[Info] El hincha fantasma 1991

Tema en 'Cementerio De Temas' iniciado por .::DON VENENO::., 13 Ago 2010.

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  1. .::DON VENENO::.

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    Se acaba de arrojar y ya se convirtió en una leyenda. En una de las fotografías más extrañas del fútbol chileno, hay un aficionado anónimo que tiene los ojos bien abiertos, el cuerpo semirrecostado y la cara cubierta de colores. Es el miércoles 5 de junio de 1991, una noche muy fría en el Estadio Monumental, en Santiago de Chile, y en las tribunas hay unas sesenta mil personas. El muchacho está en el centro del campo, los orificios de la nariz bien abiertos y la boca que parece aspirar una bocanada de aire a causa del esfuerzo por llegar a la escena. Detrás de él posan abrazados los once jugadores del Colo Colo que, noventa minutos después, habrán ganado por primera vez la Copa Libertadores de América. Están tensos. Ninguno sonríe para la posteridad. La felicidad del niño brilla en medio de ese cuadro sombrío, como si hubiera calculado su jugada maestra con semanas de anticipación. Adelante hay unos treinta fotógrafos y camarógrafos que ni siquiera han advertido la presencia del intruso y capturan las imágenes en los seis segundos que dura ese instante oficial: el equipo posando antes de la batalla. Pero allí también está ese niño, que ha tenido que evadir quién sabe a cuántos policías, barreras y controles antes de aterrizar en esa fotografía. Los hinchas que esa noche lo vieron por la televisión debieron de morirse de envidia y de admiración. Era el único aficionado en el campo y, por el gesto en su cara, parecía el muchacho más feliz del planeta.

    Al día siguiente, su rostro semioculto como el de un superhéroe anónimo fue parte del póster oficial del equipo campeón de la Copa Libertadores de América. La imagen circuló por todo Chile. Millones de chilenos celebraron ese campeonato continental, el primero que obtenía un equipo de su país. También se preguntaban por ese muchacho de la fotografía. Un programa de televisión hasta intentó buscarlo, pero no tuvo éxito. ¿Quién era El hincha fantasma?
    El fotógrafo deportivo José Alvújar no llegaba a los treinta años cuando fue a cubrir ese partido que él considera la primera gran historia de su carrera. «Lo que me acuerdo con claridad es que hacía bastante rato que el pendejo andaba en la cancha, y lo único que rogábamos los fotógrafos era que él no llegara a la foto», dice dieciséis años después de aquel partido. Ahora lleva el pelo largo, una barba canosa y es uno de los mejores fotógrafos deportivos de Chile. Esa noche lo acompañaba un grupo de experimentados camaradas. El joven Alvújar tenía una misión particular: obtener la imagen del gol de Colo Colo, el equipo local. Pero antes del juego, corrió al centro del campo para sacar la fotografía oficial: la oncena titular de ese equipo. Los jugadores comenzaban a formarse cuando él notó que un niño corría hacia el cuadro. «Siempre he dicho que la foto tiene su momento y por ese motivo uno obtiene lo que el lente puede captar –dice Alvújar–. No hubo tiempo para detener nada. En ese momento pensé que lo que hacía ese muchacho era una coordinación perfecta para cagarnos la foto. El registro se iba a ensuciar con ese niño. Y en mi cabeza lo único que se repetía mientras disparaba era: un estorbo, un estorbo, un estorbo».


    Cuando la pose protocolar del Colo Colo concluyó, faltaban dos minutos para que comenzara el partido de fútbol más importante de la historia de Chile (ningún equipo del país ha vuelto a ganar la Copa Libertadores de América). Los fotógrafos tenían la imagen oficial. Los jugadores se dispersaron por el campo de juego. Al muchacho lo capturó un policía. Y nadie supo de él. Su rostro nunca volvió a verse en el Estadio Monumental. Tampoco él apareció para decir, sí, yo fui El hincha fantasma. O como dicen algunos: El jugador número doce en esa fotografía.

    En el afán de encontrar a El hincha fantasma, algunos se fijaron en una imagen fúnebre que hay en la entrada de los campos donde entrena el Colo Colo. Dijeron que ese 5 de junio de 1991, el muchacho de la imagen apareció y luego despareció fantasmalmente en el estadio. Era un error increíble: el monumento recordaba a una niña muerta en el 2005. Lo único cierto era que sobraban los sitios dónde buscar.

    A fines de mayo del 2007, el misterio pareció de pronto resuelto. Faltaban ocho días para que los hinchas del Colo Colo celebraran el decimosexto aniversario de aquella Copa Libertadores. El periodista Aldo Schiappacasse publicó en el diario El Mercurio el artículo «El niño que se cruzó». Allí decía que El hincha fantasma se llamaba Reinaldo Sandoval, que tenía veintisiete años, que trabajaba como asistente de autobuses interurbanos y que tenía una hija de siete años. «Cuando veo que le van a sacar la foto al equipo vengo y me tiro, no más, arrastrándome. Quedé todo desordenado, algunos fotógrafos reclamaban y llegaron los guardias para agarrarme del brazo y sacarme a la tribuna Océano», explicaba el supuesto hincha en ese texto. Debía de tener once años de edad la noche del campeonato. Un año antes, contaba él, su abuela lo había internado en la Ciudad del Niño, un albergue para chicos con problemas económicos y familiares. Poco a poco él se hizo más y más hincha de Colo Colo. Conoció a la secretaria del presidente del club, y ella le regaló unas entradas para el estadio. Con el paso del tiempo, el niño se hizo conocido entre los porteros y los guardias de ese lugar. Por eso, explicaba, no le costó tanto entrar en el campo de juego. «Muy temprano me fui a la sede, donde me pintaron y me llevaron al estadio. Quedé justo en el túnel. Cuando el equipo salió a la cancha me le colé al jefe de seguridad –uno negro y alto que había en esa época– y de repente me vi al medio de todo», le dijo a ese periodista.

    En la página web más importante de los seguidores del Colo Colo, dalealbo.cl, algunos aficionados celebraron la buena noticia. «Por fin apareció», dijo alguien que firmaba como Chartier Albo. Haber encontrado a El hincha fantasma era un beneficio para ellos. Ese niño representó al hincha del equipo durante esa final de la Copa Libertadores. De hecho, muchos seguidores creían que se trataba de un muchacho de Ñuñoa, una comuna del este de Santiago de Chile, que había muerto a causa de su mala vida. También se mencionaba un apodo: el Monito, pero de su nombre y destino real, nada. Aquellos eran datos vagos que nunca identificaron a nadie. En el texto de El Mercurio, al menos había una persona de carne y hueso a quien creerle. Un ser humano con nombre y apellido que contaba una historia verosímil de lo que había ocurrido.

    Pero después de ese artículo vinieron las dudas y las nuevas pistas. «Ese huevón está vendiendo la pomada –escribió alguien que firmaba Alboiquique–. Yo conocí y muy bien al que se tiró en esa foto. Le decían Mono y era de Ñuñoa, población Exequiel González Cortés. Toda mi familia y el barrio lo conocía no sólo por esa foto, sino porque era una buena persona; era medio pinganilla, pero no era malo. Sabrán a qué me refiero, pero bueno. Lo cierto es que esa persona ya no está con nosotros sino que está alentando al Cacique desde el cielo». Los comentarios siguieron, incrédulos, enojados, sorprendidos. Catoalbo agregó más detalles: «Por las cosas de la vida se metió en cosas malas y terminó pagando con su vida, dicen que de sida, pero la cosa es que murió hace algún tiempo atrás. Mi viejo me lo contó». Desde el 28 de mayo hasta el 1 de junio del 2007 hubo veintinueve comentarios. Allí quedó todo. El hincha fantasma fue olvidado de nuevo.

    La historia empezaba a contarse desde múltiples voces. Alboiquique reapareció y escribió que el Mono había trabajado para un señor que vendía cartones en la calle Guillermo Mann. Pero dijo algo más importante que todos los demás: dejó su nombre y el número de su teléfono celular. Alboiquique se llama Mario González y vive en Iquique, un puerto al norte del país. Lo indignaba aquel hombre que decía ser el muchacho de la foto en la columna de El Mercurio. «Todos allá en la población conocen lo que hizo el Mono. Apenas salió en la tele nos dimos cuenta de que había sido él. Nadie dudó», cuenta a través del teléfono. El Mono tenía entre catorce y quince años. Robaba y a veces le ayudaba a cargar cartones a un hombre que tenía un negocio en esa calle llamada Guillermo Mann. Ese tipo también se murió, recuerda González, pero su esposa continúa trabajando en el mismo lugar. Se llama Mónica. «Ella debe saber dónde encontrar a su familia, porque el Mono, loco, ya está muerto. Pero te digo una cosa: él es El hincha fantasma. Te vas a dar cuenta altiro». Sólo hay que averiguarlo.

    En la calle Guillermo Mann, donde dicen que trabajaba el Mono, hay varios locales de recolección de cartones. Allí todos se conocen y es muy fácil dar con el negocio de «Mónica», como se llama la viuda del patrón de ese muchacho. El local está en la población Exequiel González Cortés, muy cerca del Estadio Nacional de Santiago de Chile. Allí los pasajes son estrechos y en las casas, de construcción sólida, hay poco espacio para que la gente se mueva con soltura. Las piezas chocan unas con otras. Si hay niños en la casa, éstos deben jugar en los pasajes angostos, en la calle o en los alrededores del estadio. Ahora es la hora de almuerzo, y un hombre que ordenaba un conjunto de cajas en el local indicado regresa del interior con noticias claras.


    –Usted busca al Monito –aclara–. El Mono es el papá y esa familia tiene unos parientes que viven en el pasaje siguiente, tercera casa.
    Antes de llegar a ella, un hombre que ha escuchado hablar del Monito se adelanta.


    –Sé a quien busca. El Monito se llama Luis Mauricio López Recabarren, el niño que salió en esa foto famosa del campeón de la Libertadores del 91.


    El vecino curioso se llama Jaime Villagrán y ha vivido siempre en este barrio. Conoce al Monito y a su familia. Lo vio de pequeño cuando jugaba en la calle y cuando iba al Estadio Nacional cada vez que podía.
    –Usted debe saber que murió –cuenta Villagrán–. Tuvo una vida difícil de niño. Él optó por el camino más complicado. Él quiso vivir en la calle y allí conoció lo malo también. Murió joven. Murió en la cárcel, el Monito. Y sólo aquí en la población siempre han sabido de su hazaña.


    Villagrán se detiene frente a una casa. Grita «aló» y explica que alguien quiere hablar de Luis Mauricio. Una voz responde y luego la puerta se abre. Un hombre se asoma. Pelo negro, estatura pequeña, ojos caídos y un vientre abundante.


    –Qué tal –dice–. Soy Luis López. Me llaman el Mono. Usted quiere saber sobre mi hijo, el Monito. Usted viene por lo de la Copa Libertadores de Colo Colo. Adelante, ahí tenemos una foto grande de él.


    La sala está oscura. El padre de Luis Mauricio López Recabarren enciende la luz y en una pared aparece una gran fotografía enmarcada donde un muchacho sonríe. Tiene los ojos oscuros, la nariz ancha, una enorme sonrisa, los dientes blancos y separados, los labios contundentes y anchos. Viste una camiseta blanca con tirantes y unos shorts azules. También lleva un gorro que deja ver parte de su cabello negro, grueso y un poco ondulado. La pared parece un santuario en honor al muchacho.

    –Ése es mi hijo –se oye una voz de mujer–. Él es Luis Mauricio muy poquito antes de que falleciera. ¿Vio las fotos más chicas que están a su alrededor?

    La enorme imagen está rodeada por otras un poco más pequeñas. En una esquina se encuentra la famosa fotografía del Colo Colo de 1991, donde El hincha fantasma está delante de los jugadores. Al lado hay una imagen similar de la selección nacional, poco antes de un partido contra Argentina. Es la Copa América de 1991, que se jugó en Chile. Debajo de los futbolistas, el pequeño Luis Mauricio aparece recostado en el pasto; tiene la cara descubierta y mira a las cámaras como si fuera un jugador más.

    –Esa vez mi hijo hizo gritar a todo el estadio un «ce, ache, í» –dice la madre–. Fue la última vez que se metió a una cancha.

    Hay algunos retratos más: en el colegio, cuando recibe un diploma al lado de una profesora; con amigos de la Penitenciaria, donde estuvo preso hasta su muerte; junto a los arqueros Daniel Morón y Nicolás Villamil, antes de un partido entre Colo Colo y la Universidad de Chile, su clásico rival; sonriendo junto al cantante mexicano José José, en la platea del Estadio Nacional; en una salida de Colo Colo, en 1991; al lado de un jugador de Universidad Católica, en 1987. En todas las fotografías aparecen el mismo mentón, los mismos labios gruesos, la misma nariz ancha y un poco chata. Es el mismo e inequívoco rostro: de niño, de adolescente, con la cara de un hombre. Luis Mauricio López Recabarren, el Monito, podría ser El hincha fantasma.




    Luis Mauricio López, el Monito, casi no pasaba tiempo en su casa. Lo suyo era la calle. Una vez, cuando tenía seis años, su padre lo sorprendió robando en un autobús. Hizo que devolviera las monedas y lo abofeteó. Pero el hijo tenía cierto talento para los robos de pequeños montos y poco a poco se convirtió en un ladrón de ocasión. Por ese motivo cayó un par de veces en los reformatorios de menores de Santiago de Chile. La única actividad que lo sacaba de los malos pasos era el deporte y eso se lo debía a su padre. Luis López, el Mono (a quien llamaban así por su parecido físico con un chimpancé), había sido popular en su niñez. Al vivir tan cerca del Estadio Nacional, había logrado cientos de imágenes con futbolistas famosos, que luego eran publicadas en revistas como Estadio o Gol y gol. Su mayor logro fue una fotografía al lado de Pelé. López dice que su hijo siempre quiso imitarlo. Por eso, el niño entraba al campo cada vez que podía. «Cuando supieron que era el hijo del Mono, la gente empezó a decirle igual o Monito. Y lo ponía orgulloso que le dijeran como su papá», explica. «Mi hijo siempre quiso ser como yo». Pero el niño iba a hacer algo mucho más grande.

    Luis Mauricio, el Monito, comenzó a posar a los nueve años con los equipos titulares de la selección de Chile, el Colo Colo, la Universidad de Chile, Universidad Católica, Cobreloa y otros clubes del país. Las decenas de fotografías que la familia conserva ahora en la pared-altar de su casa se las regaló un fotógrafo profesional apodado Rucio. Luis Mauricio siempre estaba entre los jugadores, a un costado o deslizándose por el pasto. Sabía cuál era el mejor momento para entrar: minutos antes de que el equipo local pisara el campo. En ese instante todos se preocupan del público de las gradas, de sus cánticos y de la efervescencia general. Por eso, aquel 5 de Junio de 1991, Luis Mauricio entró cuando el equipo rival, el Olimpia de Paraguay, salió al campo de juego. Luego corrió en busca de esos jugadores y comenzó a molestarlos. Uno de ellos, el defensor Gabriel González, trató de pegarle un manotazo a la pasada. El muchacho lo esquivó y siguió corriendo. Esa noche, durante el juego, González fue el único jugador expulsado.

    Luis Mauricio había sacado la bandera de casa, recuerda María Recabarren, su madre. «Nosotros ya no teníamos control de sus actos. Él ya se sentía libre, por eso no tuvo temor de meterse a la cancha, a pesar de que todo el mundo sabía que iba a ser muy difícil. Pero él estaba determinado en ser el único». En el estadio, la gente observaba a ese muchacho que llevaba la bandera al cuello como un superhéroe con capa. Carlos Vergara, uno de los sesenta mil aficionados que colmaban el estadio esa noche, dice que un policía empezó a perseguirlo, pero que no pudo alcanzarlo. Luego vio al Monito cerca del arco del Olimpia. Les quitaba la pelota a los jugadores de ese equipo. Un defensa estaba a punto de patear un tiro al arco; de pronto, el Monito se adelantó y dejó parado al arquero paraguayo. «El estadio –dice Vergara–, no sé si recuerdo bien o me lo inventé, lo celebró como gol». Ese grito quedó registrado en la transmisión televisiva que había comenzado hacía pocos minutos. Alberto Foullioux, uno de los comentaristas a cargo, creyó equivocadamente que el griterío se debía a que el Colo Colo salía al campo. Pero los jugadores todavía estaban en el camarín. Quien estaba allí era el Monito, que corría, levantaba los brazos y fastidiaba a los paraguayos. Pero aún faltaba lo más importante para él: la fotografía.

    El comentarista Sergio Livingstone, uno de los más antiguos de la televisión de Chile, también fue el primero en advertir al intruso e informarlo a la teleaudiencia: «Hay un chico que está dentro de la cancha con una bandera colgando. Es muy pequeñito, pero esas cosas no deben pasar. Se descuelgan por la reja y es la única persona extraña al acontecimiento». Poco después, el estadio estalló en gritos, cuando los jugadores de Colo Colo salieron por fin de los camarines. Llegaron al centro del campo y saludaron. Hay una toma donde se ve a Luis Mauricio tratando de hablar con los jugadores. Luego llegan los guardias y el muchacho tiene que apartarse. Al rato, los once jugadores comenzaron a formarse en dos filas. Los fotógrafos estaban listos para disparar. Luis Mauricio debía saber que su momento había llegado. «Lo que a él le importaba era la foto –dice ahora su padre–. Salir con los jugadores y tenerla de recuerdo. En eso consistía todo el tema. Si no podía sacarse la foto hubiera sido triste para él». Y comenzó a correr, mientras un policía trataba de alcanzarlo. Los flashes estallaban. Entonces Luis Mauricio se lanzó a ese encuadre en perfecta sincronización de tiempo y distancia. Su cuerpo se deslizó por el pasto y con su mano golpeó el hombro del delantero Luis Pérez, quien esa noche hizo dos de los tres goles con que el Colo Colo ganó. «Me hubiera encantado conocerlo –dice ese deportista dieciséis años después–. Ese niño, al final de cuentas, formó parte del equipo. Fue como el jugador número doce que tanto dicen. Él estaba allí como el representante de los hinchas». En la televisión, el comentarista Sergio Livingstone parecía ofendido. «Ahí apareció el chiquitín, ese», dijo regañando al vacío. Otros periodistas que se mostraron enfadados en ese momento, ahora dicen haber aprendido varias cosas. «Pasó de ser una barbarie fotográfica (porque le restó protagonismo a los jugadores y un desconocido se convirtió en la reina) a una foto que concentra la esencia del fútbol: el deporte y el fervor», dice el fotógrafo José Alvújar. Al arrojarse hacia la fotografía, Luis Mauricio López Recabarren, el Monito, no buscaba figuración ni fama. Se contentaba con disfrutar del privilegio de estar allí. El resto debía importarle un carajo.


    María Recabarren, la madre de El hincha fantasma, arregla un bolso con bebidas y un par de chalecos para ella y su marido. Son las tres de la tarde de un lunes de julio, y la pareja está un poco retrasada para visitar el cementerio, como hacen al principio de cada semana. Un día, dice Recabarren, su hijo le confesó su mala conducta: «“Mamita, yo nací ladrón y voy a morir ladrón. Pero eso no quita que no te quiera y te adore”», recuerda que él le dijo. La mujer está convencida de que, a pesar de todo, Luis Mauricio fue una persona maravillosa.

    Después de aquella final de la Copa Libertadores, el Monito era famoso en su barrio. Sus vecinos le reconocieron de inmediato en las imágenes de televisión y lo felicitaron. Sus amigos se sentían orgullosos de él y pronto supieron que un equipo de televisión lo buscaba para entrevistarlo. Alguien había contado que el niño de la fotografía era el Monito y que lo podían ubicar en la calle Guillermo Mann. Pero él no quería que lo encontraran. «Hubiera tenido problemas altiro», explica su padre. En su caso, aceptar la fama habría traído a su vida no sólo periodistas, sino policías. Durante su vida, el Monito entró y salió varias veces de los reformatorios de menores y de la penitenciaria. También tuvo problemas con las drogas. «Cuando se empezó a meter con la pasta base [de cocaína] la cosa se puso más incontrolable», dice su padre; pero luego vuelve a seleccionar los mejores recuerdos. «Mi hijo era re-buena persona. Si usted hubiera visto las pololas que tuvo, todas bonitas. Siempre lo quisieron ellas. Nunca lo abandonaron, hasta el final».

    Aquella noche de la Copa Libertadores Luis Mauricio entró a un campo de fútbol por penúltima vez. La última fue en el partido que la selección de Chile jugó contra la de Argentina. Copa América de 1991. «Esa vez dio una tremenda vuelta –dice la madre–. Se dio el gusto de estar como diez minutos adentro y, antes de que lo sacaran, hizo gritar a todo el estadio porque no estaba el señor de la trompeta, y un capitán de Carabineros lo sacó». Ya fuera del campo, el oficial le invitó un sándwich y después lo detuvo. En la comisaría le contaron que, por su culpa, al oficial encargado de la seguridad de la final de la Copa Libertadores lo habían suspendido. Así que le prohibieron volver a entrar a un campo de fútbol de nuevo. «Mi cabro cumplió –dice la madre–. No apareció nunca más».

    Ahora los padres de El hincha fantasma llegan al Cementerio General, el más grande de Santiago de Chile. Caminan lento entre tumbas, nichos y mausoleos. Luis Mauricio murió de leucemia en el Centro de Detención Preventiva Santiago Sur, mientras cumplía una condena por «robo con intimidación». Durante ese asalto recibió un balazo en la cabeza y casi murió. Sus padres creen que esa herida pudo haberle provocado la enfermedad. Su salud declinó poco a poco. El 30 de julio de 1999, a los veinticuatro años, Luis Mauricio murió en una cama del hospital de la Penitenciaría. Según su madre, sus compañeros de la prisión guardaron cinco minutos de silencio en su honor.

    Ella también selecciona los mejores recuerdos. Dice que él compartía sus ropas con los reclusos que no tenían nada. «“No importa porque mi mamita me va a traer ropa y no me va a faltar a mí”. Todos lo querían y respetaban», añade mientras se acerca a la tumba. «A veces él conversaba de ese momento en el Monumental, cuando tenía quince años», dice Recabarren. «Y le gustaba acordarse. A veces se veía en los pósters, en la tele. Seguramente fue una de las cosas más bonitas que le pasaron en la vida».

    –Seguramente –añade su esposo.

    –Aquí está mi hijo –dice la mujer frente a una lápida de mármol blanco, llena de flores rojas y amarillas, y con la cara de Luis Mauricio grabada sobre una loza–. ¿Cómo estás amor de mi vida?

    Hay un silencio breve. En al nicho hay flores de muchos colores y un adorno con la insignia del Colo Colo. Allí está el nombre de Luis Mauricio y las fechas de su nacimiento y muerte. Abajo, un epitafio firmado por sus padres, hermanos y sobrinos.

    De pronto, María Recabarren saca del bolso la fotografía enmarcada del equipo titular del Colo Colo de 1991, el mismo que ganó la Copa Libertadores de ese año. Los once jugadores formados en dos filas: los del fondo parados; los de adelante, en cuclillas. Debajo de ellos, El hincha fantasma se recuesta en el pasto del estadio.

    –Hijo mío –dice la mujer–. Te traje tu foto.

    Luego besa esa imagen y cierra los ojos.


    ACA EL VIDEO QUE DEDICO ZOOM DEPORTIVO AL HINCHA
    [ame]http://www.youtube.com/watch?v=kFcfkFv5pGI[/ame]


    ESO ERA...UN HINCHA MAS QUE TE ALIENTA DESDE EL CIELO



    PD:A LOS QUE NO LE INTERES XFA NO COMENTEN NADA..GRACIAS
     
    A Paul Hewson. le gusta esto.
  2. felipillojulian

    felipillojulian Usuario Nuevo nvl. 1
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    la wea mistica XD
     
  3. Blow.

    Blow. Usuario Habitual nvl.3 ★
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    si wn tambien vi la historia
    y es cuatico wn
     
  4. [K]ok[E] '

    [K]ok[E] ' Usuario Casual nvl. 2
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  5. SpeedyK

    SpeedyK Usuario Casual nvl. 2
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    cuatico igual, vale por la info
     
  6. vza_man

    vza_man Usuario Nuevo nvl. 1
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    Esto tambien lo vi en canal 7 pero no era zoom deportivo compa..

    Incluso se habian equivocado y contactado a un weon que no era y el wn pedia plata por la entrevista
     
  7. NiKo.-

    NiKo.- Usuario Habitual nvl.3 ★
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    Gran historia; la leí completa, ese es el hincha..! que penca qe ya no este con nosotros, aunque alenta al cacique desde el cielo!
     
  8. jothapeee

    jothapeee Usuario Casual nvl. 2
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    =O la wea cuaticaxd
     
  9. ricardopf

    ricardopf Usuario Nuevo nvl. 1
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    cuatiko!! vale por la info
     
  10. СΔЯИΔΖΔ

    СΔЯИΔΖΔ Usuario Avanzado nvl. 4 ★ ★
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    no cachaba la historia la lei completa si.dificil vida le toco vivir
     
  11. bondager

    bondager Usuario Casual nvl. 2
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    hace mucho q la leí, pero no deja de sorprenderme

    es una historia que tiene de todo y para variar real

    saludos!
     
  12. KRATOS 17

    KRATOS 17 Usuario Casual nvl. 2
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    Puta wn.. mala onda.. parece que en colo colo.. a los personajes insignes le ronda la muerte
     
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