Los Final Clubs de la Universidad de Harvard sociedades de estudiantes son unos espacios elitistas que perpetúan los mecanismos del poder, las redes de influencia y el manejo interesado de los secretos. Así explica la socióloga francesa Stéphanie Grousser-Charrière a El Confidencial la tesis central de su ensayo La face cachée de Harvard (La Documentation Française). Estos clubs secretos, con una tradición decimonónica en el prestigioso campus norteamericano, operan como un trampolín hacia las estructuras del poder político y económico. La pertenencia es de por vida y los miembros con más peso son los estudiantes ya graduados, que mantienen una relación directa con la organización y la sustentan económicamente a base de donaciones. La opacidad de estos clubs es total y ni siquiera la propia universidad tiene acceso a la lista de los miembros que los componen. Se trata de ocho grupos: A.D., Owl, Delphic, Fly, Fox, Phoenix-SK, Porcellian y Spee, que tienen una media de 15 a 40 miembros cada uno. A pesar de ello, algunos de los hombres que han llegado a manejar los designios de la primera potencia mundial han reconocido su vinculación, desde Roosevelt hasta Kennedy. Igualmente ocurre en las sociedades secretas de las otras dos universidades más prestigiosas de USA que conforman el denominado Big Three (Yale, Princeton y Harvard). Por ejemplo, George Bush hijo y su oponente demócrata en las elecciones, John Kerry, son miembros del mismo club secreto de Yale, el Skull and Bones (Calaveras y Huesos). Sin embargo, estos clubs no sólo han parido a políticos, sino también reputados artistas y empresarios, como Bill Gates, apunta la investigadora. A juzgar por los selectos personajes que han formado parte de los clubs de estudiantes, su papel socializador para subir a lo más alto de la escala social es indiscutible. Como ha podido comprobar Grousser-Charrière son claves para acceder a las esferas más influeyentes porque forman parte de la élite oculta y subterránea elegida por cooptación, aunque reconoce que ni son la única vía para llegar al poder ni todos sus miembros acaban convirtiéndose en políticos. La socialización oculta de las elites político-económicas Sus prácticas y principios organizativos influyen incluso en otras estructuras de poder. Esta socióloga subraya cómo la falta de democracia y de transparencia que caracteriza a la selección por cooptación imbuye al sistema universitario americano e incluso al Gobierno de la nación. La cúspide de la jerarquía harvardiana, que acompaña al rector, está compuesta por un pequeño comité de siete miembros que se nombran a sí mismos sin atender a criterios externos. Éstos se reúnen regularmente con total discreción para tomar las decisiones más importantes concernientes a la universidad. Este modelo se sigue reproduciendo en la Assotiation of American Universities, que rige las bases de la enseñanza superior norteamericana. Si nos remontamos hasta el Gobierno veremos cómo se mantienen en la sombra numerosas sociedades secretas y redes de influencia que funcionan bajo los principios de la cooptación, el elitismo, el secretismo y el poder. La perspectiva de Grousser-Charrière es muy crítica con el mito creado en torno al país de las oportunidades, si bien ofrece un nuevo elemento de análisis a las teorías de la conspiración: la socialización paralela invisible. A pesar de que Estados Unidos es un país abiertamente democrático y defensor de la igualdad y el discurso oficial del sistema universitario está fundado sobre la base de la excelencia y la meritocracia, la realidad es que subsiste una élite oculta, secreta y autoproclamada. La socióloga americana Jerome Karabel ya había escrito antes sobre las relaciones de estas sociedades con el poder, que han sido desde hace mucho tiempo muy útiles y fructíferas para abrir las puertas de la alta política. Aunque se pueda suponer que estos clubs son propios de la tradición universitaria norteamericana, fueron trasplantados del modelo británico, donde abundan en las universidades de Oxford y Cambridge. Además, Grousser-Charrière reconoce que las Grandes Écoles francesas son mucho más restringidas y elitistas que las prestigiosas universidades nortemericanas y constituyen una red de influencia por sí mismas. Son algo así como una nobleza de Estado, como las llamó Pierre Bourdieu. Su capacidad de influencia es tan grande, añade la investigadora, que ni siquiera es necesario reproducir una red secundaria o paralela como en Estados Unidos. Historia de la Universidad Harvard University es la institución de educación superior más antigua de Estados Unidos. Surgió en 1636 con el nombre de New College o The College at New Towne y posteriormente modificó su denominación a Harvard College, en reconocimiento a su principal benefactor, John Harvard de Charleston, que donó a la institución su biblioteca compuesta por más de 400 libros y todos sus ahorros (779 libras). Su nombre actual, aparece por primera vez en la nueva Constitución de Massachusetts, en 1870. Los colones ingleses que se situaron al otro lado de la orilla del río Charles, en Massachusetts quisieron crear próximo a la ciudad de Boston una zona que emulara las antiguas universidades inglesas. Por ello denominaron a aquella área despoblada Cambridge y en ella se fueron asentando las principales instituciones educativas de la región, entre ellas Harvard University. En 1776 Harvard Corporation and Overseees aprobó conceder al Continental Army (el ejército que echó a los británicos de Boston y en el que luchaba George Washington) un Doctorado Honoris Causa de carácter general. En 1789, George Washington visitó Harvard ya como primer presidente de Estados Unidos. En 1836, durante la celebración del segundo centenario de su creación se presentó el escudo de la universidad en el que aparecen tres libros abiertos, símbolo del conocimiento junto con la palabra latina Veritas (verdad). Se empezó a utilizar en 1843 y en la actualidad sigue vigente. La institución, tal y como la conocemos hoy, sufrió una transformación durante el mandato de su presidente Charles William Eliot (finales del siglo XIX). Durante los cuarenta años que duró su mandato la institución se convirtió en un moderno centro de investigación, las clases redujeron el número de alumnos, comenzaron a impartirse cursos electivos y comenzaron a realizarse exámenes. En la actualidad su prestigio y excelencia académica es reconocido a nivel nacional e internacional, y Harvard University está considerada como la mejor universidad del mundo según diferentes rankings universitarios. Por sus aulas han pasado personajes muy importantes para la historia, no sólo de este país, sino para la historia de la humanidad. Un total de 40 premios nobeles y ocho presidentes de EE.UU. han pasado por alguna de sus facultades y escuelas. Su fundador, John Harvard, cuenta con una estatua conmemorativa que se la conoce como la de las "tres mentiras" porque el representado no es su fundador, sino un alumno; la fecha no coincide con el de la fundación; y la universidad en sus orígenes no se llamaba así. Como anécdota es digno de mencionar que los estudiantes antes de enfrentarse a un examen acuden a frotar el pie de metal para que les dé suerte. Una doctrina basada en la tradición El conservadurismo de los Final Clubs se basa en una serie de tradiciones ancestrales que se afanan en perpetuar cuidadosamente. El aperturismo y el progreso social se reproducen mucho más lentamente en estas sociedades que en la universidad, explica la investigadora, pues hizo falta que pasase más de un siglo entre la admisión del primer negro en Harvard y la admisión del primer estudiante negro (Frank Snowden) en un Final Club. Sin embargo, su señal de identidad predominante sigue siendo el machismo, por lo que la entrada de mujeres está terminantemente prohibida. Para contrarrestar estas prácticas discriminatorias hace algunos años se crearon clubs femeninos de estudiantes, pero como explica Grousser-Charrière no tienen ni casa propia en el campus, ni solvencia económica, ni historia y, sobre todo, carecen de una red de influencia. La mayoría de ellos están alejados de la figura de los WASP (blanco, anglosajón y portestante) y se han hecho más abiertos desde el punto de vista étnico y sociocultural, aunque muchos de sus miembros proceden de las familias más prestigiosas, apunta la socióloga. Pese a todo, es una realidad que el prestigio no tiene por qué ser necesariamente heredado, sino que se puede adquirir por uno mismo, principalmente, siendo seleccionado como miembro de alguno de los equipos deportivos de Harvard. Los vínculos con la universidad de estos clubs se rompieron totalmente en 1970 cuando se profundizó el carácter mixto del sistema educativo, tanto a nivel académico como en el terreno de las actividades deportivas y extraacadémicas. Su rechazo a estas políticas de igualdad fue total y acabaron por independizarse de la universidad, por lo que ganaron mucha libertad, explica Grousser-Charrière. Ahora, las autoridades universitarias ni siquiera son informadas del nombre del presidente de cada club, a pesar de que sería el responsable legal en caso de litigios. Por ello, las autoridades no pueden intervenir, dice la socióloga, en lo que se hace dentro de sus espacios privados, como el consumo de alcohol de estudiantes menores de 21 años en las fiestas que realizan. Sin embargo, las autoridades de Harvard han aprendido a temperar sus relaciones con ellos porque los mecenas de los Final Clubs son los mismos que los de la universidad.