Era una calurosa noche de Diciembre. Como de costumbre, al salir de la iglesia se fue caminando en dirección a la pasarela para cruzar la autopista y así seguir su camino hasta el metro. Mientras caminaba, cual oráculo de tiempos bíblicos, intentaba visualizar los acontecimientos ulteriores a sus pisadas. Articulaba en su mente en forma encadenada las supuestas imágenes que vaticinaba: un perro hambriento y sarnoso que indiferente le echaría un vistazo mientras subía la pasarela, un cansado guardia de seguridad que arrastrando los pies se cruzaría poco mas arriba, un par de autos que echando carreras se cruzarían por debajo de sus pies, la brisa que mecería los arboles a la entrada del metro, la joven que le recargaría la tarjeta, el gentío dentro del vagón del metro, los garabatos que un pequeño niño dibujaría en el húmedo vidrio de la ventana de enfrente, los llantos del bebe de atrás, el insoportable calor, el sudor, los gritos de una señora retando a su inquieto niño, etc., etc. Todo lo que presenciaría hasta subir la escalera y abrir la puerta de su silenciosa vivienda. Cuando ya estaba próximo a la pasarela, se percata de la ausencia del perro. Piensa que podría ser un mal augurio, y se le vienen a la mente las advertencias de la gente de la iglesia. Cada vez que se despedía le recomendaban dos o tres rutas alternativas para evitar aquella pasarela. Las animitas que custodian sus extremos son testimonio fiel de los horrores que han sucedido allí. Lamentablemente aquellas propuestas, lejos de ser una panacea, eran rutas que para bordear aquel lugar tomaban caminos larguísimos y se convertían en una pérdida de tiempo. Como todo joven, pragmático e impetuoso, solía optar por el camino directo. Además lo avalaban su fe y las estadísticas: ya varias veces había cruzado la pasarela, topándose con cientos de personas sin que nada anormal le sucediese. Acababa de adentrarse en la pasarela, la cual estaba desierta, adornada solo por unos envoltorios de alguna golosina, cuando siente un fuerte olor a parafina y suciedad. La repugnante fragancia emanaba de un adolescente que velozmente lo adelanto por su derecha dejando su particular estela. Asqueado y conmovido trata de buscar una respuesta sociológica, *****pológica y teológica a aquella escena de cruda realidad. Mientras camina y especula tiene una corazonada. Gira su cabeza para ver tras de el a otro adolescente que se le viene acercando con pasos oscilantes e inseguros, como si viniera pisando en la oscuridad sobre un terreno endeble y desconocido. Le parecía ver a un zombi, un muerto en vida, impregnado en parafina al igual que el anterior adolescente, con la cara manchada y los ojos inyectados en sangre, babeando…perdido. No, no era un de ja vú, era la introducción de un epilogo.De pronto, los automóviles que cruzaban bajo sus pies, la brisa y el bullicio de la ciudad enmudecieron. Su corazón comenzó a tocar una profunda percusión que saturaba de adrenalina su piel, martillando sus oídos y desgarrando su pecho. La imagen de una golpiza se clavó en su retina. Por instinto reacciona y retoma su camino. Casi frenético apresura el paso para atravesar la pasarela. No alcanza a dar 10 pasos, cuando traga un amargo sorbo de saliva… el primer adolescente que vio le aguardaba pistola en mano en el otro extremo. Pensó en seguir caminando, con tranquilidad, disimulando el miedo, pero los ojos de aquella persona expelían un odio descomunal, irracional, impulsado, sin duda alguna por una adicción igual de absurda. Sin apartar la mirada de aquellos ojos, endemoniados, opta por devolverse. Sin girarse da pequeños paso en reversa, entrecortados, mientras por dentro los planes se disuelven, dejándolo como único recurso una fe que lo obliga a aferrase con uñas y dientes a su dios. Entre pensar y retroceder se traba. Sus labios no se abren y en su mente articula una mística plegaria… ruega al cielo, se deshace en desesperación y suplica. Repentinamente siente en su espalda el frio cuchillo de su toxicómano verdugo, la primera estocada a su fe. Sus manos desesperadas recorren sus ropas, en busca de dinero pero antes de encontrar algo de valor recibe un golpe en la nuca que lo tira al suelo donde recibe cuatro ensañadas puñaladas. La adrenalina logró anestesiar el dolor de las incisiones, pero no el trajín de las manos frías y pegajosas que escudriñaban sus ropas. Desorientado por el golpe intenta descifrar el balbuceo de quien lo inspecciona… pero solo puede oír un agudo y constante pito y el palpitar de su corazón que paulatinamente se hace más tenue…su fe se diluye al mismo paso que su vida se le escapa a borbotones por las heridas. Casi sin fuerzas, eleva una ultima mirada al cielo, como pidiendo un ultimo auxilio, mirada que forzosamente se clava en el suelo con la suela de una zapatilla que oprime su cuello y cara. El zombi le murmura algo, como increpándole el poco dinero que traía consigo y recibe la más dura lección de su vida: el completo desamparo… la ausencia del mesías. Invadido por la vergüenza y la impotencia de ver como se escriben las ultimas líneas de su historia, sintiéndose imbécil y condenado, ve la ultima imagen : una patada que ralentizada se aproxima para concluir su existencia. El mundo y el tiempo se abstraen. Piensa en su madre, sentada frente a la chimenea de su casa, en el sur, a quien no volverá a ver, piensa en su amada, con quien no alcanzará a casarse, en el titulo que a tres días de la graduación no alcanzará a recibir, en todo el tiempo entregado como adoración, sus esfuerzos por ser un hombre de bien y en sus jóvenes verdugos que no irán a la cárcel y de seguro morirán en un tiempo más, intoxicados en algún callejón. Al concluir esa reflexión, sintió plena convicción y el tiempo recobró su ímpetu muriendo su fe… y también él.
La historia es interesante. Bien relatada. El comienzo me gustó más que el final, cuyas decepcionantes reflexiones ensuciaron (a mi parecer). La idea de la fe, y de perder la fe por no recibir una ayuda, es paradójica. Quizás es una crítica a la fe misma o a la religión, o a la ridícula forma de ver la vida y su relación con algún poder mayor, y con la misma fe, de algunos creyentes. De todos modos es atractivo el relato. Un buen aporte. Saludos.
De nada, me agrada tu estilo. Me gusta que la gente se preocupe de cómo relata la historia y no sólo de la historia misma. Por eso esto es literatura y no un bar donde uno cuenta las anécdotas chistosas de la semana.
a mí me gustó el final, mucho más que el principio. de verdad la descripción fue buena. me dejó satisfecha
me sorprendiste man buen historia bien relata y como me gusta.... final real y no con cliches tipicos inpuestos por industrias y original