Zumbidos libres

Tema en 'Rincon Literatura' iniciado por Kaeleme, 4 Ene 2018.

  1. Kaeleme

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    Estaba listo para exponer sus investigaciones sobre las abejas. La manera en que había logrado que se reprodujeran era todo un acierto en un mundo que las estaba condenando a la extinción. Las abejas son el principal medio de polinización de las plantas y sin ellas, muchas de ellas desaparecerían. Las ondas de los celulares, las constantes intervenciones en sus espacios de vida, habían decenas de factores que contribuían a valorar aún más el descubrimiento de Abel.

    Abel se despedía de su esposa, tomaba el taxi hacia el aeropuerto desde su hogar en lo alto de los cerros de su ciudad, lugar donde podía investigar a sus abejas sin problemas. Mientras viajaba en el taxi, iba repasando las notas de su presentación. Todo tenía que ser perfecto en ese día. Una hora más tarde estaba esperando su vuelo en el aeropuerto con la tensión de saber que su investigación lo inscribiría en la historia moderna del hombre. Estaba proyectando uno de esos sueños cuando su teléfono comienza a sonar. Contesta por acto reflejo y su nerviosismo se transforma en malestar. La convención se cancelaba. Le explicaron los motivos, pero él ya no escuchaba. Su momento de gloria se desvanecía y las palabras por el móvil hacían eco en su mente.

    Recapacitó y despidió la conversación, la convención sólo se postergaba por problemas climáticos. Por lo menos podía volver a casa y sorprender a su esposa, una mujer intachable, compañera desde la universidad de Abel.

    Se conocieron investigando los residuos que dejaban los gusanos de tierra para la fertilización de tierras quemadas. El amor fue a primera vista y poco tiempo después se casaron. Llevaban 13 años de feliz matrimonio, ella había dejado de investigar para mantener el orden en la casa y de la granja que ambos cultivaban. El sueldo de Abel era suficiente para darles una buena calidad de vida. Nunca fueron personas que gustaran de lujos, por lo que su trabajo podía ser dispensable.

    Mónica era el nombre de su amada, cabello oscuro como las franjas de las abejas y la piel castaña como la miel que recolectaban. Sus ojos serenos, acuñaban el verde de su iris, mientras que su menudo cuerpo daba firmeza a sus palabras. Era una gran mujer.

    Abel ya regresaba a casa, daría una gran sorpresa a su mujer al volver mucho antes de lo previsto. Pagó el taxi y caminó hacia el hogar. Agatha, su perra, estaba acostada en su cama mordiendo un hueso. Abel se sorprendió por aquello, pues el hueso era nuevo, de esos que se compran en las tiendas de mascotas. Siguió caminando extrañando el saludo de su perra, pero ella estaba disfrutando su regalo. Abrió la puerta de la casa y la planta baja estaba a oscuras. Iba a gritar que había vuelto, pero su picardia sugirió asustar a su esposa. Subió las escaleras y caminó lentamente hasta la habitación. La puerta estaba abierta y se escuchaban voces en el interior, mientras más se acercaba un fría punzada sentía en su pecho. Su mente ya trabajaba en lo que se iba a encontrar, pero el quería comprobarlo empíricamente. Llegó hasta la puerta,asomó su rostro y la punzada abrió su pecho. En la cama estaba Mónica teniendo sexo con otro hombre. La mujer en la que tanto confiaba lo engañaba el mismo día que el tenía que haber partido. ¿Cuántas veces hizo lo mismo mientras él estaba de viaje? Su consciencia comenzó a preguntarse infinidad de cosas, respecto al respeto, la confianza y la fidelidad en pareja, todo mientras Mónica seguía cabalgando sobre su amante. Abel dio vuelta a sus pasos y dejó la escena. Algo en él se había muerto, pero también algo estaba naciendo.

    Salió al patio de la casa, buscó la compañía cómplice de Agatha y ésta, al sentir la pena de su amigo, dejó su hueso y fue a darle compañía. Abel la acarició mientras el dolor de la punzada se desvanecía y daba paso a una satisfacción sin explicación. Ambos se dirigieron al cuarto de las herramientas y Abel sacó una gran tetera con varios orificios en la tapa. Buscó entre los objetos los insumos necesarios y luego puso el correo tenido en la tetera. Entró a la casa, prendió la tetera y tapó su boca y nariz con una mascarilla que había sacado del cuarto. Avanzó hasta la habitación donde estaba Mónica, puso la tetera dentro y luego cerró la puerta. A los pocos minutos la pareja de amantes habían dado cuenta del humo en la habitación y buscando el origen vieron la tetera. En los ojos de Mónica, el verde pasó a convertirse en un musgo oscuro y cuando el peso de la podredumbre inclinó su vista, Mónica ya estaba en el suelo.

    Cuando despertó, estaba amaneciendo. Se sentía cansada e incómoda. Estaba sentada sobre la tierra. Sus brazos estaban atados tras de ella con el tronco de un árbol sirviendo de respaldo para su espalda. No podía moverse y cuando trató de incorporarse notó que sus piernas no respondían. Realizó un examen visual de sus extremidades y notó sangre caer de sus tobillos. Le habían cortado los tendones, era imposible que pudiese pararse. Entró en desesperación y reconoció el lugar donde estaban. Era uno de los sitios, donde junto a su marido tenían varias colmenas de abejas. Era el sector más alejado de la casa. Estaba en una especie de quebrada entre cerros. Intentó hablar, pero sus labios estaban sellados. De pronto sintió dolor en su cuerpo, en sus tobillos, en su boca. Sus labios estaban pegados con miel, pero para que la miel se solidificara y se uniera a su piel como estaba, debió haber sido calentada a altas temperaturas y luego puesta en su boca, quemando como una pasta caliente y espesa. Sus labios tenían ampollas por las quemaduras y la carne era una sola junto a la miel.

    Allí donde había una sonrisa angelical, sólo había una horrible cicatriz recta con el color de la miel. Mónica comenzó a llorar cuando divisó en otro árbol a Agatha mordiendo algo. Cuando pudo enfocar bien, luego de que sus lágrimas se secaran, notó el hocico con sangre de la perra. Agatha había estado comiendo, pero Mónica aún conservaba su cuerpo, mientras pensaba aquello la intuición humana dio luz a una terrible verdad. El cuerpo de su amante.

    Mónica no quiso creer lo que su mente le estaba dictando hasta que un juego de Agatha dio la vista completa del panorama. Su amante yacía amarrado a otro tronco de árbol, pero donde debían estar las piernas sólo había un charco de sangre y restos de carne. Su estómago estaba rajado, dejando que su contenido se repartiera en su regazo. La cabeza estaba caída, era evidente que estaba muerto. Mónica comenzó a llorar imaginando un futuro similar para ella, pero una voz le respondió como si le hubiese leído el pensamiento.

    -No, para ti mi reina, tengo reservada otra cosa- habló Abel mientras se acercaba a su mujer.

    -La reina muere con su colmena, los zánganos son los primeros en morir por su poca utilidad, pero allí donde perece la reina, muere la colmena-.

    Acto seguido, Abel esparcía sobre el cuerpo desnudo de su esposa, una especie de aceite con un olor muy penetrante. Luego se limpió las manos y se sentó frente a ella. Mónica no sabía lo que estaba planeando ese demente. Si bien ella había sido infiel por bastante tiempo, eso no significa que debiese pagar su cuota de responsabilidad de esa forma.

    Pronto un zumbido comenzó a acercarse. Mónica pensó en las abejas, pero esto era algo más fuerte. La sonrisa de Abel se expandió mientras veía cómo su venganza comenzaba a dar frutos. Cientos de avispas comenzaban a posarse sobre Mónica, el zumbido desesperaba a la mujer y luego entendió el por qué del aceite que le habían esparcido. Era un cebo para las avispas, ella se convertiría en una carnada viva.

    Comenzó a desesperarse y a moverse mientras cientos de avispas más llegaban al banquete. Comenzaron a morder cada rincón de su cuerpo y el dolor se apoderó de sus nervios. Lloraba por las mordidas y la imposibilidad de poder gritar. Entre la desesperación y el llanto se estaba ahogando. Abel al ver que su esposa moriría por asfixia antes de ser devorada, se acercó a ella y con un cuchillo que tenía en su mano, hizo un agujero en la mejilla derecha de Mónica, dándole la posibilidad de respirar. El dolor provocado tenía que ser más grande que el suyo.

    Las avispas siguieron mordiendo y sacando pequeños pedazos de carne con cada mascada, era doloroso, pero no lo suficiente como para que se desmayara. Estaría consciente todo el tiempo de su tortura. Ya había pasado más de una hora y la horda de avispas se multiplicaban, las partes más blandas ya carecían de piel para su protección. Su nariz estaba consumida, sus párpados y orejas también. Varias avispas se habían introducido en su mejilla y habían agrandado el agujero. Su vagina zumbaba y sangraba mientras cientos de avispas seguían comiéndosela. Sus pezones habían desaparecido víctimas de pequeños mordiscos.

    Sangraba por todas partes, pero seguía con vida. Sufría indescriptiblemente, pero nunca en una dosis tan fuerte como para perder la consciencia, Abel había pensado muy bien su venganza. Horas más tarde y aún bajo la atenta mirada de su esposo, Mónica carecía de piel con la que cubrir su cuerpo, ahora era la sangre y la carne las que atraía a las avispas. Miles de ellas comían al unísono del mismo plato. Los verdes ojos de Mónica buscaban la piedad se su marido, pero sólo encontró las vibraciones de las alas de sus verdugas. Algunas avispas comenzaron a posarse sobre sus ojos y luego de inspeccionarlos, decidieron comenzar a comer.

    El perder la vista por pequeños mordiscos de unos animales era lo último que podía haberse imaginado Mónica, pero ahí estaba vaciándose el líquido de sus ojos mientras las carnívoras se llevaban pedazos de la victoria. Mónica no aguantó más y se desmayó. Cuando recobró la consciencia, no podía percibir bien su entorno, no veía y su tacto estaba casi inhabilitado. En su audición sólo había un zumbido permanente y su olfato sólo captaba el olor a la sangre. Ya no habían avispas, por lo menos eso sentía, pero al no poder ver la cara de satisfacción de su esposo, omitió cómo las moscas depositaban sus larvas en su piel viva. Fueron dos días de sufrimientos cuando las larvas germinaron y comenzaron a comer lo que quedaba de carne en Mónica.

    A Abel ya no le importaba si estaba viva o no, él sólo quería ver como perdía los ojos, aquellos que lo enamoraron y ahora pagaban por su traición.

    La reina estaba muerta junto a su colmena, con la carne comida por insectos, roedores y avispas. Abel podía deshacerse de los cuerpos fácilmente y pensaba en ello cuando sonó su móvil. Habían dado nueva fecha para su reconocimiento. Colgó la llamada y sonrió al ver que un nuevo mundo iba a comenzar.

    Atte

    Klm

     
    #1 Kaeleme, 4 Ene 2018
    Última edición: 4 Ene 2018