Cosas de niños

Tema en 'Rincon Literatura' iniciado por Kaeleme, 5 Ene 2017.

  1. Kaeleme

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    Con la actitud infantil, evadiendo mi mirada, fue a saludar al resto de las personas. ¿Cómo una mujer de su edad, con familia y experiencia, puede actuar de forma tan pendeja?

    Todo se remonta a unas dos semanas atrás, cuando la encaré por realizar mal su trabajo. Fue una crítica a su labor, no a la persona. En la universidad me enseñaron esa pequeña GRAN diferencia al momento de la crítica, separar la crítica de la persona, se cuestiona el proceso no al sujeto, pero Chile es un país de comprensión mediocre y lo que critiqué, se volvió una cuchillada a su corazón, dejó de hablarme y se aisló con mi otra compañera. Realmente no me importa si me habla o no, si pide mis consejos o me cuenta sus problemas, pues antes de la llegada de mi compañera, era yo su pañuelo de lágrimas. Entiendo que entre ellas se llevan mejor porque comparten edades similares (sobre los 40) y me alegra que encuentre consuelo en otro lado, pues acostumbrada a escuchar relatos que si requieren de una preocupación, oír sus lamentos tan básicos, me daban ganas de golpearla. Por formación profesional, entiendo que cada persona vive sus procesos de forma distinta y aquello merece respeto, pero POR FAVOR lloriqueos porque la hija no hace lo que ella le dicta, entendiendo que está en plena adolescencia, ¿es motivo para deprimirse? Me esperaría una reacción así de una persona sin acceso a una educación que le ayudara a disipar sus dudas, ¿pero de una profesional?

    En fin, allá ella con sus problemas, pero que su actitud sea tan pendeja me enoja, me enfurece al punto de recordar las palabras de mi padre “nunca dejes que el enojo domine tu actuar”. Aprendí, gracias a su cuidado, que el enojo no es ninguna solución, que uno puede tener una vida completamente normal sin dejar salir a su bestia en su interior. Mi padre no pudo hacerlo, pero yo si aprendí.

    Ella se sentó en su asiento, dando la espalda a mi escritorio, su molesta actitud hizo hervir mi sangre al punto de que mis uñas segregaban el discreto veneno que acabaría con su vida. Fui a su escritorio a conversar un tema con la otra profesional y mientras hablaba, disimulaba la atención en unos nuevos aretes, todos fijaron su vista en ellos y pude colocar par de gotas en su té. Luego seguí conversando sobre el tema que me convocó a esa mesa y me retiré a mi asiento mientras veía como ella levantaba la taza y tomaba un sorbo.

    Apreté mis dientes para evitar la sonrisa mientras la “pendeja” se retorcía de dolor en su silla. Mi compañera se levantó para tomarle de los hombros y tratar de calmarla, pero los fuertes espasmos en su estómago y las contracciones de sus órganos, comenzaron a producir una falla multisistémica. Sus riñones dejaron de funcionar y sus intestinos se contrajeron al punto de reventarse en la torsión. Comenzó a vomitar sangre, los gritos de espantos de mi compañera alertaron a los otros profesionales del salón. La víctima se retorcía de dolor mientras cada cierto tiempo lanzaba una bocanada de sangre y restos de comida. Me demoré casi 10 segundos en reaccionar, disfrutaba en cámara lenta toda la situación, los gestos de dolor, sus ojos perdidos en el miedo, sus hombros acalambrados, sus pantalones llenándose de orines y fecas, pero debía actuar, no me perdonaría cometer el error de mi padre.

    Me levanté y fue a ayudarle, limpié un poco su rostro y la miré a los ojos, en ellos divisé la desesperación, sentí como ella miraba a la muerte en mi cara y mi cuerpo lo sintió. Un súbito placer recorrió mi entrepierna y mientras más veía el dolor y la desesperanza en su vista, más excitada me sentía.

    En un momento, perdí esa conexión con su miedo, sus ojos se llenaron de rabia. Supo que yo la estaba matando. Mi excitación se apagó, su rabia dio paso a mi ira y mirándola fijamente a los ojos, le mostré el verdadero temor “hazlo por tu hija”.

    Era evidente que iba a morir, el veneno era lo suficientemente potente para matar a 3 personas. No iba a sobrevivir para ver a su hija y aquello le devolvió la locura a su mirada. Sabía que moría, que no iba estar más para ver a su familia, sus ojos iban perdiendo la vida, ni la esperanza podía aferrarse a aquel cuerpo. Iba a morir, frente a mí, debatiéndose entre el miedo, la desesperanza, el dolor y la agonía. Mi sexo estaba húmedo, ya me había corrido un par de veces antes de que entraran los paramédicos a controlar la situación. La tendieron en el suelo con la boca al costado, para evitar que su vómito le siguiera manchando. Palparon su estómago y constataron lo peor, su interior estaba destrozado. Su estómago estaba roto y los jugos gástricos iban corroyendo sus demás órganos.

    Me alejé de la escena sin antes darle una última mirada a su rostro, quería mostrarle mi satisfacción, con mi mueca de preocupación y mis ojos de alegría. Levanté mis gafas, limpié mis lágrimas y susurré lentamente una palabra “pendeja”. Ella pudo leerla desde mi boca, volvió a teñir sus ojos de rabia, pero el dolor la superaba y pronto el miedo la dominó completamente. Estaba a segundos de caer inconsciente por el dolor y lo único que la mantenía viva era el miedo a morir, pronto se olvidó de todo y cerró los ojos.

    Sacaron su cuerpo ya muerto tratando de reanimarla, el traslado en ambulancia al centro de salud sólo fue protocolar. Realizaron una investigación respecto a su muerte y concluyeron que tuvo una reacción alérgica insospechada respecto a su bebestible, del veneno nunca se habló. Era evidente que cubrir mis pasos era esencial, no podía caer en errores básicos y antes de poner en marcha mi plan, estudié sus antecedentes clínicos, mi profesional y cargo, me daban acceso directo a esa información.

    Luego de semanas de caras largas, extrañaba un poco su pendeja actitud, pero cada vez que recordaba la desesperanza en su mirada me hacía dudar sobre mi propósito en la vida. ¿Era realmente un agente para ayudar a los demás, o debía convertirme en el ángel de la muerte?

    Me reí de aquella pregunta y cerré mi libro mental, dejando siempre un marcador en una página dispuesta a anotar una próxima “pendejada”

    Atte

    Klm