Lectura exclusiva: el capítulo que revela por qué los humanos no domesticaron a los gatos… sino que fueron ellos quienes nos eligieron Una lectura reveladora que cambia por completo lo que creías saber sobre quién domesticó a quién en la historia entre humanos y gatos. ¿Por qué tenemos gatos? Foto: Istock/Christian Pérez Publicado por Mary Granero Fernández Biologa Publicado por Christian Pérez Redactor especializado en divulgación científica e histórica Creado: 30.06.2025 | 13:20Actualizado: 30.06.2025 | 13:21 Los gatos no siempre han sido los compañeros misteriosos y entrañables que hoy acarician nuestro sofá. Durante miles de años, la humanidad ha oscilado entre considerar a los animales como herramientas de trabajo o recursos alimenticios, y verlos como seres sintientes, dignos de afecto y cuidado. La idea de tener un gato como miembro del hogar, incluso como “familia”, no es tan antigua como podría parecer. Hasta hace no mucho, un gato era más bien un cazador de ratones que vivía en el granero, útil y autónomo, pero muy lejos del papel emocional que desempeña en millones de hogares actuales. En los últimos años, hemos asistido a una transformación cultural profunda: la relación entre humanos y animales está cambiando. Los estudios científicos sobre etología, neurociencia y bienestar animal han comenzado a iluminar la compleja realidad emocional de los animales que nos rodean, incluidos los gatos. Y con ello, la manera en que los tratamos también está evolucionando. El gato ya no es solo un animal bonito, limpio y silencioso que se adapta bien a la vida urbana: es un individuo con emociones, necesidades conductuales y una historia evolutiva fascinante que explica mucho de lo que hoy somos como sociedad. Convivir con un gato puede ser una de las experiencias más gratificantes y terapéuticas de la vida moderna. Pero también puede ser una fuente de conflictos, frustración y, si no se gestiona adecuadamente, de abandono. Entender por qué nos sentimos tan atraídos por estos animales —y qué nos aportan realmente— es esencial si queremos construir una relación equilibrada y consciente con ellos. Porque tener un gato no es simplemente “tener mascota”; es asumir una responsabilidad que impacta tanto en su vida como en la nuestra. Y en ese contexto, el libro Lo que la ciencia sabe de tu gato, publicado por la editorial Hestia y escrito por la bióloga y etóloga Mary Granero Fernández, se convierte en una guía imprescindible. Su enfoque claro, riguroso y basado en evidencias científicas ayuda al lector a entender lo que muchas veces se da por hecho, pero rara vez se cuestiona: ¿por qué tenemos gatos? ¿Qué esperamos de ellos? ¿Y qué necesitan realmente ellos de nosotros? A continuación, te dejamos en exclusiva con el inicio de uno de los capítulos más reveladores de este libro: un recorrido histórico, biológico y emocional que desmonta mitos, aclara conceptos y nos invita a mirar a los gatos —y a nosotros mismos— con nuevos ojos. ¿Por qué tener un gato? Escrito por Mary Granero Fernández Tener mascota es una moda actual. Antiguamente los humanos consideraban a otros animales como recursos o herramientas, pero es ahora, al percatarnos de que son seres que sufren y sienten, cuando hemos empezado a empatizar con ellos. ¿Todo esto te suena familiar? Pues ese es el primer mensaje que quería transmitir con este libro: que algo suene razonable no significa que sea cierto. Lo que te acabo de contar, como casi cualquier cosa basada en evidencia científica, tiene sus matices. La historia nos cuenta que, dado que los primeros contactos entre humanos y otros animales se dieron en un contexto de caza y supervivencia, los homínidos primitivos, al igual que los demás depredadores, interactuaban con la fauna circundante como fuentes de alimento y recursos. Los animales proporcionaban carne, pieles, huesos y otros materiales necesarios para la subsistencia. Durante estos primeros encuentros, por tanto, las relaciones eran mayoritariamente del tipo depredador- presa, donde los humanos cazaban otros animales para obtener los recursos necesarios para sobrevivir. Más adelante empezamos a utilizar a otros animales con diferentes objetivos. Los lobos eran nuestros protectores y ayudantes en la caza, el ganado nos proporcionaba alimento, los animales de monta nos permitían trasladarnos de forma cómoda a grandes distancias, los animales de tiro nos ayudaban con los cultivos, etc. Conforme fueron aumentando nuestras habilidades para influir en el comportamiento de otras especies, empezamos a adiestrar animales para que realizaran tareas cada vez más específicas. Así, hace cuatro mil años, en Mesopotamia ya se utilizaban palomas mensajeras, y en la antigua Roma, los circos presentaban espectáculos con elefantes y caballos adiestrados. Con el conocimiento actual sobre hemos conseguido animales de rescate, policía, de terapia, lazarillo o incluso preparados para detectar un ataque epiléptico antes de que se produzca. Una historia de convivencia milenaria que aún seguimos descubriendo. Foto: Istock/Christian Pérez Todos estos datos parecen validar nuestra idea inicial: los humanos hemos considerado a lo largo de la historia a otros animales como recursos, herramientas o incluso objetos. De hecho, en España los animales fueron reconocidos por primera vez ante la ley como «seres sintientes» solo en 2022. Con esta nueva consideración legal, se reconocía, por primera vez legalmente, que los animales son capaces de sentir y experimentar sensaciones (dolor, sufrimiento o bienestar), diferenciándolos así de «cosas» y otorgándoles, por tanto, ciertos derechos. Hasta ese momento, una mascota era considerada ante la ley igual que un objeto de nuestra propiedad. Sin embargo, aunque esta visión utilitaria siempre ha estado ahí, lo cierto es que también existen evidencias de que los humanos hemos establecido vínculos con otros animales casi desde los primeros contactos, incluso antes de tener animales domésticos. Los restos de huesos de lobos y homínidos primitivos sugieren que hace trescientos mil años los lobos y los humanos probablemente ya compartían los mismos territorios y vivían en estrecho contacto. Estos hallazgos indican que los lobos pudieron haber seguido a grupos humanos, posiblemente atraídos por restos de comida y oportunidades de caza fáciles, lo que llevó a una relación de proximidad. Además de los lobos, hay pruebas de que otros animales también entablaron una relación cercana con los humanos en tiempos prehistóricos. Por ejemplo, en algunos enterramientos antiguos se han encontrado restos de animales, como zorros, que parecen haber sido mantenidos como mascotas. Estos hallazgos indican que los humanos establecieron vínculos con ciertos animales que iban más allá de la mera explotación de recursos, sugiriendo una relación de compañía. Pero el punto de inflexión más importante en nuestras relaciones con otros animales lo marcó la domesticación. Todos tenemos muy claro que un perro es un animal domesticado, pero cuando hablamos de otros animales como vacas, loros o, incluso, gatos, a veces dudamos. ¿Cuándo se considera que un animal es «doméstico»? La domesticación es el proceso por el cual una población de una especie animal o vegetal adquiere unas determinadas características debido a su interacción prolongada con los humanos. Aunque pueda parecer que en este proceso siempre participa activamente un humano, lo cierto es que no es así en todos los casos. Sí, la domesticación puede tener lugar a través de la selección artificial; es decir, un humano elige, por ejemplo, reproducir a la vaca que da más leche para obtener así «vacas lecheras». Pero, por sorprendente que parezca, la domesticación también puede llevarse a cabo a través de la selección natural, por adaptación al entorno humano. Pongamos el caso de los lobos; si durante los primeros contactos con humanos los más mansos y proclives a acercarse a ellos tenían más probabilidades de conseguir alimentos y protección, esas características probablemente resultaron seleccionadas para dar lugar a los predecesores de los perros. Estos cambios genéticos y de comportamiento que se producen en los animales que conviven con humanos (por selección natural o artificial) se consolidan en la especie a través de muchas generaciones. A aquellas que han sufrido este proceso de adaptación las llamamos domesticadas o, en ocasiones, domésticas, mientras que al resto las llamamos salvajes o silvestres. En este libro hablaremos de animales domésticos como sinónimo de animales domesticados, pero quiero aclarar que existen otras definiciones, como la que se usa a nivel legal que, en este texto, solo causarían más confusión. Los animales domesticados, como perros, gatos, vacas y ovejas, han desarrollado rasgos físicos y conductuales adaptados a la vida con los humanos. Los loros, en cambio, no son animales domésticos, sino salvajes, ya que sus características no han cambiado por convivir con las personas; no existen loros domésticos y loros salvajes. Sin embargo, todos sabemos que muchas personas tienen loros como mascotas, entonces ¿qué diferencia hay entre un animal doméstico y una mascota? Un animal de compañía o, como se dice coloquialmente, «mascota» es un animal no humano que un humano mantiene en su hogar, principalmente, y que no tiene como destino el consumo o el aprovechamiento de sus recursos. Por tanto, una mascota no tiene por qué ser un animal doméstico, sino que podría ser también un animal silvestre. Si tenemos un loro en casa tendremos un animal silvestre como mascota y si tenemos un perro en casa tendremos un animal doméstico como mascota. En cambio, si mantenemos un animal con el fin de aprovechar sus recursos o para su consumo, estaríamos hablando de un animal de producción. Un cerdo, por ejemplo, es un animal doméstico (porque la selección del humano ha modificado sus características para producir más y mejores recursos) que se mantiene habitualmente como un animal de producción en una granja. No obstante, si tenemos un cerdo en casa y no con el fin de comérnoslo, entonces diríamos que tenemos un animal doméstico como mascota o animal de compañía. Una vez aclarado esto, pasemos al animal doméstico que nos ocupa en este libro, empezando por el inicio de su vida a nuestro lado. La domesticación del gato Las pruebas más sólidas del inicio de la domesticación se fechan hace dieciséis mil años, con la domesticación del perro en sociedades de cazadores-recolectores. Parece que estos primeros perros domésticos desempeñaron un papel importante en el rastreo y la recuperación de animales heridos durante la caza. Los datos actuales sugieren que el lobo es el principal, si no el único, ancestro del perro, pero aún no se tiene del todo claro cómo o cuándo se produjo esta diferenciación. La domesticación de otras especies, como ovejas, cabras, vacas y cerdos, se produjo en diferentes regiones del mundo de manera independiente, a medida que las comunidades humanas aprendieron a criar y aprovechar el potencial de estos animales para obtener alimentos, pieles y otros recursos. La domesticación de plantas y animales permitió pasar de una vida nómada a establecer asentamientos permanentes gracias al desarrollo de la agricultura y la ganadería. Con la transición de la caza y la recolección a la agricultura, los humanos comenzaron a almacenar grandes cantidades de grano. Los almacenes de grano atraían a roedores y, precisamente, uno de los principales atractivos de estas zonas urbanas para los gatos monteses de Oriente Medio (Felis silvestris lybica) fue esta disponibilidad de presas fáciles, aunque tal vez lo fueron también los montones de basura a las afueras de la ciudad. Teniendo en cuenta su pequeño tamaño, los humanos probablemente toleraban la presencia de los gatos e incluso la alentaban, ya que estos ayudaban a controlar las plagas de roedores u otros animales. A medida que los gatos salvajes se fueron estableciendo en torno a las comunidades humanas, se desarrolló una relación simbiótica: los gatos eliminaban las plagas y los humanos les proporcionaban protección y una fuente constante de alimento. En este sentido hay que decir que la domesticación de los gatos es un claro ejemplo de cómo la selección natural puede ser la causante de la domesticación de una población. Debido a que estos primeros gatos «protodomésticos» vivían en libertad, sus habilidades de caza y recolección de basura se preservaron. Incluso hoy en día, la mayoría de los gatos domésticos son animales independientes que pueden sobrevivir fácilmente sin los humanos, como lo demuestra la gran cantidad de gatos callejeros que hay en todo el mundo. Esta independencia y capacidad de supervivencia es una de las grandes diferencias entre perros y gatos, pero además, al contrario que aquellos, los gatos domésticos son relativamente homogéneos y se distinguen entre ellos principalmente por las características de su pelaje. Esto se debe a que los canes han sido seleccionados para realizar tareas particulares como pastorear, cazar o tirar de trineos, mientras que los felinos, al no tener esta inclinación para realizar la mayoría de las tareas, no sufrieron esta presión selectiva. La mayoría de las treinta a cuarenta razas que existen actualmente de gatos se originaron recientemente, en los últimos ciento cincuenta años, en gran parte debido a la selección de rasgos estéticos más que funcionales (de ahí las diferencias en el pelaje). De hecho, en realidad el gato era un candidato muy poco probable para la domesticación. Los antepasados de la mayoría de los animales domesticados, como las vacas o las cabras, vivían en rebaños con una clara jerarquía. Los humanos, sin saberlo, aprovechaban esta estructura para suplantar al individuo dominante y así facilitar el control del grupo. En cambio, los félidos son cazadores solitarios y muy territoriales, además de ser carnívoros estrictos, lo que significa que no tienen la capacidad de digerir otros alimentos. Puesto que la carne es un recurso bastante caro, no parecía muy apropiado «malgastarla» en mantener a un animal no humano. Además, los gatos tampoco aceptan muy bien seguir órdenes, lo que sugiere que en el pasado no fueron reclutados por los humanos, sino que ambas especies aceptaron compartir su hábitat por una recíproca conveniencia. Es decir, parece que las primeras relaciones entre humanos y gatos fueron de interés mutuo. Algunos expertos, de hecho, especulan que los gatos monteses poseían características que podrían haberlos «preadaptado» para desarrollar una relación con las personas. En particular, estos gatos tienen ojos grandes, cara chata y frente alta y redonda, entre otras características, considerados rasgos «bonitos» y que mueven al afecto en los humanos. Efectivamente, tal y como muchos ya intuíamos, no fuimos nosotros quienes utilizamos a los gatos como herramientas, sino que más bien fueron ellos los que nos usaron para tener acceso fácil a comida y protección (por si todavía dudabas de que nosotros somos sus esclavos). Y hablando de esclavos, durante muchos años se pensó que la domesticación de los gatos tuvo lugar inicialmente en Egipto. Esto se debe a que allí se encuentran las representaciones más antiguas que se conocen de una domesticación total, datadas hace 3 600 años. Sin embargo, aunque aún no se conoce el cronograma exacto de la domesticación de los gatos, la evidencia arqueológica más temprana proviene de la isla mediterránea de Chipre, donde se descubrió un entierro de un gato junto a un humano que data de hace aproximadamente 9 500 años. Este hallazgo sugiere que los gatos ya tenían un significado especial en la vida de las personas y no eran simplemente animales salvajes que vivían en los márgenes de los asentamientos humanos. Sin embargo, las evidencias de una domesticación total provienen de Israel hace 3 700 años, donde se encontró una estatuilla de marfil de un gato que sugiere que ya era un animal común en los hogares y pueblos del Creciente Fértil antes de su introducción en Egipto. Aunque la cultura del antiguo Egipto no puede reclamar la domesticación inicial del gato entre sus logros, seguramente tuvo un papel fundamental en este proceso y en la expansión de estos felinos por todo el mundo. De hecho, los egipcios llevaron su pasión por los michis a un nivel completamente nuevo. Hace 2 900 años, el gato doméstico, en la forma de la diosa Bastet, se había convertido en una deidad oficial de Egipto. Durante la época faraónica se sacrificaron, momificaron y enterraron grandes cantidades de gatos en Bubastis, la ciudad sagrada de Bastet. La gran cantidad de momias de gatos encontradas allí indica que los egipcios no solo estaban recolectando poblaciones salvajes, sino que, por primera vez en la historia, estaban criando activamente gatos domésticos. Lo que hoy entendemos como compañía comenzó con un pacto silencioso entre especies. Foto: Istock/Christian Pérez Beneficios y perjuicios de tener un gato Desde el antiguo Egipto hasta la actualidad, lo que parece evidente es que los gatos son muy populares entre los humanos. Según una encuesta realizada por Consumer Goods & FMCG, en 2018 había 373 millones de gatos en el mundo. Justo detrás del perro, el gato doméstico (Felis catus) es la mascota más popular a nivel mundial, pero ¿por qué? ¿En qué nos beneficia tener mascota y, más concretamente, un gato? Como hemos visto, inicialmente los gatos eran muy eficaces en la caza de roedores ayudando a proteger los suministros de alimentos, reducir la propagación de enfermedades transmitidas por estos animales y preservar diversos bienes de los daños que los roedores podían causar, como roer estructuras y cables. Sin embargo, los beneficios de la tenencia de mascotas van más allá de mantener a los posibles intrusos a raya. Cualquier persona que haya compartido su hogar con un gato conoce esa maravillosa sensación de llegar a casa y ser recibido por un peludo compañero que ofrece su cariño de forma incondicional. Este simple acto cotidiano puede transformar por completo nuestro estado de ánimo después de un día difícil. La interacción con estos animales resulta particularmente beneficiosa para quienes viven solos o tienen limitadas oportunidades de socialización, proporcionándoles un apoyo emocional constante que ayuda a combatir los sentimientos de aislamiento. Los gatos poseen además una capacidad única para distraernos de nuestros problemas y aliviar considerablemente nuestra angustia. Ya sea respondiendo a sus juegos, atendiendo sus cuidados o simplemente disfrutando de su presencia, estos momentos compartidos nos permiten desconectar temporalmente de las preocupaciones que nos agobian. Este efecto resulta especialmente relevante para personas en situación de dependencia, quienes, al hacerse cargo de las necesidades de su mascota, pueden recuperar su rol como cuidadores. Frente al sentimiento de falta de valía que frecuentemente acompaña a la dependencia, la responsabilidad de velar por otro ser vivo restaura el sentido de propósito y establece rutinas saludables que previenen el hastío de no tener objetivos por los que esforzarse. Las investigaciones científicas respaldan estos beneficios, señalando que el simple acto de acariciar a un gato puede mejorar significativamente nuestro estado de ánimo. Además, aunque existen diferencias individuales en la respuesta, diversos estudios han demostrado que la convivencia con estos felinos contribuye a reducir los niveles de estrés y ansiedad. Los hallazgos más recientes sugieren incluso beneficios terapéuticos en el tratamiento de la depresión, así como mejoras notables en la empatía y reducción de la ansiedad en niños con autismo. Estos descubrimientos confirman lo que muchos dueños de gatos han experimentado intuitivamente: que estos enigmáticos animales poseen un don especial para conectar con nuestras emociones y ayudarnos a vivir una vida más plena y equilibrada. Sin embargo, paradójicamente, la tenencia de mascotas también puede ser una gran fuente de estrés y ansiedad. Al traer un gato a casa, asumimos una responsabilidad que condiciona significativamente nuestro estilo de vida: no podemos ausentarnos por largos periodos, debemos dedicarles tiempo diariamente, afrontamos un compromiso económico continuo (alimentación, arena, atención veterinaria, juguetes) y necesitamos estar constantemente atentos a sus necesidades físicas y emocionales. El cuidado cotidiano de un michi implica tareas que pueden resultar tediosas para muchas personas: la limpieza regular del arenero, el cepillado del pelo, las desparasitaciones periódicas, entre otras. Sin embargo, son los problemas de comportamiento los que suelen generar mayor frustración y agotamiento entre los propietarios. Conductas como orinar fuera del arenero, arañar mobiliario y cortinas, o los conflictos con otros miembros del hogar pueden convertirse en una carga emocional significativa. Estas situaciones, lejos de ser excepcionales, forman parte de la realidad cotidiana de muchos hogares con gatos. Las investigaciones han revelado que, en determinados casos, los propietarios de mascotas reportan más síntomas depresivos que quienes no tienen animales de compañía. Este fenómeno se acentúa especialmente entre dueños de mascotas menos sociables u obedientes, quienes experimentan mayores niveles de ansiedad y depresión. A esto se suma la culpabilidad que muchos sienten al percibir que no están satisfaciendo adecuadamente las necesidades de su animal, así como la ansiedad anticipatoria ante la inevitable pérdida futura del compañero felino. Estos factores evidencian que, aunque la convivencia con un gato puede aportar grandes beneficios, también conlleva preocupaciones y responsabilidades que eventualmente pueden tener un impacto negativo en nuestro bienestar emocional. Un problema recurrente es la tendencia a infravalorar el impacto real que tendrá un gato en nuestras vidas, idealizando la experiencia de convivencia. El estudio «Él nunca lo haría» de la Fundación Affinity ha puesto de manifiesto esta realidad al identificar la pérdida de interés como uno de los principales motivos de abandono. Cuando la realidad rompe las expectativas idealizadas y nos enfrentamos a lo que verdaderamente implica cuidar de un minino, el entusiasmo inicial puede desvanecerse rápidamente. Por esta razón, resulta fundamental informarse exhaustivamente sobre las necesidades físicas, emocionales y comportamentales de estos animales antes de asumir su cuidado. Aunque la mayoría somos conscientes de sus requerimientos básicos (alimentación, hidratación, higiene y atención veterinaria), los mayores desafíos surgen al intentar satisfacer sus complejas necesidades de comportamiento. Cuando estas no se cubren adecuadamente, emergen problemas de conducta que pueden comprometer seriamente la convivencia y, tristemente, culminar en situaciones de abandono. Este libro pretende ayudarte a identificar, comprender y ofrecer soluciones a dichos problemas, para que la convivencia con tu amigo peludo te traiga principalmente beneficios incomparables.