Gran poema de uno de quienes principiaron el modernismo en Chile muriendo el siglo XIX y entrando en el XX, Pedro Antonio González. Oda al Peo Yo te saludo, oh emanación del poto! Augusto prisionero que llegas a golpear el agujero con vivísimas ansias de lo ignoto. Pero, ¡ay, más espantosa que los negros volcanes de la tierra es la tapada fosa que tus gigantes ímpetus encierra! Ahí se guardan, es cierto, Infinitos olores, Aunque no son las perfumadas flores con que se ostenta aderezado el huerto; aquello no es Edén: es calabozo donde yace un egregio ciudadano bajo las iras de un feroz tirano cuyo nombre modula tu sollozo. Ese nombre es el ano! Cuando sacudes, con esfuerzo nulo las paredes del culo, aunque los necios dicen que eres feo, (por envidia mortal, según calculo), afirmo que eres nuevo Prometeo. Tras áspero camino por el negro canal del intestino llegas del traste a la fruncida puerta; allí te atajas por algún instante, oculto, acaso, por un pliegue fino; entonces ruges, parecido al Noto y, forzando las válvulas del poto, ¡arremetes y pasas adelante! Y grande maravilla! Cuanto más horrendo era el calabozo que momentos atrás te aprisionara, más grande es el estruendo, más grande la algazara con que al mundo pregonas tu alborozo. Sale, oh fluido inmortal; ¡Tú no varías! Sucédense los reyes; termínanse las leyes como si fuesen días; igual se muda el Papa; terribles convulsiones alteran todo el mapa; los amigos se pierden y la mujer olvida los tiernos y amorosos juramentos que prometiera un día; sólo tú, ser gaseoso, no varías. De noche, o bien de día, en la calle, en la mesa o en la cama eres el mismo siempre; eres sincero. Bajo la seda de la airosa dama, o el flamante vestón del caballero; en la vesta papal cardenalicia; bajo el traje pomposo de los zares y en la severa toga de justicia; por tierras y por mares, en el calzón de sucia verdulera o bajo el poncho del mugriento roto apareces, de idéntica manera, de entre la misma lobreguez del poto. Por campos y ciudades, ¡sarcasmo de mundanas vanidades! predicas, convencido, santa humildad a muchos infelices; que, si no llega al oído, la comprenden, al menos, las narices De mí nunca receles que intercepte tu paso noble y fiero! Hallarás, al contrario, siempre franca la puerta del trasero. Sal, pues, sin antifaz de disimulo. Deja ese estrecho nido! Y el canto conocido lanza, vibrante, en el umbral del culo!.