Diego Portales Palazuelos, el Forjador de la Patria.

Tema en 'Historia' iniciado por Levtraru, 23 Ene 2013.

  1. Levtraru

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    Diego Portales, el hombre y su legado político.

    Antecedentes biográficos.
    Portales, como Carrera, nació en el seno de la alta aristocracia criolla de las postrimerías del siglo XVIII. Por las venas de su padre, el superintendente de la Casa de Moneda, don José Santiago Portales, "hombre tan ardoroso de carácter como festivo de humor", aunque de origen burgalés, corría abundante la sangre vasca, pues era hijo de don Diego Antonio Portales e Irarrázaval y de doña Teresa Larraín Lecaros. El primero tuvo a su turno por padres al peruano don José de Portales Meneses y a doña Catalina Irarrázaval y Bravo de Saravia. Don Diego Portales era, en consecuencia, nieto en cuarto grado de don Francisco Meneses, gobernador de Chile entre 1664 y 1668, y en quinto, del presidente don Melchor Bravo de Saravia. Por línea paterna confluían en él la antigua sangre de los conquistadores y la vasca, que dominó en la aristocracia de los siglos XVIII Y XIX.

    Su madre, doña María Encarnación Fernández de Palazuelos, era hija del español don Pedro Fernández de Palazuelos y Ruiz de Ceballos y de doña Josefa de Aldunate y Acevedo Borja, nieta en segundo grado de doña Isabel de Borja.

    Su padre, agobiado por el peso excesivo de veintitrés hijos, destinó a don Diego a la carrera eclesiástica, a fin de que gozara de la renta de capellán de la Casa de Moneda. Estudió humanidades en el aula de mayores del latinista Luján, donde demostró una predilección por el latín que debía conservar a través de su azarosa existencia. Pasó enseguida al Colegio Colorado; y al abrirse el Instituto, ingresó a este establecimiento, el 30 de agosto de 1813, a cursar derecho natural y de gente. Más tarde, para complacer a su padre, estudió derecho romano, bajo la dirección de su amigo y condiscípulo, don José Gabriel Palma. Casi al mismo tiempo, aprendió la docimasia con el químico Brochero, y en 1817 se recibió de ensayador de la Casa de Moneda.

    Aparte de sus travesuras, que quedaron legendarias, Portales llamó la atención de maestros y condiscípulos por su vivacidad intelectual. Asimilaba todas las materias con una rapidez sorprendente. Fue don Diego Portales - dice su condiscípulo don Miguel de la Barra - "el primero de todos sus colegas en disposiciones naturales". Don José Miguel Infante, uno de los examinadores en la prueba que rindió para graduarse de ensayador, quedó tan impresionado con el deslumbrador ingenio del examinando que, en 1838, cuando ya Portales no existía, escribió: "La noticia anticipada de sus distinguidos talentos y del genio que comenzó a desplegar desde la infancia nos movió a indicar a su respetable padre cuanto convendría continuar su carrera literaria".

    La juventud de Portales se meció en el ambiente revolucionario de 1810. Como hemos visto, los acontecimientos llevaron a su padre, el 24 de enero de 1812, al cargo de vocal de una de las juntas de gobierno organizadas por Carrera, y al presidio de Juan Fernández, después del desastre de Rancagua. El ardor de las ideas revolucionarias de su madre, doña María Palazuelos, obligó a Marcó a encerrada en un convento. Sin embargo, lo mismo que don Juan Manuel de Rosas, permaneció espectador frío en medio del ambiente caldeado de su hogar. La pasión por su prima doña Josefa Portales y Larraín, con quien casó el 15 de agosto de 1819, acaparaba todos sus sentimientos. Su vocación política aún no había nacido.

    Sobrevino la gran crisis de la vida de Portales, la que debía decidir de su destino y del curso de la historia del pueblo chileno. En junio de 1821 moría doña Josefa Portales Larrain. Su único hijo la había precedido en el sepulcro. La pérdida de la mujer que amó con la pasión de un místico y el ardor de su temperamento sensual, le produjo una impresión tan profunda que removió el fondo intimo de su estructura moral y afectiva. La intuición mística de la nada de la vida, estalló a la vista del cadáver de la mujer que había simbolizado para él la gracia y la belleza física y moral. La crisis se canalizó en una racha mística de corta duración. Se abismó en la religión. Paladea gota a gota sus sensaciones; se confiesa casi a diario y se encierra a entonar, con voz acentuada y fino oído, los cantos litúrgicos. Cuando, pasados algunos meses, su padre le instó para que se casase nuevamente, le contestó en una carta, que ha llegado a nosotros trunca y sin fecha: "Amado padre: con el correr de los días, que cada vez me son más penosos, la ausencia eterna de Chepita no ha hecho más que aumentar la pena que me aflige. Tengo el alma destrozada, no encontrando sino en la religión el consuelo que mi corazón necesita. He llegado a persuadirme de que no pudiendo volver a contraer esponsales por el dolor constante que siempre me causará el recuerdo de mi santa mujer, por la comparación de una dicha tan pura como fue la mía con otra que no sea la misma, no me queda otro camino mejor que entregarme a las prácticas devotas, vistiendo el hábito de algún convento. Con ello conseguiría olvidar lo que, como hombre, todavía no consigo ni creo conseguir jamás: dejar en el olvido el recuerdo de mi dulce Chepa. Por eso sus empeños para que contraiga nuevamente, me parecen algo así como un consejo terrible y por lo mismo inaceptable. Viviré siempre en el celibato, que Dios ha querido depararme, después de haber gozado de una dicha infinita. Crea usted que las mujeres no existen para mi destrozado corazón; prefiero Dios y la oración antes de tentar seguir el camino que inicié con tanta felicidad y que bien pudiera serme fatal después por si ... " (incompleta).

    Pero había en Portales un exceso de energía vital, una necesidad de acción, que el misticismo pasivo no podía consumir. Jamás, aun nacido en el siglo clásico de la fe y de la renunciación, habría consumido su existencia en el fondo de un claustro. El casillero místico se cerró bruscamente, para no reabrirse ni en la hora suprema del martirio. Nunca se creyó instrumento de los designios de la providencia. No buscó en ella la justificación interior de sus actos, ni encontró, como otros genios de la acción, complacencia en paladear místicamente sus concepciones realistas.

    Por una aberración entre los estímulos y las aptitudes, Portales se creyó siempre comerciante, a pesar de sus repetidos fracasos. Nada más extraño a su sicologia que el clásico ideal vasco de acumular dinero para labrarse una posición respetable. Pero también nada más lejos de ella que la inconsciencia andaluza de la vida material. El dinero por el dinero o por la influencia que procura, lo deja frío. Arrojó en la revolución, dejando consternados a Benavente y a todos sus amigos, los últimos restos de su caudal, y enseguida rechazó no sólo las ventajas que espontáneamente le brindaba su encumbramiento, sino también los sueldos que le eran indispensables para vivir. Dictador omnipotente, le faltó un día el dinero para comprar cigarros.

    Pero este desprendimiento es generosidad y valor moral y no inconsciencia. Al borde de la quiebra, ante la posibilidad de afectar a otros o de tener que pesar sobre sus amigos o sobre la nación, recomienda y practica minuciosas economías. El 4 de marzo de 1832, escribía a Garfias: "Vivo en la mayor incomodidad: por tres mesitas, un catre ordinario de madera y una docena de sillas de palo, estaba pagando $ 24 mensuales. Tan luego como lo supe, hará ocho días, hice entregar los muebles inmediatamente a su dueño, y mi casa se va pareciendo a la de don Siritica. No estoy en estado de comprar muebles".

    Su giro comercial había empezado en 1820, asociado a don José Manuel Cea, cuando aún era ensayador de la Casa de Moneda. El móvil es al principio el deseo de alcanzar la independencia, de levantar el propio peso. Su carácter se avenía mal con la regularidad y la subordinación de los empleos. Ya viudo, pasó al primer plano la necesidad de aturdirse, la reacción de la voluntad sobre los sentimientos. El 30 de julio de 1821 renunció a su empleo en la Casa de Moneda; y el 6 de septiembre del mismo año se embarcó para el Callao en la goleta "Hermosa Chilena", en compañía de su socio, con el propósito de vender en el Perú artículos chilenos y remitir a Chile productos tropicales. Cea se quedó en el Callao y Portales se estableció en Lima.

    Los disturbios interiores del Perú y la irregularidad de los transportes pusieron el negocio al borde de la quiebra. El auxilio de su padre la evitó, pero la empresa había concluido. En carta de 6 de diciembre de 1822, dice a Cea: "Nos retiramos de la tierra del oro más pobres que cuando salimos de la tierra de las miserias. Dejamos, en cambio, hijos, amores, una reputación sobrada y un crédito lleno de dignidad. ¿Qué pueden pedir los hombres de verdadera honradez? Usted y yo vamos ciegos al futuro, pero confiando en nuestra propia fuerza e inteligencia lucharemos hasta conseguir nuestra felicidad". A fines de 1822 o en los primeros días de 1823, estaba en Chile de regreso.

    Año y medio más tarde, el 20 de agosto de 1824, siempre asociado a Cea, contrató con el fisco chileno el estanco del tabaco y de otras especies. Conocemos el desarrollo y el desenlace de esta negociación y su influencia en los sucesos políticos de 1829-1830.

    En el arriendo del estanco, ya asoma en Portales la embriaguez de la organización, del manejo de los hombres y de la lucha contra las dificultades.

    La conmoción producida por la muerte de la mujer amada determinó un trastorno que debía dominar en lo sucesivo su vida afectiva sexual, cegando para siempre las fuentes del amor espiritual. En adelante la mujer sólo fue para él una exigencia de su temperamento sensual. Constanza de Nordenflycht, jovencita huérfana de dieciséis años, de rara belleza, que vivía al Iado de su tía abuela materna, la marquesa de Cañada Hermosa, conoció a Portales a su regreso del Perú y contrajo por él una violenta pasión. En 1832, la señora Nordenfiycht estuvo a las puertas de la muerte; y Portales escribió a Gamas, pidiéndole que se casara en representación suya en articulo de muerte, a fin de legitimar los dos hijos nacidos a la fecha. Con este motivo le dice: "Debo prevenirle que, formada mi firme resolución de morir soltero, no he tenido embarazo y he estado siempre determinado a dar el paso que hoy le encargo; pero con la precisa calidad de que la enferma no dé ya, si es posible, señales de vida yo no tendría consuelo en la vida y me desesperaría si me viera casado ", "y me avanzo a aconsejarle que, si es posible, se case, a mi nombre, después de muerta la consorte: creo que no faltaría a su honradez consintiendo en un engaño que a nadie perjudica y que va a hacer bien a unas infelices e inocentes criaturas...". (Doña Constanza de Nordenflycht falleció el 23 de julio de 1837, nueve días después de llegar los restos de Portales a Santiago. Un rescripto expedido el 31 de agosto de 1837, en uso de la antigua potestad real, que se supuso transferida a los presidentes de Chile, legitimó a los tres hij05 de don Diego Portales y de doña Constanza de Nordenflycht: Rosalía, nacida en Santiago en 20 de septiembre de 1824; Ricardo, nacido en la misma ciudad en 1827, y Juan Santiago, en Valparaíso, el 24 de julio de 1833.)

    No se trata de una distancia personal. Es una aversión al matrimonio mismo. La sacudida de su alma excesiva en todo, fue demasiado honda. El matrimonio le recuerda la catástrofe que ahogó en ciernes su vida afectiva. En una ocasión escribió: "El santo estado del matrimonio es el santo estado de los tontos"; y en 1835, decía a Gamas: "Mucho me alegro de todos los matrimonios que usted me ha comunicado, porque necesitamos población. Que siga la veta, con tal que usted se mantenga cuerdo y no se pegue en la liga".

    Una vena que hasta el momento de su viudez parece dormida, se despertó por la violencia del sacudón moral. De don Francisco Meneses, su ascendiente en quinto grado. cuenta fray Juan de Jesús María "que se entretenía en pasatiempos viciosos y en ir a bailar en todas las fiestas y casamientos que se ofrecían. aunque fuesen en casas de hombres plebeyos y mecánicos... " La remolienda en el sentido criollo, contenida dentro de ciertos limites. se convirtió en una necesidad del temperamento de Portales. "A su regreso a Chile -dice Vicuña Mackenna- tarareaba de primor la zamacueca, y muchas veces dando suelta a su genio naturalmente retozón, poníase a danzarla él mismo, sin más compañera que la que su recuerdo le pintaba allá en las saturnales de Malambo."

    Años más tarde, siendo ministro universal de Ovalle, en 1830, abrumado por una labor administrativa que tres hombres normales habrían encontrado pesada, dedicaba una noche a la semana a su diversión favorita. Se reunía con sus amigos íntimos y amigas alegres en una casa de la calle de Las Ramadas que denominaban "la Filarmónica", por ironía para el salón de igual nombre donde se congregaba la alta sociedad de Santiago. Pasaban la noche al son del arpa y de la vihuela; pero la tertulia nunca degeneraba en orgía. Portales jamás bebió. Su gusto era animar la reunión tamboreando en el arpa.

    Durante su residencia en "El Rayado" distraía su vida solitaria con pasatiempos análogos. "Con los mismos mozos de Larraín - escribe Gamas. el 19 de febrero de 1835 - mándeme una guitarra hecha en el país, que sea decentita, de muy buenas voces, blanda, bien encordada y con una encordadura de repuesto. Le prevengo que no quiero guitarra extranjera, sino de unas que he visto muy decentes hechas en Santiago, y cuyo precio es de 5 a 6 pesos." Cuando cerraba la noche, solía hacer disparar un volador, que era la señal convenida con las niñas del pueblo, de que había recepción, esto es, baile y chicoleo en la casa de "El Rayado". El mismo rasgueaba la guitarra y durante cierto tiempo, tuvo alojada la banda de uno de los batallones cívicos de Valparaíso.
     
    #1 Levtraru, 23 Ene 2013
    Última edición: 23 Ene 2013
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    Temperamento y carácter.

    Bajo su complexión fina, casi frágil, hervía en Portales una vitalidad exuberante, que desde la niñez se desbordó en variadas direcciones. Primero las travesuras, generalmente ingeniosas, pero con frecuencia crueles. En el Colegio Colorado quiebra las ollas de la cocina para provocar un asueto general. Otro día en que su padre salía en calesa, calienta el sombrero de lata barnizada que usaba el "Come Sapos", paje negro de la calesa, y se lo coloca arteramente, chamuscándole la cabellera. Asustando a Bustamante, sirviente algo cándido de la Casa de Moneda, con una falsa orden de prisión del coronel Reina, lo indujo a esconderse en las maritanas del laboratorio, tapó el desagüe y soltó el agua hasta que le llegó a los labios, gozándose en la desesperación y los gritos del infeliz portero.

    La irritabilidad de su carácter, reflejo de su temperamento, se advierte desde muy temprano y le acompaño durante su existencia. Años más tarde decía de sí mismo: "Los actos de intemperancia que se me hayan notado, nunca han nacido de otra causa que de la irritabilidad de mi temperamento".

    La extrema vivacidad de su temperamento, uniéndose a su repugnancia invencible por lo convencional y por la hipocresía, le impidió siempre embutirse en la librea del hombre grave, circunspecto y ponderado que constituía el ideal aristocrático. Tuviéronlo por raro sus contemporáneos; y el acuerdo con la aristocracia sólo se produjo bajo la presión del terror a la anarquía, concediéndole el derecho "a cosas", o sea a genialidades. "Cosas de Portales", es una expresión corriente entre sus partidarios.

    La excesiva vivacidad de su temperamento lo llevaba con frecuencia a entusiasmos que iban más allá de la prudencia y a reacciones igualmente exageradas, que recuerdan la neurosis de su lejano abuelo, el gobernador de Chile don Francisco Meneses. Estos arranques quedaban confinados en el dominio de los sentimientos. Portales nunca se engañó sobre las aptitudes de los hombres. Cuando sobrevenía el choque y la venda sentimental caía, desahogaba el desengaño del corazón en frases mordaces, a veces de rara agudeza sicológica, que no reflejaban rencor ni verdadero odio. Después de romper con Gandarillas, se expresa de él en estos términos: "El pobre tuerto Gandarillas está en 'El Monte', hecho una fiera conmigo. Su estupidez y ceguedad llega hasta el extremo de afirmar y estar cerrado en que yo soy el autor de los artículos de 'El Mercurio', y dice que lo sabe positivamente. Compadezcamos a este pobre hombre, y deseemos que restablezca su salud para alivio de su familia. Dice que yo quiero algo más que mandar, pues pretendo mandar al que manda".

    Su generosidad de alma se extendía a sus enemigos. El hombre amparaba y auxiliaba a los mismos reos que el gobernante castigó. "Cuando iba a terminar cada mes - cuenta don Diego Tagle -, me llamaba a su oficina, me indicaba la seña de la casa de alguno de sus prisioneros, y me decía: 'Lleva esas dos onzas a la señora X; tiene mucha familia, ya debe estar muy necesitada, se las entregas en nombre de una señora caritativa y te retiras sin decir una palabra más. Al día siguiente, recibía don Diego Tagle igual comisión para visitar a otra de las esposas de los prisioneros de Portales. Creía el señor Tagle que el ministro invertía en sus donaciones todo su sueldo y parte de su renta personal." Hechos análogos aparecen a cada paso en su azarosa actuación.

    Esta generosidad de alma forma un violento contraste con la dureza del gobernante. Es que esta última era un corolario de su concepto de la sanción, una necesidad impuesta por el bien público, y no un reflejo de los sentimientos.

    El rasgo de Portales que más hirió la atención de sus contemporáneos, después de su ardor cívico, fue la causticidad de su ingenio burlesco, sus chanzas y sus bufonadas. Su mordacidad, al cebarse en los figurones (personajes graves) de la época, hizo recordar más de una vez a Carrera. En 1822, cuando aún era simple comerciante, don Baltasar Ureta, carrerino fanático, al llegar desterrado a Montevideo, llevó a don Diego José Benavente la noticia de haber aparecido en Chile otro don José Miguel Carrera, que se llamaba Diego Portales. Pero la sátira, amarga y envenenada de odio en Carrera, toma en Portales una forma ligera y festiva, que va desde la chocarrería hasta la saeta aguda que se clava en las flaquezas de amigos y de adversarios.

    Otras veces la causticidad se tomaba cruel, implacable. Con una frase o con una anécdota, que jamás erraba el blanco, hacia más destrozos que una campaña de desprestigio. Véase el retrato del obispo Cienfuegos. Para que sea completo sólo falta añadirle algunos renglones del activo, que Portales, hasta por estética, debía preferir desde el punto de vista en que lo enfocó: su admirable caridad y la pureza de su vida privada: "Por lo que respecta a Cienfuegos, su presentación equivale a la destrucción del orden eclesiástico: este viejo mentecato dejó correr los vicios de los encargados de dar buen ejemplo en el tiempo que gobernó el obispado de Santiago; él tiene la mayor parte de la culpa en la relajación de los curas que se desplegó en aquella época: sin carácter y sin ese espíritu de justificación tan necesario a los de su clase, le hemos visto protegiendo criminales, cambiando de opiniones, según se lo ha aconsejado su conveniencia, y nunca castigando los crímenes más inauditos que siempre trató de enterrar, porque era incapaz de tomar una providencia seria. En fin, él no piensa más que en honores y distinciones, y a cambio de adquirirlos y conservarlos, creo que no se vería embarazado por negar un articulo de fe. Véalo usted, siempre ocupado de sí mismo y de sus conversaciones con el Papa y el ministro de Su Santidad, hablando siempre de las consideraciones que se le dispensaron en la corte romana, y su desprendimiento para el vestido morado, que ha ansiado siempre y tras del que ha hecho exclusivamente dos viajes a Roma, que no habría hecho en su edad ni para obtener el Papado. Véalo usted votando en el congreso del 26 por que fuese popular la elección de los párrocos, y todo con el objeto de congraciarse con los diputados de aquel tiempo, para que cooperasen a saciar su ambición. Le he delatado con él en un cuerpo y puedo asegurar, que a más de torpe es leso, muy leso, ridículo y muy acreedor al epíteto de Ña Tomasita, con que es conocido".

    La correspondencia de Portales está salpicada de groserías, que la gracia y la aguda ironía que a veces las visten redimen a medias ante el gusto y la pulcritud de hoy; pero que estaban muy de acuerdo con su época. La sicología chilena de la virilidad se ligó siempre a ciertos rasgos que han persistido hasta hoy. Para el chileno del siglo XIX ser hombre es ser valiente, generoso, mujeriego, algo tunante, hablar grueso y beber bien. "Sepa usted -dice a Gamas, refiriéndose a un recomendado- que el portugués es muy respetable, porque en una sola mujer ha tenido treinta y dos hijos, a pesar de estar viejo; cuide usted de no quedarse solo con él, yo al menos le tendría miedo."

    El recuerdo de sus truhanerías ha perdurado hasta hoy. Durante una representación teatral, don Manuel Lira, su amigo y compañero de aventuras, aprovechó la caída del telón para arrodillarse y besar los pies de una actriz que galanteaba. Portales, advirtiendo que daba la espalda al telón, lo alzó cautelosamente. provocando una carcajada general de la sala a costa del galante magistrado. que no le perdonó la burla ni después del asesinato del Barón.

    Pasada la crisis mística, Portales cayó en la indiferencia religiosa, en un volterianismo amable, que se burlaba de la religión, sin odiarla, y sin enturbiar la visión de la gran fuerza sociológica que entraña. Se las entiende bien con el clero, lo halaga y burlándose de él, se capta sus simpatías. A don Mariano Egaña, que se quejaba del escaso partido que tenía en el clero, a pesar de su ortodoxia religiosa, le contestó irónicamente: "Es que usted, don Mariano, cree en Dios y yo creo en los curas".

    Su vida, lo mismo en Santiago que en Valparaíso y en "El Rayado", era muy sencilla. Cuando no desempeñaba funciones públicas, se levantaba a las ocho, tomaba un baño tibio y se vestía con pulcritud, pero sin lujo. Usaba, casi siempre, frac en la ciudad, y chaqueta de paño, faja de seda y pantalón de brin en el campo.

    Comía muy poco y no bebía, pero nunca prescindió del cigarro y del mate. "Por Dios le pido (carta a Garfias) que me mande dos matecitos dorados de las monjas. de aquellos olorocitos: con el campo y la soledad me he entregado al vicio, y no hay modo que al tiempo de tomar mate, no me acuerde del gusto con que lo tomo en dichos matecitos: encargue que vengan bien olorosos, para que les dure el olor bastante tiempo, y mientras les dure éste, les dura también el buen gusto; junto con los matecitos, mándeme media docena de bombillas de caña, que sean muy buenas y bonitas."

    Siempre conservó, en su vida privada lo mismo que en su vida pública, una independencia absoluta del qué dirán: "No soy -escribe-, de los que se curan de las imputaciones del público, y su merced puede pensar lo que le dé la gana". Sin embargo, por complexión moral innata, mantuvo la decencia en su vida y rígidas normas en sus relaciones sociales y en su conducta como individuo. Sus remoliendas estaban incorporadas al código moral de la época, y nunca degeneraron en orgías. Sus relaciones con Constanza de Nordenflycht, prolongadas por la tenacidad de ella más que por la voluntad de él, se mantuvieron reservadas hasta donde era posible, tratándose de un hombre hacia el cual convergían las miradas del país entero.

    Su vida afectiva después de la viudez se canalizó hacia la amistad. Sus amigos ocupan buena parte de su correspondencia. Inquiere por su salud, se asocia a sus desgracias y les guarda lealtad inquebrantable. Puede injuriarlos en sus vivacidades de temperamento, puede mortificarlos y hasta herirlos con sus chanzas y sus burlas, pero jamás los traiciona. Su necesidad intima de comprensión y de simpatía expansiva, lo movió a vaciar en don Antonio Garfias "su otro yo", como le llama, todo cuanto había en él. Su correspondencia con este admirador incondicional, a prueba de todas las vicisitudes, es la fuente de la cual mana incontaminada la verdadera personalidad del hombre, pero no la del estadista, que dado el origen absolutamente intuitivo de, su actuación, no es posible inferida de ella.

    El retrato que se conserva de Portales es obra del pintor italiano Camilo Dominiconi, que reconstituyó sus rasgos y su expresión sobre la base del cadáver despedazado, y sirviéndose como modelo de algunos de los deudos que más se le parecían. El atento examen de la obra deja la impresión de que el artista tradujo la fisonomía de acuerdo con las indicaciones de personas de la intimidad de Portales. Es dudoso que le haya conocido vivo; y si así fue, no logró su talento artístico reconstituir, con la sola base del recuerdo, la fisonomía profundamente espiritual que hacía marco a la expresión imperiosa de Portales, según el testimonio de los contemporáneos.

    Era Portales de estatura corriente. Su cuerpo delgado y flexible sostenía una cabeza de rara belleza. Rostro fino, ovalado, de semblante muy pálido, frente prominente agrandada por calvicie prematura; nariz alta y recta, de ventanas entreabiertas; labios finos y movibles, casi siempre plegados en una sonrisa que iba de la benevolencia a la ironía; y barba redonda, firme y descarnada. Había en su fisonomía una expresión a la vez espiritual e imperiosa. Sus ojos, de un azul intenso, un poco hundidos, de mirar dulce en los momentos de calma, clavaban al reflejarse en ellos las tempestades interiores.

    Su temperamento activo, de reacción viva e intensa, excitado por los variados estímulos de su inteligencia rápida, mantenía en continua actividad su organización delicada y nerviosa. "Tenía en todo su ser una singular movilidad, marchaba siempre de prisa, hablaba con vehemencia", y su voz limpia y varonil era espontáneamente imperiosa.

    Había aprendido a dominarse, pero cuando su cólera o su indignación rompían los diques de la voluntad, estallaban con un ímpetu rayano en el frenesí: "su presencia causaba terror".

    Pasaba casi sin transición de la cólera a la alegría; y cuando no lo agitaba una pasión violenta, sabía acomodar la expresión exterior a los más diversos estados ficticios de ánimo o de sentimientos con una facilidad que rivalizaba con la de un artista. Nadie como él fingía una pasión.

    Génesis de su vocación política. La exaltación patriótica.

    La anomalía de la personalidad de Portales que más ha desconcertado a sus biógrafos, es la falta de los estímulos armónicos con las aptitudes, la ausencia de todos los móviles que normalmente empujan hacia la actividad política.

    No tiene conciencia de lo que es la gloria. Cada vez que los suyos quisieron ensalzarlo, les respondió con la más gruesa de sus interjecciones. Rastreando el origen de su antipatía a Bolívar, se advierte que encuentra en él algo de ridículo, que no es extraño al insaciable afán de gloria y a la postura histórica que el Libertador tomó demasiado teatralmente.

    "Quitad a César la ambición -ha dicho uno de los sicólogos modernos- y sólo habría quedado una calavera vulgar." En Portales la ambición no existe siquiera en germen. Uno de sus grandes admiradores ha dado a su desinterés un origen ideológico. Su construcción política era impersonal, y el impersonalismo exigía su alejamiento del gobierno. Mejor hubiera sido invertir los términos, y señalar la falta de ambición como uno de los factores que hicieron posible su concepto del gobierno impersonal. Por temperamento y por carácter, Portales se vacía en sus cartas. Prescindiendo de sus concepciones políticas, sobre las cuales se mostró siempre hermético, no hay hombre que se haya exhibido más al desnudo ni con mayor espontaneidad. Todos sus sentimientos están reflejados en su correspondencia, e inútilmente se buscará en ella una frase o una palabra que denuncie ambición oculta o refrenada. Su mismo sentimiento de la nacionalidad, tan vivo, es impersonal. A cada instante aparece la preocupación por la grandeza y la prosperidad de Chile, pero de un Chile que él no verá. Para sí sólo pide orden, que le permita trabajar y pagar a sus acreedores, y en un futuro que no debía ver, un poco de paz. "Agradezco -escribe a Tocornal- la admisión de mi renuncia. Vivamos en tranquilidad los pocos inciertos días que restan. ¿Podrá usted creer que estoy contento, pasándome las más de las noches sin tener con quién despegar mis labios, y sin oír hablar, ni otra cosa que un no interrumpido ladrido de perros?"

    Sabe que el afianzamiento de su concepción política es de vida o de muerte para Chile, y lo ansía con todas las fuerzas de su alma. Pero no quiere ligar su nombre a la obra. Desea que otros trabajen según sus designios; y ante la incapacidad general y las exigencias de la opinión, que sólo en sus brazos se siente segura, cae en una irritación-enfermiza. "Le gusta mandar a los que mandan", dijo Gandarillas, procurando desentrañar la contradicción. Profundo error: le repugna verse obligado a mandar a les que mandan.

    Tampoco existe en él la aspiración a la gratitud y la popularidad le era repulsiva. Nunca se preocupó del juicio de los contemporáneos ni del de la posteridad. Jamás se quejó de incomprensión ni exigió agradecimiento. Le repugnaban las frases laudatorias con que en aquellos años se acostumbraba expresar el reconocimiento nacional por los servicios prestados.

    Como todos los forjadores de pueblos, Portales albergaba el impulso creador y el sentido de la autoridad y del orden, sus instrumentos más eficaces en el terreno político; pero esta gran fuerza estaba en él recubierta por su repugnancia por el ejercicio del poder y su cortejo de exigencias. Rechazó despectivamente el mando que todos le ofrecieron después de Ochagavía y sólo la fuerza de los acontecimientos le obligó a su pesar a encargarse del gobierno. Y no fue éste un cálculo de refinada astucia, como se ha solido creer. El poder le dejó siempre frío; más aún, lo cargó como una cruz. En sus numerosas cartas, escritas en los más diversos estados de ánimo, la antipatía por el ejercicio del gobierno se refleja con una espontaneidad y una constancia que brotan del fondo intimo de su alma.

    La concepción política de Portales habría quedado inédita si las circunstancias no hubieran engendrado un conjunto de estímulos que suplieron las anomalías de su genio. Las vejaciones de Campino durante el motín de 1827 le hicieron sentir en carne propia la arbitrariedad brutal del caudillo militar; y presentir la suerte que aguardaba al país bajo la dictadura, más o menos próxima, de un Quiroga o de un Ramírez. La negociación del estanco, al arruinar a la firma contratista y obligar al fisco a suspender el servicio de la deuda externa, como consecuencia del contrabando y del desorden general, le convenció de la imposibilidad de proseguir con fruto ningún género de actividad económica, sin restablecer previamente el orden y reorganizar la administración. La presencia en el gobierno, de Novoa, de Muñoz Bezanilla y de otros individuos a quienes creía prevaricadores, le sublevaba. El desorden aumentó hasta llegar un momento en que nada quedaba que hacer a un hombre honrado. Habló de irse a la China y de no regresar hasta que la decencia y el orden reinaran de nuevo en Chile.

    La conferencia con Rodríguez Aldea, en septiembre de 1829, lo decidió bruscamente por la revolución. Este le presentó el trabajo revolucionario que había realizado con Basso; y Portales se embarcó en la aventura con el ímpetu de su carácter ardoroso. Su propósito se limitaba a limpiar el país de pipiolos, para que otros edificaran un nuevo gobierno. No pensó en hacerlo él mismo. En vísperas de Lircay, dando por descontada la victoria y por asentado el nuevo gobierno, hizo alistar sus mulas para irse a Copiapó. Fueron los acontecimientos los que dispusieron otra cosa. Hemos visto que, en el acobardamiento general que precedió a la batalla de Lircay, nadie, fuera de Meneses, se atrevió a aceptar un ministerio, y él tuvo que hacerlo. El triunfo consolidó la situación de los gobiernistas; mas éstos, faltos de valor y sin fuerzas para levantar el nuevo edificio, se arremolinaron. Con excepción de Rodríguez Aldea, quien tenía un propósito fijo, la restauración de O'Higgins, todos los demás se volvieron hacia Portales. En ese momento, éste aún no se había distanciado de O'Higgins; lo repudiaba sólo "porque habría vinculado el poder al prestigio y a la vida de un hombre".

    Se encontró así colocado en la alternativa de dar paso a O'Higgins o de actuar personalmente para imponer su propia creación política. La opinión, por su parte, siempre más femenina después de las grandes sacudidas que agotan su energía, sólo se sentía segura bajo la sugestión de confianza que irradiaba de su decisión y de su valor, y se le ofreció rendida, sin inquirirle a dónde la llevaba. La energía creadora, adormecida por falta de estímulos, estalló al contacto de esta solicitación. Lo demás se generó solo: la creación, como la voluntad, emborracha.

    Pero este despertar de su genio político sólo es el reflejo de una nueva canalización de su energía vital. Había en Portales un fondo místico a la vez que un temperamento vigorosamente sensual, que recuerda el de Alejandro VI y hace verosímil el entroncamiento afirmado por la tradición. Su exuberancia vital se encauzó, primero hacia el amor en la pasión, a la vez mística y sensual por la única mujer que amó. Su pérdida en pleno apogeo pasional exaltó por un momento la poderosa vena mística; pero, supeditada por el exceso de voluntad, por la necesidad de acción y de lucha áspera y variada, la crisis fue fugaz. La superabundancia de energía vital, buscando desgaste, afluyó, enseguida, hacia el comercio y hacia el libertinaje. Intentó consumir sus grandes aptitudes creadoras en vastas empresas comerciales. Quiso apagar su sed de amor ideal en la posesión física de la mujer, en la doma de potros, en los desahogos de la sátira mordaz y en la convivencia con los necios y los bufones, que le procuraban una especie de venganza contra las exquisitas delicadezas de la vida afectiva que el destino le había destrozado en germen. Pero las ansias de amor ideal permanecieron intactas bajo la capa de lodo con que las recubrió el sensualismo. No volvió a amar; pertenecía al número de los que sólo pueden amar a una mujer. Buscó en la amistad refugio a su alma desolada; y se abrazó en ella con una vehemencia que toca los límites del desequilibrio; y fue el origen de su extraño ascendiente sobre los políticos que lo rodeaban, casi en su totalidad, de estructuras mentales distintas y aun opuestas a la suya.

    La amistad tampoco sació su ansia mística de abrasarse y de consumirse en un amor espiritual, en un renunciamiento absoluto en aras del ser amado. A medida que su efervescencia juvenil se calmó, la atracción sexual de la mujer se debilitó. Los fracasos disiparon los espejismos de las vastas combinaciones comerciales. Las corrientes dispersas de energía vital empezaron a converger de nuevo hacia el cauce cavado por las herencias ancestrales, que el sensualismo, el comercio y la amistad habían enarenado sin cegarlo. La necesidad mística de consumirse en un amor ideal se exacerbó, y no podía saciarla en el recuerdo de la mujer amada, vivir del pasado, porque había en él una intolerancia para lo ya muerto.

    En esta disposición síquico-afectiva, a los treinta y seis años, los acontecimientos que hemos relatado le pusieron en íntimo contacto con la marcha política del país. Su intuición divisó a un tiempo el abismo que se abría para tragarse a su patria y los sencillos golpes de timón que podían cambiar la ruta y sortear el escollo. Esta visión precipitó con la fuerza de un huracán el proceso que venía incubándose en las profundidades de lo inconsciente. La imagen de la mujer que amó renació transfigurada en la imagen viva de su patria, en la cual se reencarnaron para él la gracia femenina, las exquisiteces y la belleza moral que habían exaltado su pasión. Renació en una forma que no irritaba su sensibilidad con el recuerdo de la gran catástrofe y a ella se entregó con todo el ardor de su alma desmedida.

    Su actuación cívica está tejida con arrebatos de abnegación, con ternuras delicadas y con celos egoístas. Sus notas salientes son el renunciamiento de sí mismo en aras de la mujer amada, y la protección varonil a su debilidad femenina. Recorriéndola, asoman al recuerdo las palabras del Fausto: "Este loco es capaz de despedazar al universo para adornar a su amada". Amó a Chile con idolatría..., fue chileno hasta la médula de sus huesos y hasta la última tela del corazón. Todo lo pidió al mundo para Chile, y todo lo que él era en fuerzas, en fortuna, en abnegación, lo puso en ofrenda en el altar de la patria, en cuyas aras derramó su sangre, muriendo tan pobre, que, sin el concurso del Estado, sus herederos no habrían tenido con qué honrar sus huesos. La cristalización del amor fue perfecta. La humilde ramita, como en las minas de Salzburgo, se transfiguró en brillantes haces de cristales, que fulguraron al herirlos los rayos del sol. "Decía que Chile era la joya del Nuevo Mundo. Llamaba a la República, con orgullo, la Inglaterra del Pacífico; y afirmaba que en las aguas de este mar inmenso no debía dispararse jamás un cañonazo, sino para saludar la estrella de nuestro pabellón; tan grande era su ambición de gloria y poderío para el suelo en que había nacido."

    "Lo arrojó todo, fortuna, reposo, íntimas felicidades, las santas afecciones de la familia, los fueros mismos de la amistad y hasta su propia vida, en aquel azar terrible de organizar la República conforme a su inapelable voluntad y a su ínclito patriotismo." Arrojó su vida con la convicción de que no alcanzaría a ver su obra, pero con la certidumbre de que otros la continuarían. La idea del asesinato de Portales era antigua. En el Barón se realizó un designio que era de muchos y que estaba en el ambiente. Las amenazas le llegaron durante toda su actuación pública y lo siguieron en el retiro. Cuando se descubrió la conspiración de Arteaga, el gobierno le comunicó que, en el programa, entraba su fusilamiento; y contestó: "Como el ánimo está hecho hace mucho tiempo, tampoco me ha alarmado el destino que quieren darme esos caballeros; cosa triste es morir en manos de hombres tan sucios; pero la santidad de mi conciencia y la satisfacción de no haberme procurado el mal por mí mismo, me lo harán muy soportable cuando llegue el caso". Es el único embalsamamiento que se advirtiera en él.

    Se desarrolló en Portales un verdadero furor del bien público. Personalmente lo sacrificó todo. vida, tiempo y fortuna; y exigió en los demás igual sacrificio, cada uno en la medida de sus fuerzas. Creó un código nuevo en las relaciones entre el ciudadano y el Estado. El fisco estaba escuálido. Renunció a los sueldos y soportó todo género de tribulaciones frente a su insolvencia, y quiere que los demás sigan, aunque sea de lejos, su ejemplo. Por primera vez, asoma una nota moral que Montt y Varas recogerán. No sólo se debe servir gratuitamente en el gobierno, sino que no debe explotarse su influencia. Respondiendo a la insinuación de que escriba a Prieto para que apoye su negocio privado, contesta: "... deben haber creído que estoy enemistado con Prieto por la falta de influjo para con él en que me han querido pintar, influjos que no quiero, no pretendo, no necesito, ni jamás haría valer para sacar ventajas en mis negocios particulares; que esto sería ridículo y reprensible... Que el tiempo desengañará a los que hayan tenido la ligereza de creemos enemistados".

    Su rabia del bien público es la nota de toda su correspondencia, como lo fue de su actuación. En febrero de 1832, instando a Tocornal para que asuma el ministerio, le dice: "Yo soy de opinión que nada habremos avanzado en el cambio, si usted no se resigna a admitir el ministerio. Por una carta de Urriola que he recibido hoy, veo que por pobreza de alma, y por mal modo de ver, se nos conduce a una ruina, precisamente, que usted podría evitar entrando a ser parte del gobierno. Hablándole confidencialmente, sin poderme desprender de este maldito entusiasmo, de esta pasión dominante del bien público, sacrifico muchos ratos de mi tiempo para hacer advertencias que veo en mucha parte despreciadas porque acaso sean mal interpretadas. Esto no me importa, y como desconozco el amor propio en esta parte, yo celebraría muy sinceramente que escupiesen cuando yo propongo, como hiciesen cosas mejores, o diré mejor, como hiciesen algo".

    La ausencia de ambición personal, el renunciamiento absoluto de si mismo en aras de propósitos que miran sólo al bien de los demás, hicieron del estadista un cruzado, "una especie de caballero andante que persigue un ideal".
     
  3. Levtraru

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    El intuitivo.

    Por el vigor de su pensamiento político, Portales es uno de los cerebros más poderosos entre los que han gobernado pueblos. Montt, Sarmiento, Rocafuerte y García Moreno, en este terreno, son simples reflejos de su genio, moldeado por sus idiosincrasias personales, los medios y los momentos en que les cupo actuar. La carta en que expone al almirante Blanco Encalada su pensamiento en frente de la obra de Santa Cruz, por su profunda intuición sicológica, por su cruda visión de la realidad, por su clarividencia del futuro y por su audacia, es el documento político más genial que haya salido hasta hoy de la pluma de un estadista americano.

    Su poderosa inteligencia, a la vez ágil y profunda, dando de mano a los libros y siguiendo la senda de los cerebros realmente superiores, se hundió, ávida, en la vida para sorberle directamente su contenido. Captó la realidad propia y la realidad extraña a través de los viajeros, de los periódicos y de todas las informaciones que pudo recoger. Portales es uno de los políticos en que la elaboración directa de la realidad alcanzó mayor vigor y profundidad. Su cultura, superior a la de la generalidad de sus contemporáneos, queda aplastada bajo el torbellino del pensamiento propio. Su desprecio por el zonzo cargado de conocimientos indigeridos y por el intelectual que se empeña en encerrar en fórmulas muertas la realidad viva, es el mismo de todos los genios de la acción. En cambio, nadie en su época se dio cuenta con igual claridad de la distancia que mediaba entre Bello y el resto de los intelectuales hispanoamericanos. Aunque sus lecturas de Voltaire, Pope y Cervantes son meras distracciones, ajenas a toda pretensión literaria, la forma viva, lacónica, cortante, siempre precisa y directa de sus cartas, escritas al correr de la pluma, lo coloca en primera fila entre los grandes escritores epistolares españoles.

    Pero su inteligencia viva y penetrante no cuenta en la creación política de su genio; no pasa de ser un instrumento al servicio de otra fuerza más poderosa. Portales es uno de los políticos más perfectamente intituivos que han aflorado en la historia. Pertenece al número muy corto de hombres que, guiados por un instinto superior, abarcan a primera vista, sin vacilar, los hombres, las situaciones y las cosas; y hacen lo conveniente sin saberlo. Su genio no se formó; no hay en él desarrollo; nació hecho. El día que tomó el gobierno, que le era absolutamente extraño, lo hizo con la seguridad y el aplomo del que ha gobernado toda su vida. En los siete años que duró su actuación directa o indirecta en los negocios públicos, nada aprendió, nada perfeccionó. Todo lo que realizó es ajeno al razonamiento; lo recibió de lo alto sin conciencia del porqué.

    La carta al almirante Blanco Encalada constituye una excepción, cuya génesis se destaca con nitidez a lo largo de la correspondencia que la precedió. En 1832, cuando Santa Cruz era aún un simple caudillo del altiplano, y la Confederación todavía no asomaba en el escenario. Portales veía venir el conflicto con el Perú, como algo ineludible y fatal, pero sin razonarlo. A raíz de Socabaya, se limitó a decir: "Este cholo nos dará mucho que hacer". Mas la larga gestación del conflicto y las negociaciones prolongadas le obligaron a tratar el asunto con Bello, Garrido, Egaña o Méndez, Olañeta, y otros. En el curso de estas discusiones, su poderoso intelecto dio forma y cimientos razonados, que más adelante vació en la carta a Blanco Encalada, a una decisión que sólo era un mandato del instinto.

    Del predominio aplastante de la intuición en los actos políticos arranca también otro fenómeno que ha desconcertado a todos los biógrafos. La generalidad de los escritores que, atraídos por el ruido del personaje, se han acercado a Portales han supuesto que su juicio y su conducta estuvieron dominados, aun en el terreno político, por los sentimientos, las pasiones y los arranques momentáneos. En cambio, los cerebros superiores de Vicuña Mackenna y de Alberto Edwards experimentaron una sensación de escalofrío al advertir el contraste entre el pasional que habla, escribe y gesticula, hasta caer en lo pueril y ridículo, y el intuitivo helado que en el terreno político camina lo mismo que el sonámbulo, sorteando los baches en que se atascan el razonamiento; los escrúpulos morales y los extravíos de las pasiones, guiado por la mano invisible del instinto. Desde que aparece en la escena política, la intuición gobierna sus actos como soberana absoluta, las pasiones son esclavas sumisas. En el fondo del torrente de fuego, que encendía en patriotismo y en abnegación cívica todo lo que tocaba, permaneció intacto el intuitivo helado. El estadista se desdobló en un violento pasional, encendido en un patriotismo exaltado y ciego; y en un político frío, de asombrosa sagacidad, en un témpano de hielo que, impulsado por la corriente cósmica, camina inexorable, atropellándolo todo, inclusive sus sentimientos y su severa estructura moral, hacia una meta lejana que nadie divisa.

    El realista.

    La característica saliente del genio político de Portales es su corte netamente realista. Apartó despectivamente toda sugestión teórica, toda idea hecha sobre la forma de gobierno y todo principio político, para encarar sólo la realidad. En vez de mirar hacia atrás y de suspirar por el pasado muerto, como la mayoría de sus contemporáneos, desilusionados de la revolución, tomó sin vacilaciones el rumbo del futuro que la intuición le señaló, rechazando con la misma energía los idealismos democráticos, que los reaccionarios. La predilección de su espíritu, la simpatía que brota espontánea por los pueblos con los cuales tenemos alguna afinidad espiritual, lo inclinó hacia Inglaterra y los ingleses. Seguía de cerca las vicisitudes de la política inglesa y apenas hubo inglés, entre los que lo trataron, que no fuera su amigo, su partidario y su admirador. Pero nunca cayó en la tentación de trasplantar a Chile las instituciones inglesas, menos aun en la debilidad de parodiarlas. Pidió exclusivamente a la realidad, tal cual estaba dada en Chile, y a la fuerza creadora de su genio, todos los elementos de su concepción política.

    Corolario de la inclinación realista de su genio fue también su concepto de las instituciones. Al paso que para los talentos políticos de su tiempo la forma de gobierno, la constitución y las leyes eran todo en los destinos de un pueblo, para Portales sólo eran expresión de las ideas, de los sentimientos y de las tradiciones del organismo social. Trasplantados del pueblo que los creó a otros diversos, se vuelven un factor de anarquía antes que de progreso.

    La misma forma de gobierno, en sí, le era indiferente. Su valor depende de su concordancia con la índole, con el estado social y con las aptitudes políticas del pueblo en que se la implanta. Su repugnancia por la monarquía, que le separó de los espíritus superiores de su época, no obedecía a una prevención teórica, sino a razones políticas, a la antipatía que esta forma de gobierno despertaba en América.

    La libertad, el absolutismo, la tiranía, la democracia, etcétera, como conceptos fijos, dieron bote en su cerebro realista; pero su fina sensibilidad cerebral captó y concedió valor político a las aspiraciones y a los sentimientos que cubrían estos rótulos.

    Con igual relieve se destaca el realismo cerebral de Portales en el terreno económico. El y María Graham fueron los únicos, que, en todo el curso del siglo XIX, volviendo las espaldas a la decantada potencialidad agrícola de nuestro territorio, advirtieron que Chile estaba abocado al dilema de ser pueblo marinero y comerciante, o quedar pigmeo. "Limitado su territorio por los Andes, que lo encierran por el oriente, y el desierto de Atacama, por el norte -escribió la última-, Chile es un país tan esencialmente marítimo que, si yo fuera legislador, concentraría toda mi atención y todo mi interés en el mar."

    El sentimiento de la nacionalidad.

    Ninguno de los mandatarios de la América española ha abrigado el sentimiento de la nacionalidad con la tranquila firmeza que Portales. Cuando todavía este sentimiento revestía, aun en los hombres superiores, la forma embrionaria del amor al suelo natal, la palabra patria se confundía con la causa de la independencia americana y el chilenismo era sólo un reflejo del orgullo racial, en Portales se destaca con los mismos caracteres adultos que en el inglés de su época. Se sabe ciudadano de un pueblo pequeño y joven, al cual le falta mucho para nivelarse con las grandes naciones europeas. No incurre, como otros mandatarios criollos, en la ridiculez de desdeñarlas. Chile debe aprender de esos pueblos el orden, el respeto a las leyes, la laboriosidad, las aptitudes industriales y asimilar su cultura en todas sus manifestaciones; pero debe hacerlo sin extranjerizarse, sin dejar de ser Chile, sin convertirse en simio que remeda sus ideas, sus actos y hasta sus gestos.

    Para que el país sea respetado en el concierto de las naciones, es necesario que reine un orden inalterable. En Chile no debe hablarse siquiera de revueltas ni de conspiraciones. En este extremo perdido de la nebulosa, debe lavarse la gran vergüenza de la América española.

    Aprovechó un incidente con don Santiago Ingram para definir su actitud respecto al extranjero residente. Sea bienvenido, si aporta un esfuerzo al engrandecimiento nacional. Pero no por ser extranjero, debe pretender fueros o privilegios especiales ni desdeñar al chileno. En 1832, escribió a Tocornal: "Hagamos justicia a los extranjeros, démosles toda la hospitalidad que sea posible, pero nunca hasta colocarlos sobre los chilenos. Es preciso que los hagamos, también, entender que no podemos ser la befa y el desprecio de ellos, y que los contengamos en sus límites, antes que pasando más tiempo quieran hacer prescribir las leyes, autorizar sus avances con la posesión inveterada de ellos, posesión en que sólo se han podido ir entrando por nuestras debilidades y nuestros descuidos". Y el 15 de febrero del mismo año, con motivo de la reclamación del cónsul peruano por el alistamiento de algunos barberos en la guardia cívica: "Los chilenos quedan enrolados en las tropas del Perú, los barberos limeños exentos de la pequeña carga del alistamiento en la guardia cívica, de mejor condición que los chilenos, y el pobre Chile siempre como siempre, hecho la befa y el escarnio hasta de la sección más soez de la América. El gobierno puede tomar la resolución que crea justa y conveniente..., pero dar usted al cónsul la contestación que me apunta y nombrar un gobernador para Valparaíso ha de ser todo uno..., porque no estoy resuelto a contribuir ni indirectamente a la degradación de mi país".

    Tampoco debe permitirse la explotación del país por los que no se incorporan a él. Por consiguiente, el cabotaje debe reservarse al nacional. Con motivo de una solicitud de Patrickson, en la cual pedía, a nombre de la firma inglesa que representaba, autorización para trasbordar a otro buque extranjero ciertas mercaderías, extendiendo con disimulo a la bandera extranjera el derecho de hacer el cabotaje, manda decir al ministro: "La tramitación que ha dado el ministro al expediente me hace creer que ha dudado de la resolución a dicha solicitud y quiere que le prevenga que escandaliza ver a don José Manuel (Cea), un hijo del país, suscribiendo una representación de esta naturaleza, como se lo diré yo cuando lo vea, y que escandaliza más ver esos extranjeros del c... presentarse con toda la arrogancia necesaria para robar a los chilenos el único bien que poseen, con exclusión de ellos, y cuya posesión supo respetar hasta el mismo don Francisco Antonio Pinto: el comercio de cabotaje que en todas las partes del mundo está estrictamente reservado a los buques nacionales". El desarrollo económico nacional debe defenderse dentro del país con la aduana y afuera con la sagacidad, la astucia, el bluff y la guerra misma. Chile no puede abandonar una ventaja alcanzada ni renunciar a una expectativa, mientras tenga fuerza con qué imponerla, si los primeros recursos no bastan. Delante de los derechos aduaneros prohibitivos que el Perú proyecta establecer para la mercadería procedente de Chile, aconseja al gobierno una política de enérgico bluff, la misma, fase por fase, que Benjamín Disraeli desarrollará en el escenario mundial años más tarde. Pero el bluff, si se quiere evitar la guerra, debe siempre estar espaldeado por la fuerza: una nación no puede quedar en ridículo. El 4 de septiembre de 1832 plantea de frente la guerra con el Perú, si insiste en su propósito de gravar con derechos diferenciales adversos la mercadería de procedencia chilena. No desconoce que el Perú está en su derecho, pero Chile no puede ahogarse económicamente. La fuerza es para vivir.

    Frente al poderoso, Chile debe conducirse con entereza, exenta de fanfarronería. El cónsul francés La Forest hizo circular la noticia de haber recibido del gobierno chileno una nota en que se cedía a la reclamación que entabló por el saqueo de que fue víctima después de Ochagavía, mucho más de lo que Portales, simple gobernador militar de Valparaíso, creía que debía cederse. La nota se le habría dirigido en los precisos momentos en que Portales, haciendo valer el gran respeto que, personalmente, inspiraba a los europeos por su superior capacidad y firmeza, había conseguido del comercio y del comando francés en el Pacífico, una nota al gobierno de Luís Felipe contraria a las pretensiones de La Forest y muy dura para la conducta del cónsul. Con este motivo, escribe: "Quiero concluir esta carta dando a usted un rato amargo, como el que yo he tenido. Usted sabe cuánto hemos hecho por poner a la vista del gobierno francés la infame conducta de La Forest: sabe las comunicaciones e instrucciones dirigidas a Barra sobre el particular. Los franceses que veían que la justa prevención del gobierno contra su cónsul, perjudicaba sus intereses en estos países, que notaban hasta la plebe de Chile indignada y prevenida contra los franceses. por la conducta de La Forest, han escrito a Francia, incluso los comandantes de buques, dando los informes más rajantes contra su botarate cónsul, y en el día los tiene usted desesperados, y atacando al mismo tiempo que despreciando al gobierno de Chile, porque dicen que los ha comprometido con la vergonzosa inconsecuencia de haber dirigido a La Forest un oficio el más satisfactorio, y con el que desmiente cuanto el mismo gobierno ha escrito a Francia acriminando a ese mal funcionario francés".

    Pero no sólo encara el porvenir inmediato. Desde 1822 le preocupó como una obsesión algo colocado en un porvenir muy remoto: el desigual crecimiento de los Estados Unidos del norte y de las pequeñas repúblicas desgajadas de España. En carta de ese año a don José Manuel Cea, escribe: "El presidente de la federación de Norteamérica, Mr. Monroe, ha dicho: 'Se reconoce que la América es para éstos'. ¡Cuidado con salir de una dominación para caer en otra! Hay que desconfiar de estos señores que muy bien aprueban la obra de nuestros campeones de liberación, sin habernos ayudado en nada; he aquí la causa de mi temor. ¿Por qué ese afán de los Estados Unidos en acreditar ministros y delegados y en reconocer la independencia de América. sin molestarse ellos en nada? ¡Vaya un sistema curioso, mi amigo! Yo creo que todo esto obedece a un plan combinado de antemano; y esto sería: hacer la conquista de América, no por las armas, sino por la influencia en toda esfera... Este sucederá. tal vez, hoy no, pero mañana sí...".

    Posición delante del pasado.

    Como genialmente lo intuyó Vicuña Mackenna, la posición de Portales delante del pasado se aparta de la del conservador y del romántico. Sólo ve en él una corriente de existencia que no es posible remontar ni prolongar en el tiempo. La fisonomía moral de los pueblos. lo mismo que sus instituciones, no son islotes rígidos e inmóviles en el devenir que teje la historia. Como todo lo que vive, están sujetos a continuo cambio; pero estos cambios no pueden realizarse de acuerdo con recetas ideológicas. Las sociedades albergan en su propio seno las fuerzas que gestan sus transformaciones y las encuadran en un ritmo que no se puede acelerar ni retardar, sin producir grandes trastornos y frutos opuestos a los perseguidos. El estadista; sólo imprime forma coherente a las fuerzas sociales y a sus transformaciones.

    Como a todos los genios creadores, la demolición del pasado le dejó frío. Hemos visto que fue un revolucionario tibio. Lo esencial es la creación; lo que ya cumplió su sino se reducirá espontáneamente a mantillo, destinado a nutrir la nueva vida. Las energías gastadas en abominar del pasado son fuerzas sustraídas a la creación del futuro.

    Aislamiento político.

    Todos los historiadores dotados de alguna sensibilidad intelectual han advertido el aislamiento de Portales con relación a los partidos y a las ideas políticas de su tiempo. "Don Diego Portales -dice Vicuña Mackenna- no pertenecía a ninguno de los matices de la reacción. Ni al partido colonial, porque su familia y él mismo habían sido ardientes patriotas... Ni al bando de la dictadura derribada en 1823 (o'higginistas)... Ni al círculo doctrinario que encabezaban los Egaña. Ni él la fracción aristocrática... (pelucones). Ni era tampoco federalista... No era, por último, campeón del militarismo reformado en 1828." Pudo añadir que tampoco era carrerino ni liberal en el sentido de Benavente, menos aún pipiolo. En 1900, Sotomayor Valdés, cuya superficial inteligencia de Portales no alcanza a cubrir el manto de su admiración por el estadista, reconoce implícitamente el aislamiento, al decir que representaba un elemento nuevo en el poder. Veintiocho años más tarde, Alberto Edwards escribió: "Y el asombro se torna en estupor, cuando se descubre que ese espíritu de Portales, convertido como por milagro en el espíritu de la nación entera, parece haber sido originalmente una concepción política y social suya y exclusivamente suya, por nadie compartida antes de la fecha memorable en que vino repentinamente a ser el patrimonio común de todo el mundo, y el fundamento de la grandeza ulterior de la patria. Ni en la sociedad dirigente ni en los programas de los partidos ni en las lucubraciones de los pensadores ni en los propósitos de los caudillos, nadie había siquiera formulado en Chile una idea semejante".

    Rodeaba a Portales, en el momento de asumir el poder, un círculo intimo, pero dentro de él era también un aislado. La concepción del Estado como una entidad abstracta, independiente de los caudillos, O'Higgins, Carrera y de la persona del mandatario, Freire, Pinto, Prieto, y superior a los intereses de bandería, a las pasiones y a los prejuicios de clases, era sólo de Portales. Exclusivamente suyo era también el nuevo concepto de que los hombres que gobiernan son sólo servidores accidentales de esa entidad impersonal. Benavente, Gandarillas, Rengifo, los hombres más avanzados entre los que entonces se llamaban liberales, lo mismo que Errázuriz, Elizalde, Garrido, eran tan extraños a esa concepción como los pipiolos, de quienes habían sido aliados, y como los pelucones, en cuya compañía subieron al poder. Les habían reunido circunstancias accidentales: los lazos de amistad y confianza mutua que creó el estanco, los odios políticos, la conciencia del peligro común y las vicisitudes de la revolución.

    Portales no tuvo en ningún momento un partido en el sentido que hoy se da a esta palabra. Tuvo sólo un grupo de admiradores, sugestionados inconscientemente por su genio. Algunos, como don Victorino Garrido y don Joaquín Tocornal, se compenetraron con su concepción política, le ayudaron a realizarla y sirvieron de vehículo a su desarrollo en los gobiernos posteriores. Otros, como Benavente, Gandarillas y Rengifo, no se compenetraron con ella directamente y aun renegaron del jefe, pero sufrieron más tarde, en grado mayor o menor, la influencia indirecta del ambiente ya dominado por la sugestión portaliana.

    La incomprensión y la antipatía que la divergencia de estructuras mentales engendra entre los talentos teóricos y los intelectuales que se acercan a la política y el estadista auténtico, debió agravarse en el caso de Portales y del intelectual de su época, salvo Bello, aún en plena infancia mental y cuyos ojos espirituales estaban vendados por el doctrinarismo político. Pero el mismo estado embrionario del desarrollo mental impidió al fenómeno cobrar fuerza hasta mediados del siglo. El choque entre la concepción realista de Portales y la ideología teórica, fue un choque póstumo: constituyó la espina dorsal del desarrollo político de la segunda mitad del siglo y tuvo su desenlace en la revolución de 1891.
     
  4. Levtraru

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    La irradiación magnética.

    Algunos de los contemporáneos de Portales subrayaron la fuerza de sugestión que emanaba de su persona. Don José Zapiola siendo joven, solía observar a distancia la tertulia que se formaba en tomo del ministro en el clásico banco de piedra de la Alameda, frente al actual palacio de gobierno; y en la ancianidad, refería que la sugestión del auditorio era tan intensa que, sin darse cuenta, los interlocutores imitaban sus gestos y sus movimientos.

    Llamó también vivamente la atención de los hombres de su época, su don de mando, que hizo decir al señor Valdivieso: "Parece que llevaba en sus manos la voluntad de los hombres y el poder de los elementos"; y que, sin antecedentes ni servicios, sin pretenderlo y aun rehusándolo, lo convirtió junto con asomar al escenario político, en el jefe indiscutido de la revolución de 1829 y del gobierno que le sucedió. Sus órdenes, casi siempre verbales, llevaban asegurada su ejecución, no sólo en la sencillez y en el profundo sentido de la realidad que las informaba, sino también en el hecho de emanar de él.

    El conductor de hombres.

    El don de mando y el poder de sugestión suplían en Portales, con lagunas e intermitencias, las fallas del conductor de hombres. A pesar de su confianza en sí mismo, parece no darse cuenta de su superioridad. Midió siempre a los demás por su propia capacidad; y sólo vio a su alrededor una decena de individuos útiles, Rengifo, Bello, Tocornal, Garrido, y otros, perdidos en una enorme multitud de ineptos, de miopes, de tímidos y de mentecatos, salpicados por unos cuantos locos y otros tantos bribones. La necesidad de conciliar con la simpatía de la aristocracia castellano-vasca por el hombre mediano, ponderado, pacato, incapaz de desaciertos porque es incapaz de acción, le exasperaba hasta hacerlo estallar. Indignado por la tibieza con que se procedía en las medidas encaminadas a precaver los motines, escribe a Cavareda el 26 de marzo de 1833: "Sería mejor que nos pongamos en la berlina (o en la horca) por prudentes, circunspectos, juiciosos, hombres de espera, de tino, de madurez y de enormes h..." Exigía su propia capacidad y decisión de Errázuriz, Rengifo, Tocornal, Gandarillas, Egaña y de todos los albañiles que trabajaban en un edificio que no era suyo, y que, disipada la sugestión que los dominó, la mayor parte de ellos habría repudiado.

    En las relaciones de los hombres, la intuición adivina el concepto extraño y engendra simpatías y antipatías que carecen de toda lógica aparente. De aquí que, aun en el caso de haber sido Portales reservado, su desdén por la capacidad de los demás habría sido siempre un estorbo a su ascendiente como conductor; y Portales no sólo no era reservado, sino que se complacía en expresar de palabra y por escrito sus juicios con una crudeza que atenúan, pero no redimen, su gracia y su truhanería. Cuando Cruz partió de Concepción, a hacerse cargo del ministerio de Guerra, Prieto, quien conocía la mordacidad de Portales y la quisquillosidad de aquél, le escribió: "Le prevengo, también, que no olvide la caricatura y advertencia que me dice Alemparte le hizo para tratar a nuestro tártaro, ministro de la Guerra; no vaya usted a agraviarlo con sus bufonadas y se le largue, porque entonces usted tiene que entrar otra vez a reemplazarlo. No se vaya a reír delante de él: mire que es muy delicado; pero es un excelente hombre para todo tratándole con formalidad y cariño". La advertencia sirvió de poco. Acabaron riñendo; y algún tiempo después, Portales escribía a Gamas: "¿De dónde ha podido inferir usted que yo consiento en que se haga general a Cruz con tal que se haga a Campino? ¿No sabe usted mi opinión constante para que se premien a Cruz sus traiciones y mala conducta, y que no puedo querer que se cometa la mayor de las injusticias a trueque de un acto de justicia? Justamente resolví que usted fuese a entregar la carta y no otro, para que de palabra, dijese a Izquierdo contra Cruz lo que yo no quería decirle por escrito, lo previne a usted, asimismo y ha ido a hacer todo lo contrario". Y poco más tarde, con motivo de una publicación de Pradel: "Me cuesta vencer una fuerte violencia para escribir a usted, porque no puedo hacerlo sin traer a la memoria el papel publicado por Pradel; tiene usted, sin duda, más filosofía que yo, porque en vez de la calma que ha manifestado, yo me he revestido de una furia que quisiera descargar sobre ese infame y sobre la conducta de todos los que consienten en autorizar unos escándalos que se han de ir sucediendo hasta que volvamos a la misma o peor época de la que logramos salir a tanta costa".

    No es más benévolo con sus partidarios. Muchos años más tarde aún no se olvidaba la afrenta que impuso por inepto y por majadero a Meneses, haciéndole recordar por una señora el caso de Traslaviña en las horcas realistas. La manera como trató a Garrido por haberse desviado de sus instrucciones al pactar con Santa Cruz en 1836, en otro menos compenetrado con su genio habría producido un resentimiento inextinguible.

    Los alejamientos que determinó el amor propio herido se revistieron siempre con el manto de las disconformidades de criterios o de nuevos anhelos políticos.

    Igualmente fatal para el conductor de hombres, aunque de él emanó en buena parte el poder de sugestión del apóstol, fue su concepto de las relaciones entre el ciudadano y el Estado. Para Portales, el ciudadano le debía al Estado vida, honra y caudal, y jamás debía pedirle nada ni gravado en provecho propio. Su odio al ejercicio del gobierno viene en gran parte de la repugnancia invencible que le inspiraba el asedio de los logreros. Sus cartas respiran la ira contra los suyos, que no comprenden como él los deberes cívicos, y deslustran su adhesión con el interés por los puestos públicos o con el deseo de aprovechar las ventajas del poder. Esta austera concepción, que hizo degenerar en quijotería su desinterés, y le movió a soportar las mayores tribulaciones morales antes que recibir el sueldo o cobrar una cuenta legítima al fisco escuálido, no era compartida por nadie en su época, ni lo ha sido antes ni después sino por raras excepciones. Los conductores de hombres, desde César y Bonaparte hasta el austero La Gasca, han halagado las concupiscencias humanas. "Ve a Masséna -decía Bonaparte- haciéndose matar para ganar el título de príncipe." Portales, ya en el gobierno, se sentía rebajado moviendo esta palanca, que antes había sido familiar al revolucionario. Ni Rengifo ni Benavente ni Gandarillas se habrían separado, a ser menor su inflexibilidad. Pero quería encuadrar a los demás en un molde que era el suyo y no el de la naturaleza humana. La superioridad moral que en este terreno simbolizó Portales como creador de tradición y que debía incorporarse al alma nacional' se tradujo en inferioridad en su actuación política práctica.
    Todavía hay que tener en cuenta que su poderosa intuición, como la de muchos otros genios, era muy dispareja en la percepción de los sentimientos de los hombres. Se expresa de Vidaurre, de Campino y de muchos más con una ceguera que contrasta con su sagacidad en la apreciación de los móviles humanos en general. Su concepto de lealtad era exagerado, y la viveza de sus reacciones lo impulsaba a juicios descontrolados, que no siempre rectificaba a tiempo.

    La concepción política de Portales.

    La concepción política que Portales impuso a Chile surgió intuitivamente del espectáculo de la anarquía posrrevolucionaria y de la tentativa de San Martín y de otros próceres de resolver el problema de la incongruencia entre la forma republicana de gobierno y el estado social y las aptitudes políticas de los pueblos hispanoamericanos por medio del establecimiento de la monarquía constitucional. El 10 de febrero de 1822, cuando era un simple comerciante establecido en Lima, escribía a Cea: "Son débiles las autoridades porque creen que la democracia es la licencia". Y en marzo del mismo año, volvía a escribirle: "La democracia que tanto pregonan los ilusos es un absurdo en los países como los americanos, llenos de vicios y donde los ciudadanos carecen de toda virtud, como es necesario para establecer una verdadera república. La monarquía no es tampoco el ideal americano: salimos de una terrible para volver a otra y ¿qué ganamos? La república es el sistema que hay que adoptar, pero ¿sabe cómo yo la entiendo para estos países? Un gobierno fuerte, centralizado, cuyos hombres sean verdaderos modelos de virtud y patriotismo, y así enderezar a los ciudadanos por el camino del orden y de las virtudes. Cuando se hayan moralizado, venga el gobierno completamente liberal, libre y lleno de ideales, donde tengan parte todos los ciudadanos. Esto es lo que yo pienso y todo hombre de mediano criterio pensará igual". En el resto de sus días, no volvió a hablar de formas de gobierno; pero entre 1830 y 1837 realizó al pie de la letra la concepción implícita en las frases que hemos transcrito; y sus continuadores desenvolvieron con unción religiosa los aspectos que el genio creador dejó en esbozo.

    Al repudiar la vuelta a la monarquía, que le era antipática y que diputaba imposible, Portales radicó su ideal del gobierno fuerte y centralizador, dentro de la forma republicana, en el presidente de la República.

    El gobierno chileno de 1830-1891 no es el único gobierno de orden que ha existido en América. Rosas gobernó en Argentina, por si o por sus secuaces, desde 1828 hasta 1852, y Porfirio Díaz en México, desde 1884 hasta 1911, sin contar su primera presidencia. Tampoco es el de Chile el único caso de sucesión regular en el mando. Páez y Soublette se alternaron en el gobierno de Venezuela dentro de un ritmo que duró algunos años y que, a veces, revistió las apariencias de una sucesión regular. Pero nada hay de común entre esos gobiernos y esas sucesiones, y el régimen portaliano. Flores, Rocaf'uerte, Rosas, Díaz, O'Higgins, Santa Cruz, Bolívar, Santander, Garcia Moreno, y otros, lograron gobernar, se mantuvieron a lo menos en el poder merced al prestigio o a la aptitud personal, que les permitió enfrentar momentáneamente la anarquía. Al gastarse el ascendiente o al desaparecer el gobernante, nada quedó detrás de ellos. En la sucesión entre Páez y Soublette sólo hay un prestigio mantenido por asociación, a fin de renovarse algo y de gastarse menos rápidamente, sin el menor asomo del concepto impersonal del gobierno.

    En la concepción portaliana, el gobierno es una entidad abstracta, un símbolo llamado presidente de la República, absolutamente separado de la persona que lo ejerce. No se obedece a don Joaquín Prieto, a don Manuel Bulnes o a don Manuel Montt, sino a una entidad: el presidente de la República. La persona se renueva de hecho por adopción. El poder Ejecutivo, representante de la masa inconsciente, como veremos más adelante, tiene por sí solo un poder electoral muy superior a la totalidad de la opinión consciente, sin necesidad de violentarla.

    Además, dentro de la concepción portaliana, nunca se debe ir abiertamente contra ella: debe guiársela, antes que doblegarla. La adopción no es, en consecuencia, libre. Debe recaer en un ciudadano que, además de reunir las capacidades y las virtudes cívicas esenciales dentro del concepto portaliano del gobierno, cuente con prestigio y simpatías en la opinión consciente. Prieto, Montt y los portalianos que rodeaban al mandatario se inclinaron a Bulnes, contra Tocornal, quien era la personalidad política más relevante de la época, porque tenía más ascendiente en el ejército, aún no bien domeñado, y la aureola del triunfo de Yungay. Bulnes, a su vez, vaciló mucho entre Montt y otros sucesores; y sólo se decidió por él cuando sintió crujir la armazón del edificio portaliano. Al mismo móvil obedecieron las adopciones de don Joaquín Pérez y de don Aníbal Pinto.

    La incertidumbre del gobierno personal desaparece dentro de este régimen, y la necesidad de sacrificar la honradez y la corrección administrativa para halagar a los partidarios, cesa. El prestigio reside en el cargo, en la entidad abstracta que sirve de máscara al mando efectivo de un individuo de capacidad política real, ya sea el mismo presidente o algunos de sus ministros. Al terminar su mandato o al enfermar el presidente en ejercicio, lo reemplaza la persona que él indique dentro de las normas éticas y constitucionales que presiden la adopción. El gran elector, el representante del setenta al ochenta por ciento de la masa inerte, no necesita ser halagado; no tiene concupiscencias. El nuevo mandatario entra, así, al desempeño de su cargo sin compromisos partidistas, o con muy pocos compromisos; y libre para llenar las severas exigencias morales en que, según se verá más adelante, se asienta el prestigio del régimen portaliano. En esta forma, creó Portales una tradición que eliminó el azar.

    Queda por señalar otra superioridad del concepto impersonal del gobierno. El pueblo español y sus derivados, "esta gente descontentadiza de todo lo bueno, malo y regular", tiene un poder de crítica que hace efímera la popularidad de todo gobernante. Su mentalidad negativa, en el terreno político, sólo ve el defecto y sólo repara en lo disconforme con su criterio. El que rechaza el gobierno enérgico se ceba en la energía; el religioso, en la irreligiosidad; el belicoso, en el pacifismo. El resto del gobernante desaparece, aunque se trate de un hombre superior. La impersonalidad, si no preserva al mandatario de la crítica, salva, a lo menos, el prestigio de la entidad abstracta. El descontento entretiene su inquietud con la esperanza de que el periodo presidencial tiene un término, y otro hombre, en el cual se complace siempre en suponer cualidades distintas del blanco actual de su negativismo, lo reemplazará.

    Aparte de su carácter impersonal, dentro de la concepción de Portales, el gobierno debía ser centralizador, enérgico, activo, progresista y creador de sugestiones; y estar respaldado por vigorosas fuerzas espirituales: el patriotismo, la honradez acrisolada, la competencia, el respeto de las leyes y la sanción inflexible.

    Estos puntos de partida, que Portales dejó en pañales, fueron desarrollados con extraña energía y perseverancia por sus continuadores, ora apoyados en las características políticas y morales de la aristocracia, ora imponiéndose a ellas; y cuajaron en un gobierno fuerte, custodio del orden y propulsor del progreso, en una especie de dictadura impersonal y templada, que va a presidir el desarrollo histórico entre 1830 y 1891. Esta creación, surgida del genio de Portales, y de las características sui generis de la evolución política de los pueblos hispanoamericanos, fue imitada, en la medida imperfecta que lo permitían las modalidades de las demás repúblicas hermanas, por todos sus grandes gobernantes y a ella deben los cortos días de paz que conocieron y casi todos los progresos que realizaron en el curso del siglo XIX. Espiritualmente, difiere a fondo de las dictaduras vulgares, con las cuales la confundió la ideología liberal criolla del siglo XIX; y tal como se practicó en Chile, también difiere fundamentalmente la forma.

    Francisco A. Encina / Historia de Chile, Tomo XX

    Necesitamos compatriotas, necesitamos y con urgencia ciudadanos que no les sea indiferente el olvido en que han caído los sucesos de la historia que construyeron Chile. Invitamos entonces a todos los interesados a participar de este macro/proyecto - creativo/cultural, que rescata nuestra gloriosa historia, para que así nuestras actuales y futuras generaciones conozcan y admiren a nuestros próceres conocidos y anónimos, para poder reencontrarnos con nuestra verdadera identidad nacional.
     
  5. Elvis Presley

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    portales es lo contrario a forjador de "patria", recién estaba leyendo una historia económica de chile donde se muestra como mediante sus medidas se potenció la obra extranjera por sobre lachilena entregandole el país a la fuerza foranea, eso sin contar sus medidas dictatoriales que le costaron la vida a múltiples personas

    aun así se agradece el aporte aunque este personaje no es de mi agrado

    pd: sólo como dato ese historiador es bastante cuestionado, al acusarse le que le plagió las obras a Barros Arana, además de ser un racista en sus escritos sobre el pueblo mapuche, además de ser un diputado de la época de balmaceda de esos que de verdad vendió el país a intereses extranjeros...
     
    #5 Elvis Presley, 23 Ene 2013
    Última edición: 24 Ene 2013
  6. Levtraru

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    Para mi Portales fue el Forjador de la Patria, el fue el intelecto que creo el Estado en Forma en Chile, status que impidio que fuesemos lo que hoy son nuestros vecinos, unos monos Banderlong (El Libro de la Selva), desgraciadamente para hacer grandes obras deben cometerse alguna injusticias, unos pocos deben pagar el precio del bienestar del resto.

    Sobre Encina no tengo informacion sobre lo que me dices, pero de todos los historiadores que he leido (cuando se leia en libros) es el que mas veraz siento, es muy detallista en sus escritos, lo que a muchos le falta. Indagare sobre lo que me dices haber que tan cierto es.
     
  7. Elvis Presley

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    es cierto que portales formó el estado, pero hay que ver que estado es, es un estado inconstitucionalista que no permite a la gente ejercer de verdad el poder, y cuando se intentó cambiar se produjeron golpes de estado o cambios por la fuerza que hicieron mantener el poder, las 3 "grandes" constituciones de chile han sido bajo el mismo modelo portaliano algo que priva las libertades, recordar que el gran merito de portales es ser recordado por unas cartas en donde manifiesta abiertamente que prefiere la violencia a las leyes y la opinión pública, fue el segundo dictador de chile (después de o'higgins al que justamente iba dedicada toda su obra golpista) mató a muchas personas y sembró el terror en una época que no debía ser así de la mano una vez más de las ff.aa. y del nefasto prieto, bajo sus leyes se amparó los monopolios ya que llevó a chile a un avance económico centrado en la monopolización de mercados y no así en la producción interno y mejoras de producción de estas mismas que no permitieran los monopolios pero si un progreso económico, no comparto que sea uin salvador muy por le contrario aniquiló la democracia en Chile hasta los días de hoy y en un período donde la gente no estaba mal sino que se le llamó un período anarquico debido a la historiografía consevadora y oligarquica, pero bueno acabó su vida como se lo merecía asesinado por las mismas ff.aa. que ocupó para asesinar a los que no pensaban como el

    puede parecer veraz pero recuerda que "grandes" historiadores chilenos caen en errores, por el ejemplo el mismo barros arana de freire dice excelentes cosas pero en su analisis personal cae en la contradicción de manera notoria y nadie dice nada, así como de personas que defienden los intereses de barros arana (intereses de una elite) los eleva hata el olimpo