Mi conquista de Buin (parte III) en donde es mi sumisa

Discussion in 'Relatos Eróticos' started by Palomoo, Jul 9, 2025 at 6:47 PM.

  1. Palomoo

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    Después de aquella tarde en un camino interior de Buin, la fui a dejar a su casa, en donde nos despedimos con un beso lento y le di un último apretón en su culo desnudo antes de que bajara frente a su casa. Pero ya en el trayecto de regreso a la mía, pensaba en pasar al supermercado, pero los mensajes comenzaron otra vez y me detuve al costado de un camino y vi un video corto de su cara con los ojos cerrados, la respiración aún agitada y un texto que me sacó una sonrisa:

    “Quedé con el sabor de ti en el cuerpo... y quiero más esta noche.”

    No respondió más. Solo mandó una imagen suya en la ducha, tomada de lado, donde se notaban las marcas que mis manos dejaron en su cintura. Y entonces lo supe: esto no había terminado. Apenas comenzaba.

    Esa noche, pasadas las once, me llegó otro mensaje:
    “Estoy sola… estoy mojada… y tengo la venda lista.”

    No dudé ni un segundo. Le pedí que se quedara desnuda, con la venda en los ojos y que solo me dijera si la puerta de su casa estaría con llave o no.

    “La puerta de la reja y de mi casa estarán ajustadas, asi que estaciona tu auto fuera de mi casa, entra y haz lo que quieras conmigo.”

    Me tomé una bebida energetica casi al seco para templar la ansiedad, guardé un par de juguetes, cuerdas suaves y una corbata de seda en mi mochila. Tomé una azulita y heche otra a mi equipaje y manejé en silencio, con el pecho latiendo como si fuera un adolescente a punto de su primera vez, pero con la mente fría de un hombre que sabía exactamente lo que iba a hacerle.

    Llegué a su casa en menos de veinte minutos, la calle vacia y en silencio, hasta que llegué a su casa y la puerta de entrada estaba, tal como dijo, sin llave y luego la de la casa, asi que entré en puntillas, cerré sin hacer ruido y sin saber en donde estaría Paulina, hasta que al subir la escalera escuché su respiración agitada y sentia el aire que tenía ese aroma a piel recién bañada.

    Al entrar a su pieza, la escena fue una provocación perfecta, en donde Paulina estaba de rodillas sobre la cama, completamente desnuda, con los brazos apoyados en el colchón, la venda negra sobre sus ojos y el cabello húmedo cayendo en ondas sobre su espalda. Su cuerpo parecía brillar en la semipenumbra, al verla de cerca vi sus pezones erectos, como si todo su cuerpo estuviera en estado de alerta.

    Me acerqué en silencio, pusé musica en inglés de los 80-90 y con movimientos lentos, saqué la cuerda de seda y le até las muñecas con firmeza, pero sin lastimarla. Las dejé unidas por detrás, dándole esa sensación de estar completamente a mi merced. Luego, tomé la corbata de seda y se la pasé por el cuello y le hicé un nudo, pata que tuviera la sensación de que la hiciera sentir tomada, controlada, mía.

    Me arrodillé detrás de ella, abrí más sus piernas y le pasé la lengua desde el hueco de su rodilla hasta su entrepierna y estaba húmeda, lista, pulsando de deseo. Lo soplé despacio su entrepiernas y sentí cómo temblaba. Después, la acaricié con la lengua, apenas rozando su clítoris, jugando, sabiendo que cada segundo sin tocarla del todo la volvía más loca.

    —No sabes cuánto imaginé esto… —le susurré al oído, por fin.

    Ella solo gimió, arqueando la espalda, buscando mi boca.

    Cambié de posición y le di un beso lento entre los glúteos y luego me dediqué a su sexo como si fuera un manjar. Usé la lengua, los labios, los dedos, en movimientos suaves, circulares, intermitentes. Su cuerpo se tensaba, vibraba con cada gemido contenido. No la dejaba correrse, ya que cada vez que estaba por explotar, me detenía, soplaba, le daba besos suaves en la pelvis o le mordía los muslos.

    —No… no me hagas eso… —suplicó entre suspiros.

    Pero no la complací todavía, tomé la bala vibradora y se la introduje lentamente, dejándola vibrar dentro de ella en el nivel más bajo y empecé a acariciarle los pechos, le mordí los pezones con cuidado, mientras mis manos la sostenían fuerte por la cintura. Su cadera se movía en busca de más contacto y la sentía desesperada.

    Me desnudé sin apuro, la tendí hacia delante y la penetré desde atrás, muy lento y su gemido en la primera penetración fue como un canto suave, ronco y contenido. No me podía ver, no podía moverse mucho, no podía tocarme. Ya que solo me podia sentir, asi que la embestí con movimientos profundos, marcados, pero no rápidos. Quería que lo sintiera todo, cada centímetro, cada roce. Entonces aumenté la vibración del juguete y sentí cómo su cuerpo reaccionaba como un estallido, Paulina se retorcía, jadeaba, me rogaba.

    —Por favor… no pares… quiero venir… quiero gritar…

    Y la tomé del cabello, la incliné hacia mí, y le dije al oído:

    —Te me vas a venir gritando mi nombre… ahora.

    Empecé a bombear con fuerza, la vibración al máximo, el sonido de su humedad llenando la pieza, sus gritos cada vez más desbordados y de pronto se tensó por completo, se arqueó y se corrió con una fuerza brutal, mojando mis muslos, gimiendo ahogada, temblando de pies a cabeza. Tan intenso fue ese primer orgasmo que pensé que iba a desmayarse.

    La abracé por detrás, la sostuve y no salí de ella. Me quedé ahí, sintiendo cómo se contraía aún por los espasmos del orgasmo, luego me recosté llevándola conmigo y con ella sobre mí, comencé a moverme de nuevo, más suave, más profundo.

    —No he terminado contigo —le dije con voz grave.

    La giré, la desaté con cuidado, y la puse boca arriba. Le quité la venda. Sus ojos brillaban entre lágrimas de placer.

    —Átame otra vez… por favor. Y fóllame hasta que no pueda hablar.

    —No, descansa, ya que luego saldremos

    —¿A donde me llevaras?

    Veia a Paulina tendida sobre la cama, con el pecho subiendo y bajando como si hubiera corrido kilómetros. Su cuerpo brillaba de sudor, placer y humedad. Le pasé los dedos por el cuello, por la clavícula, bajando por sus tetas, mientras ella me miraba como si aún no creyera lo que le habíamos hecho a su cuerpo. La besé suave, largo, lento. Y cuando habian pasado unos 15minutos, ella se estaba quedando dormida, le susurré:

    —Vístete. Te llevo a mi casa. Aún no he terminado contigo.

    Sus ojos se abrieron, sorprendidos y excitados al mismo tiempo. No dijo nada, solo se levantó, buscó su ropa interior —aún húmeda—, la cual se la quité de la mano, entonces se puso una polera ancha, una calza y caminó hasta el baño para arreglarse un poco. La observé desde la puerta mientras se miraba al espejo y se mordía el labio. Yo sabía lo que venía y ella también.

    A los pocos minutos salimos de su casa y el trayecto hasta mi casa fue silencioso y rapido. Eran cerca de las 2am, no andaba nadie en las calles, asi que mi mano descansaba en su muslo, subiendo al inicio de su calza y con habilidad se metia bajo esta prenda y la masturbaba mientras mantenia el volante con una mano. Esto hacia que mi pene fuera una roca, pero no queria apurarme en llegar, si no que queria hacerla disfrutar. A los pocos minutos, estabamos entrando a mi casa y apenas cruzamos la puerta, la empujé suavemente contra la pared. Cerré con llave y la besé con hambre, apretando su cuerpo contra el mío. La levanté y sus piernas se enroscaron en mi cintura, sus uñas me arañaban la espalda y ahí mismo, con ella sostenida en el aire, la penetré otra vez. Despacio, profundo, su cabeza cayó hacia atrás y dejó escapar un gemido delicioso.

    —Aquí vas a hacer todo lo que yo diga —le dije al oído—. En esta casa, eres solo mía.

    La llevé en brazos hasta el dormitorio. La habitación estaba tenue, cálida. Saqué de una caja algunos juguetes más: una pluma, una paleta de cuero suave, unas pinzas, un dildo doble y otra venda. Ella me miró con una mezcla de ansiedad y morbo.

    —Quiero que te entregues por completo esta noche ¿Estás lista?

    —Sí… —dijo con la voz entrecortada—. Haz conmigo lo que quieras.

    La até a los extremos de la cama con unas cintas negras, dejando sus piernas bien abiertas y los brazos por encima de su cabeza. Le cubrí los ojos otra vez y empecé el juego. Con la pluma, recorrí cada rincón de su cuerpo, desde los dedos de los pies, pasando por sus muslos temblorosos, el vientre agitado, sus pezones erectos. Su respiración se agitaba sin control.

    Le puse las pinzas en los pezones y la paleta la usé para darle golpes suaves en los muslos, aumentando lentamente la intensidad. Gritaba bajito, pidiendo más, su vagina estaba tan mojada que el líquido bajaba por la cama. Le introduje lentamente un consolador grande, haciéndolo girar, llenándola de a poco mientras le susurraba al oído lo puta que se veía así, expuesta, gimiendo para mí.

    —¿Quieres que te folle fuerte o que juegue contigo hasta que supliques?

    —Las dos cosas —me dijo sin pensar—. Hazme lo que quieras, pero no pares…

    Con el consolador metido dentro de ella, empecé a darle intensidad a las vibraciones y su cuerpo se arqueó como si la electricidad la atravesara. Le tapé la boca con una mordaza suave y le hablé al oído:

    —Te voy a usar como mi puta esta noche. Me vas a rogar por correrte y recién cuando estés temblando te voy a dejar hacerlo.

    Y así fue. La follé con el dildo, con los dedos, con mi lengua. Le metí el plug anal mientras tenía el doble en su vagina, la dejé sin aire, goteando, quebrándose de placer, le quité la mordaza, y entonces me rogó con voz desesperada:

    —Fóllame tú… quiero sentirte adentro otra vez.

    La desaté, la puse a cuatro patas sobre la cama y la tomé fuerte de la cintura y entré en ella de un solo movimiento y estaba tan mojada que me deslicé profundo, hasta el fondo y la follé como me lo había pedido: con rabia, con intensidad, con pasión. Cada penetración era un grito, una súplica, hasta que llegamos a un orgasmo contenido que la sacudío, pero yo no la dejaba moverse.

    Cuando sentí que estaba por acabarse, le dije:

    —Mírame a los ojos mientras te corres. Quiero verte disfrutar.

    Ella levantó la cara, jadeando, con los ojos húmedos, y gritó mi nombre mientras se venía con tanta fuerza que su cuerpo se sacudió entero. Y yo no aguanté más y me corrí dentro de ella, con una presión tan intensa que me temblaron las piernas.

    Caímos juntos sobre la cama, sudados, mojados, jadeando. Y no dijimos nada por un buen rato. Solo respirábamos, abrazados, como si el mundo se hubiera detenido y asi abrazados, desnudos y humedos nos quedamos dormidos.

    Al amanecer desperté con el sol colándose tímidamente por las cortinas, filtrando una luz dorada que caía justo sobre su cuerpo. Paulina dormía a mi lado, desnuda, con la espalda expuesta, una pierna estirada y la otra doblada, como invitándome a deslizarme entre sus muslos. Su piel aún olía a sexo, a sudor seco, a deseo consumado… pero no saciado del todo.

    No hice ruido, fui al baño, tomé una azulita (ya que sabia que se venia una intensa jornada de sexo y que debia rendir) y luego me acerqué por detrás, pegando mi cuerpo al suyo, sintiendo el calor entre sus muslos, la suavidad de su espalda, el perfume tibio de su cuello. Pasé mi mano lentamente por su cintura hasta su vientre. Ella se removió apenas y soltó un suspiro profundo.

    —Mmm… —musitó con una voz adormecida— ¿Ya estás así de duro otra vez?

    Mi erección se había apretado contra su trasero, firme, palpitante, como si no hubiera pasado toda la noche poseyéndola.

    —No he dejado de desearte desde que cerraste los ojos —le dije al oído, mientras le deslizaba la punta de mi lengua por la nuca.

    Ella estiró los brazos, arqueó ligeramente la espalda y separó las piernas, aún de espaldas a mí, en esa postura natural, casi inocente, pero con una carga erótica brutal. Mis dedos bajaron entre sus muslos y la encontré húmeda. Me dio la impresión de que su cuerpo ya supiera lo que venía.

    Me acomodé detrás de ella, guiando mi glande por la hendidura cálida, rozando su entrada, presionando apenas. Paulina mordía la almohada mientras yo la tomaba de la cintura y la embestía muy lentamente, con movimientos ondulantes, profundos, como si la despertara desde adentro. Estábamos conectados de una forma primitiva, casi salvaje, pero con una dulzura que nos quemaba.

    Mientras la penetraba así, susurrándole que era mía, que no pensaba dejarla ir en todo el día, pasé una mano por debajo de su muslo y la giré sin salir de ella, dejándola boca arriba. Le sujeté las muñecas por encima de su cabeza, la miré a los ojos y comencé a penetrarla con más ritmo, más presión, dejándola sin aliento.

    —Eres deliciosa, Paulina… —le dije con la voz entrecortada—. Esta mañana quiero verte gritar otra vez.

    Ella me besó con fuerza, me mordió el labio inferior, me arañó los hombros y subió las piernas envolviéndome, hundiéndose más en mí. Sus caderas se movían al ritmo de las mías, desesperada, necesitada.

    —Hazme venir otra vez… pero no pares después. Quiero más.

    Nos revolcamos entre las sábanas húmedas de placer. La hice montarme, sentándose lentamente sobre mí, sintiendo cómo se abría para recibirme. Movía las caderas en círculos, con las manos en mi pecho, los pezones erguidos, el cabello despeinado cayendo sobre su rostro. Realmente ella desatada.

    Le apreté los glúteos, la ayudé a marcar el ritmo, y de pronto, cuando estaba a punto de correrse, la tomé de la cintura, la empujé con fuerza hacia abajo y estalló sobre mí. Su cuerpo se sacudió, tembló y me miró con lágrimas en los ojos, jadeando, gimiendo de placer.

    Pero no paré, ya que la giré y la puse de lado, una pierna sobre la mía, y seguí dentro de ella, dándole con profundidad. Estaba sensible, pero aún me rogaba por más:

    —Fóllame… hasta que no pueda levantarme. Hasta que no recuerde mi nombre.

    Tomé el plug que había quedado sobre el velador y sin salir de ella, lo introduje con cuidado en su trasero. Paulina gritó, se estremeció y me pidió que la follara más duro, más profundo. Cumplí su deseo. La llevé al borde una vez más, luego otra, hasta que terminó temblando, agotada, sudada, con los muslos húmedos de ambos.

    La dejé recostada boca abajo. Fui por una toalla húmeda, limpié con ternura su entrepierna, le besé la espalda, los hombros. Ella se aferró a mi brazo y murmuró:

    —No quiero irme nunca de aquí…

    La tomé del mentón, le levanté el rostro y la besé suave.

    —Entonces quédate. Y prepárate, porque en un rato, cuando despiertes de la siesta, voy a follarte otra vez.

    Ella sonrió, cerró los ojos y se quedó dormida sobre mi pecho… hasta que el deseo volviera a despertarnos.

    Pasaron varias horas y el aire estaba aun cargado de nuestro aroma mezclado: sudor, sexo, humedad. Paulina dormía a mi lado, enredada entre las sábanas revueltas, con una pierna sobre mi cuerpo y la boca entreabierta. Pero algo en su expresión me decía que no dormía del todo. Era como si estuviera esperando... que la tocara de nuevo.

    Me giré lentamente, deslicé mi mano por su muslo expuesto y la acaricié con la yema de los dedos, subiendo con lentitud hasta su entrepierna. Estaba tibia, suave y apenas rocé su sexo, descubrí que seguía húmeda. Despierta. Excitada. Lista.

    —No sabes cómo me gusta que me despiertes así —susurró con una sonrisa cómplice, los ojos aún cerrados.

    —No he dejado de pensar en lo que te haré ahora que el cuerpo te duele un poco… pero igual lo vas a volver a pedir —le respondí mientras me acercaba a su oído y le mordía suavemente el lóbulo.

    La besé despacio, profundo, mientras la tenía atrapada entre mi boca y mi cuerpo, deslicé dos dedos dentro de ella. Paulina gimió contra mis labios, envolviéndome con su pierna, abriéndose como si ya no tuviera pudor. La masturbé con firmeza, con movimientos expertos, mientras mi pulgar masajeaba su clítoris con presión constante.

    —Quiero jugar contigo de otra forma ahora —le dije—. Pero tú vas a tener que obedecerme en todo.

    —Lo haré —susurró sin dudar—. Pídeme lo que sea…

    Me levanté de la cama, la tomé de la muñeca y la llevé hasta el comedor, en donde la senté desnuda en una de las sillas, le até las manos por detrás con una de mis corbatas y le cubrí los ojos con la misma venda de la noche anterior.

    Luego puse música suave. Me arrodillé frente a ella y abrí sus piernas con decisión. La observé un momento y notaba su respiración agitada, el pecho subiendo y bajando, los pezones duros, su conchita palpitante, húmeda, expuesta.

    Le pasé un hielo por el cuello, bajando lentamente por sus senos, su vientre, hasta dejarlo derretirse entre sus labios inferiores y soltó un gemido breve.

    Después volví con la lengua. La probé como si nunca la hubiera probado. Y le devoré el clítoris, le penetré con los dedos, con ritmo, con profundidad, mientras ella se retorcía amarrada, ciega, totalmente entregada. Cuando estaba por venirse, me detuve.

    —No… —jadeó— por favor… no me pares otra vez…

    —Silencio —le ordené—. No vas a acabar hasta que yo te lo diga.

    Me levanté y me desnudé por completo. Ella no podía verme, pero podía oír cómo me acercaba, cómo me acariciaba mientras la miraba. Tomé su rostro, le saqué la venda y la dejé de rodillas frente a mí.

    —Ahora… quiero que me chupes y sin hablar.

    Y Paulina lo hizo. Con una entrega brutal me lamió con suavidad al principio, luego con pasión, tragando cada centímetro, mirándome a los ojos. Me tomaba con las dos manos, salivando, gimiendo con mi glande en la garganta. Era una escena pornográfica la que estana viviendo con mi amante.

    Cuando estuve a punto de venirme, la detuve. La tomé del brazo, la llevé hasta el sillón, la puse a cuatro patas, le di una nalgada sonora, que la hizo gemir fuerte. Luego le dí otra muy fuerte hasta dejarle las marcas rojas. Después introduje lentamente el plug que aún tenía del encuentro anterior, mientras mi glande se deslizaba por su sexo abierto, húmedo, tembloroso.

    La penetré con fuerza, sujetándola del cabello. Cada embestida la hacía gritar más alto que llenaba la habitación.

    —Ahora sí, Paulina… ahora vas a correrte cuando yo te diga… y te vas a romper para mí otra vez.

    Sus manos temblaban, sus muslos vibraban, su espalda se arqueaba cada vez más.

    —¡Ahora! —le grité mientras la embestía con todo mi cuerpo.

    Y explotó. Se vino tan fuerte que casi se desploma. Gritó mi nombre, el cuerpo sacudido por espasmos, mojando el sofá, goteando entre las piernas, colapsando sobre los cojines.

    Caímos juntos, exhaustos y entrelazados.

    Después de varios minutos de silencio, mientras le acariciaba la espalda, nos quedamos dormidos y desperté cuando el reloj marcaba las 20:03. Paulina estaba sentada en el suelo de la ducha, con el agua cayéndole tibia por el cuerpo, las piernas abiertas, el rostro apoyado en la pared. Me quedé observándola desde el marco de la puerta, desnudo, con la respiración contenida. La escena parecía salida de una película: su piel enrojecida, las marcas en su cuello, los muslos húmedos, pensaba que quizas me habia excedido con ella y para mi sorpresa me dice:

    —Necesito algo más… —me dijo sin voz, como si rogar le diera placer.

    Me metí en la ducha, sin decir nada. La tomé del cuello, la levanté contra la pared mojada y le abrí las piernas con la rodilla y le metí dos dedos sin aviso. Estaba mojada no solo por el agua. Mientras la penetraba gemía contra mi boca y la follé de nuevo ahí mismo, bajo el chorro, con fuerza, con rabia, con todo el peso del deseo contenido. Pero no fue dulce, ya que lo hacia con una fuerza brutal. Y ella lo supo agradecer con cada gemido asfixiado, acompañado de convulsiones de placer.

    Cuando terminamos, la llevé a la cama, la sequé con una toalla, y le pedí que se pusiera de rodillas, con las muñecas juntas. Saqué una cuerda más firme. Esta vez no sería suave. Paulina se dejó atar con los ojos cerrados, como si supiera que el siguiente nivel requería más que deseo: requería confianza.

    La até en posición de sumisión completa. La vendé. Le puse la mordaza de silicona. Y le hablé al oído con la voz más baja que pude:

    —Ahora no eres Paulina. No eres mi amante. Eres solo una cosa. Un objeto, un cuerpo para mi placer.

    Ella tembló. Asintió.

    La arrastré suavemente hasta una manta sobre el suelo del dormitorio. Le até los tobillos también, dejando su cuerpo expuesto, ofrecido, totalmente vulnerable. Fui a buscar hielo, lubricante, pinzas, una fusta corta y una máscara de látex con agujeros solo en los ojos y la boca.

    Cuando volví, ella jadeaba. Su pecho se alzaba como si ya estuviera por correrse. La observé unos segundos, le quité la venda y la mordaza. Le puse la máscara. Le pasé los dedos por los labios y luego se los introduje.

    —Chúpame los dedos como si fuera mi verga.

    Y obedeció. Con saliva y desesperación lo hizo. Entonces le di una bofetada suave y luego otra un poco más fuerte.

    —Eres mi puta hoy. ¿Lo entiendes?

    —Sí… soy tu puta… —jadeó.

    Le metí la fusta entre los muslos. Le golpeé suavemente el clítoris. Ella gritó. Luego otra vez. Y cuando estaba por quejarse, le metí el plug anal lubricado de un solo empuje. El grito fue brutal. Un gemido de dolor y placer mezclado que me puso más duro que nunca.

    La follé por la boca, sin sacarla la máscara. Sujetándola del cabello, marcando el ritmo. Luego la monté desde atrás, con el plug aún dentro, con la fusta golpeando sus nalgas entre cada embestida. Cada vez más fuerte. Cada vez más profundo. Y ella se venía con espasmos, mojando la alfombra, perdiendo el control.

    Me vine en su espalda. Sin sacarla la máscara. Sin quitarle las cuerdas. Jadeando encima de ella como un animal salvaje. Y cuando terminé, no la desaté.

    Le acaricié el pelo. Le susurré:

    —Eres mi prisionera… por días, pero por ahora, descansa.
     
  2. daniel pascal

    daniel pascal Usuario Nuevo nvl. 1
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    Que delicioso relato cumpa, que rica puta tienes a tu servicio, espero que le hayas seguido dando su merecido y le des sus buenas clases de sumisión, dándole poro todos lados y dejarla para la caga, que no pueda ni caminar la putita qué tiene amigazo...