Durante siglos, a lo largo y ancho del planeta, numerosas culturas han profesado sus creencias mediante ritos y festividades aparentemente atroces. Sin embargo, aún hoy miles de personas rinden tributo a sus dioses infligiendo un castigo desmesurado a sus cuerpos. Es el caso del Thaipusam, un festival fundamental dentro del hinduismo cuyas escenas, mezcla de júbilo y mortificación, siguen dando la vuelta al mundo. Decenas de creyentes entran en trance y perforan sus mejillas, bocas y brazos con todo tipo de objetos afilados, mientras desfilan en procesión. Acto seguido, enganchan a sus hombros y espaldas punzantes garfios de los que cuelgan todo tipo de ofrendas, en una suerte de extravagante percha humana. Todo ello se sucede de forma natural, en una comitiva de varios kilómetros marcados por un intenso sentimiento de fervor religioso. Por supuesto, existen varias razones de peso para la aplicación de estas terroríficas prácticas: la redención, la penitencia y la solicitud de favores al poderoso Murugan. El sufrimiento se convierte de esta forma en un camino para la expiación: cuanto más dolor padezca y soporte el peregrino, mayor será el favor recibido por la deidad. El máximo exponente de este espíritu de sacrificio personal es el portador del kavadi, una altar circular móvil de hasta 60kg que es enganchado directamente a sus hombro y espalda mediante ganchos y correas.
respeto a su creencia ! el mismo color de sangre en mis venas y en las tuyas, no ? un tanto extrema su manifestacion, pero respetable !