Cuento "Aún sigo aquí"

Tema en 'Rincon Literatura' iniciado por OzLinterna_Verde, 30 Dic 2021.

  1. OzLinterna_Verde

    OzLinterna_Verde Usuario Nuevo nvl. 1
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    - “Ahí está… ¡Es él! ... ¿Verdad?... No puedo equivocarme ¡Sí, es él!”, se dijo la chica a sí misma y, con un nudo en la garganta, comenzó a seguir al hombre, sorteando personas cual si fueran obstáculos, a fin de poder alcanzarlo, sentirlo de cerca y decirle todo aquello que guardaba en su interior.


    Cuando les separaban quince pasos, los recuerdos inundaron su cabeza: la comida y las copas que compartieron; las risas y las lágrimas que ella derramó; la marca extranjera de los cigarros que fumaron, el aroma y el sabor inefable que le dejaron en la boca; los ojos negros e inconmensurables del hombre; ese timbre de voz agudo, que todavía permanecía en ella; el automóvil y el mirador que visitaron; el sonido de las olas rompiendo en las rocas y el olor a mar del lugar…


    - “Alcánzalo. Míralo a los ojos. Pregúntale por qué… ¡Dile que aún estás aquí!”, se repetía una y otra vez mientras caminaba detrás de él.


    Cuando la distancia se redujo a cincos pasos, la chica cerró sus ojos y los recuerdos se hicieron vívidos: rememoró la risa estridente del hombre y cómo cambiaba su rostro cuando reía; su altura y la sensación de sus dedos entre su cabello; el estilo delgado de sus cejas y el reflejo de la luna en sus dientes; el color canela de su piel; la esencia de su perfume; y la forma en que la tomó de la cintura…


    - “Me escuchará… Después de todo… Él y yo…”


    Y entonces la chica le alcanzó, extendió su brazo, tocó el abrigo del hombre, lo tensó a fin de ser notada y, cuando él la miró, la chica sintió que esos ojos eran más negros e inconmensurables de lo que ella recordaba; se sintió perdida y creyó que el mundo y el tiempo se detenían.

    La chica intentó decirle cualquier cosa y, a pesar de que su boca se movió, ninguna palabra salió de ella: el nudo en su garganta le impedía articular, sin embargo, una lágrima rodó por su mejilla, conteniendo ese millón de sentimientos que reprimió por meses. Luego, aún sin poder hablar, ella bajó su mirada.


    - “¿Sí?”, preguntó él, después de unos segundos de observarla en silencio.


    Con esfuerzo, la chica rearmó sus emociones, se sacudió la lástima, vio a los ojos del hombre, intentando adoptar una postura hidalga que comunicara su actitud de “Aquí estoy. Mírame. Aún sigo aquí”, pero ni bien posó sus ojos en él, la chica cayó en cuenta de un hecho desolador: el hombre le miraba extrañado, sin saber lo que ocurría, dándole a entender que no la recordaba… Y así, al igual que la noche en que dejaron de verse, la chica sintió cómo el hombre la reducía al ser más insignificante del universo.


    - “¿Necesitas algo?”, dijo él.


    La impotencia y los recuerdos se convirtieron en caos y atacaron el corazón de la chica pues ella sí recordaba el sabor de los labios del hombre; las manos de aquél tocando su cuerpo; su lengua explorando su boca, recorriendo su cuello y su rostro; los gemidos de lujuria y el sudor; la imborrable sensación que quedó grabada en su piel… Todo aquello… Todo aquello… Y además…


    Su ahogada voz en llanto… Gritando, pidiéndole… Suplicándole… “Para, para, por favor. No. No. No quiero. Por favor ¡PARA! ¡PARA!” …


    El infierno se desató en su cabeza, haciendo que la chica diera media vuelta y cubriera sus oídos y pensara en escapar, a fin de dejar todo atrás, a fin de abandonar definitivamente este mundo sin sentido; sin embargo, a esa altura, la confrontación era inevitable.


    - “Pero ¿Qué? … ¡Jajaja! … ¡Sí!… Claro… ¿Eres tú?”, exclamó él.


    La chica cerró sus ojos, arrepentida por haberlo seguido y por pretender enfrentarlo y, aunque luchó por no hacerlo, revivió la violencia del hombre durante aquella noche; la fuerza con que tapó su boca para enmudecer sus gritos; los “Cállate, mierda. Por algo viniste. No te hagai la santa”; los puñetazos que recibió en el estómago para vencer su resistencia; la sensación de ahogo al ser estrangularla por él; la paliza inhumana que le propinó una vez que ya había acabado con ella; los interminables días de hospitalización y el ni siquiera poder llorar debido al dolor; las noches de insomnio en su cama; la vergüenza en su alma; la sensación de suciedad y el asco que le provocaba el simple hecho de seguir viviendo; la increíble cantidad de coraje que reunió al denunciar y exigir justicia; el no ser capaz de gritar y rasgar su piel cada vez que el fiscal le preguntaba “¿Y por qué fue con él a ese mirador?”… Pero por encima de todo la chica sintió indignación y rabia… ¡La puta rabia!

    - “Hace mucho que no te veía ¿Qué ha sido de ti? ¿Cómo has estado?”, preguntó él sonriendo y plantándose del todo natural.


    “¿Cómo has estado?”, escuchó la chica en su mente. “¿Cómo has estado?”, resonaba en su interior. “¿Cómo has estado?”, se repetía en sus oídos sin parar: una y otra vez, una y otra vez, en cada espacio de su ser. Esas palabras la golpeaban, la herían, tal como lo habían hecho los puntapiés y los puñetazos de aquella noche. La chica sintió que el aire se le iba y sintió que el hombre volvía a estrangularla, pero esta vez no lo hacía con sus manos, sino con esa frase: “¿Cómo has estado?”.

    Sin embargo, en ese momento, en el cénit de su cólera, cuando la idea de acabar con todo y marcharse casi la vencía, el torbellino de emociones que le atormentaba se detuvo y la chica se percató de que, a pesar de todos sus miedos, de su dolor, de su angustia, de su ansiedad y del pánico que había experimentado, todavía seguía aquí, todavía vivía, todavía luchaba: con ella misma y con todos. La chica había sido capaz de seguir al hombre, de reducir la distancia entre ellos, de tocarlo, de mirar en el negro inconmensurable de esos ojos y de no morir… Y así, la chica sintió que el infierno en su cabeza le quemaba menos, de modo que, lentamente, abrió sus ojos, destapó sus oídos, se volteó, miró al hombre, quien seguía hablando con ella, pero, en ese momento, ella únicamente se oía a sí misma: “No lograste que me fuera. Aún sigo aquí, aún sigo aquí ¡AQUÍ!”

    Entonces el mundo y el tiempo se reactivaron y el infierno le volvió a quemar la cabeza; ardió en su pecho, incendió su mente y el fuego la consumió como nunca antes lo había hecho.

    La chica gruñó y, convertida en la bestia que el hombre había creado, liberó el torbellino de caos y se abalanzó sobre él: mordió su nariz y, emitiendo sonidos guturales, la arrancó desde su base; a la vez que introdujo sus dedos en la cuenca de los ojos del hombre y, con una ferocidad inhumana que hizo tiritar cada músculo de su cuerpo, apretó y apretó, apretó y apretó, cada vez con más furia, hasta que finalmente los reventó por completo.

    La sangre del hombre manchó la calle, y el escarlata color que brotaba desde lo que alguna vez fueron esos ojos negros, escribió la mejor receta de medicamentos para el dolor de la chica. A la sazón, los gritos de tormento de ese infeliz, la colmaron de dicha, y por primera vez desde que todo había ocurrido, la muchacha se sintió en paz, y el infiero en su cabeza se extinguió por completo, dando paso a la paz… Entonces ella rio, se sintió redimida, sin nada que le atormentara, y ya sin nudos en su garganta, volvió a abrir su boca y las palabras fluyeron:


    - “Todavía sigo aquí, hijo de puta. No pudiste hacer que me fuera. Definitivamente sigo aquí”.