Cómo ejecutaban a los cristianos en Roma

Ya fuera en garras de animales o en manos de gladiadores, los cristianos morían de las formas más creativas al interior de la arena, como cualquier otra víctima de los romanos en esa época. A lo largo y ancho del Imperio Romano, estas representaciones espectaculares ofrecían simulaciones de batallas, obras teatrales con historias mitológicas y peleas de animales, de gladiadores o de animales y gladiadores contra los prisioneros. Estos últimos podían ser soldados desertores, delincuentes, esclavos que no habían cumplido a sus señores o simplemente cristianos.

Damnatio ad bestias era el nombre con que se conocía a la condena a muerte por animales en el coliseo. De forma general, Roma no se dedicó a la persecución de cristianos como política de Estado. Sin embargo, dado que muchos seguidores de esta religión emergente rechazaban adorar a los dioses romanos o participar en los rituales en nombre del emperador, terminaban siendo recluidos.

Durante casi 300 años, desde que surgió el cristianismo y hasta que se convirtió en la religión oficial del Imperio, se estima que unos dos mil cristianos murieron por órdenes del gobierno. Si se toma en cuenta la cantidad de tiempo y la época, hablamos de un número relativamente bajo. Sin embargo, los martirios por los que pasaron ayudaron a que los cristianos se afirmaran como las víctimas del Imperio Romano. Échales un vistazo a los santos que habrían sido torturados y ejecutados en las arenas.

Bartolomé el Apóstol.
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Nacido en Caná de Galilea, la ciudad donde se cree que Jesús transformó el agua en vino, este personaje formó parte de los 12 apóstoles. Tras la partida de Jesús, Bartolomé se habría dirigido a Armenia, donde convirtió al rey Polimio. Como represalia, los sacerdotes de los templos paganos lo tomaron prisionero y lo torturaron, supuestamente arrancándole toda la piel. Después lo habrían ejecutado. Las tres versiones sobre su muerte dicen que pudo haber muerto a golpes, degollado o crucificado al revés.

Ignacio de Antioquia (35 – 108).
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Ignacio, oriundo de Siria, era un renombrado obispo y un teólogo bastante conocido por su expresividad. Fue alumno del apóstol Juan y el tercer obispo que tuvo la ciudad de Antioquia, una región que actualmente pertenece a Turquía. Fue el primero en emplear el término “Iglesia Católica” en sus cartas. Apresado en Siria y transferido a Roma, se convertiría en el primer cristiano en ser destrozado y devorado por leones en el Coliseo, la arena más importante de la Antigua Roma.

Policarpo de Esmirna (69 – 155)
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Era conocido de los primeros apóstoles y el obispo de Esmirna, una región que actualmente pertenece a Turquía. Lo condenaron a muerte durante el mandato de Marco Aurelio, quien había decretado que todo ciudadano del imperio debía adorar a los dioses romanos. Policarpo fue atado a una estaca para ser quemado. Pero, milagrosamente, parecía inmune al fuego. Por eso, lo ejecutaron a puñaladas.

Santa Gliceria (? – 177)
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Obligada a presentarse frente a una estatua de Júpiter hecha de oro, esta mujer habría derribado la imagen – o, de acuerdo con otras versiones de la historia, la figura se habría desbaratado ante su presencia. Gliceria de Trajanópolis fue a prisión por negarse a aceptar al emperador Marco Aurelio Antonino como su dios. De acuerdo con la creencia, la arrojaron a los leones, pero estos animales se echaron pacíficamente ante sus pies. Murió tranquilamente, cuando pidió sosiego a Dios.

Santa Blandina (162 – 177).
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Con apenas 15 años, esta esclava francesa fue perseguida en la región de Lyon por los romanos. Sus verdugos primero la habrían torturado para después arrojarla a los animales salvajes (aquí las referencias también difieren, unas aseguran que fue un león y un oso y otras que dos leones). La mujer tendría que haber muerto devorada, pero las fieras se limitaron a lamer sus heridas. La dejaron en la arena durante varios días, y atestiguó la forma en que varios de sus compañeros eran hechos pedazos, hasta que un buey la levantó y la perforó con sus cuernos.

Hipólito de Roma (170 – 235)
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Discípulo de San Policarpo, otro mártir importante, fue un enemigo de los papas de esa época, que se dedicaron a absolver a los fieles de sus pecados con la intención de incrementar rápidamente el número de cristianos. Exiliado para evadir la prisión en su ciudad natal, Roma, terminó en Cerdeña, donde lo tomaron prisionero. Su cuerpo habría sido destrozado por cuatro caballos, cada uno tirando una cuerda atada a sus pies y manos. Después, sus restos mortales fueron llevados de vuelta a Roma.

Santa Perpetua (181 – 203) y Santa Felicidad (183 – 203)
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Las dos eran residentes de Cartago, actual Túnez. Perpetua era la dueña y Felicidad la esclava. Fueron a prisión por rehusarse a rechazar la fe cristiana. En la arena, un toro avanzó sobre ellas, pero el público pidió clemencia pues Felicidad acababa de dar a luz. El espectáculo fue interrumpido, pero ninguna escapó a la muerte, ambas murieron degolladas.

San Lorenzo (225 – 258)
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Oriundo de la región que actualmente pertenece a Valencia, en España, lo quemaron vivo sobre una parrilla en Roma cuando tenía 33 años. Conforme y feliz de tener la posibilidad de ofrecer su vida como sacrificio por la fe, se habría burlado de sus verdugos: “Este lado [de mi cuerpo] ya está bien asado, lo pueden voltear”. Su aprehensión se suscitó durante un período de gran persecución promovido por el emperador romano Valeriano. Ni siquiera el papa Sixto II escapó: murió decapitado.