No entiendo quien vive ni quien escucha, después de podrirse no queda más que ir a la plaza y escuchar callar a la muchedumbre, tras la guerra de todos los días. Acomplejados luego de no ver la mañana, de no mirar el cielo en una aurora, por el yugo de caminar, el peso del decir, el beso que no toca los muros. Cimientos desmoronados que no importan, no soportan a ratos los pasos que damos demás. El ruido se calla y un cuerpo esquelético brilla bajo la luz de una lámpara. Lámpara que ampara las penas que viven sin llorar las noches frías. Lote baldío escondite de mil cuentos. Ausente se ha visto la plaga de los llantos que no dañan, que marchitan a lo mas marchito, que ahogan las horas en un mar de letras, de vacíos que llenamos con palabras. Recordar que existimos es extrañarse, extrañar la piel que sabe que no hay tacto. No existo, me hago humo, me vuelvo la franqueza otoñal que no respiro, mis pies congelados me mantienen despierto en incertidumbres, entre sabanas que huelen al vacío, a historias que acaban al despertarse. El tiempo no esta hecho de números, esta hecho de recuerdos, que cada vez se alejan más.
