Desayuno de campeones - Cuento corto

Tema en 'Rincon Literatura' iniciado por Alvariito0, 18 Jun 2018.

  1. Alvariito0

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    Desayuno de campeones - Cuento corto

    Diez cabezas gachas vestidos de overol en la fábrica de galletas, diez cabezas impedidas de pensar por 12 horas. Ese día había llegado una silla tremenda, había que escalar por varios escalones para poder sentarse en ella, se podía ver toda la fábrica desde esa silla. Hans sintió una erección tremenda cuando se sentó, él se bañó para la ocasión. Desde ahí podía ver todas esas manos, todas esas cabezas muriendo por levantarse y revelarse contra Hans, el capataz de la fábrica, el puto amo de la silla. Todas las galletas ya terminadas pasaban delante de él. Sonó la chicharra, pero no era la hora de comer ni el descanso, todo debían quedarse quietos como momia cuando sonaba aquella chicharra, la mentira de la vida acaecía de nuevo. Bajo furioso, saco la última galleta de la cinta y se dirigió a la oficina del dueño, en un par de segundos sonaba por los parlantes el nombre de Martin.

    Martin cuando iba llegando a la puerta se topó con el capataz limpiándose la comisura de la boca y arreglándose el cuello de la corbata, había sido una buena mamada. Martin se arreglaba el overol en la puerta antes de entrar. El dueño era un hombre gigante, todo le quedaba increíblemente grande, pareciera que nunca hubiese dormido, se estaba arreglando el cierre.

    - ¿Qué crees que estás haciendo? ¡Quieres arruinar esta compañía! he… - Se paró del escritorio, doblegaba en tamaño a Martin - ¡¿Para quien trabajas?! ¡hijo de puta!
    -Señor, no entiendo a qué se refiere.
    -Las chispas, las putas chispas, tu aprietas el maldito botón no es cierto ¿sabes al menos que mierda tienes que hacer en el trabajo?
    -Por supuesto señor, apretar el botón y ponerle las chispas a las g…
    -Estúpido de mierda ¡¿cómo mierda te has mantenido con vida?!-. Saco la galleta que tenía en el escritorio y se la lanzo por la cabeza a Martin, quedo hecha migas. - ¡¿Cuantas chispas tiene la galleta?!
    -No lo sé señor, la galleta se hizo migas.
    - ¡Ciego mierdoso, seis! ¡Seis chispas!, ¡¿sabes cuánto nos cuesta cada chispa?!

    Tomo por la nunca a Martin y lo lanzo fuera de la oficina. Camino de nuevo a su puesto, a la orilla de la cinta donde pasaban aquellas galletas sin chispa, a las que tenía que añadir tales chispas de chocolate. Ahora tenía que apretar el botón cada vez más despacio, calculo… apretó el botón, primero cayeron cuatro chispas y ese cuatro se redujo a dos chispas, solo tenía que rozar aquella cosa, aquel botón, en el tiempo exacto y el hundimiento del dedo exacto por 12 horas al día. Se preguntó si el sufrimiento eterno en el infierno era como estar haciendo aquella tarea.

    La tarjeta tambaleaba en sus manos como jalea cuando marco la salida. Paso al baño, meo, no se miró al espejo, nunca se miraba al espejo. Una pareja de hombres se tocaba en la ducha, por la puerta entraron corriendo horribles señoras desnudas a sumarse a los hombres, todo era una orgía, agotaban la última gota de vida del día, el baño hedía a culo, toda la fábrica hedía a culo, Martin hedía a culo. Se fue sin cagar, ni siquiera lo miraron. Camino por una hora a casa, era una hora fantástica, la mejor hora del día, estaba solo. Saco mil pesos del bolsillo y se los pasos a unos chicos fumando afuera de la entrada del pasaje de su casa. Su casa no tenía reja ni protecciones, el patio siempre estaba lleno de mierda de perro, faltaba una ventana y estaba llena de gente que no conocía. Entro, subió raudo por las escaleras, a los dos pasos el tremendo reguetón de detuvo. Su hijo hizo callar a todos, musculoso, cara fina, tenía 25 años y estaba duro como palo.

    -¡Miren quien ha llegado!
    Fue por él, lo tomo por el cuello y lo obligo a saludar.
    -Y viejo ¿Cuántas chispitas pusiste hoy?

    Todos rieron, la casa era una carcajada, Martin era una carcajada humana. Agacho el cabeza colorado, perdió el apetito. Subió, la gente entonaba al unísono: Chis-pi-ta, Chis-pi-ta, Chis-pi-ta. Sacó el candado de la puerta y se acostó con ropa. Pensó en su madre. No durmió.

    A la mañana siguiente no se lavó ni los dientes. No se miró al espejo, no quería llorar. Había gente por toda la casa, quietos, con sus narices blancas, salvajes ronquidos, su hijo no se veía por ninguna parte. Uno de ellos estaba sentado en el suelo al lado de la puerta de entrada, transpirada con el pecho agitado, tenía sus dos manos en corazón, mandibulada, repetía:

    -Por qué, por qué, era la última vez, la última raya-. Miro a Martin – ¡Tu viejo de mierda! Tráeme una cerveza, la más grande ¡tráeme una cerveza maricon! -Le tiritaban las manos, le sangraba la nariz. Solo quería una cerveza. Martín salió sin mirar.

    Camino por el centro. Recorrer la ciudad por la mañana lo reconfortaba, había gente que estaba peor que él. Al menos tenía trabajo, tenía dos manos, dos pies, tenía donde dormir, aún se le paraba el pene, aunque no tuviera donde ponerlo. Llego a tiempo, no saludo a nadie, nadie lo saludo. Estaba listo para cumplir su tarea en el infierno, pero el infierno tenía algo distinto, un nuevo condenado, uno que no sufría, y estaba en su puesto.

    Lo hicieron pasar a la oficina de un tal Benjamin, el que entregaba el sobre azul, el de la tarea sucia. Estaba completamente borracho mascando un chicle, escribías historias en el computador para enviarlas a concursos literarios que nunca ganaba. Se creía escritor, pero hasta un pene dibujado en un cuaderno eran mejores que sus historias.

    -Lo siento amigo, no es culpa mía.

    Tomo el sobre. Le descontaron el agua que había ocupado, las veces que tiro la cadena, el día que llego 5 minutos tarde, el desgaste del piso, el desgaste del botón que apretaba… había aceptado toda esa mierda con tal de tener un trabajo.

    A Martin se le movió el piso ¿que había pasado? se preguntaba. Camino hacia la salida, tiritaba por completo. Le pareció que la cinta ahora pasaba cada vez más rápida, la demencia en la cara de aquellos hombres y mujeres era mayor, el capataz se frotaba el culo en la silla. Paso al lado de aquella máquina, no emitía ruido, no se cansaba, tenía un gran depósito de chocolate en la cima, escupía estúpidamente tres chispas por galletas, y no se tenía que mirar al espejo.

    Entro al baño, se sentó sin cagar y durmió, lo despertó la orgía. Ya no quedaba nadie en la fábrica. Caminaba raudo, soltaba risas nerviosas, encendió las maquinas, se bajó los pantalones y cago en el depósito de chocolate, se mandó una gran cagada, no cagaba hace tiempo. Preparo las galletas, quedaban perfectas, era el mejor trabajador del mes, del maldito año. Esa cosa empezó a escupir la mierda de Martin en forma de chispas. Las envaso, las preparo para que las enviasen, la gente comería de su mierda. Abrió un paquete, saco una galleta, las masco y se la trago. Era la mejor que había tragado desde hace mucho tiempo, después de aguantar tanta mierda esto le parecía un caviar.

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    Por supuesto que nada de lo último paso. Yo trabajaba en aquella fabrica, hacía el trabajo sucio, le entregue el sobre azul a Martin. Terminaba de leer La verdad sobre el caso Harry Quebert de un tal Joel Dicker. Hablaba sobre la venganza del escritor, de como uno podía escribir sobre ciertas personas y hacerles una historia, entonces decidí darle una venganza a ese hombre, a Martin… la venganza del escritor era una grandísima mierda.

    “La única manera de medir cuanto amas a una persona es perdiéndola”

    Joel Dicker.

    Fin.

    Benjamin.
     
    #1 Alvariito0, 18 Jun 2018
    Última edición: 30 Ago 2018