BUENOS VECINOS

Tema en 'Relatos Eróticos' iniciado por VickySays, 13 Mar 2019.

  1. VickySays

    VickySays Usuario Nuevo nvl. 1
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    CAPÍTULO 3 (SERIE DE RELATOS ANÓNIMOS)
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    Una recién casada nos cuenta de un extraordinario e increíble suceso que vivió poco después de casarse.




    Hola, me llamo Katty.

    Mi historia se remonta a la época en que recién me acababa de casar. Tenía yo unos 25 años.

    Al casarnos, mi marido compró una casa, muy bonita. Era un fraccionamiento. Se veía muy buen paisaje. Tenía tiendas y lugares muy lindos y cercanos para distraerse.

    Una mañana él se fue a trabajar. Yo estaba limpiando nuestro cuarto, cuando vi que frente a nuestra casa llegó una familia. Nuevos amigos, pensé yo.

    Vi bajar del auto a dos niños muy hermosos, como de unos 10 y 8 años. Después bajó la señora. Muy elegante, como de unos 35-40. Y después vi que el señor de la casa platicaba con los de la mudanza. Tenía buen porte, también elegante. Y él se veía muy bien. Quizá también con una máxima de 40, pero muy bien cuidado.

    Cuando llegó mi marido le iba a hablar de ello para hacer plática, pero decidí no hacerlo.

    A la mañana siguiente vi que la señora salió con los niños y rápidamente salí a la calle con el pretexto de que barrería mi acera.

    —Buen día —saludó la señora.

    —Hola. Mucho gusto. Veo que acaban de llegar.

    —Sí, recién nos mudamos, mi esposo consiguió un buen negocio por acá.

    —Qué bien. Me da mucho gusto. Sean bienvenidos.

    —Muchas gracias, ahora iré a dejar a los niños al colegio. Pero espero que en la tarde nos tomemos un café.

    En eso salió el marido. La puta que me parió. Le dio un beso a su esposa y luego me volteó a ver.

    —Querido, ella es nuestra vecina. La invité a tomar un café. Espero que nos podamos llevar muy bien.

    —También yo —dijo sosteniéndome la mirada—. ¿Eres soltera?

    —Casada.

    —¿En serio? Te ves muy… joven para ser casada. Pero sin hijos, ¿no?

    —Así es.

    La señora nos miró raro, pero después, con la misma sonrisa se despidió.


    Yo me iba a meter a mi casa cuando el señor me dijo:

    —Oiga, espere. ¿Tendrá un poco de leche que me regale? Recién nos instalamos y no hemos hecho el super.

    —Desde luego. Ya se la traigo.

    —Venga, si vamos a ser vecinos, no quiero ser chocante pero, ¿por qué no me invita a pasar?

    —Bueno, supongo que no hay problema.

    Entró y me siguió hasta la cocina. Eso me incomodó un poco, pero no le dije nada.

    —Qué bello tienes tu casa.

    —Gracias…

    —Dime Rodrigo. ¿Y tú eres?

    —Estefanía.

    —Qué enorme gusto, Fanny. ¿Puedo decirte Fanny?

    —Claro —dije un poco tímida. El señor me estaba poniendo muy nerviosa… y me estaba gustando.

    —Eres muy preciosa, Fanny. Qué afortunado debe ser tu marido. ¿Y por qué no tienen hijos?

    —Somos muy jóvenes y nos acabamos de casar.

    —Pero, ya sabes, ¿sí lo intentan, no?

    —Pues… sí.

    —Perdón, es algo muy íntimo, no debí preguntar eso. Solo que… bueno, yo con una esposa así también lo intentaría sin descansar.

    No dije nada.

    —¿Eres cachonda, Fanny?

    —Don Rodrigo, por favor.

    —No me digas así y contéstame. Tengámonos confianza.

    —¿Por qué no tomamos un café con su esposa y me hace esas preguntas?

    —No te hagas la tonta. Contesta ya.

    —Mire, le puedo contestar. Pero dígame qué quiere exactamente.

    —Tú sabes lo que quiero, Fanny. Será mejor que te apresures porque mi esposa pronto llegará.

    —Tal vez soy cachonda. Así como tal vez usted me quiere coger.

    —Entonces sí eres cachonda…

    —Entonces sí me quiere coger.

    —Desde luego, mi amor. Quién en su sano juicio y con una pizca de hombría no quisiera poseer a tremenda potra.

    —Por favor, Rodrigo. No insistas.

    —¿Por qué? ¿Si insisto caerás en mis garras? Entonces insistiré.

    Se puso detrás de mí y comenzó a respirar en mi cuello. Me recargó su pene y llevó sus manos a mis pechos. Yo comencé a jadear y obviamente no opuse resistencia. Obviamente lo deseaba y el maldito lo sabía.

    —Así. Déjate llevar, mi amor.

    —Rodrigo —dije entre jadeos.

    —Levántate tu vestidito, mi amor. Quiero ver esa pucha.

    Mientras me levantaba mi vestido él me bajó los calzones. Empezó a besarme las piernas y finalmente llegó a mi vagina. Yo estaba de pie, así que tenía que sacar su lengua para rozar un poco mi vagina. Yo lo tomé de la cabeza y me lo restregaba en mi pelvis.

    Después me subí al comedor y abrí las piernas. Él comenzó a chuparme el clítoris de una manera que me mataba.

    —Ah, Rodrigo —con jadeos—. No pares Rodrigo, no pares por favor.

    —Qué delicia de pucha, mi amor. Ya no se la des a tu marido. Dámela a mí. Sólo a mí.

    Siguió chupándome con delicia. Me mordisqueaba suavemente los labios y me tenía en la gloria. Se puso de pie y bajó sus pantalones. Su polla estaba super erecta. Estaba larga, gruesa y tiesa. A mi marido nunca le había visto la verga así.

    —Dámela —le dije.

    —Por supuesto, mi amor. Te voy a clavar toda esta carne en tu pucha. Voy a llegarte hasta donde el puto de tu marido nunca llegará.

    Tomó una manzana del frutero y me excitó. Me sentía en una película porno. Este hombre realmente era un loco pervertido y eso me encantaba.

    —Muerde esto, amor. Porque ahorita que te meta la verga querrás gritar.

    Y así fue. En cuanto su verga empezó a entrar sentí ganas hasta de llorar. Por un poquito de dolor pero también por un placer descomunal. Todo se mezcló: era mi nuevo vecino, era mucho mayor que yo, era un casado, yo era recién casada, ambos estábamos siendo infieles, su esposa estaba por llegar… uff. Era todo un pecado lo que estábamos haciendo y eso me excitaba.


    Me taladró en esa posición por unos minutos. Yo puse mi mano en el orificio de mi vagina para sentir su verga cuando entraba y salía. Dios, era un rollo de carne muy grueso y rico.

    Lo empujé con mis piernas para que se saliera de mí. E inmediatamente se lo empecé a chupar.

    Me encantaba cómo le disfrutaba lanzando gemidos. Me tomó la cabeza y empezó a cogerme la boca. Me la metía con furia hasta la garganta una y otra vez. Obviamente mis lágrimas escurrieron y casi vomito.

    Después me aventó a la mesa boca abajo y quedé empinada, como una especie de perrito, pero parada, solo recargada en la mesa. Me subió el vestido y me la metió. Me la metía y sacaba con tanta furia que sentía que me estaba irritando la vagina. Comencé a sentir un dolor horrible pero no quería que parara. Me excitaba ese dolor.

    Después me dijo que fuéramos a mi cuarto.

    —Pero, Rodrigo. Su esposa va a llegar.

    —No tengas miedo, mi amor. Si se enoja o nos descubre la mando a la verga. Yo te quiero a ti. Ella nunca me tolera cuando la quiero coger de esta manera. Me dice sucio, degenerado… ya sabes. Y tú, mamita, eres toda una cerda como yo. Te gusta la buena culeada.

    —Lo siento, Rodrigo. No puedo hacerle esto a mi marido.

    Pero no le importó, me cargó y me llevó por la casa buscando mi habitación.

    Por fin la encontró y me tiró a la cama. Ahí me subió más el vestido y me volvió a meter su pene. Ahora sí era de perrito. Pero mis piernas comenzaron a dolerme y tuve que tumbarme. Al hacerlo él tomó más el control y comenzó a lastimarme más otra vez. Me tomó de las nalgas, me las abrió y me dio más y más fuerte. Otra vez me tenía en la gloria.

    Escuchamos un auto y lo supe: era su mujer. Me levanté y me asomé en la ventana. No era ella. Mi alma volvió a mi cuerpo. Pero inmediatamente sentí los brazos de mi amante. Me abrazó por detrás y comenzó a penetrarme ahí, parados en la ventana. Me entrelazó sus brazos con los míos y me apretaba contra él con cada arremetida. Estábamos muy sudados pero no se veía que él quisiera parar.

    Yo en este punto ya intentaba liberarme de él. En cuanto podía corría, pero él me perseguía y me la volvía a meter. Y es que yo estaba muy mojada. Yo quería que parara no porque no me gustaba, aunque me dolía mucho me encantaba que me poseyera así. Pero temía porque llegara su mujer.


    Total que después de un rato, me cargó y me llevó a la sala. Me puso a gatas en el sofá y empezó con demencia a lamerme, succionarme y escupirme el ano.

    —Por favor no, Rodrigo. Eso si no. Me vas a romper.

    —De eso se trata, mi amor. No tengas miedo.

    —Me dejarás sin caminar y mi marido lo va a notar.

    —Tranquila, mi amor. Yo te sé tratar. Siento como si te hubiera cogido toda la vida.

    Y sin decir más me la metió por el ano. No pude evitarlo, lancé un grito. Y en mi desesperación pedí auxilio gritando. Después me arrepentí. Porque luego de un rato fue un maldito deleite. Sentía que mi mierda estaba por salir. Mi ano lo sentía muy abierto. No hay palabras para describirlo, pero la verdad es que me estaba matando de placer.

    Por fin se vino. Me echó todo su semen adentro de mi ano. Después de eso me eché a llorar.

    —No pasa nada, mi amor. Estuviste genial. Sin duda eres toda una cachonda. Solo tienes que soltarte más. Entregarte a tus deseos.

    Me plantó un beso en una teta y se fue.

    Yo me quedé llorando toda la mañana. Obviamente nunca le dije a mi marido. Mis vecinos no tardaron ni un mes y se fueron. No sé si la señora se enteró o lo sospechó. O incluso si notó que su marido estaba loco por mí.


    Es una anécdota que recuerdo con mucha pena, sin embargo, extrañamente, no me arrepiento. Y al ser anónimo esto, confieso que es el mejor sexo que he tenido en mi vida (a pesar de que no es la única ocasión en que le fui infiel a mi esposo). Pero nunca he vuelto a dejar que me penetren el ano, ni siquiera mi marido. Siendo sincera, es mi manera de guardar cariño y respeto a Rodrigo. Me dio la mejor cogida de mi vida y mi ano, aunque no lo sepa, fue, es y seguirá siendo de él.
     
    #1 VickySays, 13 Mar 2019
    Última edición: 13 Mar 2019
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