¿Cuántas veces hemos oído hablar de aquellos casos oscuros y misteriosos que ocurrían en pequeños pueblos, y que las abuelas contaban delante del fogón? Hoy nos vamos a un pueblecito del sur de España, con un cuento de un asesinato y desaparición sumamente siniestros. <strong> El ahorcado Sebastián Morales Como todos los años, el Día de los Santos mi abuela tenía la costumbre de reunirnos en su casa para cenar las típicas gachas y prender las lamparitas que en cada hogar se encendían como recuerdo a los difuntos de la familia. Al final de la velada nos contaba siempre, entre el sabor a castañas asadas, algún relato de miedo. El que más sensación me causó es el que paso a exponer a continuación. Para situar la acción comentaré que vivíamos en Moclín, un pequeño pueblo de la provincia de Granada, España. El cementerio de Moclín estaba situado en la parte alta del castillo, en la Alcazaba. Pegada a una muralla existía un estrecho habitáculo que todos conocíamos como la casilla de los ahorcados, ya que era allí donde se llevaban a cabo las autopsias que se hacían a todos aquellos que no morían de forma natural. Así nos contaba la abuela. Corrían los primeros años del pasado siglo. Vivía en el pueblo un hombre extraño y solitario del que nadie sabía sus orígenes. Un día apareció colgado de un árbol en un lugar próximo a la Fuente Vieja. Como a todos los muertos en estas circunstancias se le llevó a la casilla de los ahorcados a la espera de que llegara el forense, que venía del pueblo cercano de Iznalloz y a veces tardaba días en llevar a cabo su tarea. De vigilar los cadáveres allí depositados se encargaba un borrachín del pueblo, para evitar que perros u otros animales pudieran ensañarse con los cuerpos. El juez le pagaba dos reales por cada noche de vela y media arroba de vino, que el tipo consumía ávidamente, para aliviar así el aburrimiento. Durante una noche terrible de tormenta, sin saber quién las manejaba, las campanas se pusieron a doblar durante buena parte de la noche. A la mañana siguiente el forense y sus asistentes subieron a practicar la autopsia. ¡Y qué tan grande fue su sorpresa ante el espectáculo dantesco con el que se encontraron! El guardián borracho yacía junto a su garrafa de vino, con un cuchillo clavado en el corazón y las cuencas de los ojos vacías. Y efectivamente, como se estarán imaginando, no había rastro del extraño hombre que supuestamente se había ahorcado. Nunca más se supo de ese misterioso individuo.
yo una vez me metí a un extraño tema de portalnet, me puse a leer el tema y cual fue mi sorpresa, ocurrió un hecho dantesco y horripilante.