El Fútbol a Sol y Sombra.

Tema en 'Cementerio De Temas' iniciado por Ender27, 16 Nov 2009.

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  1. Ender27

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    "¿En qué se parece el fútbol a Dios?. En la devoción que le tienen muchos creyentes y en la desconfianza que el tienen muchos intelectuales."

    EDUARDO GALEANO - EL FÚTBOL A SOL Y SOMBRA.


    En 1995, este maravilloso escritor uruguayo, autor, entre muchas cosas, del libro "Las venas abiertas de América Latina" que Chávez le regaló a Obama, publicó un libro sobre la pasión máxima del continente americano, sobre el juego que llevamos todos en la sangre y por el que que probablemente, en espíritu, seguiremos gritando y sufriendo incluso después de la muerte.

    EL FÚTBOL A SOL Y SOMBRA, publicado en 1995, es un homenaje y una biografía a un deporte asimilado por nuestro continente como sus ríos de aguas plateadas o sus selvas vírgenes y tropicales. No importa de donde el fútbol venga, es más nuestro, es más propio del barro y el barrio latino, está más vivo en los pies y en los corazones que vibran desde méxico a la patagonia, que en cualquier otro rincón del mundo. Crecemos gritando y pataleando, crecemos luchan y celebrando, llorando y maldiciendo. Es algo que nos pertenece a todos, algo a lo que nunca podríamos renunciar. Un amor del que nunca podríamos renegar.

    Por eso este uruguayo, que como todos los latinos vibra detrás de la pelota, escribió un libro maravilloso, con grandes historias y también, de denuncia, como reclamo a un negocio que a veces ensucia lo más bello del deporte REY.

    Un libro que los amantes del fútbol debiesen leer, aunque leer no sea lo suyo.

    Pero es verdad, leer no siempre es barato, así que les dejo un LINK con extractos e historias presentes en este librito. Si les gusta, pueden ir a la librería o a la biblioteca y buscarlo. Vale la pena.
    O eso esperamos.


    http://www.elortiba.org/pasgalea.html


    Toda el texto de este tema es inspiración mía, pero mucha de esa inspiración viene de este caballero al que admiro profundamente.


    Y si les da lata hacer click, aquí les dejo 3 historias que están del otro lado de ese hipervínculo y presentes en el libro. Para que les echen un vistazo y vean si les tinca o no.



    EL ARQUERO

    También lo llaman portero, guardameta, golero, cancerbero o guardavallas, pero bien podría ser llamado mártir, paganini, penitente o payaso de las bofetadas.
    Dicen que donde él pisa, nunca más crece el césped.
    Es un solo. Está condenado a mirar el partido de lejos.
    Sin moverse de la meta aguarda a solas, entre los tres palos, su fusilamiento. Antes vestía de negro, como el árbitro. Ahora el árbitro ya no está disfrazado de cuervo y el arquero consuela su soledad con fantasías de colores.
    Él no hace goles. Está allí para impedir que se hagan.
    El gol, fiesta del fútbol: el goleador hace alegrías y el guardameta, el aguafiestas, las deshace.
    Lleva a la espalda el número uno. ¿Primero en cobrar?
    Primero en pagar. El portero siempre tiene la culpa.
    Y si no la tiene, paga lo mismo. Cuando un jugador cualquiera comete un penal, el castigado es él: allí lo dejan, abandonado ante su verdugo, en la inmensidad de la valla vacía. Y cuando el equipo tiene una mala tarde, es él quien paga el pato, bajo una lluvia de pelotazos, expiando los pecados ajenos.
    Los demás jugadores pueden equivocarse feo una vez o muchas veces, pero se redimen mediante una finta espectacular, un pase magistral, un disparo certero: él no. La multitud no perdona al arquero. ¿Salió en falso?
    ¿Hizo el sapo? ¿Se le resbaló la pelota? ¿Fueron de seda los dedos de acero? Con una sola pifia, el guardameta arruina un partido o pierde un campeonato, y entonces el público olvida súbitamente todas sus hazañas y lo condena a la desgracia eterna. Hasta el fin de sus días lo perseguirá la maldición.


    EL HINCHA

    Una vez por semana, el hincha huye de su casa y asiste al estadio.
    Flamean las banderas, suenan las matracas, los cohetes, los tambores, llueven las serpientes y el papel picado; la ciudad desaparece, la rutina se olvida, sólo existe el templo. En este espacio sagrado, la única religión que no tiene ateos exibe a sus divinidades. Aunque el hincha puede contemplar el milagro, más cómodamente, en la pantalla de la tele, prefiere emprender la peregrinaci ón hacia este lugar donde puede ver en carne y hueso a sus ángeles, batiéndose a duelo contra los demonios de turno.
    Aquí, el hincha agita el pañuelo, traga saliva, glup, traga veneno, se come la gorra, susurra plegarias y maldiciones y de pronto se rompe la garganta en una ovaci ón y salta como pulga abrazando al desconocido que grita el gol a su lado. Mientras dura la misa pagana, el hincha es muchos. Con miles de devotos comparte la certeza de que somos los mejores, todos los árbitros est án vendidos, todos los rivales son tramposos.
    Rara vez el hincha dice: «hoy juega mi club». Más bien dice: «Hoy jugamos nosotros». Bien sabe este jugador número doce que es él quien sopla los vientos de fervor que empujan la pelota cuando ella se duerme, como bien saben los otros once jugadores que jugar sin hinchada es como bailar sin música.
    Cuando el partido concluye, el hincha, que no se ha movido de la tribuna, celebra su victoria; qué goleada les hicimos, qué paliza les dimos, o llora su derrota; otra vez nos estafaron, juez ladrón. Y entonces el sol se va y el hincha se va. Caen las sombras sobre el estadio que se vacía. En las gradas de cemento arden, aquí y allá, algunas hogueras de fuego fugaz, mientras se van apagando las luces y las voces. El estadio se queda solo y también el hincha regresa a su soledad, yo que ha sido nosotros: el hincha se aleja, se dispersa, se pierde, y el domingo es melancólico como un miércoles de cenizas después de la muerte del carnaval.

    PELÉ

    Cien canciones lo nombran. A los diecisiete años fue campeón del mundo y rey del fútbol. No había cumplido veinte cuando el gobierno de Brasil lo declaró tesoro nacional y prohibió su exportación. Ganó tres campeonatos mundiales con la selección brasileña y dos con el club Santos. Después de su gol número mil, siguió sumando.
    Jugó más de mil trescientos partidos, en ochenta países, un partido tras otro a ritmo de paliza, y convirti ó casi mil trescientos goles. Una vez, detuvo una guerra: Nigeria y Biafra hicieron una tregua para verlo jugar.
    Verlo jugar, bien valía una tregua y mucho más. Cuando Pelé iba a la carrera, pasaba a través de los rivales, como un cuchillo. Cuando se detenía, los rivales se perd ían en los laberintos que sus piernas dibujaban. Cuando saltaba, subía en el aire como si el aire fuera una escalera.
    Cuando ejecutaba un tiro libre, los rivales que formaban la barrera querían ponerse al revés, de cara a la meta, para no perderse el golazo.
    Había nacido en casa pobre, en un pueblito remoto, y llegó a las cumbres del poder y la fortuna, donde los negros tienen prohibida la entrada. Fuera de las canchas, nunca regaló un minuto de su tiempo y jamás una moneda se le cayó del bolsillo. Pero quienes tuvimos la suerte de verlo jugar, hemos recibido ofrendas de rara belleza: momentos esos tan dignos de inmortalidad que nos permiten creer que la inmortalidad existe.
    Gol de Pelé Fue en 1969. El club Santos jugaba contra el Vasco da Gama en el estadio Maracaná.
    Pelé atravesó la cancha en ráfaga, esquivando a los rivales en el aire, sin tocar el suelo, y cuando ya se metía en el arco con pelota y todo, fue derribado. El árbtro pitó penal. Pelé no quiso tirarlo. Cien mil personas lo obligaron, gritando su nombre.
    Pelé había hecho muchos goles en Maracaná. Goles prodigiosos, como aquel en 1961, contra el club Fluminense, cuando había gambeteado a siete jugadores y al arquero también. Pero este penal era diferente: la gente sitió que algo tenía de sagrado. Y por eso hizo silencio el pueblo más bullanguero del mundo. El clamor de la multitud calló de pronto, como obedeciendo una orden: nadie hablaba, nadie respiraba, nadie estaba allí. Súbitamente en las tribunas no hubo nadie, y en la cancha tampoco. Pelé y el arquero, Andrada, estaban solos. A solas, esperaban. Pelé, parado junto a la pelota en el punto blanco del penal. Doce pasos más allá, Andrada, encogido, al acecho, entre los palos.
    El guardamenta alcanzó a rozarla, pero Pelé clavó la pelota en la red. Era su gol número mil. Ningún otro jugador había hecho mil goles en la historia del fútbol profesional.
    Entonces la multitud volvió a existir, y saltó como un niño loco de alegría, iluminando la noche.»

    (De "El fútbol a sol y sombra" - Eduardo Galeano)

    Saludos compañeros peloteros.


     
  2. Videlloween

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    buena info..se agradec
     
  3. OSV_CC

    OSV_CC Usuario Casual nvl. 2
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    muy buena la
    info
     
  4. Ender27

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    Vale.

    :D

    Saludos.
     
  5. Lady_Cynical

    Lady_Cynical Usuario Habitual nvl.3 ★
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    me gusto la descripcion del hincha... :zippymmm:

    yo nunka digo juega la U...tb digo "jugamos" :XD:
     
  6. **LICÁNTROPO**

    **LICÁNTROPO** Usuario Casual nvl. 2
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    se agradece la info muy wena
     
  7. Polaxhooo

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    jahaj notable la del arquero se agradese
     
  8. Die.Gore

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    kjasdkjas dema notable wn!
     
  9. mariosky

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    buenas las historias se agradece
     
  10. yayooxx

    yayooxx Usuario Casual nvl. 2
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    asi es mui wena descripcion del hincha hoy jugamos no q juega la U excelente aporte saludos
     
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