Caliente viaje a la playa (parte 4)

Tema en 'Relatos Eróticos' iniciado por Tangadicto, 15 Jul 2021.

  1. Tangadicto

    Tangadicto Usuario Nuevo nvl. 1
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    IV

    “Ay, ay, se está subiendo”, dijo Andrea llevando su boca hasta el agujero de la lata que destapó para mí, succionando la espuma con sus ojos clavados en los míos, como solía hacerlo cuando me lo chupaba. En esa misma tónica, cuando la espuma dejó de emanar desde la lata, deslizó la lengua sobre la superficie arrancando toda evidencia líquida. “Toma, Amor, la mía la dejaré en el suelo un ratito y la abriré más suave, ¿bueno? Recibí la lata, me erguí y dejé el pronunciado bulto de mi erección a merced de Andrea. “Permiso, voy a buscar el encendedor y los cigarros…mmm, no estos no son, parece un habano, pero está muy apretado: lo tiro y lo tiro y no sale. Además, se está mojando. Mejor lo dejo, si no después no va a prender, pero me lo quiero llevar a la boca. Ah, mira, encontré el encendedor y, ah, qué tonta, ahí estaban los cigarros. ¿Se te pasó un poquito el enojo? Espérame para que hagamos un salud”. Andrea bajó para alcanzar su cerveza y abusó nuevamente de su elongación, sin embargo, en esta ocasión, no descendió sin antes levantar el hilo que yo ya había tocado sobre el límite desbordado del elástico de su leggins, asegurándose de mantener mi excitación al máximo: “me voy a tomar de aquí, de esta manilla para no caerme cuando vayamos por el caminito ¿ya?. Bajemos, que me quiero bañar un rato”. Andrea tomó mi mano y dejó asomarse la parte de atrás de una micro tanga y caminó procurando que el vaivén de la carne de su culo siguiese siendo el centro de atención, pero esta vez solo para mí, ya no en búsqueda de validación de su sensualidad y de mi calentura al ver cómo se robaba las miradas de cuanto varón se nos cruzó. Cuando llegamos al sendero que nos conducía hasta la playa me recordó que se iba a tomar de mi verga, pero que el calzoncillo y el short pese a lo holgado no le permitían tomarlo bien, por lo tanto, debía bajármelo y dejar mi pene erecto, al aire, destinado a ser el bastón horizontal que daría equilibrio a su erótica dedicación en ese ardiente paseo. “Ya, pero voy a bajar a ver si viene alguien o si se ve que hay mucha gente abajo. Quiero que la playa sea tu escenario, tu pasarela. Quiero dejar registro de este show sexual. No, no sé ve gente y al parecer tampoco viene nadie subiendo”. “No, pero más allá viene una pareja de adultos como de la edad de mis papás, así que bajemos rápido”. Subí para constatar la presencia de esa pareja, quienes parecían residentes del sector. “Sí, vamos. Afírmate y atenta al camino”. Así fue como nos acercábamos cada vez más al lugar fijado para concretar las fantasías alimentadas todo el día la fascinante anatomía y cachonda actitud de Andrea, quien cada cierto tiempo me miraba con cara de deseo, cada vez más insinuante, especialmente, cuando sentía que la presión y los movimientos de su mano en mi miembro, derramaban gruesas gotas de semen del cual se desprendía bajando aún más sus leggins, esparciéndolos en sus nalgas. “Ya, esta parte es más complicada de bajar, así que pongámonos en actitud de no sacarnos la chucha, déjame pasar a mí primero”. Comencé a buscar el pasaje más accesible formado por las piedras que daban fin a sendero y nos dejaban en la arena. Di las indicaciones a Andrea y le extendí mi mano para que llegara sana y salvo a mis brazos, pero de mis manos no se iba a salvar, pues cuando aceleró el paso, frenó contra mi pecho y con su cola en mis palmas y mis dedos que no pudieron sino atenazarla y levantarla hasta que su cuello quedó a la altura de mi boca y su oído a merced de mis palabras que cobraban las suyas: la exhibición completa de su cuerpo con el microbikini, la eyaculación en la boca y el registro de alguno de esos momentos. ”¿Cuándo dije eso? Jajaja, las últimas dos las voy a pensar, quizás acá no, pero si en la pieza del hotel. Ya apurémonos que van a llegar los caballeros”. Andrea se despegó de mí, miró para ver si la pareja adulta nos alcanzaba y subió sus leggins, cubriendo el hilo dental.

    “Tanto que te perseguiste con los caballeros, oye, ¿por qué no te comportaste así con el auxiliar y el chofer?” la reprendí dando un fuerte agarrón, volviendo mi mirada hacia el final del sendero, al cual ya habían llegado nuestros acompañantes playeros. “¿Te acordaste acaso de esa vez que te venía manoseando de vuelta del almacén y cachamos que venía tu papá atrás? Jajajaj”.

    “Andrea, me tienes enfermo, ya pasamos el auto dado vuelta, los viejos se quedaron más allá, por fa, quiero verte, mírame, la sola idea me pone duro. Me tienes absolutamente loco, todo lo has hecho provocativamente, no hay manera de no pensar en tu cuerpo luciendo el souvenir brasileño. Tienes promesas que cumplir y yo fantasías que realizar: quiero sacarte fotos en poses calientes., acá mismo, apoyada en el auto y en muchas otras que se me están viniendo a la cabeza”. Andrea se rió, se dio vuelta y se apoyó en el auto dándome la espalda y moviendo su cola. “Saca el pareo de mi mochila y luego ven y bájamelos tú”. Cumplí su primera indicación, pero a mí manera, sin preguntarle que quería hacer con él, así que lo utilicé para cubrir su rostro, apuntalándola con mi verga erecta y obligándola a guardar silencio. Respirando agitadamente, desesperado por la tremenda excitación que había logrado, comencé a quitárselos, jalando su tanga, mordiendo sus cachetes, hundiendo mi cara para tratar de arrancar ese hilo de entre sus carnes. Andrea comenzó a gemir y a pedirme que le sacara el pareo de la cara, que quería ver mi cara de caliente. “Aún no has visto cómo es adelante. Suéltame y lo sabrás”. Había visto su vagina completamente depilada cuando la desnudé aquella primera vez que nos vimos el día que la fui a ver tras su regreso, pero esta vez, estaba cubierta por un triángulo ínfimo, solo un poco más ancho que el hilo que lucía entre sus glúteos. “Debí comprarlos apenas llegué para no quedar con marcas tan anchas de la tanga que usaba cuando íbamos a la playa con mi hermano y la Nadia”. “Me dijiste que los habías estrenado y que los usaste dos días. ¿Qué ocultas, Andrea? ¿Saliste sola?”

    “Es que no te había querido contar para que no te pasaras rollos, aunque difícilmente pensarías mal. Solo quise evitar sospechas y malos ratos”.
     
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