No eran amigas hasta que se conocieron en mi mochila, platicaron mucho durante el viaje, la manzana dijo que era del sur del estado, pero que la habían puesto en una caja de manzanas importadas, y pues no entendía lo que decían pero estaba segura que se burlaban de ella por ser diferente. Luego las subieron a todas a un camión que estaba frio eso le agradó mucho porque tenía un calor tremendo, pero luego todo estuvo oscuro y sintió mucho miedo, pero no tembló, porque ella era una manzana y las manzanas son duras como piedras y dulces como miel, o al menos eso le decía siempre su papá. Su papá era un gran manzano, sus ramas más altas parecían tocar el cielo, y a lo ancho eran tan largas que personas, perros e incluso caballos se podían cobijar con su sombra. Cuando giro su vista las manzanas extranjeras, tiritaban de miedo y frio, y ella se sintió superior porque había vencido al miedo y no temblaba, ahora era ella la que se burlaba de las otras, pero lo hacía por dentro, no se rebajaría al mismo nivel que esa chusma. Cuando el camión detuvo su marcha las bajaron a todas y las pusieron en un exhibidor, para que todo el mundo las viera, algunas veces, los humanos se acercaban y se llevaban algunas manzanas. Hasta que le tocó el turno a ella y viajo en una bolsa junto a un pequeño grupo de manzanas extranjeras que no dejaban de temblar. Pero a pesar de su miedo ella no temblaba, por que las manzanas son duras como piedras y dulces como miel. Las palabras de su padre siempre le daban valor. Y fue cuando sintió una gran nostalgia, y tristeza. Así sumida en sus recuerdos se encontró de nuevo en la oscuridad y en el frío. Y esta vez lloro, y lloro, añorando los días que el sol le bañaba su piel, y su padre les hablaba a ella y a sus hermanas sobre lo inmenso del mundo y de todas las cosas que él había visto. Porque a pesar que no podía moverse, él era muy viejo y alto, y podía ver muchas cosas. Un día, aunque en realidad no sabía cuánto tiempo había pasado, la sacaron a la luz y la pusieron junto a una pera, ella empezó a contarle cosas pero la pera no respondía parecía no entenderla, como que no hablaba el mismo idioma, pero eso no le importó ella siguió hablando, le hacía tanto bien hablar con alguien. Tanto así que la manzanita no se dio cuenta que la pera no hablaba porque ya había muerto. Al final llegue a mi trabajo, abrí mi mochila y le di un mordisco la manzana.