Natalia. Manual de una dominadora

Tema en 'Relatos Eróticos' iniciado por arelatos, 13 Oct 2017.

  1. arelatos

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    Eres de mi propiedad

    Sentada en la butaca del reservado, lo observaba distraídamente abriéndose paso, sorteando a la gente que enloquecida bailaba en la pista. El intenso ritmo de la música les embriagaba entre juegos de luces, creando una atmosfera profunda, oscura, irreal. A esa hora de la noche el local ya se encontraba abarrotado, los asiduos acudían puntuales donde sabían que el ambiente era especial y la animación nunca faltaba. En aquel lugar se habían conocido hacía años y les gustaba volver a despertar la pasión viéndose de nuevo sobre la pista en la que se besaron por primera vez.

    Apoyado en la barra agitaba la mano en busca del camarero, intentando en vano repetir la ronda. Alrededor la gente bailaba y bebía dejándose llevar por el ritmo contagioso. Sin advertirlo se vio asaltado de repente por dos mujeres se colocaron a ambos lados de él. Entre la multitud Natalia alcanzaba a ver cómo una de las desconocidas rodeaba a su incómoda presa con un brazo, mientras éste intentaba zafarse. Desde el otro lado y aprovechando su despiste, la otra mujer le besó en el cuello, a lo que respondió sorprendido, encantado pero agitado por lo inadecuado de su situación. Su chica miraba divertida a lo lejos cómo una de las atacantes lo apresaba con sus piernas desde una banqueta mientras que la otra acercaba la boca a su espalda. Desconcertado, recogió los dos vasos y volvió a su lugar donde su pareja le esperaba disimulando, consciente de lo excitado y alterado que regresaba, temblándole las copas entre sus sudorosas e inciertas manos.

    Cuando él suponía que la tormenta había amainado y que nadie había advertido su ardiente y anónimo encuentro en la barra, Natalia le ofreció su copa al tiempo que le pedía que le esperase ahí mismo sentado. Apenas tuvo ocasión de colocar los dos vasos en la mesa, observó cómo se dirigía a la pista, al lugar donde las dos chicas bailaban una con otra, rozándose, a base de dulces y sensuales contoneos. Su chica se abrió paso bailando entre ellas y las tres juntas improvisaron un número endiablado, demasiado sexual para pasar desapercibido. La pista les abría el espacio que ocupaban acariciándose, besándose las tres al ritmo de la música. Danza animal, primitiva, delirio que excitaba la sala al completo, rompiendo las reglas, provocando con su lenguaje prohibido. Las caricias pasaron a conatos de posesión y el deseo a locura, a sexo al ritmo de la música. El público quedó atrapado, enloquecido, en llamas, sintiendo cada uno de los movimientos de aquel trío danzando sobre el abismo de una sensualidad inédita y bestial.

    Clavado en la butaca, permanecía inmóvil, sudoroso, profundamente excitado y atónito al ver aquel espectáculo que desbordaba cualquiera de sus más alocadas fantasías. Su propia mujer estaba convirtiendo delante de sus ojos el baile en sexo con dos explosivas desconocidas, mientras se consumía en deseo, en palpitaciones a punto de hacerle desfallecer, llevándolo al borde del éxtasis solo con la mirada.

    La belleza y sensualidad llegaba a su límite cuando comenzó a faltarle el aire, que no pudo recobrar hasta que la música cambió y ella volvió a su lugar después de despedirse ruidosamente de las dos mujeres. Apurando su bebida, agarró decidida a su hombre del pecho para levantarlo de su asiento del que no acertaba a despegarse, y con aire desafiante le susurró al oído que iban directos a casa y que esa noche ella misma mandaría en la cama.

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    #1 arelatos, 13 Oct 2017
    Última edición: 1 Nov 2017
  2. arelatos

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    Juego de Cartas

    Los fines de semana en los que ella viajaba se le hacían tediosos y aburridos, viendo películas y echándola de menos. Terminando la última de las novelas que tenía entre manos miró el reloj distraído y buscó entre los cojines del sofá el mando a distancia que en esos casos cobraba vida propia. Se recostó para dar una vuelta por los canales al azar en busca de algo interesante, justo antes de que apareciese en pantalla la imagen de un video cargándose desde una memoria externa al televisor. Con aire curioso esperó a ver su contenido antes de levantarse a quitarlo manualmente. De repente el aparato mostró la imagen en primer plano de Natalia, sentada en una mesa a modo una presentadora. Vestía un sujetador blanco y la inconfundible mirada de haberle arrastrado a una de sus trampas.

    Cayó abatido en el mullido respaldo mientras ella lo saludaba tiernamente, y le anunciaba que aquel video en realidad se trataba de un juego, y él debía cumplir las reglas sin excusas. Con una perversa sonrisa, su sensual boca le daba las instrucciones a seguir, mientras tomaba una baraja de cartas. Le explicó que el juego consistía en que ella extraería naipes del montón de una en una, al azar. Si la que escogiese se trataba de una figura roja, estaba obligado a masturbarse y, si se trataba de negras, debía detenerse sólo al verla. Comenzó divertida a barajarlas, mirando a la cámara y pidiéndole a su víctima que se desnudase. El obedeció tal y como hacia siempre en sus juegos eróticos donde ella mandaba, y esperó pacientemente a que terminase de mezclarlas.

    La primera carta se trataba de un dos de corazones, que mostró entre risas, animándole a empezar a tocarse frente al televisor. Sus senos se agitaban y lucían más sensuales que de costumbre, su mirada ardía y sus carcajadas lo enloquecía. Durante varios segundos ella lo instaba a continuar hasta que desveló la próxima figura, un cinco de tréboles. Con la palma de la mano abierta le indicó que se detuviese, consciente de lo excitado que ya debía encontrarse en aquel instante. Mientras duraba la pausa se puso en pie, mostrando en primer plano su depilación. Hasta ese instante no supo que no vestía bragas.

    Un dos de picas no tardó en llegar, y él pudo continuar desahogándose en frente de aquella atractiva mujer que no paraba de reír. Llevarlo y traerlo al límite era su especialidad. Disfrutaba manejándolo, poseyendo su virilidad y utilizándolo en sus juegos. Miraba curiosa a la cámara, sonreía e imaginaba la desesperación de su chico en ese mismo momento. Seguidamente fue el turno de un tres de picas, que le obligaba a continuar. Aplaudía alentándolo a seguir sacudiendo su pene bajo sus órdenes, suponiendo que estaría a punto de eyacular. Justo en ese momento extrajo de la baraja un as de tréboles. Le tocaba detenerse, lapso en el que ella aprovechó para ponerse en pie y mostrar sus caderas de perfil, su redondo trasero que acariciaba suavemente, bailando sensual al ritmo de los desesperados suspiros de su atribulada víctima.

    Después de una sucesión de cartas de ambos colores, llevándolo por el borde del abismo en varias ocasiones, ella se detuvo ante una de las figuras rojas, decidida a dejarle disfrutar su dulce tortura. Le indicó que era la hora de terminar con el juego y que una cuenta atrás le mostraría el momento exacto en el que ella deseaba que explotase. Contando desde diez, iba descendiendo pausadamente, con una mirada que le bien conocía propia de estar dominando la situación. Cinco, cuatro, tres, dos, uno, hasta el final en el que aquella perversa mujer rió aplaudiendo hacia la cámara, segura de que su chico había seguido las instrucciones y ahora estaría retorciéndose de placer en el sofá.

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    #2 arelatos, 14 Oct 2017
    Última edición: 1 Nov 2017
  3. arelatos

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    Ahora que todos cenan

    Ambos conversaban distraídamente en la mesa para dos del restaurante al que acudían las noches más románticas. El admiraba cómo los tonos rojizos y cálidos de la decoración hacían destacar el innegable atractivo de Natalia. Sus curvas apenas se disimulaban bajo la blusa blanca, su piel se encendía, se hacía más sensual y única. Contemplaba su cuello y los lunares que lo adornaban, las sombras de su escote, los labios bailando ardientes, la falda demasiado corta para disimular sus largas y elegantes piernas. Apenas había degustado el trago de aperitivo, deslizó súbitamente un pie desnudo entre las piernas del él con aire de indiferencia y sin cambiar la conversación.

    Una sacudida le recorrió todo el cuerpo helándole la sangre, se sabía preso entre su pie y el respaldo de la butaca, a expensas de una repentina travesura. Desde fuera de aquel erótico escenario nadie podía descubrirla, un enorme jarrón ocultaba su pie que se paseaba suavemente causándole una enorme erección mientras disimulaba con su distraída palabrería. Le desafiaba con la mirada clavada en sus ojos, hablando de cualquier tema en el que era consciente de que él no sería capaz de concentrarse. Su víctima se mordía los labios y tembloroso intentaba dejar la copa sobre la mesa. A ella le fascinaba controlar en cualquier momento sus deseos, dominarle, manejarlo y obligarle a pasar por difíciles trances cuando se le apetecía. Le parecía divertido, apetecible, diabólicamente excitante.

    Nadie alrededor alcanzaba a ver cómo disfrutaba observándole respirar pesadamente, pidiendo terminar aquel juego con la voz entrecortada. Alrededor solo alcanzaba a ver a una pareja cenando sin imaginarse que el mantel ardía, que debajo de las copas el tablero vibraba y la ropa sobraba. Cuando notó entre los dedos de su pie que el pene quería escapar del pantalón, se desabrochó uno de los botones de la blusa, mostrando los encajes de una lencería negra, impecable, encendida, que añadía más fuego a su pasión a punto de explotar.

    Observarle en ese estado le despertaba una risa divertida, perversa, que mezclaba con una conversación irrelevante, dando sorbos de su copa indiferente a la tortura con la que le estaba ahogando. El estrujaba la servilleta con desesperación, sentía el aire pesado, denso, el placer de aquella suavidad acariciándolo. Quería gritar, quería tirar la cristalería, los cubiertos, quería arrancarse la chaqueta, pero aguantaba el tren de pasión que le estaba atravesando la garganta mientras ella le miraba fijamente.

    Los clientes del restaurante continuaban pasando junto a la mesa sin percatarse que estaba a punto de perder el control, de eyecular, de gemir por aquel castigo dulce y salvaje. Sabía que a ella se le ocurrían sus perversos juegos en cualquier momento, y eso le excitaba aún más. Apenas la distinguía reírse, hablar, obligarle con la mirada a que le regalase un orgasmo disimulado, contenido, solo para que ella disfrutara de una de sus imprevistas travesuras. Acalorado, jadeante, con ojos perdidos, le complació como tantas otras veces. La mesa se consumía en llamas, las copas de derretían, el aire lo abandonaba en su instantánea muerte de placer. Ella reía y apuraba su copa mientras llamaba al camarero para pedir más hielo en su vaso.

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    #3 arelatos, 22 Oct 2017
    Última edición: 1 Nov 2017
  4. arelatos

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    Ahora que nadie nos oye

    Dejó que el resto de las chicas abandonasen el vestuario para entrar a escondidas con él. Le apetecía que la duchase en aquel momento, y a su víctima le excitaba demasiado cumplir con sus caprichos de dominadora como para negarse. Se desnudaba junto a las taquillas mientras asistía angustiado, observando cómo se desprendía y dejaba caer al suelo las prendas deportivas, su camiseta, el sujetador, sin poder hacer otra cosa que eso, contemplarla. Ambos disfrutaban aquellos juegos improvisados, arriesgados. A ella le divertía empujarlo hasta el límite, acercarle la fruta a los labios para luego retirársela, dominarlo a su antojo. Le fascinaba verle arder en deseo, temblar de lujuria con sus travesuras.

    Una vez dentro de la ducha él debía enjabonarla, pasear la esponja por toda su piel, sus curvas. La sangre le hervía bajo la ropa, la boca le ardía. Observando la espuma deslizándose por sus senos y el vientre para concentrarse en su sexo, creía no poder controlar el fuego sin quemarse, contenerse y no derretirse en su ahogo. Nunca sabía con certeza dónde iba a llevarle de su mano aquella mujer. Disfrutaba acariciando con suavidad todas sus curvas, rincones, que lucían palpitantes bajo el agua. Quería entrar con ella a la ducha, quería morder, recorrer su cuerpo con los labios, poseerla. Pero nada de eso se le permitía el aquel juego.

    El agua tibia deslizaba la blanca espuma y descubría su desnudez, cálida, rotunda y sensual. Los ojos quemándole en la cara veían cómo el líquido acariciaba, de arriba a los pies, su espalda, las piernas. Se mordía los labios, creía estallar consumido en deseo. Aún más cuando la secaba, cuando recorría con la suave toalla sus brazos, trasero, sus senos que tan cerca de él relucían espléndidos, redondos, deseables. Ella le dejaba que se recrease con su tarea, que disfrutara de toda su piel con lentitud, contemplando cada porción de su cuerpo.

    Se apartó de nuevo a su silla para ver cómo decoraba su perfecta figura con ropa interior blanca. Ella se mantenía indiferente, fingiendo no saberse observada. Largas medias, liguero con tirantes, que ajustaba sin prisas, disfrutando de saberse deseada por su hombre que a punto estaba de alcanzar el éxtasis. Su ceñido y corto vestido dibujaba las curvas de sus caderas, realzaba sus senos, la hacía aún más deseable. Se subió frente un espejo la cremallera que le recorría la espalda como un sello pegado a su piel. Se encajó sus largas botas y antes de salir lo miró con aire divertida mientras su víctima agonizaba en una efímera muerte de placer. De camino a la salida, el sonido de los tacones se mezclaba con su risa en lo que él se retorcía a solas en el suelo derrotado por su orgasmo

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