Diario de una Dominante. Parte I

Tema en 'Relatos Eróticos' iniciado por Katterina92, 4 Ene 2014.

  1. Katterina92

    Katterina92 Invitado

    Me aburrí de los libros, blog y relatos de mujeres sumisas. Les dejo aquí el primero de los relatos de mi autoría, relatos de ficción pero con muuuchos ingredientes de mi realidad.. espero críticas, consejos, felicitaciones, lo que sea. ¡Y perdón por hacerlo tan extenso!


    Tengo una habitación especial para jugar este juego. A propósito, se parece un poco a mi propio dormitorio. Las paredes son color lavanda, sin más adornos sobre ellas que las esposas, látigos, vendas para los ojos y otros objetos; todo a la vista, todo buscando amedrentar con la simple presencia. El lugar es amplio, pulcro, y huele a mi aroma favorito: vainilla. Está todo el tiempo a media luz, pero a causa del color de las paredes, jamás es oscuro ni sombrío. Todo lo contrario, es acogedor… sobrecogedor y acogedor.


    La cama posee un respaldo de fierro antiguo, de color crema. Un respaldo moderno no me serviría, ¿dónde aseguraría las esposas?; la ropa de cama varía en distintos tonos de lila, haciendo juego con las paredes, al igual que los almohadones. Al otro extremo de la pieza, un sofá amplio, una simple silla de madera, y un escritorio color crema bastante práctico: me sirve para guardar accesorios y vestuario, pero también puedo parte de mis juegos.


    Hoy fue un día de los buenos, uno de esos días que uno desea que jamás termine o, en su defecto, que se repita a diario: hoy pude jugar en mi sala de juegos. Después de una semana ajetreada y agotadora, es bueno relajarse, tomar el control de las situaciones y saciar todos los deseos. Así que ahora, adormilada en la tina de baño, rodeada de burbujas y sales aromáticas, reconstruyo satisfecha mi tarde, deteniéndome en todos los detalles.


    Comencé muy afectuosa, dándole cálidos besos en los labios y en todo el rostro, ese rostro juvenil, casi infantil, dentro de un cuerpo de adulto. El tipo de hombre perfecto para mí. Al bajar a su cuello, los besos dejaron de ser cariñosos, convirtiéndose en algo más sensual y sugerente. Él sabía a lo que veníamos, a lo que tenía que disponerse. Yo se lo insinué ligeramente durante el trayecto al lugar, pero al llegar y observar todo a su alrededor, no le quedaron dudas. Y cuando en lugar de salir disparado por la puerta me miró a los ojos y me dedicó una media sonrisa, supe que era el indicado. O uno de ellos.


    Así, cuando los besos y los toques comenzaron a ser un poco más abrasadores, me sorprendió lo fácil que fue para el permanecer impávido, expectante pero dócil, como comprendiendo que su papel allí era el de una total sumisión. Mientras lo besaba, lo encaminé hacia la cama, lanzándolo suavemente hacia ella. Aún no era momento de emplear violencia, no. Me situé encima de él pero sin dejar caer mi peso sobre su cuerpo, de tal manera que nuestra piel se rozaba ligeramente. Cuando una de sus manos se deslizó por mi espalda, mi cintura, y luego más abajo, la atrapé por la muñeca en un movimiento rápido y firme y luego, en otro movimiento más acompasado, elevé su brazo lentamente por encima de su cabeza. Y, al igual que todos los que han pasado por esa cama, no se dio cuenta de lo que estaba sucediendo hasta que ambos oímos el característico sonido de las esposas al cerrarse. Click.


    Tengo una teoría: tal parece que la capacidad de concentración de los hombres se esfuma en momentos como esos. Sus sentidos se concentran sólo en el apasionado momento, perdiendo todo instinto de supervivencia. Y allí, en ese lugar, están desarmados, están vulnerables, están bajo mi control.


    El rió por lo bajo, comprendiendo mi juego y, esta vez, luchó un poco por dejar libre su mano derecha. La deslizó por mi nuca y, agarrando fuertemente mis cabellos, comenzó a besarme sin piedad. Sin embargo aquí la dominante era yo, el juego era mío, así que incorporándome para poder verle el rostro, acuné mi mano alrededor de su garganta, y presionando ligeramente, moví mi cabeza en señal de negación. Fue un reproche, una advertencia muy suave, que el entendió enseguida. Liberó su mano y me dejó guiarla hasta el segundo juego de esposas que colgaba del respaldo de fierro. Verle en esa posición fue muy difícil de resistir; siempre mi primer impulso es arrancarle la ropa a mordiscos si es necesario a quien sea que esté ahí, y tener sexo rápido, duro, y descontrolado. Pero el juego no funciona así, y para este juego se requiere de gran autocontrol. Así que inspire hondo, y comencé nuevamente a besar su cuello con besos profundos y húmedos.


    Mi juego tuvo como música de ambiente <<Born to die>>, tan lenta y acompasada como demandaban ser mis movimientos. Desabroché su camisa perezosamente, observando con atención su anatomía. Sé que el saberse admirados enciende a los hombres, podía ver su mirada fija en mí, podía ver que se deleitaba de mi propio deleite. Sus hombros anchos y su pecho musculoso, su vientre duro y trabajado, sus caderas llamándome a gritos. Un leve sudor cubría su torso, por lo que comencé a deslizar suavemente mi lengua por su pecho, concentrándome en sus aréolas, que al contacto con mis labios se endurecieron, lo que me permitió mordisquearlas ligeramente. Su cuerpo se retorcía de placer debajo de mí, y emitía suaves gemidos en voz baja.


    El respaldo de la cama se quejaba cada vez que el, inconscientemente, tiraba de sus ataduras, intentando en vano liberarse. Mis labios siguieron su recorrido hacia abajo, y me entretuve otro tanto con su vientre, introduciendo mi lengua en su ombligo y repartiendo besos en sus caderas. Cuando sus gemidos y sus contorsiones aumentaron, me aparté de su cuerpo, sentándome a horcajadas sobre él y mirándole desde arriba. Le dediqué esa sonrisa de chica buena que me guardo para momentos como ese, y me incorporé. Rodeando la cama, me incliné a los pies de la misma, y le quité los zapatos; luego, los calcetines. Gateé por sobre la cama y desabroché sus jeans, bastando una sola mirada para que comprendiera mis deseos y, alzando sus caderas, facilitara mi cometido. Cuando le tuve sin más atuendo que el bóxer y la camisa abierta, me paré una vez más a los pies de la cama y, con las manos en las caderas, me tomé todo el tiempo del mundo para admirar a mi juguete. Desde la cama, el me miraba fijamente, con las pupilas dilatadas y los labios entreabiertos, buscando aire. No sé si trataba o no de contener su excitación, pero eran esfuerzos pueriles: el bulto debajo de su bóxer hacía evidente su deseo.


    Sin previo aviso, me di media vuelta y salí de la habitación. No volteé a ver su expresión, pero puse vislumbrar de reojo su cara de confusión, lo que me hizo reír. Que espere, que espere todo lo que sea necesario. Tendrá que esperar aunque no quiera, lógico, está atado. Creerá que me fui, pero la verdad es que soy una mujer, y tengo necesidades –además del sexo y la necesidad de control- que requiero atender. Así que fui al baño tranquilamente, y luego pasé por la cocina y tomé lo que necesitaba: salsa de chocolate y hielo frappé.


    Retorné a la habitación, en donde lo hallé intentando mirar a su alrededor, con todos sus sentidos alerta, totalmente ansioso. Inexplicablemente, al verme entrar su expresión se suavizó y pareció aliviado, ¡como si no supiese lo que vendría! Me veía como el antídoto de su sufrimiento, cuando en realidad yo era la ponzoña. Esperando que mi desaparición no hubiera causado ninguna “baja”, deposité lo que llevaba en mis manos en mi fiel escritorio y me aproximé lenta, felinamente, hacia su cuerpo. Me arrodillé junto a la cama y, por fin, extraje su miembro de sus calzoncillos. Deposité un suave beso en el glande y comencé a masturbarlo, lenta y parsimoniosamente. Su pene se engrosaba cada vez más, y la temperatura también seguía subiendo entre sus piernas. A la vez, el ritmo con el que frotaba mi mano alrededor de su órgano también aumentaba: arriba y abajo, arriba y abajo, cada vez más rápido. Mientras hacía esto le miraba fijamente a los ojos, y mordía ligeramente mis labios. Podía ver y sentir como esto le excitaba. Hablé por primera vez, diciéndole simplemente: “¿te gusta?”. El solo respondió asintiendo con la cabeza, inclinándola luego hacia atrás, mientras sus gemidos se acrecentaban; sus ojos cerrados. Él estaba a punto de terminar, pero por otro lado, mi juego no estaba ni cerca de finalizar, así que, en el momento preciso en que sus caderas se elevaron y todo su cuerpo se puso tenso, detuve bruscamente mis caricias, apartando mis manos y mi cuerpo de él. Frustré su orgasmo y pude ver cómo, en realidad, lo frustré a él completamente. Abrió sus ojos enseguida, enfocándolos en mi rostro. El suyo estaba enrojecido, disgustado, arruinado. Comenzó a hilvanar una súplica, pero le acallé con un largo beso y al final, simplemente le dije: “así es el juego”.


    Me incorporé y fui a buscar el hielo y el chocolate. Para aliviar un poco su dolor en medio de todo el suplicio, subí lentamente mi vestido por encima de mi cabeza, para luego dejarlo caer a mis pies. La visión de mi cuerpo en mi delicada ropa interior –un cuerpo imperfecto, por cierto, pero que siempre despierta oscuras intenciones- pareció calmarle, pues me observó fijamente y luego sonrió. Su vista se detuvo insistentemente en mi vientre, quizás observando el misterioso tatuaje que cubre una porción de él. Nuevamente tuve que refrenar mis deseos de abalanzarme encima, besarle con ganas y terminar pronto con todo, así que para calmar mis pensamientos proseguí con mi juego, esta vez, sentándome sobre mis piernas a los pies de la cama.


    Cogí el bote de salsa de chocolate con una mano y, con la otra, sostuve su pene, fiel y firmemente erecto. Comencé a derramar la salsa sobre su pelvis y su miembro, vertiendo una gran cantidad. Lancé el envase bajo la cama y comencé a esparcir la salsa con mi mano, como si fuese crema. Lo que quedó en mi mano lo lamí sugerentemente, como enseñándole lo que ocurriría a continuación. Y luego mi lengua se dirigió a su pelvis, lamiendo diligentemente, limpiando todo el chocolate. Antes de llegar a su pene, me incorporé una vez más –pudiendo ver en sus ojos la frustración nuevamente-, y tomé el vaso con hielo frappé. Ante su mirada francamente confusa, me eché el hielo a la boca y comencé a masticar. Una vez que el hielo se deshizo en mi boca y sentí mi lengua entumecida, comencé mi trabajo. Al pasar la lengua por la base de su pene pude sentir el escalofrío que recorrió su cuerpo, pero sus caderas se alzaron hacia mí, pidiendo más. Introduje lentamente su miembro en mi boca, succionando el chocolate, como una niña golosa. Cada vez lo llevaba más hacia el fondo de mi garganta, y el parecía agradecerlo. Sus movimientos pélvicos aumentaban y colaboraban conmigo, a la vez que sus gemidos se convertían en bramidos.


    De pronto, los sonidos que surgían de entre sus labios se convirtieron en palabras, pidiéndome que soltara sus ataduras. Las palabras se convirtieron en súplicas y, momentos después, tenía delante de mí a un hombre implorando a voz en cuello ser liberado. Por favor, por favor, suéltame, quiero tocarte, por favor.


    Y esta vez no pude resistirme, esta vez mis ansias de controlar y dominar fueron vencidas por el placer. El deseo ganó la batalla y, además, ya había limpiado vehementemente todo el chocolate con mi lengua. Mi boca ya no tenía ni quería más trabajo: ahora lo deseaba dentro de mí. Me senté sobre sus caderas y casi enloquecí al contacto de su erección contra mi sexo, separados solo por la fina tela de mis bragas humedecidas. Introduje rápidamente la llave en uno y luego en el otro par de esposas, liberando a mi chico de su presa. Todo sucedió muy rápido. Un segundo después era yo quien tenía la espalda sobre la cama, y él, su cuerpo fuerte y sudoroso, estaba sobre mí. Mordía mis labios fuertemente mientras me besaba, y sus manos expertas rápidamente liberaron mis pechos de mi sujetador. Pero no tuvo tiempo de besarlos ni de acariciarme, al parecer su urgencia de acabar con todo eso era tan grande como la mía. Me despojó de mis bragas casi con violencia y, derechamente violento, me penetró. De un solo golpe estuvo dentro de mí, haciéndome gritar de dolor. Sin embargo y para mi propia satisfacción, eso no lo detuvo, sino que siguió repitiéndolo: se apartaba de mi, y luego entraba rápida y bruscamente, hasta el fondo de mis entrañas. Unas cuantas embestidas lograron calmar su ímpetu y comenzó a trabajar más moderadamente. Aproveché ese momento para apresar sus hombros bajo mis manos y deslizar su camisa fuera de él. A su vez, el bajó su mano derecha y presionó suavemente mi clítoris, trazando círculos alrededor de el, a la vez que me penetraba. Supe de inmediato que no duraría mucho, mi orgasmo estaba cerca, pero no quería estar debajo de su cuerpo: el juego era mío.


    Me removí debajo de él hasta quedar libre de su intrusión en mi cuerpo. El me devolvió una mirada enigmática, y yo me lancé hacia su cuello. Mordiéndole la garganta con fuerza hasta hacerlo gritar de dolor, aproveché el momento para cambiar de postura, haciendo que nuestros cuerpos giraran hasta quedar situada sobre él. No perdí tiempo y me lancé a montar, casi con furia, sobre sus caderas, mientras mis dos manos presionaban su garganta. El tampoco perdió el tiempo y situó ambas manos sobre mi trasero, presionando con fuerza; luego las llevó a mis caderas, a mi vientre y finalmente a mis pechos, los que acunó entre sus manos. Puse mis manos sobre las suyas, invitándole a presionar con más fuerza, a provocarme dolor.


    Nunca puedo resistirme, parece ser innato: cuando el orgasmo se hizo presente en mi cuerpo, le di una fuerte bofetada y volví a presionar su garganta con mi mano, esta vez más fuerte. Así, semi-estrangulado y bajo mi control, fue su turno de estallar en éxtasis.


    Me desplomé a su lado, pero solo por un breve tiempo. Más rápido de lo que él hubiese querido, me levanté, me puse sólo el vestido y le lancé sus ropas a la cara. “Vístete”, fue lo único que le dije, y me acomodé en mi sillón a observar mi último espectáculo.


    Me hizo caso, y se vistió sin apuro y sin pudor alguno, mientras yo le miraba desvergonzadamente desde mi sitio. Cuando estaba calzándose los zapatos, me levanté del sillón, satisfecha y lista para irme a casa. De la ropa interior y el bote de chocolate se ocuparía más tarde la mujer del aseo. “Cierra bien la puerta”, fue mi despedida. No suelo esperar a nadie.
     
  2. ƒelipe

    ƒelipe Usuario Nuevo nvl. 1
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    muy buen relato, me calento a mil... saludos!
     
  3. EnElokaso

    EnElokaso Usuario Nuevo nvl. 1
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    brava la socia, logro que me se para el pilin <3
     
  4. Katterina92

    Katterina92 Invitado

    ayyyy ponganme estrellistas entonces, pa' qe me lean mas personas! juro que sacaré el libro jajaja
     
  5. rodrigoooa

    rodrigoooa Usuario Nuevo nvl. 1
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    Me encanto tu relato muy creativo y muy excitante, me dejo loquito jajaj me llama mucho la atencion este tema de la dominacion femeninas ojala sigas con los relatos saludos.
     
  6. Katterina92

    Katterina92 Invitado

    #6 Katterina92, 5 Ene 2014
    Última edición por un moderador: 5 Ene 2014
  7. Poetleta

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    Ufff... tremenda.
     
  8. Richardox

    Richardox Usuario Nuevo nvl. 1
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    Muy buen relato :)
     
  9. belzebuxxd

    belzebuxxd Usuario Nuevo nvl. 1
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    Buenisimo tu relato. Hace mucho tiempo que no leía un relato erótico tan calentón, y que me dejará así como me dejó ahora... Que ganas de ser el sumiso sometido por la protagonista del escrito. Te felicito! Sigue así!