[Antr.opomúsica #16] Christian Woman - Type O Negative

Discussion in 'Relatos Eróticos' started by Heces, Mar 2, 2013.

  1. Heces

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    Antr.opomúsica es un proyecto, el cual se basa en relatar una historia basada en alguna canción y en esta oportunidad quise compartir uno de esos escritos, el #16, donde quizás no es tan erótico, pero de todos modos quise que lo leyeran. Espero les guste.

    [Antr.opomúsica #16] Christian Woman - Type O Negative

    [​IMG]


    Todo a quedado a oscuras. Un tímido rayo del cuarto creciente le ilumina el rostro. Es tan delicado y suave ese toque de luz, que pareciera que estuviera acariciando su inocente piel. Ella descansa plácida, en un sueño profundo.

    Una ligera brisa inunda la habitación, ideal para aplacar en parte ese calor estival. Ella está destapada. El calor ha dejado ver sus inmaculadas curvas, suntuosas, las que invitan a ser poseídas por el más viril de los mozuelos del villorrio.

    Un beso en la frente de la sudada jovencita se clava como si fuera de fuego. Ella comienza a agitarse a medida que los besos del furtivo invitado la llenan por completo, besando la frente, las mejillas, los carnosos y virginales labios y ese cuello deseoso de ser engullido por las más varoniles fauces que pudieran existir.

    una fuerte, pero a la vez delicada mano la acaricia. Ella comienza a moverse al mismo ritmo de cada apretón del atento joven, que con cada movimiento, pareciera conocer desde lo más íntimo a nuestra agitada mujer.

    Sus pechos reciben complacientes cada beso y caricia de nuestro macho cabrío, que fauno, le muerde los rosados pezones, que a cada roce, se erectan dejando en claro que esta sería la noche de sexo brutal nunca antes vivida por ella. Sus blancos y castos senos están tan duros, que los dedos del fornicario macho apenas pueden dejar marcas de su paso.

    El ambiente está enardecido. Las ventanas están empañadas y el olor a sexo se escurre por debajo de la puerta.

    La lengua del hombre comienza una frenética carrera hasta llegar a una inundada vagina, que sin ser tocada alguna vez por hombre o bestia, espera ser desflorada por tal invitado.

    Ella comienza a revolcarse en quejumbrosas convulsiones al mismo tiempo que él bebe de sus fluidos, saciando su sed y complaciendo las orgásmicas peticiones de nuestra damicela. El cristalino clítoris se hincha hasta el punto que pareciera estallar, produciendo una lluvia de éxtasis que moja hasta el grueso colchón del lecho carnal.

    Ella clama ser penetrada una y otra vez por este hombre, vigoroso y perfecto hombre, que la complace de inmediato. La primera gran embestida fue brutal. El ahogado grito de placer de ella resonó por las cuatro paredes de la ardiente habitación. Ella, inmaculada, se abre de piernas, recibiendo una y otra y otra vez los espolonazos del semental de turno, como si fuera una experta en las artes amatorias.

    No fue uno, ni dos, sino que fueron incontables los orgasmos de tal velada, los que confundidos con ese halo de pecaminosidad y morbo, aumentaron su intensidad.

    La noche se acaba, pero el placer es interminable. Ella ha sido objeto de las más oscuras y bajas aberraciones sexuales, que a pesar de todo, acepta con la mejor de las sonrisas, sabiendo que su hombre, es el perfecto, el que siempre quiso tener entre sus piernas, dejando de lado los prejuicios que su rutina le impone.

    Esa noche fue de ella y su sagrado falo, que grueso y poderoso han corrompido su inocente alma. Pero no hay pecado, porque en su corazón, ella solo siente amor por él, pero ese amor inmenso, incapaz de ser roto por otro hombre.

    Han pasado veinticuatro horas. María entra en su habitación. Mira por la ventana hacia el bosque, como si buscara a alguien. Cierra las cortinas, pero la ventana se queda abierta, merced del estival calor nocturno. Se arrodilla frente al gran crucifijo de madera que está clavado en un o de los cuatro muros de la minúscula habitación y comienza a rezar. Luego se pone de pie y se saca sus ropas de novicia, quedando en un ligero camisón de seda, que refleja a trasluz sus sabrosas curvas. Se acuesta y apaga la luz... en cualquier momento, ese hombre perfecto, al cual rezaba para hacer desaparecer de sus sueños y de su mente pecaminosos pensamientos, baje de su elevada posición y tome el cuerpo de su virginal servidora, dejando en claro que la carne está por sobre cualquier doctrina y que él mismo, si estuviera en carne y hueso, haría uso de tan apetecible, húmeda y rosada carne.