En la oscuridad de la noche y guiado por un antiguo mapa que conducía a un pasadizo secreto, Stanislas Gosse se adentraba en las entrañas del monasterio de Mont Saint Odile en busca de los libros y manuscritos polvorientos que yacían olvidados en la biblioteca del monasterio del siglo VIII. Desde el año 2000 los monjes del monasterio de Mont Saint Odile, en las montañas de los Vosgos, empezaron a notar que habían desaparecido numerosos ejemplares de los viejos libros que custodiaban. Sin embargo, no podían explicarse cómo eran sustraídos. Algunos creían que era un trabajo del diablo. Stanislas Gosse (profesor de ingeniería mecánica de Estrasburgo, de 32 años), accedía a la biblioteca a través de un pasadizo secreto olvidado cuya existencia descubrió por un mapa que encontró en los archivos de la universidad. El bibliófilo escalaba un muro y subía una estrecha escalera, la cual conducía a una cámara secreta desde la que se accedía a la parte posterior de uno de los cinco armarios de la biblioteca. Ésta, cerrada al público, se encontraba en el ático de un edificio anexo a la abadía, pero separado de ella. Se cree que el pasadizo y la cámara pudieron construirse en tiempos medievales para permitir que el abad escuchara disimuladamente las conversaciones de los monjes. Desde el año 2000 hasta el 2002 Gosse robó más de 1000 libros y manuscritos iluminados de precio incalculable. Gosse se trasladaba hasta el monasterio en bicicleta, cargado con mochilas, maletas, escalera de mano y otros medios y sustraía los libros, algunos, incunables del siglo XV. Confundido en ocasiones entre los peregrinos y los turistas que visitaban el convento, lograba salir impunemente. También accedía a la biblioteca de noche. Podía llevarse varias maletas llenas en una sola noche y transportar pesados volúmenes en su bicicleta (algunos de ellos pesaban hasta cuatro kilos). En una ocasión, en homenaje a El nombre de la rosa de Umberto Eco (en el cual se cita un pasadizo secreto que conduce a la biblioteca del monasterio), Gosse dejó una rosa cerca de la puerta de la biblioteca. Los monjes, tratando de acabar con los misteriosos saqueos, cambiaron las cerraduras hasta tres veces y sellaron las ventanas. Los robos cesaron un tiempo pero comenzaron de nuevo y entonces se empezó a sospechar que debía existir una entrada desconocida. Se levantaron los entarimados y los paneles de madera de las paredes fueron golpeados con los nudillos para ver si había huecos. Un afortunado gendarme encontró detrás de un tablón de la biblioteca un pequeño cuarto sellado que condujo, a través de una escala de cuerdas y un pasillo en desuso entre los edificios, a otro lugar del convento. Los gendarmes amontonaron unos libros de los estantes e instalaron una cámara de vídeo para sorprender al ladrón en su siguiente visita. Esa misma noche actuó de nuevo Gosse, que fue sorprendido con dos maletas que contenían cerca de 300 libros y manuscritos. Una búsqueda en su casa reveló que, almacenado cuidadosamente y sin daño alguno, tenía el resto del botín. Durante el juicio, en Saverne, Alsacia (Francia), Gosse confesó que era estudiante aficionado de latín y que tenía una gran pasión por los libros antiguos, heredada de su padre. Gosse era una de las escasísimas personas que conocían la existencia del pasadizo. Declaró haber descubierto su existencia en los archivos de la biblioteca de la universidad, donde encontró un mapa olvidado que revelaba el acceso secreto a la biblioteca del ático. Éste se alcanzaba a través de una audaz subida por los muros exteriores que conducían a una empinada y estrecha escalera y, después, a la cámara secreta. Una vez en ella, un mecanismo oculto abría la parte posterior de uno de los cinco armarios de la biblioteca. Dentro de la biblioteca Gosse confesó que podía pasar horas a la luz de una vela seleccionando los volúmenes, algunos de los cuales almacenaba en el ático para llevárselos en otras ocasiones. El fiscal pidió dos años de cárcel, eventualmente condicionales (sin cumplimiento de pena) para Gosse, al que acusó de robo con intrusión por artimaña y escalada. La abogada pidió al Tribunal moderación en el castigo, puesto que en ningún momento el acusado actuó con espíritu de lucro y, además, cuidó con esmero su botín. Gosse alegó en su defensa: sentí que los libros habían sido abandonados. Estaban cubiertos de polvo y deposiciones de palomas y me pareció que nadie los consultaba nunca. Le dieron credibilidad por el hecho de que no vendió los libros robados y porque, incluso, restauró algunos de ellos. Su intención no era, por tanto, lucrarse con el robo, sino proteger aquellos libros que tanto admiraba y que, en su opinión, estaban siendo maltratados. Por otro lado, borró en todos los libros su sello de procedencia, para pegar una etiqueta con su nombre, pero con cola suave, soluble en el agua, y con mucho cuidado de no destrozar el papel, explicó al Tribunal. El examen psiquiátrico también favoreció a este peculiar ladrón, que fue descrito como una persona responsable y nada obsesiva. El arzobispo y el abad le perdonaron pero le reclamaron, sin embargo, 17.000 euros por daños morales y materiales y le pidieron ayuda para catalogar la colección como parte de su servicio comunitario. El biblotecario, el padre Donius, demostrando gran sentido del humor, dijo que también él le había perdonado y que era bienvenido en la biblioteca, siempre y cuando accediese a ella a través de la puerta delantera.
exelente historia sociate se agradece aki en viña hay un colegio de monjas y tmb se dice algo asi como mito urbano de ke estas monjas tienen un tunel ke une el colegio con la iglesia, la huea loka capacito ke sea cierto ahora creo ke si.........