Featured 80 años de la tragedia del Hindenburg: El primer “video viral” de la historia

Las dramáticas imágenes y el relato del desastre en el que murieron 36 personas logró una repercusión global inusitada para su época.
El dirigible LZ 129 Hindenburg y su gemelo el LZ 130 Graf Zeppelin II, en la década del 30′ del siglo pasado, eran las dos aeronaves más grandes jamás construidas por el hombre. El Hindenburg, bautizado así en honor al héroe de guerra alemán y Presidente de la República de Weimar Paul Von Hindenburg, era un dirigible de nuevo diseño, de 245 metros de largo y 41 metros de diámetro (lo que lo hacía tan grande como el Titanic y más grande que tres aviones Boeing 747 juntos).





Construido completamente en duraluminio, tenía en su interior 16 bolsas (14 de hidrógeno y dos balones de aire) con una capacidad de 200 mil metros cúbicos de gas y cuatro motores diésel Daimler-Benz, que le permitían alcanzar una velocidad máxima de unos 135 kilómetros por hora. La tripulación era de 61 personas y tenía una capacidad para transportar un máximo de 50 pasajeros (aunque llegó a transportar 72). El aparato, cuyo pasaje costaba 450 dólares de la época -unos 7.600 dólares actuales- contaba con un elegante comedor, una sala de estar, un salón de lectura y cabinas con todas las comodidades para descansar durante el trayecto. Antes de hacer su primer vuelo, el 4 de marzo de 1936, se pretendió llenarlo con helio, pero un reciente embargo del gobierno de Estados Unidos sobre este elemento obligó a los alemanes a cambiar el diseño para pasar a usar hidrógeno, una sustancia altamente inflamable y fuertemente explosiva.





El Hindenburg había comenzado a volar comercialmente en marzo de 1936. Su terminal de salida habitual fue la ciudad alemana de Frankfurt y, además de Nueva Jersey, en Estados Unidos, su otro destino principal fue Río de Janeiro (los buques de vapor tardaban de dos a tres semanas para viajar entre Alemania y América del Sur, mientras que el Zeppelin podría hacer ese viaje en sólo dos o tres días).





El régimen nazi, como era de esperarse, se había apropiado de la imagen del Hindenburg como una muestra de la grandeza del poderío alemán. El 1 de agosto de 1936, durante la inauguración de los Juegos Olímpicos de Berlín, , el dirigible sobrevoló el estadio olímpico momentos antes de la aparición estelar de Adolf Hitler.





El último viaje del Hindenburg

El 6 de mayo de 1937, tras haber cruzado el Atlántico, el Hindenburg se acercó a la base de amarre en la Estación Aeronaval de Lakehurst (Nueva Jersey), después de esperar varias horas a que pasara el tiempo tormentoso para llevar a cabo las maniobras de atraque.

Werner Doehner, uno de los sobrevivientes de la dantesca tragedia que estaba a punto de producirse, tenía en ese momento 8 años y viajaba en el Hindenburg junto a sus padres, un hermano mayor y una hermana. “Nuestro plan era llegar en el Hindenburg a Lakehurst, volar a Newark y, desde allí, tomar un tren a la vecina Nueva York, desde donde viajaríamos a la Ciudad de México, donde mi padre era ejecutivo de una empresa farmacéutica. Recuerdo que mi padre regresó a su cabina tras filmar algunas escenas de la base aeronaval de Lakehurst, desde el comedor del dirigible. No lo volvimos a ver”, relató Werner, de actuales 88 años.





A las 19:25 horas de la tarde, mientras el Hindenburg se encontraba a 80 metros de tierra firme, ya había largado los amarres y se acercaba a la torre, cuando se observó a popa un destello de fuego de San Telmo (chispas extensas e inermes de electricidad estática), ya que debido a la tormenta eléctrica el aire estaba cargado eléctricamente. Repentinamente, se prendió fuego en la parte superior de la popa, extendiéndose casi instantáneamente por todo el dirigible mientras la estructura caía lentamente sobre los pasajeros que saltaban desde una altura de 15 metros y sobre los marinos que ayudaban en las maniobras. El dirigible y los miles de metros cúbicos de hidrógeno almacenados en su interior ardieron en 38 espantosos segundos que se hicieron eternos.





Werner Doehner recuerda que “cuando nos acercábamos a tierra firme, surgieron llamas en la parte alta de la nave por el contacto del hidrógeno de la nave con electricidad estática, generada por una tormenta eléctrica. En cuestión de segundos se expandió el fuego y se generó un infierno. La parte delantera se elevó y la trasera cayó. De repente había llamas en el aire”.

El único sobreviviente de la tragedia del Hindenburg que aún permanece vivo agregó que “estábamos junto a una ventana, mi madre tomó a mi hermano y lo arrojó hacia afuera. Luego me agarró a mí. Caímos hacia atrás, pero también pudo tirarme afuera. Luego trató de sacar a mi hermana, pero era demasiado pesada. Ya estábamos muy cerca de la tierra y mi madre decidió entonces saltar .Se fracturó la cadera. La recuerdo tirada en el piso, mientras mi hermano me dijo que me levantase y que nos fuésemos de allí. Nuestra madre se nos unió poco después y pidió a alguien que sacase a mi hermana. Esa persona la sacó de entre los restos de la nave en llamas”.





Werner Doehner relató que un autobús llevó a los sobrevivientes a una enfermería, donde una enfermera le dio una aguja para que reventase sus ampollas. “De allí nuestra familia fue trasladada a un hospital de Point Pleasant. Yo había sufrido sufrido quemaduras en mi rostro, las manos y la pierna derecha. Mi madre, en tanto, tenía quemaduras en el rostro, las piernas y las manos, y mi hermano en la cara y la mano derecha. Nuestra hermana, en tanto, falleció en la mañana debido a la gravedad de sus quemaduras. Una investigación posterior determinó que el accidente había sido causado por una fuga del hidrógeno que mantenía el dirigible a flote. Al entrar en contacto con el aire se produjo un fuego”.

A pesar de lo devastador del desastre, de las 97 personas que había a bordo sólo murieron 36, la mayoría de ellas quemadas o aplastadas bajo la estructura, mientras que 62 personas sobrevivieron. Muchos de los tripulantes y pasajeros se salvaron gracias a la rotura de los depósitos de agua que cayó sobre ellos, salvándolos de las llamas.





Al final, el Hindenburg quedó destruido por completo y su esqueleto permaneció largo tiempo en el suelo hasta que fue vendido como chatarra. Su caída final fue en su vuelo número 63, tras haber recorrido unos 308.323 kilómetros y haber cruzado el Océano Atlántico 17 veces.

Recientes investigaciones han sugerido que el fuego, aunque causado principalmente por el hidrógeno del dirigible, pudo haberse visto favorecido por la composición del revestimiento. Esto habría colaborado a acelerar el fuego, pudiendo alcanzar específicamente temperaturas de hasta 3000 °C. Dan Grossman, historiador de la aviación, afirmó hoy que “las investigaciones históricas y científicas han confirmado las conclusiones de las dos investigaciones de 1937: el incendio fue generado por una descarga electrostática (una chispa) causada por las condiciones meteorológicas eléctricas (tormentas) y las fugas de hidrógeno”.





Tras el desastre y posterior investigación, Adolf Hitler ordenó terminar con la flota de dirigibles comerciales. El veterano LZ-127 Graf Zeppelin, el antecesor del Hindenburg, fue desguazado, mientras que su aeronave gemela, el LZ-130 Graf Zeppelin II, nunca llegó a realizar ningún servicio de transporte de pasajeros.

La tragedia del Hindenburg fue recordada por la extraordinaria cobertura mediática, a través de las cuatro cámaras de noticieros y la treintena de fotógrafos de prensa que se encontraban en el lugar, aunque se rememoró especialmente por la dramática narración radiofónica del locutor Herbert Morrison desde el sitio del accidente. La presencia de tantos periodistas se debía al anunciado primer vuelo transatlántico para pasajeros que llegaba a suelo estadounidense en aquel año. La narración de Morrison no fue difundida hasta el día siguiente. Aun así, se convirtió pronto en una de las más recordadas de la historia, con la memorable expresión «¡Oh, la humanidad!» («Oh, the humanity!»), que desde entonces quedó ligada al recuerdo del desastre.





La gran cobertura mediática del accidente tuvo una gran repercusión en el futuro de los dirigibles para pasajeros, ya que el desastre marcó el principio del fin para el uso de dirigibles en la aviación comercial, algo que de todos modos hubiera ocurrido indefectiblemente aunque no se hubiese producido la tragedia. Los especialistas aseguran hoy que el Hindenburg era obsoleto antes de su primer vuelo, pues cuando fue diseñado (1930-1931) era más capaz que cualquier avión, pero cuando fue terminado en 1936, los aviones de ala fija, como el avión Martin M-130, eran dos veces más rápidos y menos difíciles de operar.

Las múltiples imágenes del siniestro (verlas hoy sigue siendo tan aterrador como lo fue entonces) dieron la vuelta al mundo, acabando con la confianza que se tenía en este transporte. Y la enorme cobertura periodística hizo que se convirtiera en la primera imagen “viral” del mundo, proyectada en cines y noticieros a lo largo del mundo. Y no era para menos, pues se trataba de la caída y destrucción del artefacto volador más grande de la historia.





Werner Doehner, el único sobreviviente que aún esta vivo, relató que la tragedia del Hindenburg fue un suceso infausto que lo ha acompañado el resto de su vida. “Pese a que han pasado ocho décadas es imposible olvidar al Hindenburg”, aseguró.