Mi conquista en Buin

Tema en 'Relatos Eróticos' iniciado por Palomoo, 7 Jul 2025 a las 18:21.

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  1. Palomoo

    Palomoo Usuario Habitual nvl.3 ★
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    Esta historia sucedió en los últimos días del año pasado (entre Navidad y Año Nuevo) y aunque actualmente (y en ese momento en donde se recrea esta historia) sigo pololeando con Raquel (mi pareja de Villa Alemana), y tengo relaciones esporádicas con Isidora (mi asistente) y Solange (mi vecina), igual me meto a Tinder (y Badoo) para conocer mujeres.

    Esto ocurrió en una tarde, cuando de pronto recibí una notificación en mi celular que me sacó una sonrisa: había hecho “match” en Tinder, asi que entré al perfil de la chica: una mujer de rostro normal (es decir, no una modelo, pero tampoco fea como Beatriz Pinzón Solano), con fotos casuales. Habían las típicas imágenes sentada en un avión, otra manejando un auto, una en el Cristo Redentor de Río, otra en una piscina pública (luciendo un traje de baño entero que resaltaba sus pechos) y un par de selfies usando una polera tipo piqué. Supuse que esas fotos eran de su trabajo, ya que ese tipo de ropa no es común en el día a día. Con esas pistas, decidí que no comenzaría con el clásico “hola”.

    Así que le escribí:

    —Buenas tardes, señorita Paulina. Bienvenida a bordo de nuestro Airbus 321 de LATAM con destino a Río de Janeiro.

    Para mi sorpresa, respondió de inmediato:

    —Jajajajaja… me hiciste reír.

    —Esa era la idea —le respondí.

    —Me agrada la gente con sentido del humor.

    —Bueno, no soy payaso, pero sí me gusta reír.

    Conversamos un poco más. Mi objetivo en ese momento era obtener la mayor cantidad de información posible de ella. En esa conversación supe que vivía y trabajaba en Buin, en el área de ventas. Quise averiguar dónde trabajaba, pero al no obtener respuesta directa, cambié de estrategia y le pedí su número para seguir hablando por WhatsApp. Afortunadamente, me lo dio.

    Eran cerca de las cinco de la tarde y al saber que a esa hora estaría, le dije (con la idea de que reaccionara para un encuentro)

    —Más rato iré al Líder de Buin a comprar unas cosas.

    —¿A qué hora?

    —Yo creo que a eso de las seis.

    —Pucha, salgo a las siete…

    Ese comentario me dio pie para invitarla directamente:

    —¿Y si nos juntamos a las 7 en la Plaza de Buin y te invito a tomar once?

    Pasaron unos minutos sin respuesta (incluso pensé que me había bloqueado), pero de pronto llegó el mensaje:

    —Ok, a las 19:00 en la Plaza de Buin.

    —¿En serio? —le pregunté incrédulo.

    —Sí, me caíste bien. A esa hora aún hay luz, y no quiero irme directo a casa.

    Estaba en mi casa, pensando en alistarme rápido y pasar al supermercado antes. Pero si compraba productos congelados y me encontraba con ella, se echarían a perder. Así que decidí trabajar un rato más. A las 18:15 me duché y a las 18:30 salí rumbo al encuentro. Llegué a las 18:55, estacioné el auto al costado de la plaza, y minutos después la vi, una mujer de unos 30 años, aprox. 1,70 m de estatura, pelo castaño claro largo, jeans ajustados y polera piqué. Su ropa de trabajo no disimulaba su busto prominente. Su rostro era hermoso, mucho más que en sus fotos, y sus labios pintados invitaban a besarlos.

    Nos saludamos con un abrazo y al hacerlo noté que sus tetas estaban apretadas (las senti duras) y luego caminamos un par de pasos, en donde me fije en su trasero y noté que el jeans lo realzaba. Me comentó que tenía mucha hambre, así que la invité a tomar once. Ya sentados, noté que no me quitaba la mirada de encima, lo que era una excelente señal. Yo también la miraba, imaginando sus pechos bajo esa polera. El sostén era de copa grande, pero con encajes, ya que en algunos movimientos se marcaban en la polera. Mientras hablábamos de pie, yo empezaba a tener una erección.

    Transcurrió cerca de una hora, ya habíamos comido y mientras tomábamos jugos, pensaba en proponerle ir a un motel del sector (ya que había mucha quimica sexual entre nosotros), pero justo recibió una llamada: debía estar en casa antes de las 21:00. Al escuchar esto, me di cuenta que esa noche no follariamos, pero al menos trataria de acompañarla a su casa y si se daba la ocasión, besarla. Pasó un rato más de una entretenida conversación, hasta que a las 20:30 me dice:

    —Gracias por la once, estaba exquisita.

    —Gracias a ti.

    —Pero mejor fue la compañía… jijiji.

    —Eso sí, es verdad.

    —Ya, voy a tomar un colectivo. Mi mamá me espera.

    —¿Y si te llevo? No necesariamente a tu casa, pero sí cerca… ¿te tinca?

    Noté un poco de desconfianza, así que decidí usar el humor para relajarla:

    —Tranquila, solo secuestro y trafico órganos de mujeres bellas. Los vendo en Mercado Libre: tus órganos, tus pechos, tu cola, tu cuello… me haría millonario.

    —JAJAJAJA… me hiciste reír.

    —Vamos, así llegas más rápido. Todo por luca —le dije, presionando con humor.

    —Ok, vamos.

    Caminamos hacia el auto, entramos en el y antes de partir me dice:

    —Me encantan los autos limpios, y el tuyo está impecable.

    —A mí también me gusta tenerlo así.

    —Ok… y aquí está la luca del pasaje —dijo riendo.

    Recibí el billete para no hacerla sentir mal y empecé a manejar. El viaje fue corto, aunque también no había mucho tráfico. Al llegar a la entrada de su villa, me dijo:

    —Aquí vivo.

    —Perfecto, doblaré por esta calle y te dejo al frente para que bajes tranquila.

    Avancé unos metros, detuve el auto. Ella se desabrochó el cinturón:

    —Gracias por la once y por hacerme pasar un buen rato.

    —Gracias a ti por juntarte. Eres muy entretenida.

    —Espero que pronto se repita.

    —Cuando tú quieras.

    Se hizo un silencio. Me dijo:

    —Ya, Gabriel, nos vemos.

    —¿Llevas todo? ¿Celular? ¿Billetera?

    —Creo que sí. Si se me olvida algo, me lo traes… jajaja.

    Nos dimos un beso en la mejilla, pero al separarnos nos volvimos a acercar… y nos besamos en los labios. Fue un beso largo, profundo, con lengua. Mis manos recorrieron su espalda, pasando por el borde del sostén hasta llegar al frente. Le acaricié los pechos por sobre el sostén y luego metí una mano bajo la polera. Ella también me tocó, centrando su atención en mi erección.

    —Besas muy bien… me tienes uffff… me dan ganas de ir a otra parte contigo.

    —Tú también besas exquisito. Y me dejaste con ganas… pero ahora debo irme.

    —¿Se viene una próxima salida?

    —Obvio que sí.

    Nos dimos unos besos más y se bajó del auto. La observé hasta que se perdió en un pasaje. Volví a mi casa con la sensación de que pudo haber pasado algo más, cuando de pronto al llegar, me llegó un mensaje:

    “No pienso perder el tiempo.”

    Sorprendido, le respondí:

    “Yo tampoco.”

    “Entonces veámonos en un rato.”

    “¿Dónde y cuándo?”

    “Ven a buscarme donde me dejaste. En una hora más.”

    “Nos vemos en un rato.”-le escribi

    Me duché de nuevo, tomé el celular y busqué moteles en Buin (aún no conozco mucho el sector). Llamé a uno, pregunté si tenían disponibilidad. Me arreglé, agarré unos condones del velador, salí en el auto y tomé una pastilla azul (me ayuda a tener mejor desempeño y menor tiempo refractario) y salí rapido de mi casa. A los minutos ya estaba llegando y la veo a lo lejos. Jeans ajustados, polera blanca con transparencia y un sostén negro de copa completa que dejaba poco a la vista. Me acerqué, se subió sin decir nada, nos besamos y le pregunté:

    —¿Tienes la noche libre?

    —Sí… quiero ser tuya.

    La volví a besar. Sin más palabras, puse rumbo a la Ruta 5. En pocos minutos ya estábamos entrando a un motel con la ansiedad pegada en la piel. Estacioné el auto en la entrada de la cabaña asignada, cerré la cortina metálica y apenas apagué el motor, nos volvimos a besar con más hambre que antes, hasta que llegó la mucama a cobrarnos y preguntar la cortesías, pero creo que notó la calentura de nosotros, ya que no demoró ni 2 minutos en dejarnos unas bebidas. Cuando ya se fue la mucama Paulina me tomó del cuello con una firmeza excitante mientras nuestras lenguas se reconocían como si llevaran años esperando ese momento. Su cuerpo se apretaba contra el mío, y sus gemidos quedaban ahogados entre nuestros labios.

    Nos acercamos al borde de la cama, pusé mis manos en su cintura y comencé a subir lentamente su polera, dejando al descubierto su abdomen firme, su piel suave y su sostén negro de encaje que escondía unas tetas generosas, firmes y provocativas. No pude resistirme: las besé sobre el encaje, las lamí suavemente y luego deslicé los tirantes hacia abajo, dejando sus pezones al descubierto, los cuales eran oscuros, perfectamente redondos y ya estaban duros. Los besé con devoción, los lamí con lentitud, disfrutando su aroma, su sabor, su textura. Paulina me acariciaba el pelo con una mano y con la otra ya estaba bajando mi cierre.

    Me arrodillé frente a ella, le desabroché el botón del jeans y lo bajé con delicadeza, besando su cadera mientras su ropa interior aparecía ante mí, una tanga negra, húmeda, que delataba su excitación. La besé sobre la tela, sintiendo su humedad, su calor. Ella respiraba más rápido, mientras me decía:

    —No pares, por favor…

    Deslicé la tanga hacia abajo. Su aroma me envolvió y no dudé en probarla. Mi lengua recorrió cada centímetro de su vulva, acariciando su clítoris con ritmo suave pero constante. Ella se sujetaba de mi cabeza, guiándome, gimiendo cada vez más fuerte. Su cuerpo temblaba, se arqueaba. No tardó en venirse por primera vez, con un gemido contenido y profundo.

    —¡Que rico amor…! —exclamó, jadeando, con los ojos cerrados.

    La tomé de la mano y la llevé a la cama. Se desvistió por completo, y se acostó abriendo las piernas de par en par, invitándome sin decir palabra. Me desnudé también, mientras me observaba con una mezcla de deseo y picardía. Saqué un condón, me lo puse con rapidez y me arrodillé entre sus piernas. Deslicé la punta de mi pene por su entrada, provocándola, haciéndola suplicar.

    —Dámelo ya, no me hagas rogar…

    Y con una sola estocada profunda, entré en ella. Ambos gemimos., comencé con movimientos lentos, saboreando cada embestida. Su humedad era deliciosa, su cuerpo encajaba perfecto con el mío. Ella movía sus caderas con fuerza, se aferraba a mi espalda, me pedía más.

    —Más fuerte, más profundo, quiero sentirte hasta el fondo…

    La penetré con más intensidad, cambiando el ritmo, levantando una de sus piernas sobre mi hombro. Sus gemidos llenaban la habitación. Me incliné para besarla mientras seguíamos follando, su lengua se enredaba con la mía con desesperación. Le acariciaba los pechos, le apretaba los pezones, mientras mis embestidas se volvían más fuertes, más animales.

    Después de un rato, me detuve, me saqué el condón y me senté al borde de la cama. Ella entendió de inmediato, se arrodilló frente a mí y me miró con esos ojos brillantes antes de comenzar a chuparla. Su lengua recorría mi glande con maestría, luego bajaba por todo el tronco mientras me masturbaba con la mano. Lo hacía como una profesional: profunda, lenta, juguetona. Me miraba a los ojos mientras su saliva lo cubría todo. Estuve a punto de venirme, pero le dije:

    —Quiero acabar dentro de ti...

    —Entonces hazlo. Pero quiero que ahora me des duro…

    La puse en cuatro sobre la cama. Su culo se veía delicioso, firme y redondo, pidiéndome ser azotado, asi que tome mi pene con mi mano, lo puse en la entrada de su vagina y la penetré de nuevo con fuerza y esta vez nuestras caderas chocaban con violencia. Le tiré el pelo, la agarraba de las caderas y le di un par de nalgadas suaves, a lo que respondió con un gemido excitado.

    —Así… más fuerte…

    Seguimos un buen rato así. Yo jadeaba contra su espalda mientras ella se empujaba contra mí. El ambiente era húmedo, caliente, perfecto, la sensación de su cuerpo, el sonido de nuestros cuerpos chocando, sus gemidos y los míos, nos tenían al borde del clímax. Y entonces, cuando sentí que ya no aguantaba más, le dije:

    —Me vengo…

    —Hazlo, ven… dentro de mí, llenáme mi concha con mi leche…

    Me vine con una intensidad que hacía tiempo no sentía y mientras me corría, ella se vino al mismo tiempo, con un temblor largo que la hizo gritar mi nombre. Tras ese orgasmo, nos quedamos en la cama abrazados, jadeando, con la piel empapada de sudor. Me acosté a su lado, acariciando su espalda.

    —Esto debe repetirse —le dije.

    —Va a repetirse —me respondió, con una sonrisa cómplice y esa mirada satisfecha que me encantó.

    Nos quedamos abrazados un rato, luego nos duchamos juntos, jugando bajo el agua para sacarnos las transpiración. Nos besamos, nos reímos y salimos de la ducha, envueltos en toallas y volvimos a la cama, riendo como adolescentes. La tensión sexual ya no era presión, ahora flotaba en el aire como un perfume embriagador. Paulina se echó en la cama de espaldas, con una sonrisa pícara, y me miró de reojo mientras abría su cartera.

    —¿Qué estás buscando? —le pregunté, curioso.

    —Una sorpresita —respondió, sacando un pequeño estuche negro de tela, con cierre metálico. Lo puso sobre la cama, sin abrirlo aún.

    La miré, muy intrigado. Ella, aún con el cabello húmedo y el cuerpo brillante por el vapor, lo abrió con calma. Dentro, había varios juguetes: un vibrador compacto, un anillo vibrador, una bala, y un dildo de silicona color piel, de tamaño respetable.

    —¿Siempre andas con todo eso en la cartera?

    —Solo cuando presiento que la noche lo vale…

    Me reí, sorprendido y excitado. Esa seguridad de ella me calentaba aún más, se inclinó hacia mí, me besó despacio, y mientras lo hacía, tomó el vibrador pequeño y lo encendió. El zumbido suave llenó la habitación.

    —Recuéstate —ordenó con voz dulce pero firme.

    Obedecí, apoyando la espalda contra el respaldo acolchado de la cama. Paulina se montó sobre mí, completamente desnuda y con una mano dirigió el vibrador hacia mi abdomen, luego bajó hacia mis testículos, acariciándolos apenas con la vibración. Mis músculos se tensaron.

    —Ufff… eso… eso es peligroso…

    —Shhh… relájate —me dijo, y bajó con lentitud el juguete hasta mi glande, apenas tocándolo, haciendo círculos. Mi pene comenzó a endurecerse otra vez, como si no hubiera habido descarga previa.

    Ella lo disfrutaba. Me miraba fijamente mientras me daba placer, controlando el ritmo con precisión quirúrgica. Cuando mi pene estaba completamente erecto, detuvo el vibrador y tomó el anillo. Lo lubricó, lo deslizó con destreza hasta la base de mi pene, y encendió su pequeño motor. La vibración era directa, intensa y yo gemía de placer sin contenerme.

    —Ahora quiero disfrutar yo —dijo con voz sensual.

    Se subió lentamente sobre mí, guiando mi erección dentro de ella. Cerró los ojos y soltó un suspiro profundo cuando la punta de mi pene la penetró. El anillo vibraba entre sus labios y el clítoris, y en segundos comenzó a moverse. Cabalgaba con un ritmo delicioso, con las manos sobre mi pecho, balanceando sus caderas mientras el sonido húmedo de nuestros cuerpos se mezclaba con el zumbido del anillo.

    —Me encanta cómo te sientes dentro… y cómo vibra… —dijo entre jadeos.

    Yo no podía más, el anillo, la presión, su cuerpo apretado, el vaivén de sus pechos frente a mí, era un estímulo total. Pero ella no había terminado. Se detuvo, se inclinó hacia su bolso y tomó la bala vibradora. La encendió y se la pasó por los pezones, uno a uno, se los frotaba, los lamía mientras vibraban. Verla hacer eso era una imagen brutalmente erótica.

    —Ahora ponte detrás de mí —ordenó de nuevo, con ese tono autoritario que me volvía loco.

    Se puso en posición perrito sobre la cama, con el culo bien arriba. Yo me coloqué detrás, sujeté su cintura, pero antes de penetrarla, ella tomó el dildo y me lo mostró.

    —Usa esto en mí… mientras me follas.

    Lo tomé, lo mojé en su propio jugo y comencé a deslizarlo entre sus nalgas, con suavidad y no lo introduje de inmediato. Primero lo usé para presionar y masajear, mientras mi pene entraba otra vez en su vagina. El contraste de sensaciones la hizo gemir fuerte, más fuerte que antes.

    —Sí… ¡así…meteme tu pico en mi culo!

    Entonces, meti el consolador en su conchita, mientras estaba en 4, ella arqueo su espalda, con una mano empezaba a jugar con el juguete y yo puse mi pene en la entrada de su culo y empecé a meterlo. Al inicio lo hacía con cuidado, atento a sus reacciones, pero ella empujaba hacia atrás, recibiendo mi miembro sin miedo, pero gemía de manera salvaje y no sé si era el ritmo, la doble estimulación, o todo a la vez, pero empezó a temblar.

    —¡Me vengo… no pares, no pares…!

    Y no paré, si no que aumenté el ritmo con fuerza, con ambos orificios ocupados, sus gemidos llenando el espacio, su cuerpo temblando como si se deshiciera. Su orgasmo fue brutal, largo y mientras duraba, me detuve solo lo justo para no correrme también.

    Pero ella no me dio descanso, se giró con los ojos llenos de fuego, se arrodilló otra vez frente a mí, me sacó el anillo con rapidez y volvió a chuparme el pene con desesperación. La combinación de su lengua húmeda y el efecto residual de la vibración me llevó al límite en segundos.

    —¡Me vengo!

    —¡En mi cara!

    Y así fue. Me corrí con fuerza, salpicando sus mejillas, su boca, su cuello. Ella sonreía mientras lamía cada gota con gusto, luego se limpió el rostro con los dedos y se echó sobre la cama, respirando agitada.

    —Eso fue… demasiado bueno —dijo entre suspiros.

    —Tú eres demasiado buena en esto —le respondí, aún sin aliento.

    Nos quedamos abrazados, agotados, satisfechos, mientras el aire acondicionado nos acariciaba la piel. Paulina me miró y, con esa sonrisa traviesa, me dijo:

    —Y eso que aún me quedan un par de juguetes más…

    Todavía estábamos enredados en la cama, sudados, jadeando, con las piernas entrelazadas y el corazón latiendo como si hubiéramos corrido una maratón, Paulina tenía la mirada perdida en el techo, con una sonrisa satisfecha, mientras acariciaba mi pecho con movimientos suaves.

    —¿Sabes qué es lo mejor de todo esto? —me dijo de pronto, girando el rostro hacia mí.

    —Dímelo.

    —Que aún me quedan juguetes por usar… y te tengo reservado el más rico de todos.

    Eso bastó para que mi cuerpo reaccionara. Me acomodé de lado, mirándola con una mezcla de deseo y expectativa.

    —Que juguete tienes Paulina?

    —Sorpresa Gabriel, solo que ahora cambiamos las reglas: tú te quedas quieto… y yo juego contigo.

    Se levantó de la cama, fue directo a su cartera y sacó otro estuche y sacó lo que me pareció una combinación entre esposas acolchadas y una correa con anclajes. También un vibrador con control remoto… y una especie de consolador doble, flexible, con forma anatómica. No tuve tiempo de preguntar. Volvió a la cama, me montó, y me besó con una intensidad que dejó claro que la pausa había terminado.

    —Túmbate boca arriba. Y no te muevas.

    Le obedecí. Me sujetó las muñecas con las esposas y ató las correas a los barrotes metálicos del respaldo. Quedé inmovilizado, con la espalda apoyada y el pecho expuesto. Luego deslizó el vibrador entre mis piernas, sin encenderlo todavía, y comenzó a besarme el cuello, bajando lentamente por mi torso, besando, mordiendo, lamiendo… hasta llegar a mi ombligo.

    Yo ya estaba nuevamente duro. El anillo de antes, aún con algo de lubricación, fue lo primero que volvió a colocarme. Y luego encendió el vibrador entre mis piernas. La sensación era electrizante: la vibración subía desde los testículos hasta la base del pene, y yo no podía moverme. Estaba a su merced.

    —Mírame —dijo

    Al decir eso, se sentó sobre mi pecho, colocó sus piernas al costado del pecho y comenzó a masturbarse frente a mí. Al cabo de unos minutos tomó el consolador doble, se lo colocó de tal forma que una de las puntas entraba en su vagina y la otra quedaba hacia fuera, apuntando como si fuera un arnés, pero sin correas y empezó a penetrar mi boca con la segunda punta del juguete, usando su cuerpo para impulsarse.

    Yo gemía, moviendo las caderas tanto como las correas me lo permitían.

    —¿Te gusta, Gabriel? —me preguntó, con los ojos brillantes—. ¿Te calienta que te castigue con mis propios juguetes?

    —Me encanta… no pares, por favor…

    Al cabo de unos minutos de verla masturbar en mi pecho, se baja de mi, me mete en la boca la punta de su consolador que estaba dentro de ella y al ver mi pene erecto con el anillo, me deja el consolador en la boca y se sienta sobre mi pene. Yo estaba completamente inmovilizado, sintiendo su peso, su humedad y esa vibración constante que me volvía loco.

    Paulina gemía con cada sentada, se inclinó hacia adelante, me saco el juguete de la boca y me besó con lengua, con saliva y luego se sentó derecha, cabalgando con mi pene dentro, sudando, jadeando. Sus pechos saltaban con cada embestida. Se agarraba los pezones con las manos, se mordía los labios. Yo la observaba desde abajo, totalmente entregado, sin poder hacer otra cosa más que gozar.

    —Me voy a venir otra vez… me estás haciendo venir… —gimió con desesperación.

    —Hazlo, preciosa, disfruta amor con todo…

    Y se vino con un orgasmo largo e intenso con squirt incluido, hasta que su cuerpo tembló encima del mío y sentí cómo sus paredes me apretaban mientras yo también me corría, sin poder aguantar más. La eyaculación me sacudió todo el cuerpo, mis manos tensas contra las esposas, la cadera elevándose por inercia y ella recibiéndolo todo con una sonrisa salvaje en la cara.

    Después del clímax, se desplomó sobre mí. Respiraba agitada, me besó el cuello, me soltó las muñecas y se acurrucó a mi lado, todavía con el cuerpo caliente.

    —¿Sabes qué es lo más rico de esto? —me dijo al oído.

    —Dímelo.

    —Que hace tiempo que tenia ganas de una buena dosis de sexo y que apenas te vi, me calentaste..

    Le di un beso largo, profundo, con la lengua aún saboreando su cuerpo. Nos quedamos abrazados, ya sin juegos, solo con nuestras pieles sudorosas y con rastros de este ultimo orgasmo. El aire acondicionado zumbaba suave y la habitación del motel quedó envuelta en una mezcla de olores: piel, lubricante, perfume y deseo. Paulina se quedó dormida sobre mi pecho, con una pierna entrelazada en las mías y sus dedos acariciando mi abdomen incluso dormida. Yo, en cambio, dormité a medias, embobado con la idea de tenerla así, tan cerca, tan desatada, tan mía.

    A eso de las 7.00 am, el primer rayo de sol se coló por las cortinas de la ventana y ese reflejo rozó el borde de la cama y se deslizó por su espalda desnuda. Me desperté sintiendo el calor suave de su cuerpo y su respiración tranquila. Estaba dormida, pero su trasero estaba pegado contra mi entrepierna, y sin querer —o quizás queriendo- comenzó a frotarse apenas, como buscando más contacto.

    La tensión volvió a crecer en mi vientre. Mi erección volvió sin esfuerzo, impulsada por la imagen de esa espalda descubierta, su cintura estrecha, la curva irresistible de sus nalgas. Deslicé mi mano con suavidad por sus caderas, hasta sus muslos y comencé a besarle el hombro, apenas rozando su piel con los labios.

    Ella murmuró algo entre sueños, una mezcla de suspiro y sonrisa.

    —Mmm… qué rico despertar así…

    —No podía evitarlo —susurré contra su cuello—. Estás demasiado deliciosa para dejarte dormir.

    Me giró el rostro apenas, con los ojos entreabiertos y me besó. Primero suave, luego con hambre, se giró completamente, se trepó sobre mí con movimientos lentos y se sentó sobre mi erección sin dejar de besarme. Estaba húmeda, lista, cálida. El ritmo de la madrugada era distinto: lento, profundo, más íntimo, sin la ansiedad feroz de la noche, pero igual de caliente.

    Paulina se movía despacio, con los ojos cerrados, disfrutando cada centímetro. La luz del amanecer se colaba por detrás de su cuerpo, iluminando su silueta y me regalaba una postal perfecta con sus pechos balanceándose con cada sentada, sus pezones erguidos, su pelo despeinado cayendo por los hombros.

    —Me encanta cómo entras en mí —dijo jadeando, mientras se arqueaba hacia atrás.

    Apoyó las manos en mis rodillas, y comenzó a cabalgar con más fuerza, soltando gemidos entrecortados. Yo le acariciaba el clítoris con el pulgar, mientras la otra mano subía a su pecho y lo apretaba con suavidad. La combinación de movimientos, el calor del sol amaneciendo, el silencio del motel, los gemidos de Paulina y su cuerpo empapado me tenían hipnotizado.

    —¿Puedo jugar contigo otra vez? —me preguntó sin dejar de moverse.

    —Siempre…

    Sin detener la penetración, se inclinó hacia el velador, sacó de su bolso un pequeño vibrador en forma de lengua, color fucsia. Lo encendió y lo colocó entre nuestros cuerpos, justo sobre su clítoris, mientras seguía montándome. La reacción fue inmediata: soltó un gemido más agudo, como si la electricidad le hubiera recorrido la columna.

    —¡Sí… así… no pares!

    El ritmo aumentó. Yo la sujeté por la cintura y comencé a penetrarla desde abajo, en sincronía con sus movimientos. El vibrador la tenía al borde, lo sabía por cómo apretaba mis muslos con fuerza, por cómo temblaban sus piernas.

    —Me voy a venir… Gabriel… no pares, no pares…

    —Vente, Paulina… termina conmigo…

    Y se vino de una manera muy intensa y su cuerpo se derrumbó sobre el mío, con espasmos, con gemidos, con la piel erizada y mientras se corria, volvia a depositarle mi leche caliente en su conchita y sentia como sus músculos me exprimían dentro de su cuerpo, haciendo que mi descarga fuera realmente intensa.

    Quedamos jadeando. La habitación olía a sexo, a sudor de madrugada, a cuerpos saciados. El sol ya entraba por completo, tiñendo todo con un tono dorado que parecía hecho para nosotros. Paulina me acarició el pecho, sonriendo.

    —Amanecer contigo me gusta más que dormir contigo…

    —Y eso que apenas es la primera vez.

    Nos besamos otra vez, esta vez sin prisa, con cariño, con un dejo de ternura que contrastaba deliciosamente con la brutalidad del sexo recién vivido. Nos fuimos a la ducha juntos, sin decir mucho, pero jugando con el agua, tocándonos como si aún quedara deseo por soltar.

    Cuando nos vestimos, ya eran cerca de las 9am. Salimos de la cabaña tomados de la mano, en silencio, con sonrisas cómplices y nos subimos al auto. Ella me miró con sus ojos brillantes y dijo antes de prender el auto, me dice:

    —¿Y si la próxima vez empezamos en el auto de día… en algún lugar público?

    — Como quieras Paulina, me prendes.

    —Y tu a mi.

    Nos besamos, salimos del motel y me dirigi a su casa, ahora si la dejé en la puerta de su casa, ya que andaba con una mini falda muy corta y con una polera que translucia el sostén y obvio que lo ideal es que la menos cantidad de personas la vieran vestida asi.

    Continuará....
     
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  2. don-choclo

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    Relato excitante cabros con esa piola me lo imagine cada letra
     
  3. Conwok

    Conwok Usuario Casual nvl. 2
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    bueeena palomo!!! el goat
    tremendo relato!! entretenido y caliente como siemrpe, bien escrito!
    Buena cacha sacaste... entretenido los jugetes sexuales!

    Se agradece el aporte y esperamos continuacion!
     
  4. Bruenor.77

    Bruenor.77 Usuario Nuevo nvl. 1
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    Excelente relato de tu experiencia Palomo.