. Lovecraft en el desenlace un tanto inesperado. Y es que ¿acaso hay algo más terrorífico y perturbador que las criaturas lovecraftianas?
Te dejo también el texto del relato, por si quieres leerlo.



¡No enciendas la luz!

La cerradura se resistía a abrirse, mientras Raúl tanteaba el mecanismo con la ganzúa. ¡Venga va! ¡Ábrete, jodida! Al cabo de un momento la puerta se abrió, como si esas palabras hubieran actuado de fórmula mágica. Raúl, más conocido como Fosforito, se coló en el apartamento. A su derecha quedaba el salón. Revisó apresuradamente los cajones y las vitrinas, en busca de cualquier objeto de valor que se pudiera meter en el bolsillo. Ya se encargaría más tarde de vender el botín.

No había tiempo que perder. Fosforito tomó el pasillo y se dirigió al dormitorio, guiándose con la tenue luz de su móvil. Llegado a la puerta se detuvo con la mano en la manilla. Porque una mala sensación se le vino a la mente. Es como cuando estás a punto de hacer algo y se te abalanza encima ese presentimiento de que es una pésima idea. Pero era tarde para rajarse; así que Fosforito echó mano a la pistola, se armó de valor y giró la manilla.

Le envolvió un escalofrío al entrar a la habitación. Iba a buscar la cajonera, donde supuestamente encontraría dinero, tarjetas de crédito, algo que mereciera la pena llevarse. En eso estaba, cuando detectó esa presencia. Una presencia inmóvil, ocultada en la oscuridad del cuarto. Se dio cuenta de que eso estaba ahí por el leve estertor que parecía venir del rincón donde se encontraba la cama. Dirigió la luz del móvil hacia ese punto; la mano apretaba ansiosamente la empuñadura del arma. No podía ver con precisión quién o qué era, pues su silueta estaba escondida por las mantas. A Fosforito se le heló la sangre. Por alguna certidumbre instintiva sabía que ese ser, fuera lo que fuera, no sólo no era humano, sino que además rezumaba maldad. Esa presencia era maldad pura.

Pese a su miedo Fosforito quiso aparentar valor. – Sé que me estás viendo. Dime dónde tienes el dinero. ¡Y no intentes moverte, que te mato! – Para su enorme asombro, esa cosa le contestó: - Jajajaja. ¿Crees que con tus patéticas armas vas a poder aniquilarme? Mírame, y dime si puedes verme forma humana. – Fosforito no tardó ni un segundo en comprobar con horror que sus peores presentimientos estaban bien motivados. Al ver esa masa desconocida que palpitaba entre mantas y sábanas, el ladrón entendió que se había metido en la casa equivocada. – De acuerdo, lo que tú digas. Ahora me largo de aquí y no me verás más – dijo en un intento desesperado de salir airoso de la situación. – Tranquilo, chico. Puedes seguir escapando de tus peores pesadillas, si eso es lo que quieres. Pero te recomiendo que enciendas la luz, no vaya a ser que tropieces en tu huida. Está el interruptor a tu izquierda. – Fosforito se tranquilizó un poco, extendió el brazo hacia el interruptor...

...y cometió el último error de su vida.