Las veces que te vi salir de misa, con esa falda roja que se enarbolaba con el viento y causaba el murmullo de los feligreses, nunca pensé que serías quien me tomó de la mano y con suavidad y firmeza mi barbilla y me inició en la adultez. Tan solo tenía quince años. Largas piernas. Tersas. Medias negras, de esas con costura detrás, que remarcaban tu figura. Tacos altos, muy altos, tanto que mis ojos solo llegaban hasta tu generoso y voluptuoso escote. Eras un mar de orgasmos ambulante. Cada paso tuyo retumbaban en las habitaciones, dejando una estela de feromonas, donde el paisano más parco y exigente caía a tus pies. Húmeda. Caí en éxtasis. Fueron los tragos que mi padre me obsequió para tener valor, quizás las velas que delicadamente adornaban la habitación, quizás tu ropa interior de encajes o simplemente tu desbordante figura las que me abalanzaron sin medida sobre tus brazos, perdiéndome entre tus senos, jugando desenfrenadamente con ese hermoso par de melones tibios, rosados, los que tomaba como si se tratara de mi santa madre y yo bebía de sus lácteos brevajes de mis primeros días de vida. Y tú, sonriendo, calmándome para no estropear el momento, me desvestiste lentamente y con un suave beso en el cuello me lanzaste a la cama, montándote cual jocketa de mejor corcel, cerrando mis ojos con tu mano, besando mis labios, bajando por mi lampiño pecho, lengüeteando mi abdomen y llevándome a la gloria con tu lengua de terciopelo. La noche de mi vida. Han pasado los años. Han pasado las mujeres. Muchas, tantas que no recuerdo la cantidad, incluso casado he estado, pero ninguna se ha igualado a tus favores. Eras maravillosa, tanto que mandaré una misiva al Vaticano, para que seas beatificada. Nunca dejé de verte. Eras mi amante de los viernes. Ahora eres casi la totalidad de mi vida. El resto lo ocupan mis hijos. Verte así, postrada en esa cama, me hace recordar todos estos momentos. Nunca olvidé todo lo que me diste, aunque fuera a cambio de un puñado de billetes, eras mi puta querida, mi puta amada. Hemos compartido treinta años de nuestras vidas y yo, siento que me voy contigo. Ya te siento fría. tus colores se fueron y los encargados de tu partida acaban de arribar. Puta mía, donde estés, quiero que sepas que pronto estaremos juntos, porque no podré estar un tiempo más sin ti. Puta mía, esta noche cenaré y beberé vino con mi padre y así festejaremos que fue gracias a él, que conocí el amor verdadero, aunque sea rentado, pero era único. Por fin, descansarás.
Fuerte. Produjiste sensaciones en mi como lector, que supongo es la ambición de todo escritor. En un momento me emocioné. Bien relatado, un constante ascenso de sentimientos y un constante descenso de elegancia. Me dio tristeza el protagonista
Tristeza porque: Un varón que como muchos, ha tenido muchas mujeres, incluso estuvo casado, pero sin lograr formar algo sano con una pareja. Un varón que el amor de su vida fue una prostituta. Un varón que pese a estar enamorado de esa prostituta, no logro una relación real con ella y tenía que pagar por sus servicios. Un varón que pese a todo lo anterior, tiene que sufrir la muerte del amor de su vida . Un varón que después de la muerte de su prostituta amada, celebra con licor. Un varon que después de la muerte de su prostituta amada, se dará cuenta que con dinero no podrá reemplazarla con otra prostituta, porque la amaba.
bien, es bueno que llegues a sacar todas esas conclusiones... algunas obvias, pero que muchas personas no logran precisar aunque lo lean diez veces... a pesar que el texto es livianito... gracias por comentar de nuevo
Pues me ha parecido un cuento fenomenal. Y no me parece tan triste el tipo, por lo menos pudo compartir 30 años, con una mujer incondicional.