¿Hay vida después de la muerte? La vida no sabe nada de la muerte; su imperativo es perdurar. El fundamento de las creencias religiosas parece surgir de ese juego polar y trágico entre la vida y su final. ¿Pero acaso hay un fin? Los cultos tradicionales prometieron cielos indefinidos e ingenuos que no se corresponden con la vastedad y la complejidad de la existencia cósmica. ¿Hay un más allá de la muerte? Dentro de cincuenta años la mayor parte de los más de 6.000 millones de habitantes del planeta habrán muerto. Si no hay grandes conmociones y la cultura moderna occidental continúa expandiéndose, esa desaparición se volverá invisible. La muerte se ha convertido en un hecho oculto, íntimo y discreto, en una civilización que parece decidida a ignorarla. No hay tiempo para exequias o duelos: los teléfonos móviles no dejan de sonar en los entierros. La vida, que no quiere saber nada sobre su final inevitable, observa el futuro con gafas distorsionadas y pierde rápidamente la memoria. Aun las grandes figuras públicas se sumen en el olvido con increíble rapidez; después de todo, para la Naturaleza no cuentan los individuos sino la especie, los grandes números y el proceso de continuidad biológica. Si miramos hacia el pasado, la mayor parte del legado arquitectónico del mundo antiguo templos y tumbas, entre los que destacan sobre todo las pirámides de Egipto (MÁS ALLÁ, 222) tuvo como tema central la transitoriedad de la vida, la muerte y la firme creencia en algún tipo de Más Allá. Hace veinte milenios los primitivos neandertales enterraban piadosamente a sus muertos, hecho singular que avala la hipótesis de que la conciencia humana despertó con la comprensión de su propia finitud. Sólo los miembros de nuestra especie sufrimos horror y angustia extrema ante los cadáveres en descomposición de nuestros semejantes. En las pocas culturas arcaicas que sobreviven, los enterramientos de parientes cumplen el múltiple propósito de ocultar ese horror, preservar los huesos y mostrar respeto a la posible supervivencia de un doble psíquico o espiritual. Si hay algo común a todos los pueblos y a todas las tradiciones son las creencias en algún tipo de vida después del último suspiro. Cielos disímiles, infiernos eternos como el Hades griego, paraísos donde las huríes danzan para los héroes, promesas de resurrección de la carne en el antiguo Egipto o en el cristianismo, metempsicosis o transmigración animal en las creencias chamánicas, viaje al territorio de los antepasados en la antigua China, reencarnación en el hinduismo y el budismo... La variedad es enorme, como también lo son los cambios del imaginario a lo largo de los siglos. El más allá y la crisis religiosa En las versiones exotéricas de las tradiciones judeocristiana y musulmana, nacidas de un mismo tronco bíblico, la vida es una suerte de aprendizaje y prueba que conducirá a un premio o a un castigo póstumo y definitivo. En la ética de Perogrullo, los buenos irán al cielo y los malos se pudrirán en un infierno eterno. Esta ortodoxia no ofrece segundas oportunidades, pero tampoco consigue que los fieles sientan atracción por el cielo prometido. En la imaginación popular, una eternidad tocando el arpa junto al barbudo Dios Padre no es un premio que apasione después de tantas incógnitas, temores y sacrificios. Existe, por supuesto, un cuerpo teológico complejo detrás de estas versiones simples, un juego intelectual que tampoco alcanza a conciliar la promesa del cielo y la resurrección de la carne y el misterio del Dios exterior que nos excluye de su ser. Gran parte de la decadencia religiosa tradicional de los últimos tiempos reside no sólo en la pobreza de los cielos prometidos, sino en las doctrinas que preconizan el empobrecimiento y la devaluación de la vida (el valle de lágrimas) ante una muerte liberadora. Los humanos que anhelan la vida eterna y desestiman la mortificación de la carne han comenzado a huir de esos premios de beatitud perpetua, fantasmal y petrificada. El espíritu vital aspira a la intensidad, a la plenitud y a la duración; aspira a la inmortalidad consciente y sólo puede concebir la muerte como una transformación. Los siglos XIX y XX constituyeron quizá el mayor período de encuentro y fusión de creencias en la cultura occidental. Se produjo un trasvase no siempre feliz de filosofías de Oriente a Occidente, lo que dio origen a corrientes espiritualistas muy confusas que se mezclaron con la creencia popular de que el alma no sólo continuaba viviendo después de la muerte, sino que mantenía las características buenas y malas de su poseedor. Los muertos no sólo perduraban en una realidad extraña y ultraterrena, sino que podían actuar en el mundo real, manifestarse a través de hechos físicos o expresarse a través de cuerpos prestados para tal fin. El espiritismo fue un movimiento pseudocientífico que nació en Estados Unidos a mediados del siglo XIX y que más tarde derivó en sistemas filosófico-religiosos que alcanzaron gran difusión, como la Filosofía armónica creada por Andrew Jackson Davies, que publicó sus primeros escritos en 1844. El fenómeno espiritista se trasladó de forma casi fulminante a Europa; las escuelas espiritistas hicieron furor en Francia e Inglaterra y crecieron exponencialmente en la Rusia prerrevolucionaria, hasta tal punto que Lenin dedicó muchos de sus escritos a contrarrestar su influencia política. Era la época de las mesas que bailaban, de las sustancias ectoplasmáticas, de las fotografías de presuntos espectros y de la fascinación morbosa por el Más Allá. Aunque la mayor parte de las sesiones constituían un fraude, otras abrían inquietantes hipótesis sobre la supervivencia del alma: algunos espíritus desencarnados relataban hechos que sólo el muerto podía haber conocido. ¿Significaba eso que el médium era ocupado por el difunto o que accedía, sin saberlo, a una fuente de información o memoria impersonal? Y, si era así, ¿por qué surgían regularmente temas o datos no resueltos sobre la muerte o aspectos de la vida que estaban pendientes de resolución? Si bien algunas asombrosas respuestas de los muertos convencieron a muchos notables investigadores sobre la supervivencia psíquica después de la muerte, el hecho de que los espíritus no pudiesen dar cuenta de en qué mundo estaban o cómo era el lugar donde supuestamente permanecían volvía a oscurecer toda la cuestión. Respuestas vagas como en la luz o en las sombras no apuntaban a un Más Allá coherente, sino a una esfera de disolución psíquica y una extraña supervivencia de memorias, semejante a las descripciones del Bardo Thodol o Libro tibetano de los muertos. ¿Se trataba de un purgatorio? En 1854 el francés Hippolyte Léon Denizard Rivail, que firmaba como Allan Kardec, incorporó la idea oriental de reencarnación a la doctrina espiritista. Esta orientalización alcanzaría su máxima expresión en las obras de la fundadora de la Sociedad Teosófica, la rusa Helena Petrovna Blavatsky (MÁS ALLÁ, 146 y 175), que afirmaba recibir mensajes y enseñanzas de maestros espirituales desencarnados los mahatmas sobre el origen y el destino final de la humanidad. Helena Blavatsky En realidad, el ideario de Blavatsky sólo tomó de la cantera hindú la terminología y las creencias superficiales, pero construyó un sistema que parecía responder a las preguntas más angustiantes sobre el destino último de los espíritus o las almas. Su Doctrina secreta pretendía aclarar todos los misterios y, por tanto, tranquilizar a sus creyentes. Extendía una garantía de origen sobre el carácter inmortal e inevitablemente evolucionista del alma humana: que reencarnaría todas las veces que fueran necesarias hasta alcanzar la sabiduría divina. Pero Blavatsky no fue muy precisa al describir en qué consistía esta sabiduría con la que concluiría el ciclo. Era un juego que prometía, como muchas religiones, un premio final. ¿Pero acaso hay un fin? El desencanto por los trasmundos de las religiones tradicionales no fue reemplazado por las doctrinas espiritualistas ni por las experiencias espiritistas. No seducían los cielos con final congelado, ni era atractivo convertirse en un fantasma o en un espectro que podía manifestarse de forma ectoplasmática en sesiones mediúmnicas. Quizá lo que más asusta a quienes reflexionan sobre la muerte es la idea de una supervivencia fantasmal y saberse muerto e impotente para establecer relaciones con el mundo de los vivos. Pero, si no se cree en un después, resulta absurdo sentir angustia por disolverse en una nada sin retorno. ¿Quién se enteraría? La ignorancia del después no fue disipada por la casuística de las Experiencias Cercanas a la Muerte (ECM), que hicieron furor en la década de 1980. Las investigaciones y los testimonios recopilados por Raymond Moody (y Elizabeth Kübler-Ross sostenían que las ECM eran vivencias de personas que habían retornado de la muerte trayendo información que procedía del otro lado. Pero realmente ninguno de todos los que decían haber penetrado en un túnel de luz y visualizado o entablado diálogo con seres celestiales o con parientes amados fallecidos habían sufrido muerte cerebral. Sin duda se vieron sumidos en una situación psíquica dramática y extraordinaria, pero no atravesaron la línea sin retorno. No obstante, haber sentido una paz y un amor de enorme intensidad durante la experiencia borró todo temor a la muerte. Al regresar los inundó un sentimiento de seguridad y confianza que los llevó después a dar un nuevo sentido a sus propias vidas. Los neurofisiólogos opinan que el organismo posee un sofisticado arsenal de sustancias alucinógenas y tranquilizantes que bloquean el dolor y la angustia final. Si bien los testimonios de ECM no constituyen una prueba fehaciente de nuestra continuidad en el Más Allá, tampoco sirve para negarla el argumento científico que atribuye lo experimentado a causas químicas. Todo fenómeno psíquico tiene su correlato químico o eléctrico en el cerebro, lo que no puede ser interpretado como causa o fundamento de lo vivido. Para apoyar la hipótesis del alma como un campo psíquico que puede existir con independencia del cuerpo físico, las ECM fueron homologadas a las Experiencias Extracorpóreas (EEC), un fenómeno que suele acontecer bajo anestesia en intervenciones quirúrgicas. Quienes lo experimentan pueden verse a sí mismos tendidos en la mesa de operaciones, observar la tarea de los cirujanos y escuchar las conversaciones. Tienen la clara sensación de estar fuera del cuerpo contemplando lo que ocurre desde cierta altura. Lo que relatan al despertar se corresponde exactamente con los detalles de la intervención. El interrogante que plantean las EEC es si la percepción puede producirse sin conexión con el cerebro o, más aún, si la mente puede existir sin base física. Aunque a priori parezca que sí, mirada con detalle la EEC muestra que, si bien expresa una capacidad desconocida de la mente para ampliar su capacidad de percepción y para reubicarse en el espacio, lo visto y oído ha seguido los patrones de decodificación sensorial del cerebro humano, lo cual indica que éste ha participado del fenómeno. La forma en que los sentidos pueden extenderse espacialmente y seguir operando a través del cerebro constituye un gran misterio. Se ha constatado que el aislamiento sensorial tapar los oídos, vendar los ojos es burlado por algunos individuos que pueden ver u oír a pesar de los bloqueos. Pero podrían hacerlo... ¿sin participación del cerebro? ¿Puede existir una mente independiente del cerebro? Lo inexplicable La hipótesis de que la memoria se almacena en el cerebro, como lo hace en el disco duro de los ordenadores, suponía que el deterioro o la muerte cerebral debían destruir también los registros, la identidad y la conciencia. Pero todos los estudios destinados a encontrar localizaciones específicas para los recuerdos arrojaron resultados negativos. La destrucción de zonas cerebrales en ratas y monos mostró que, si bien por un tiempo eran incapaces de recordar tareas aprendidas y ejecutar determinadas acciones, pasado un período de tiempo determinado las habilidades reaparecían. Sólo si se llevaban a cabo grandes destrucciones de tejido no había posibilidad de recuperación y, menos aún, lo que era obvio, de respuesta funcional. Por otra parte, la idea de conservación física de la memoria tampoco resistía la evidencia de la continua renovación molecular. En días, o a lo sumo en meses, la totalidad de la materia cerebral era reemplazada por otra. ¿Cómo podrían conservarse recuerdos grabados en moléculas transitorias? La certeza de que no había una localización específica y que era improbable una transmisión física del recuerdo, derivó en la hipótesis de un campo o banco sutil de información que se expresaría, o actuaría, a través del cerebro. Un ejemplo burdo de esta función fue la semejanza que podía establecerse con un receptor de televisión que traduce en sonido e imágenes información no contenida en sus circuitos. Pero, a su vez, el cerebro actuaba como transmisor al banco de memoria procesando la información procedente del exterior y del cuerpo. ¿Cómo se creaba la memoria y, sobre ella, la personalidad, el ego y la conciencia? Sin duda, el campo inmaterial no localizable iba más allá de un órgano; abarcaba todo el cuerpo, mantenía la continuidad de sus formas y funciones a pesar de la renovación molecular y se prolongaba en el territorio más vasto de la realidad exterior presente y pasada. Correspondía entonces hablar de un campo individual jerarquizado de información que emerge dentro de un megacampo universal o cósmico. Llegados a este punto, la comprobación científica no puede avanzar con certezas verificables. Donde concluye la detección de energías comienza el debate filosófico, la deducción, la inferencia y el testimonio de lo inexplicable. Lo inmaterial, que está presente en la estructura fantasmal de los átomos y parece gobernarlos, es también uno de los dos términos inseparables del fenómeno singular de la vida. No hay forma de saber científicamente si el campo psíquico puede continuar existiendo en una zona virtual cuando el dedo de Dios, o del Universo, aprieta el off del cuerpo físico, interrumpe su energía y disgrega sus elementos. Realidades suprafísicas Los ancianos suelen tener recuerdos vívidos, intensos y a veces casi reales de su temprana infancia. Bajo hipnosis muchas experiencias pasadas son revividas en sus más ínfimos detalles y quien fabrica esta experiencia cree que los sucesos son verdaderos. La mente puede remontar la corriente del tiempo y descubrir que, de un modo misterioso y alucinante, todo aquello que percibieron los cinco sentidos permanece allí. Pero ¿qué es allí? ¿Dónde está allí? La famosa obra del doctor Ian Stevenson Veinte casos que hacen creer en la reencarnación indujo a muchos a afirmar que esa rigurosa investigación aportaba datos irrebatibles. No había coincidencias, sino una masa de evidencia testimonial abrumadora. Lo recordado por aquéllos que decían ser la reencarnación de otra persona pudo ser completamente verificado. No había engaño ni posibilidad de error. Pero aun así no era prueba suficiente de reencarnación, porque cabían otras hipótesis no menos desconcertantes. ¿Era posible que algunas mentes pudieran ser vehículos involuntarios de campos psíquicos del pasado? O, en el caso de las regresiones premeditadas, ¿se podía afirmar que los recuerdos de pasadas existencias inducidos bajo hipnosis eran propios? En ambos interrogantes la duda remitía a otras preguntas insolubles. ¿Existe una memoria virtual absoluta a la que se puede acceder en estados alterados de conciencia? ¿Pueden provenir los recuerdos personales de la intromisión oportunista de campos psíquicos antiguos, aislados e incomunicados en otra dimensión? Carl Jung Para ser más precisos, ¿la intromisión responde a la intención activa de una mente que de alguna forma ha sobrevivido a la muerte? En su libro de memorias, el psiquiatra Carl Gustav Jung pudo desprenderse de toda limitación científica y dar su visión personal sobre este tema. Jung creía que la mente sobrevivía a la muerte y continuaba existiendo en una zona fuera del tiempo y de la realidad visible. Los muertos podían comunicarse entre sí, mantenían sus recuerdos y se enteraban de la marcha del mundo por los fallecidos recién llegados. Con matices, la visión de Jung se asemejaba a la que sostienen chamanes, magos y lamas del Tíbet, salvo que para estos últimos ese aislamiento puede ser roto accidental o voluntariamente por los campos psíquicos afines de los vivos. El viaje chamánico a las dimensiones de los espíritus, las exploraciones a los bardos de la muerte por parte de los lamas y los mundos superiores de los budas parecen surgir de un entrenamiento psíquico que los habilita para manejarse en diferentes niveles de una misma y extraña realidad. La mente encarnada podría contactar con las mentes desencarnadas porque ambas son expresiones diferentes de la vida en general. Para los taoístas, el espíritu de las personas muertas se reabsorbe en alguna zona inconsciente del espíritu de los vivos. El inconsciente posee así un espacio virtual, la Tierra de los Antepasados, donde se conserva la memoria ancestral. De esta forma, el Círculo de la Vida no se agota con la disolución física y mantiene un potencial de retorno y de transformación. En la intuición de Jung, como en la filosofía taoísta y en algunas escuelas del budismo tibetano, el Universo y sus múltiples dimensiones y realidades se reciclan a perpetuidad. Desde esta perspectiva, la Vida y la Conciencia individuales, que son Espíritu, podrían transformarse y sumirse en el olvido de lo que fueron, pero no sufren una muerte definitiva. Cuando se hace balance entre los argumentos que sostienen quienes creen en la continuidad de la vida tras la muerte física y quienes opinan lo opuesto, lo que aparece es un agrandamiento del misterio. ¿Quién posee pruebas definitivas en uno o en otro sentido? Lo que sí resulta claro para todos es que hay un más allá de lo visible y lo energético en el que no podemos penetrar con los sentidos convencionales y que no podemos detectar con ninguna clase de artilugio material. En un nivel teórico, los físicos postulan dimensiones contiguas y realidades paralelas: otros mundos, otros tiempos y otras formas de existencia. Un mayor número de dimensiones implica realidades más complejas y más ricas en posibilidades. No sabemos si el espíritu o la mente que nos anima puede fluir a una dimensión superior y renacer bajo otra forma de vida. No sabemos si el juego continuará en este mismo mundo o en cualquier otro. En todo caso, el anhelo de eternidad es inseparable del impulso cósmico que expresan la vida y la conciencia. ¿Miedo a la muerte o incomprensión de la vida? Los más fervientes defensores de la muerte definitiva y de la nada se sienten muy afectados ante cualquier noticia que apuntale lo contrario. Lo que más temen no es la muerte en sí, sino suponer una aterradora continuidad en territorios desconocidos y frente a entidades incomprensibles. El temor prefiere la nada a otra forma de vida. En el campo de las tradiciones religiosas no existen explicaciones que den cuenta del profundo misterio que encierra la complejidad de la vida orgánica, su origen y su significado. En todo caso, se acepta el creacionismo ingenuo, Dios o Brahma, o la vocación de la materia para organizarse. La metafísica ignora, porque afirma que no es su territorio, la colosal inteligencia constructiva que forma y estructura los seres vivientes. Peor aún, la mayoría de esas tradiciones observa la vida como un castigo, una maldición o una caída del espíritu en la densidad del mundo. Ese dualismo separador de contenido y continente crea un abismo difícil de salvar si se busca el significado o el sentido de lo viviente. La devaluación de la vida, idea común a las tradiciones bíblicas y a muchas ramas del hinduismo, no se encuentra ni en el primitivo paganismo ni en la profunda filosofía del taoísmo. Son tradiciones que sacralizan la Naturaleza y la inscriben en un sentido cósmico impregnado y movilizado por la Gran Vida, por el Tao. Insondable en su misterio de origen, la vida aspira a ascender a esferas más altas de conciencia, y lo hace orgánicamente dentro de un Todo inteligente. En el fondo de las creencias del paganismo arcaico o en la filosofía taoísta existe una enorme confianza en el destino y en la supervivencia eterna de los seres porque el Tao, el Gran Sentido, es inherente a todos y es su esencia más profunda. Retorno del pasado: Recuerdo del futuro La inquietante intuición del escritor H. P. Lovecraft se expresó en relatos que, como La sombra fuera del tiempo y otras narraciones magistrales, describían la irrupción onírica de memorias que parecían recrear eras arcaicas. Aunque la presencia activa del pasado como campos mórficos en la continuidad de las formas biológicas es una hipótesis científica bastante difundida y aceptada, no sucede lo mismo en el terreno de la psicología. A excepción del inconsciente colectivo y los arquetipos de Jung, los recuerdos atípicos son observados como creaciones de la imaginación. No obstante, la casuística registra casos de personas que se recuerdan bajo otras formas físicas, como *****poides primitivos, animales o reptiles y, lo que es más inquietante, como seres que han vivido en otros mundos. HP Lovecraft Lovecraft, al igual que otros artistas sensibles a las manifestaciones de lo desconocido, imaginó que las mentes de los infinitos seres que pueden poblar el Universo podían atravesar las barreras del tiempo y las dimensiones no visibles para continuar existiendo y actuando después de su muerte. Sugirió además que, en los extensos tiempos de los ciclos cósmicos, otras culturas y civilizaciones habían emergido y desaparecido en incontables mundos. Quizá, aunque no lo sepamos, en los abismos ocultos de nuestra propia mente quedan vestigios de aquello que pudimos haber encarnado en otras realidades del espacio y del tiempo y que podría retornar como fuerzas, conocimientos y tendencias psíquicas que pugnan por volver a la luz.
que lata leer xD pero yo creo que si, reencarnamos en este mismo universo o nacemos de nuevo en un universo paralelo
me dio paja a leer pero por el titulo cashe de ke ablai xD yo kreeo que al morir reencarnamos en otra personaa kisas..al otro lado del planeta
aaaah que buen tema loco! todo indica que después de la muerte hay algo mas... ¿que es?... todo un misterio
te mueres..y tu cuerpo descanza...duermes eternamente,,.no existe q te reencarnas en otra vida..esa otra vida es independiente....
porsupuesto que no wn... una persona tiene toda su forma de ser y todo wn en su cerebro y si deja de funcionar es obvio que no sigue po weon xd