No sé si era un presagio de lo que íbamos a ver un poco más tarde, pero lo cierto es que aquel día el Sol caía sobre nosotros como si estuviéramos en las mismísimas puertas del infierno. El lugar no era hermoso. Un desagradable polvo se levantaba a cada uno de nuestros pasos hasta tal punto que a los pocos minutos tuve la sensación de estar comiendo tierra. El paisaje estaba repleto de árboles muertos, y al fondo del erial se levantaba un lúgubre y seco monte cuya estampa podía calificarse de cualquier forma, menos de bella. Era Semana Santa y no había ni un solo turista. Y todavía no sé si era por morbo, o por enfermiza curiosidad, pero el caso es que hacía mucho tiempo que tenía ganas de pisar aquel insólito lugar. Cerro Sechín es un templo erigido hace tres mil setecientos años a los pies de una montaña dentro de la provincia peruana de Casma. Su estilo arquitectónico es único. A caballo entre lo tosco y lo armonioso, sus firmes muros exteriores de pesada roca resguardan una parte interior, hecha de adobe, que muestra un trabajo mucho más fino. La ubicación del templo no es casual; el carácter sagrado que los antiguos pueblos andinos daban a las montañas, en las que según sus creencias vivían los apus, unos poderosos espíritus, fue posiblemente el motivo de la construcción del mismo. Todavía quedan en el cerro que hay a espaldas del recinto caminos antiquísimos que posiblemente fueron utilizados en diferentes rituales y procesiones. Pero lo verdaderamente relevante de Sechín no es su arquitectura o su ubicación; es el arte que en él se expresa lo que ha dado lugar a un sinfín de conjeturas acerca de cuál era su verdadera función. Adornando la fachada principal del templo se pueden contemplar un montón de terribles grabados donde se aprecian con claridad horribles mutilaciones. Desde la extracción de un ojo hasta el corte de un hombre por la mitad. El puzzle de vísceras y sangre que hay en estas paredes hizo que sobre su significado aparecieran mil y una teorías, sin que ninguna de ellas haya sido probada hasta la fecha. Para unos fue un lugar donde se estudiaba medicina, debido al detalle con que aparece la anatomía humana, mientras que para otros tales dibujos no fueron más que el reflejo del fin de una batalla donde se ajustició a los vencidos. Lo que sí está claro es que presidiendo tan terribles escenas aparece siempre la figura de un maquiavélico sacerdote guerrero adornado con cabezas trofeo. De presencia inquietante y gesto amenazador, se puede ver cómo a lo largo del muro exterior del templo el personaje va evolucionando en sus gestos y atuendos a la vez que la sangre de sus víctimas es cada vez mayor, para llegar hasta una representación que hay justo al lado de la entrada principal, en la que ya cargado de cabezas de sus enemigos y con un complejo tocado, más parece un cruel rey que un simple chamán. Sechín fue posiblemente, además de un templo, un lugar que marcaba una terrible advertencia, la que recordaba a los hombres que pagarían con su propia vida y con viles castigos el atrevimiento de enfrentarse a ciertos poderes. Aunque lo realmente macabro de este lugar, es que su fachada lo que hace es representar una terrible ceremonia en la que un individuo va adquiriendo más poder a la vez que más muerte y destrucción va causando. Todo ello bendecido por una incomprensible y a Dios gracias olvidada magia negra. Ya lo saben pues, si algún día quieren contemplar las puertas del infierno, no lo duden, vayan a ver este lugar. No es hermoso, no es recomendable para parejas de enamorados, no evoca paz y no es nada fresco. Pero en sus lúgubres muros hay encerrado un secreto que les hará reflexionar. Allí, en grises piedras está oculta la ancestral magia que un día forjó un reino de oscuridad y sombras. Un misterio que esperemos jamás vea la luz, pues si alguien fuera capaz de rescatarlo las flores apagarían su color ante el miedo del fuego. Y es que después de ver aquellos dibujos les aseguro que un día, en la Tierra, estuvo el averno.