Daniel Camargo: "El monstruo de los Manglares"

Tema en 'Arte Gore y Asesinos Seriales' iniciado por michuheronstairs, 28 Jul 2016.

  1. michuheronstairs

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    Daniel Camago nació el 22 de enero de 1930, en algún lugar de los Andes Colombianos.
    Antes de cumplir un año, falleció su madre y, posteriormente, su padre se casó con una mujer que tenía problemas de fertilidad y un obsesivo e insatisfecho deseo de tener una hija, deseo que, al no poder cumplirse, le ocasionó trastornos mentales y un comportamiento anómalo, del cual el pequeño Camargo fue víctima.
    Así, su madrastra lo vestía de mujer frecuentemente, obligándolo a ir de esa forma al colegio, donde todos se burlaban de él y a veces lo castigaba clavándole alfileres.
    Con respecto a la conducta de su madrastra y el daño que le ocasionó, años después Camargo diría lo siguiente:
    “A mi madrastra no le gustaban los niños, pero le encantaban las niñas. La prueba es que ella consentía hasta el extremo a mi hermana. Ella tiene que haber sufrido algún trauma en su niñez, que hizo que no le gustaran los niños. Cuando ella me ponía vestidos de mujer, pienso yo que lo que estaba tratando era de convertirme en una mujer. Puede ser que no me odiara, puede ser que me amara, pero no me podía amar como a un niño”.
    En gran parte por ello, Camargo llegó a acumular el odio y la misoginia que posteriormente le transformarían en un despiadado criminal. Su padre era alcohólico, violento y nada afectuoso. Su mayor y casi único interés era el dinero y, como figura paterna, era muy distante, despótico y severo. Las pocas veces que trataba con su hijo solía ser para propinarle brutales palizas ayudado por el tío del niño. Pese a todo, Camargo consiguió ser un estudiante destacado en el colegio León XIII de Bogotá, aunque posteriormente tuvo que dejar sus estudios y dedicar sus esfuerzos a ayudar económicamente a su familia; lo cual, según declaraciones de él mismo, habría contribuido a aumentar su amargura y resentimiento.



    PRIMEROS DELITOS


    Ya de adulto, Camargo conoció a una mujer llamada Alcira con la que tuvo dos hijos.
    Terminó abandonándola cuando conoció a Esperanza, una chica de 28 años con la cual se había hecho muchas ilusiones, llegando incluso a desear casarse con ella; esto sería el detonante del lado criminal de Camargo, no sólo porque Esperanza no era virgen sino que, además, sin que hubiera pasado mucho tiempo en su relación, la descubrió en la cama con otro hombre.

    Frustrado, dolido y decepcionado de las mujeres en general, Camargo no cortó definitivamente su vínculo con Esperanza, sino que astutamente la convenció, utilizando la culpabilidad que ella sentía por decepcionarlo, para que ésta le ayudase en su plan de conseguir chicas jóvenes e inmaculadas. Sobre eso, en declaraciones posteriores a su detención, Camargo se justificó diciendo que fue “por no encontrar virgen a mi prometida, con la que me iba a casar. Yo no fui capaz de dejarla, porque estaba locamente enamorado. Había momentos en que yo decía: ‘Sí, yo la voy a dejar’, pero en otros, no era capaz porque realmente estaba enamorado. Esto dio por resultado que, como yo no había tenido experiencias con mujeres vírgenes, y al mismo tiempo era incapaz de dejar a esa muchacha, yo acepté como lo más correcto que ella me ayudara a conseguir unas chicas que estuvieran vírgenes”. Así Esperanza, a través de engaños, llevaba chicas al apartamento de Camargo, dándoles allí cápsulas de seconal para que se durmieran y Camargo pudiese desflorarlas.


    Cinco fueron las violaciones que Camargo perpetró con el seconal y la ayuda de Esperanza, hasta que la quinta víctima, que era apenas una niña, descubrió que había sido violada mientras dormía en el departamento de Camargo e indignada y asustada, contó lo sucedido.

    Camargo y su novia fueron denunciados y enviados a distintas prisiones en 1964. Todo parecía indicar que Camargo sería sentenciado a sólo tres años, aunque después la causa subió en grado y el nuevo juez, más severo que el anterior, lo condenó a ocho años, lo cual destruyó el propósito inicial de Camargo de regenerarse se terminó. Se llenó de rabia y odio hacia la sociedad y su justicia, desencadenando así una profunda y hostil rebeldía que junto al hecho de que su quinta víctima hubiese hablado, sería la causante de que Camargo decidiera que en el futuro no dejaría con vida a una sola de sus víctimas. Esta sería la única forma de evitar que lo delataran.


    Tras ser liberado, Camargo se dedicó a trabajar como vendedor ambulante de pantallas de televisión. El 2 de mayo de 1974, mientras pasaba frente a una escuela, Camargo vio a una jovencita de nueve años cuyo aspecto lo volvió loco y se enamoró.

    Decidido a hacerla suya, la llevó con engaños a una zona poco transitada, en donde la desvirgó sin tener piedad de sus lágrimas y, no contento con eso, la estranguló para evitar ser delatado. Luego, sin enterrarla, la dejó junto a las pantallas de televisión que llevaba. Fue su primera violación con asesinato.

    El error de abandonar las pantallas le costaría caro. Al día siguiente regresó para recoger los televisores y enterrar al cadáver, pero un agente de la policía, sospechando de su comportamiento, decidió seguirlo e interrogarlo, descubriendo el lugar donde había abandonado el cadáver de la niña. Gracias a la acción policial, Camargo fue detenido en Barranquilla ese día.


    Ésta vez la justicia colombiana no sería suave con Camargo. El castigo debía ser ejemplar.

    Se le condenó a permanecer 25 años en la prisión de la Isla Gorgona, una especie de versión colombiana de Alcatraz de la cual ningún criminal había escapado. Díez años estuvo Camargo en esa isla volcánica de 28 kilómetros cuadrados situada en el Pacífico de Colombia, diez años en los que se entretuvo leyendo a autores como Friedrich Nietzsche, Sigmund Freud o Fiodor Dostoievski, diez años en los que también, preparándose para el gran día, leyó libros de navegación y estudió con detalle las variaciones de las corrientes en torno a la isla.
    Cuenta al respecto Juan Antonio Cebrián: “En ese aislado paraje estuvo encerrado diez años, pues lo cierto es que la isla por inhóspita apenas tenía vigilancia y los presos deambulaban a sus anchas por la pequeña extensión insular. La tarde del 23 de noviembre de 1984, Camargo, en uno de sus paseos, descubrió una pequeña barca abandonada, y no se lo pensó dos veces; empezó a remar con la desesperación del superviviente. Sin alimentos ni agua remó sin descanso durante tres días hasta que divisó las costas continentales. Milagrosamente se había salvado, aunque su aspecto y situación anímica daban a entender que sus días estaban contados. Pero Daniel Camargo era inteligente y tenía la capacidad para generar recursos que le permitieran seguir adelante”.


    Al enterarse de su fuga y desaparición, las autoridades colombianas, firmemente convencidas de que la Isla Gorgona era una prisión de máxima seguridad, en la que las corrientes y los tiburones hacían las veces de un sistema de guardia secundario, lo dieron por muerto y la prensa se aventuró a publicar que “El Monstruo de los Manglares” había sido devorado por los tiburones. Lo habían subestimado y el tiempo se los demostraría. Fue así que, aprovechando el hecho de que se le creía muerto, Camargo cruzó a Brasil y, como contaría Francisco Febres Cordero, periodista ecuatoriano que lo entrevistó, “recorriendo el continente vino a dar por acá, llegó a Quito, durmió una noche en los portales de Santo Domingo y a la mañana siguiente preguntó: ‘¿No hay un sitio más caliente en este país? Aquí me voy a morir de frío’. Así llegó en bus a Guayaquil, el 5 o 6 de diciembre de 1984. Y allí comenzó su dantesca, horripilante historia”.



    ASESINATOS



    La ola de terror que sacudió a Ecuador, inició el 18 de diciembre de 1984 con la desaparición de una niña de nueve años en la ciudad de Quevedo. Al día siguiente continuó con la desaparición de otra niña de diez años y luego siguió una ola de crímenes, desaparición tras desaparición. Poco a poco, los cadáveres de las jóvenes vírgenes fueron apareciendo con huellas de machetazos, cuchilladas, estrangulamiento y signos de violación.

    Aparecían desnudas, en parajes llenos de vegetación, generalmente en la vía Perimetral, en la vía Nobol y en la Avenida de Los Granados. Los forenses no podían determinar con exactitud la causa de la muerte y además se sabía que, por la zona de la provincia del Guayas en que operaba Camargo, había una banda de sádicos violadores, de modo que también resultaba difícil la labor policial para determinar al autor.


    En Guayaquil, Camargo sobrevivía como un indigente que cargaba bultos en un mercado público, ganando apenas un sueldo de 40 sucres diarios (algo menos de un dólar). Con esto se mantenía a base de carne seca de chivo, una comida típica muy económica. Además tras cada asesinato vendía bolígrafos, ropa, joyas y otros objetos de sus víctimas.

    Aún así, su situación económica era tan precaria, que debía dormir en el banco de algún parque. Los asesinatos con violación llegaron a sumar 71, en lugares como Guayaquil, Quito, Ambato, Machala, Nobol, Quevedo y Ventanas. Sus víctimas, normalmente eran campesinas, colegialas, universitarias, empleadas domésticas. Una de ellas era un experta en karate, pero de nada le sirvió para defenderse del asesino.


    Frecuentemente un cigarrillo adornaba su boca, acrecentando esa imagen de frialdad, dureza y sequedad que su rostro y mirada traslucían. Le gustaba el deporte. De joven jugaba fútbol, basquetbol y cuando estuvo en la prisión de la Isla Gorgona, aprendió a bucear y a jugar ping-pong.


    Siendo feo, viejo y pobre, Camargo no seducía a sus víctimas, sino que hábilmente utilizaba su fealdad y vejez a favor de un sutil método de engaño y persuasión. Él, que casi siempre seleccionaba niñas y jovencitas de estratos sociales bajos, se acercaba con la Biblia en la mano y les decía que era extranjero.


    Que estaba buscando al pastor George Winchester, a su fábrica e iglesia, que debía entregarle una fuerte suma de dinero a dicho pastor y que les daría una buena cantidad de dinero si lo acompañaban y le mostraban el camino.


    A las que no eran niñas, las engañaba diciéndoles que les podía conseguir un buen empleo en la fábrica del pastor, la cual siempre quedaba a las afueras de la ciudad. Así, y aprovechando su aspecto para que nadie sospechara de él, Camargo tomaba un autobús con la chica y, una vez que el camión se adentraba por parajes solitarios, él les decía que por allí había que bajar.


    Llegaba luego el momento crucial, para lo cual él siempre hacía que la chica caminase detrás de él y a una distancia prudente, de modo que así ella se sintiera confiada. Entonces era cuando él, con la excusa de buscar un atajo, decía que debían adentrarse en el paraje.


    Si la chica se rehusaba, él la dejaba ir y ella se salvaba; si la chica lo seguía, él la llevaría al lugar propicio para violarla y matarla impunemente.


    Una vez adentrados en el paraje solitario, él se giraba con una mano detrás a modo de quien sostiene un revólver, le decía a la chica que el pastor no existía y que él la había llevado allí para hacer el amor. En su mano llevaba un cuchillo, pero les decía que si no cedían, usaría el revólver que supuestamente tenía. Luego las sometía y las violaba.


    “Yo optaba por la persuasión antes que por la amenaza”, dijo alguna vez Camargo con respecto a su método. En otro interrogatorio confesó: “Mataba sin dejar huellas. Siempre llevaba una camisa de más, y cuando las manos se me manchaban de sangre, las limpiaba orinando sobre ellas”.


    Como consideraba que la violación con muerte era un acto irrepetible y único, Camargo se esforzaba por retener todos los detalles sobre sus víctimas, memorizando siempre sus nombres y, cuando era posible, tomaba objetos de su víctima para preservar un recuerdo, aunque muchas veces, acababa vendiéndolos para sobrevivir. Finalmente, Camargo solía darle machetazos a los cuerpos y arrancarles los órganos, todo con el fin de despistar a la Policía, de dejar la menor cantidad posible de huellas.


    Era inteligente y culto. Las pruebas de los interrogatorios mostraron que tenía un coeficiente intelectual de 116. La cultura que poseía era casi imposible de encontrar en alguien que dormía en parques y cargaba bultos en el mercado. El periodista Francisco Febres Cordero llegó a decir de él lo siguiente: “Como todo psicópata, era brillante. Tenía una respuesta para todo y podía hablar, con igual soltura, de Dios y del Diablo. Buen lector, citaba a Hermann Hesse, Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez, Guimaraes Rosa, Friedrich Nietzche, Stendhal o Sigmund Freud. Cuando lo capturaron, encontraron en el maletín de mano que portaba, junto con una prenda íntima de la última niña a quien acababa de matar y violar, un ejemplar de Crimen y castigo, de Fiodor Dostoievski. Además, pintaba, aunque sus cuadros tenían tonos oscuros”.


    Sexualmente, era un trastornado marcado por una machista obsesión por la virginidad y la idea de pureza. Por eso detestaba a las prostitutas y despreciaba a las mujeres en general. Nunca buscó saciar sus impulsos en prostitutas, ya que, “las odiaba. Me causaban asco. Tenía pavor de las enfermedades venéreas y sus estragos. Quería mujeres puras, vírgenes”.


    Eso explica por qué violó y mató niñas. También era un sádico: “Violo niñas vírgenes porque ellas lloran”, lo cual a Camargo le proporcionaba un enorme placer a la hora del acto carnal.


    La policía lo interrogó acerca de por qué le había arrancado los pulmones, riñones y corazón a una muchacha, a lo que él respondió fríamente: “Eso es mentira. Como mucho le saqué el corazón, porque es el órgano del amor”.


    Emocional y psíquicamente, Camargo era un ser marcado por la rabia, el odio y el rencor. Asombrado ante la repercusión mediática de sus crímenes, Camargo se justificaría diciendo: “Estaba vengándome de muchos años de humillación”.


    El 26 de febrero de 1986, minutos después de violar y asesinar a Elizabeth Telpes, de nueve años de edad, una patrulla lo vio mostrando un comportamiento sospechoso a la altura de la avenida de Los Granados, una calle de Quito. Cuando los dos policías se bajaron para examinar al sospechoso, lo que hallaron los dejó sorprendidos: allí, en la bolsa de pertenencias de Camargo, estaban las ropas ensangrentadas de quien evidentemente había sido una pequeña niña. Inmediatamente lo detuvieron.


    Posteriormente, una chica guayaquileña que se salvó del violador, llamada María Alexandra Vélez, identificó a Camargo cuando fue llamada a testificar. No fue complicado condenarlo, ya que él mismo se declaró culpable el 31 de mayo de 1986, admitiendo 71 asesinatos y violaciones, y mostrando con espantosa frialdad a la policía los sitios en que dejó los cadáveres de sus víctimas.


    Existe una investigación detallada de sus asesinatos en el libro Los Monstruos en Colombia sí existen, del antropólogo Esteban Cruz Niño. En él se incluye parte del diario personal de Camargo y se establece que hablaba perfectamente inglés y portugués. Después de su detención, fue inmediatamente trasladado a la cárcel de Guayaquil, hasta que en 1989 fue llevado al Penal García Moreno de Quito para cumplir la máxima pena que existía y aún existe en Ecuador: 16 años, un castigo insignificante para la escalofriante trayectoria criminal de Daniel Camargo Barbosa.


    Desde el principio de su encarcelamiento en la cárcel de Guayaquil, Camargo tuvo que ser especialmente vigilado para evitar que los otros presos lo asesinaran. Los primeros días compartió celda con Pedro Alonso López “El Monstruo de Los Andes”, otro psicópata colombiano del cual se asegura que cometió más de trescientos asesinatos. Ambos criminales pasaban largas horas hablando sobre sus respectivos asesinatos.

    FUENTE: TERROR FANTÁSTICO

    BUENO CHIC@S, ESPERO QUE LES HAYA GUSTADO LA INFORMACIÓN SOBRE ESTE ASESINO, SUBIRÉ MÁS SOBRE DIFERENTES ASESINOS SERIALES. SI EL POST YA ESTABA AVÍSENME POR FAVORRR :alegre:
     
  2. Xupador de lo inxupable

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