Caliente viaje a la playa con mi polola (parte 2)

Tema en 'Relatos Eróticos' iniciado por Tangadicto, 10 Jun 2021.

  1. Tangadicto

    Tangadicto Usuario Nuevo nvl. 1
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    “Chao, muchas gracias por todo. ¡Ay! ¡Qué ricas manos, Amor! “Hola, señora, disculpe ¿Algún dato de residencial o pieza con televisión por cable acá en El Quisco?” Esa fue la pregunta que morbosamente le hizo a la señora que nos acusó de ir eróticamente manoseándonos, besándonos y provocando aquella experiencia que quizás hace cuánto tiempo no experimentaba, mientras esperaba el contacto visual con el auxiliar, quien tras sacar el equipaje de la señora no tuvo ninguna consideración con sus ojos rastreando en un movimiento perverso que había sentido con el roce cárnico de mi pareja. “¿Entonces es una pieza de hotel con vista al mar que vale casi lo mismo que una pieza en residenciales más cercanas al centro? Entonces ese es el lugar, Amor, tengo dinero para que nos quedemos como esa vez que lo hicimos en el paseo de la carrera ¿Puedes? “Me interrogó coqueta. “Sí, como esa vez”. La señora, pese a sus molestias, nos recomendó ese hotel, donde trabajaba y entraba a turno por la tarde; que en la que intuía que andábamos, era el mejor lugar.

    “Yo pago, tranqui, yo inventé esto y te extraño. Solo pórtate exquisito”, me dijo bajando el volumen y apretando mi paquete. “Pieza 404. Tome, lleve el control remoto”. Subimos sin tocarnos, pero insinuando todo lo que sabíamos quería aprovechar el otro: yo, mi mano con mi pene erecto, levantado desde el escroto; ella, sacando sus pequeños pechos, pero con unos pezones que rajaban tu pecho; el short desabrochado enseñando sus hilos. Fue imposible esperar el cambio de lencería: portazo, desliz de mis pantalones; cola levantada arrancando sus pantalones, dejando en primer plano su enorme trasero con aquel hilo que ya llevaba una víctima consumada, ese auxiliar de bus que probablemente debe haber deseado hacer lo que yo hice en ese momento: dar la nalgada correspondiente por su mala conducta, pero manoseando circularmente el otro glúteo, felicitándola por su desempeño. “Me voy a lavar, Vuelvo enseguida”. “Trae la tanga”. “Olvídalo, eso es para la playa y esos bronceadores que están ahí, son para que me los apliques en todito no mi cuerpo”. La ternura de esa propuesta erotiza tanto como un gemido y más viniendo de ella, una estudiante tranquila, simpática, con un trasero indisimulable, pero que seguramente ningún profesor tan adultos como los que teníamos, imaginaba partido por esas mínimas disposiciones de telas que cubrían su vulva y el inicio de sus nalgas, esos mismos trozos de géneros que tuve el fortunio de ver en sus compañeras, a quienes llevó al remate de lencería en San Diego. Llegó en la tanga que trajo puesta en el bus y me dijo: “Hola, ¿cuántos años tienes? Yo soy tu compañera nueva de la universidad. ¿Tu polola se viste así como yo? Me gustan atrevidos así como tú. Sígueme el juego”. “Sí, mi polola es más sexy que cualquiera de ustedes así que no me provoquen porque no caeré”. En ese momento mi polola deslizó el trozo de calzón que cubría su vagina y me la enseñó, unas carnes que se apretaban y humedecían, luciendo absolutamente arrancadas de vello púbico. “Chúpamela y hazme acabar, porque, puta, que me dolió. Hazme acabar”. Los pliegues de su carne desnuda dejaron aflorar su clítoris tenso, alcanzando el relieve suficiente para los movimientos anárquicos de una lengua que había acostumbrado ese botón de orgasmos, a su ritmo frenético y disperso, a esa estimulación carente de direcciones que tanto placer le provocaba, al punto de haber provocado más de una molestia en los vecinos por sus gritos.

    “Muérdeme la cola, chúpame el ano, hazme sentir sucia. Dame nalgadas. Dime que soy tu perra; solo para ti me visto así”.

    No tuve más opción de aproximarme a su ano que poniéndola en cuatro, hundir su cara en la almohada, besar y dejar estimular su oreja y mi lengua sucia arrojando las más perversas ideas con su cuerpo. “Cállate. Quiero todo, pero cómeme el culo”. De sus orejas hasta su cola hubo un tránsito a mordidas provocadores en su cuerpo, una lengua acariciando sus vértebras y conforme al descenso hasta su cola, unas manos insaciables tocando cada punto sensible de su sexo. La piel de gallina solo evidenciaba su completa excitación que quería consumar con mi lengua en aquel agujero de su carne al cual no me permitía acceder con mi pene, pero que quería sentir estimulado por mi lengua. Llegué hasta ese relieve de su espalda, dejando escurrir la saliva de mi boca por su espalda, hasta que el hilo dental me advirtió que llegaba al lugar que tanto deseaba que explorara. Mordí la costura que dividía esa carne horizontal y verticalmente, mordiendo y tensando el hilo para rozar su carne vaginal, succionando cada trozo de carne que ocultaba su ano, hasta llegar al momento en que mi lengua se instaló en aquel intenso punto de excitación, aquel destino que logró arrancar las calientes confesiones de mi pareja: “Chupa, chupa, no pares, no pares. Toma, ¿eso querías? Entonces chupa que me voy, que me voy”. Su mano se había detenido en mi nuca y empujaba mi cara cada vez más profundamente entre sus nalgas para que mi lengua adquiriera más profundidad. Luego de un grito de placer que parecía coronar un orgasmo, fui golpeado por sus nalgas y obligado a ponerme de espalda contra la cama para ser montado, para ser sometido al azote de su trasero. “¿Quién es tu perra? Pégame. Dame nalgadas. Soy tu perra. Toma, toma. Ah,ah, ah, dale, dale, soy tu puta. Te calentó verme ¿cierto? ¿Tus compañeras te harán esto? Ah, ah, ah, me voy. Me voy. AH,AH,AH. Sí, sí. Soy tu puta. Pégame, pégame. Aún no has visto nada”. Su orgasmo era incuestionable y sus últimas palabras, las de ella provocando a otro hombre, ameritaban una descarga distinta, cuya consumación mientras seguía tocándose para prolongar su placer, interrumpí amarrando sus muñecas con el hilo que jamás se arrancó. La jalé del pelo y la dejé con sus manos impedidas de movimiento y de rodillas, pidiéndome que se lo tirara en la cara, no sin antes azotar su cara con mi pene, provocando sus gritos de pertenencia: “Ese pene es mío, solo mío. Tíramelo en la cara. Fui una chica mala. Acaba en mi cara, por favor”. “No. Te voy a rellenar de leche la cola, así que muerde almohada”. “Sí, pero no me lo metas por atrás, por favor, te lo ruego. Lo tienes muy cabezón, me vas a romper”. “Mírame, solo mírame”. Amarrada y torciendo el cuello, Andrea me vio masturbándome, oyendo mis guarradas en torno a su trasero y obligándola a contarme las experiencias de sus exparejas con su cola: “todos me la manoseaban, todos me dijeron que la tenía exquisita. Todos se volvieron locos con mi culo”. “¿Sabes que todos se vuelven locos con tu cola?” “Sí, me llegan solicitudes de amistad de mi hermano por el álbum de Brasil. Y en la carrera igual me han llegado mensajes, pero no te voy a decir. Tíramelo, tíramelo”. Dejé caer ráfagas de semen sus nalgas, pensando en cuánta gente fantaseaba con ese trasero que jamás volvió a lucir igual de desnudo. “Qué rico, Amor. Más rato quiero que acabes en mi cara, pero allá en El Yeco, que es una playa más piola. Ahí podrás ver mi hilo de tanga. Sí, usé dos días ese bikini allá. Sí, no andaba con la Nadia y mi hermano. Si ya es complicado oír tener sexo a tus padres, imagínate a tu hermano ebrio alabando las tangas de su novia. Imposible no calentarse un poco. Te extrañé ahí”.
     
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  2. bauza

    bauza Usuario Habitual nvl.3 ★
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    Excelente relato, muy buenos detalles que perro su mina para culear, pero eso es esquisito en una mina, por la conclusión se viene 3ra parte jajaja
     
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  3. ByRamses

    ByRamses Usuario Nuevo nvl. 1
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    Que buen relato se mandó.
     
  4. seba walker_Z

    seba walker_Z Usuario Nuevo nvl. 1
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    Buenisimo! Esperando la tercera parte