Clint Eastwood tiene razón

Tema en 'Política Nacional e Internacional' iniciado por Vicepresidente Jr, 30 Mar 2018.

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  1. Vicepresidente Jr

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    En la genial novela de de Philip Roth, La mancha humana, la vida del decano universitario Coleman Silk se desmorona tras interesarse por dos estudiantes que han faltado a todas sus clases, “¿Conoce alguien a estos alumnos? ¿Tienen existencia sólida o se han desvanecido como negro humo?” pregunta en el aula. Desgraciadamente para Coleman, uno de los aludidos resulta ser afroamericano y, cuando llega a sus oídos la pregunta, la interpreta como un ataque racista. Aunque no había ánimo ofensivo en sus palabras, puesto que jamás había visto al estudiante, Silk es acusado de racista, cesado como decano y despedido. Sin otra universidad dispuesta a contratarlo, su economía familiar se deteriora rápidamente. Padece el rechazo de la comunidad, el repudio de amigos y conocidos y, en el colmo de la desdicha, su esposa sufre una apoplejía a causa del estrés y fallece.

    Aunque el decano Silk sea un personaje de ficción, Philip Roth refleja las vivencias de infinidad de profesores norteamericanos censurados o expulsados de las universidades porque sus discursos, o siquiera sus apreciaciones, turbaban a un alumnado cada vez más sobreprotegido e infantilizado. Porque no se ajustaban a lo políticamente correcto.

    ¿Universidades o jardines de infancia?

    Hace unos años, según realtó Judith Shulevitz, estudiantes de la Universidad de Brown organizaron un debate abierto sobre agresiones sexuales. Inmediatamente, otro grupo de alumnos, temeroso de que los intervinientes pudieran exponer ciertas ideas “negativas”, protestó ante la dirección argumentando que la universidad debía ser un “espacio seguro” donde nada avivara los traumas de las víctimas. Las autoridades académicas no cancelaron el acto, pero pusieron a disposición de los asistentes su propio “espacio seguro”: una sala contigua donde cualquiera pudiera acudir para recuperarse de algún punto de vista turbador, y, si se sentía con fuerzas, regresar al debate. La estancia estaba equipada con cuadernos para colorear, juegos de plastilina, cojines, música relajante, mantas, galletas, caramelos, incluso un video en el que aparecían perritos jugando. También contaba con personal cualificado para atender posibles traumas. Cuando el evento finalizó, dos docenas de personas habían pasado por esta sala, una de las cuales explicó: “me sentía bombardeada por unos puntos de vista que van en contra de mis creencias más íntimas”.

    En otra ocasión, un profesor del Columbia College recomendó la visita a una interesante exposición de arte samurai japonés. Inmediatamente, uno de sus estudiantes protestó airadamente, tachando su sugerencia de políticamente incorrecta porque podía herir la sensibilidad de los alumnos chinos. Obviamente, la objeción era absurda; la invasión de China por el ejército imperial japonés había finalizado setenta años atrás. Sin embargo, para el estudiante el tiempo transcurrido era irrelevante. Siguiendo su lógica, el arte alemán ofendería en Francia, el francés en España por la invasión napoleónica, o el español en Flandes.

    Otro caso llamativo es el del ex presidente de la Universidad de Harvard, el economista Larry Summers, que tuvo la desgraciada ocurrencia de defender teorías donde mostraba que el coeficiente de inteligencia de los hombres presenta una dispersión, una varianza mayor que el de las mujeres, planteando como hipótesis que este hecho podía influir en la asignación de puestos de trabajo en las escalas más altas y más bajas. Automáticamente fue acusado de machista y, tras una durísima campaña en su contra, Summers se vio obligado a dimitir en 2006.

    Del oscurantismo a la malvada ignorancia

    El calvario de todos estos profesores ilustra la plaga de la corrección política, una moda que invade los campus universitarios del mundo desarrollado, constituyendo una asfixiante censura que, en no pocas ocasiones, provoca dramas absurdos perfectamente evitables. Lo peor, con todo, es que condena a la sociedad al oscurantismo, a la ignorancia. Al fin y al cabo, Summers sólo podría haberse ahorrado el calvario falseando las teorías, adaptándolas a la “realidad” de lo políticamente correcto o, sencillamente, renunciando a exponerlas. Por su parte, el profesor de Columbia se alejaría de los conflictos dejando de recomendar exposiciones de arte puesto que todas, de alguna manera, podrían herir la sensibilidad de alguien. En cuanto a los estudiantes de la Universidad de Brown, para evitar sobresaltos tendrían que renunciar a organizar debates abiertos.

    El irresistible avance de la corrección política es una señal muy potente que nos advierte de la infantilización de la sociedad occidental, reflejada con pavorosa nitidez en su universidad, de donde precisamente proviene. Tanto despropósito llevó a Richard Dawkins, profesor de biología evolutiva de la Universidad de Oxford a advertir a sus estudiantes, con indisimulada indignación: “La universidad no puede ser un ‘espacio seguro’. El que lo busque, que se vaya a casa, abrace a su osito de peluche y se ponga el chupete hasta que se encuentre listo para volver. Los estudiantes que se ofenden por escuchar opiniones contraria a las suyas, quizá no estén preparados para venir a la universidad”.

    La corrección política es producto de ese pensamiento infantil que cree que el monstruo desaparecerá con solo cerrar los ojos. Pero la maduración personal consiste justo en lo contrario, en descubrir que el mundo no es siempre bello ni bueno, en la toma de conciencia de que el mal existe, en llegar a aceptar y encajar la contrariedad, el sufrimiento. Y, por supuesto, en aprender a rebatir los criterios opuestos. En su esfuerzo por hacer sentir a todos los estudiantes cómodos y seguros, a salvo de cualquier potencial shock, las universidades están sacrificando la credibilidad y el rigor del discurso intelectual, remplazando la lógica por la emoción y la razón por la ignorancia. En definitiva, están impidiendo que sus alumnos maduren.

    La trampa del “espacio seguro”

    Cuando se designa unos espacios universitarios como seguros, implícitamente se está marcando otros como inseguros y, por tanto, tarde o temprano habrá que “asegurarlos”, hasta que cualquier opinión desconcertante quede prohibida en todo el campus. Y, si esto es válido para la universidad, ¿por qué no trasladarlo a la sociedad en su conjunto? Así, la represión se extiende como mancha de aceite, prohibiendo palabras, términos, actitudes, estableciendo una siniestra policía del pensamiento.

    Desde el punto de vista conceptual, la corrección política es incongruente, cae por su propio peso. Dado que no todo el mundo opina igual ni posee la misma sensibilidad, no es posible separar con rigor lo que es ofensivo de lo que no lo es, establecer una frontera objetiva entre lo políticamente correcto y lo incorrecto. Hay personas que no se ofenden nunca; otras, sin embargo, tienen la sensibilidad a flor de piel. La ofensa no está en el emisor sino en el receptor, Así, en la práctica, es la autoridad quien acaba dictaminando lo que es políticamente correcto y lo que no. Y lo hace, naturalmente, a favor del establishment y de los grupos de presión mejor organizados.

    La corrección política es una forma de censura, un intento de suprimir cualquier oposición al sistema. Y es además ineficaz para afrontar las cuestiones que pretende resolver: la injusticia, la discriminación, la maldad. No es más que un recurso típico de mentes superficiales que, ante la dificultad de abordar los problemas, la fatiga que implica transformar el mundo, optan por cambiar simplemente las palabras, por sustituir el cambio real por el lingüístico.

    Lo expresó de forma certera el defensor de los derechos civiles W. E. B. Du Bois en 1928. Tras ser recriminado por un joven exaltado por usar la palabra “negro”, Du Bois respondió: “Es un error juvenil confundir los nombres con las cosas. Las palabras son sólo signos convencionales para identificar objetos o hechos: son estos últimos los que cuentan. Hay personas que nos desprecian por ser negros; pero no van a despreciarnos menos por hacernos llamar ‘hombres de color’ o ‘afroamericanos’. No es el nombre… es el hecho”. En efecto, ni la discriminación, ni el racismo, ni cualquier otro problema, se resuelven por cambiar los nombres. Como mucho, se logra tranquilizar la mala conciencia de algunos.

    Y el gran gran resultado es… Donald Trump

    Hay mucha gente en el mundo que, al parecer, carece de la madurez emocional o de la capacidad intelectual para escuchar una opinión política que se aparte de sus convicciones sin considerarla un insulto personal. Al poner los sentimientos por encima de los hechos, de las razones, cualquier opinión válida puede ser desactivada tachándola de racista, sexista, discriminatoria. Puede que a estas personas la corrección política les haga sentirse más cómodos, pero a costa de instaurar la cultura del miedo en los demás.

    Clint Eastwood declaró: “Secretamente, todo el mundo se está hartando de la corrección política, del peloteo. Estamos en una generación de blandengues; todos caminan como pisando cáscaras de huevo”. Aun así no era plenamente consciente del vendaval que se avecinaba: tarde o temprano el virulento efecto péndulo invierte las magnitudes, muchos de sus compatriotas acabaron hastiados de tanta censura, y como reacción… votaron a Donald Trump.

    Renunciar al libre discurso, al libre pensamiento, para evitar herir la sensibilidad de alguien es peor que estúpido: es peligroso porque pone en cuestión los principios de la democracia. Debemos ser respetuosos con todo el mundo, por supuesto. Pero también expresar con libertad nuestras ideas y argumentos. Si alguien se molesta, se rasga las vestiduras, es muy probable que esté mostrando así su talante inmaduro, su carácter infantil e intolerante. Lo advirtió George Orwell en su novela 1984: “La libertad es el derecho de decir a la gente aquello que no quiere oír”.

    https://disidentia.com/clint-eastwood-tenia-razon/
     
  2. Baneado2

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    La dictadura de lo políticamente correcto....
    Ahora todo es extremo e intolerable....
    «Hemos criado una sociedad de maricas»
     
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  3. bluescifer

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    El que escribió este tema es un pobre weon con escasas neuronas, utilizando mi derecho de decir lo que la gente no quiere oír
     
    A KrEuLox y ikeduk les gusta esto.
  4. Vicepresidente Jr

    Vicepresidente Jr Usuario Habitual nvl.3 ★
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    Dudo que hayas leido mas de cinco lineas
     
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  5. patulon123

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    Menos mal acá no pasa eso. Wait, kast todavía anda cojo.
     
  6. patulon123

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    No digas la palabra dictadura, que en esta país sufrió mucha gente... Es malo recordarla porque va en contra de mis ideales más profundos y de los de mucha otra gente que no estuvo presente para vivirla y cuando la nombran me pongo como un mono a tirar mierda a todo lo que tiene que ver con ella, porque todos me dijeron que la dictadura fue terrible.

    Jaja es un ejemplo chilensis creo. Los gringos van encaminados al desastre, a tener nuestros problemas como sociedad, los cuales no dejan avanzar al país.
     
    A fundamentalista le gusta esto.
  7. bluescifer

    bluescifer Usuario Avanzado nvl. 4 ★ ★
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    Dudo que hayas escrito una sola línea, ya que copiaste y pegaste
     
  8. tagom

    tagom Usuario Habitual nvl.3 ★
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    Pero lee antes de escribir al menos po wn, como cresta puede haber wns con tan pocas neuronas.
     
  9. Vicepresidente Jr

    Vicepresidente Jr Usuario Habitual nvl.3 ★
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    Asi es
     
  10. Rock Strongo

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    Concuerdo con lo penca que es la lógica de lo políticamente correcto. La contracultura que vino a responder a esto es bastante fuerte en todo caso, así que no me parece tan grave por ahora.

    Lo importante es no confundir la crítica con el ánimo de censura. El ejercicio de la libertad de expresión siempre tiene un contenido, y ese contenido obviamente puede ser objeto de críticas. De hecho, la crítica a lo que otros expresan también es ejercicio de la libertad de expresión. En cambio, el ánimo de censura es aquel que pretende acallar las ideas antes que sean expresadas (censura previa) o después que lo han sido, evitando por distintas vías su difusión.

    Si los exponentes de lo políticamente correcto quieren presentar su visión como una simple alternativa a otras que existen, no veo problema en que exterioricen sus ideas. Esta weá de la corrección política sólo se vuelve peligrosa si se pretende prohibir la circulación de ciertos idearios utilizando la legislación o vías de hecho como la violencia, por poner un ejemplo. En esos casos claro que se debe combatir a este "movimiento".
     
    #10 Rock Strongo, 31 Mar 2018
    Última edición: 31 Mar 2018
  11. heraclito27

    heraclito27 Usuario Habitual nvl.3 ★
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    La sanción social es útil. Sin este mecanismo de control la legislación tendría que se mas extensa y regir sobre aspectos mas cambiantes de la vida social.
    Las personas que creen tener una posición divergente que aporta valor a la sociedad, deben ser valientes para difundirla y defenderla, asumiendo los costos de cuestionar la opinión mayoritaria. Serán recompensados si su posición es adoptada.
    No tiene sentido que las universidades sean "espacios seguros", pero si deberían serlo, por ejemplo, empresas y servicios públicos. Las personas deben adecuar su conducta de acuerdo al contexto en que se encuentran. Hay espacios y momentos para cuestionar, pero también hay espacios y momentos para mantener la armonía.
     
    #11 heraclito27, 31 Mar 2018
    Última edición: 31 Mar 2018
  12. bluescifer

    bluescifer Usuario Avanzado nvl. 4 ★ ★
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    Salto lejos el mani
     
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