Los designios del Señor.

Tema en 'Rincon Literatura' iniciado por jokercarrey, 30 May 2019.

  1. jokercarrey

    jokercarrey Usuario Nuevo nvl. 1
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    Queridos amigos, comparto con ustedes un cuento que escribí hace algún tiempo, espero que les guste. Si pueden ayudarme con un "Me gusta" en mi página www.facebook.com/fabianriveraescritor estaría muy agradecido.

    Los designios del Señor.

    1.

    Había vagado toda la mañana por los rincones de Valparaíso, sin más posesiones que un revólver calibre 38 y una botella de aguardiente. Ambas cosas las llevaba guardadas en los bolsillos de su chaqueta. Caminaba a paso rápido, aunque sus pisadas eran descoordinadas e imprecisas. Iba jadeando y en su rostro tenía evidentes signos de locura: grandes y pronunciadas ojeras, cabello enmarañado, ojos rojos y lágrimas que no dejaban de salir en tropel. Llevaba el rostro lleno de sangre y con su mandíbula realizaba un movimiento histérico y sin sentido, parecía un verdadero zombie.

    Bajo la potente luz solar de ese 11 de febrero, seguía avanzando lo más rápido que podía por Avenida Errázuriz, en aquel borde costero el mar se le antojaba una mala pintura. A la luz del sol, su sombra se proyectaba larga y gigantesca sobre el cemento y al observarla, podía ser testigo de su paupérrimo andar. Su pecho se contraía en profundas inspiraciones y exhalaciones, y de vez en cuando, tenía reminiscencias que le hacían preguntarse qué estaba haciendo, qué había pasado, hacia donde iba. Pero por más que intentaba pensar nunca podía precisar con exactitud ninguna de sus preguntas, ya que se sentía como inmerso en un sueño, o para ser más exactos: en una pesadilla. Lo único que podía sentir con claridad, era la extraña y poderosa fuerza que parecía conducirle a algún punto de la ciudad porteña.

    En uno de esos pequeños lapsus de realidad vivida, sin tener idea de cuánto rato llevaba haciendo esto, pensó que bien podrían haber sido horas, ya que de pronto se había sentido cansado y adolorido. En ese momento tuvo otro atisbo de realidad: una imagen en su memoria le hizo recordar parte de qué lo había llevado a este punto de su vida. Se detuvo y se quedó congelado por completo, sintiendo al mismo tiempo un dolor horrible a los costados del rostro y con su mano se tomó la mandíbula y trató de forzar el cierre de su boca, pero cuando lo hizo, un dolor horrible recorrió toda su cabeza. Con dificultad y casi por inercia, bebió un largo sorbo del brebaje que llevaba en el bolsillo, inclinando la cabeza hacia atrás y derramando el líquido dentro de su maltrecha boca. Luego, volvió a guardar la botella en el bolsillo de la chaqueta y siguió andando atraído por esa poderosa y misteriosa fuerza, que parecía llevarlo a rastras…

    2.

    En un mismo año había sucumbido ante su mala suerte. Nunca pudo concebir las desgracias que el destino le tenía preparadas. Toda la vida había sido un hombre creyente, devoto de dios, siempre con una mano que tenderle al necesitado.

    Tenía fiel creencia de que aquella era la manera correcta de vivir, que de alguna forma dios multiplicaba las buenas acciones, y aunque también podía haber días malos, o “pruebas”, como las llamaban en su iglesia, tenía la convicción de que todas aquellas cosas siempre sucedían con un buen propósito. “Al final todo obedece a los designios del señor, y con la oración de por medio todo se soluciona” -solía decir el pastor Ricardo-, pero ahora, todo eso había quedado atrás, porque por alguna incomprensible razón, el infierno se había cernido violentamente sobre él.

    Parte suya creía que aquello se había debido a su debilidad, a su inusitado miedo. Porque había sido el miedo el que lo había llevado a comprar un arma, el miedo lo había llevado a desconfiar del prójimo y de la providencia del señor, y de alguna forma el mismo miedo, se había interpuesto entre él y su fe.

    - ¿Por qué pensaste que necesitaríamos un arma? -le había preguntado Laura- Esas cosas son peligrosas, no me gustan.

    -Estoy demasiado tiempo fuera de la casa cuando nos tocan turnos separados, esto que hice es por tu seguridad mi amor, yo te amo y no me gustaría que no tuvieras con que defenderte en el caso de que algo malo pasara. –había dicho Jonathan con el arma en la mano mientras intentaba pasársela a Laura.

    - ¡No la quiero, me pone nerviosa!

    -Laura escúchame: ¿alguna vez te he fallado, he hecho o dicho algo que te haga daño?

    -No. -respondió bajando la mirada.

    -Entonces te pido que confíes en mí, no tienes porqué mirarla, solo ocúltala en un lugar por si algún día llega a ser necesario que la ocupes, será como si no existiera.

    Laura se quedó callada contemplando el arma en las manos de Jonathan.

    -Hazlo por mí, te lo ruego, así estaré más tranquilo fuera de casa.

    Laura terminó aceptando a regañadientes.

    Una noche de insomnio, Jonathan se había quedado viendo televisión en el sofá hasta altas horas de la madrugada. Un programa de cable donde se narraban historias de violaciones, asesinatos y secuestros fue el que lo había trastornado. Cada macabra historia había sido más tétrica que la anterior, las entrevistas de las víctimas reales habían calado profundamente en él. Estuvo mirando esos programas hasta las 4 de la mañana y de pronto, se vio allí, transpirando sudor frío, temblando y sufriendo un miedo que no pensó que existía, un miedo que jamás había sentido antes.

    Como resultado de aquella noche, al día siguiente había comprado el arma. “Un hombre de fe, solo tiene a Cristo como su arma” -les había dicho el pastor Ricardo cuando Laura le contó lo que había comprado Jonathan, pero él hizo caso omiso aludiendo en su interior, a que no podría vivir sin ella y además, que había sido Cristo el que le había dicho a Pedro: “Mete tu espada en la vaina”, o sea que solo le había dicho que la guardara. Resolvió que si a Cristo le hubiese parecido impropio o pecaminoso el portar armas, se lo hubiera prohibido.

    Un par de días después, habían comenzado los terribles acontecimientos. La primera tragedia la había sufrido su perro, un hermoso weimaraner que había bautizado con el nombre de Moisés. Cuando llegó esa tarde a la casa, Moisés lo quedó mirando por unos segundos sin mover la cola y luego, de un momento a otro, elevó los ojos al cielo y se desplomó en el piso de cemento. Un derrame cerebral fulminante lo mató.

    Un día de marzo, llegaron juntos al trabajo, era una de esas semanas en las que compartían el mismo horario. Cuando llegaron al domicilio, se encontraron con el edificio en llamas. 8 años trabajando en una empresa de artículos electrónicos, él como supervisor de ventas y ella como vendedora, terminaron con aquel incendio. La empresa se fue a quiebra y solo después de un largo juicio serían liquidados sus pagos.

    Comenzaron a asistir con mayor devoción a la iglesia y junto a Laura, oraban con ahínco. Comenzaron incluso a quedarse después de que terminaban las reuniones, haciendo un par de oraciones extras y después hablando con el pastor Ricardo, que, como siempre, los aconsejaba y bendecía gratamente. El pastor Ricardo era un tipo maduro de cabello canoso, delgado y fornido. Tenía la piel cenicienta y sus ojos verde agua le daban un increíble aspecto de paz.

    Comenzaron juntos a buscar trabajo, a Laura no le costó en un primer instante encontrar uno, ya que la esposa del pastor necesitaba de alguien que le cuidara al bebé mientras trabajaba. No era mucho el dinero, pero aquello había sido una verdadera bendición.

    Jonathan en cambio buscaba y buscaba y no encontraba nada. Parecía como si no pudiera satisfacer ninguna de las expectativas en las entrevistas de trabajo a las que había asistido. Cada rechazo comenzaba a producirle mayor inseguridad. Comenzó poco a poco a inquietarse, a sentirse frustrado, pero no perdía la fe, en realidad se obligaba a no perderla. Pronto su rutina se convirtió en su ritual: se levantaba temprano, se duchaba y bebía café, luego se vestía con su mejor traje, oraba, salía y tomaba el bus hacia Viña del Mar, donde repartiría currículums en distintas empresas. Estaba desesperado, ya que el dinero que ganaba Laura apenas si alcanzaba para cubrir la alimentación y pronto debieron empezar a vender cosas del hogar.

    -Deberías poner a la venta el revólver, -le dijo Laura un día- nunca nos ha pasado nada acá, ¿por qué iba a pasarnos algo justo ahora?, vamos, vendámoslo, necesitamos el dinero.

    Jonathan se rehusó a hacerlo, no podía por ningún motivo venderlo. ¿Necesitar un arma y no tenerla a mano?, sería como suicidarse y ¿no era acaso el suicidio un pecado? Además, todos los días la dejaba sola en casa mientras salía a buscar trabajo, era cosa de tiempo para que algún delincuente se percatara de que su hermosa mujer indefensa se quedaba allí, sin más compañía que la de un lactante.

    Un miércoles mientras realizaba su actividad diaria, recibió un llamado de su madre, le dijo que no se sentía bien, que necesitaba que la llevara al médico al día siguiente. Pero cuando llegó a buscarla, la encontró tirada en el piso, muerta, con una terrible expresión de dolor en el rostro y con ambas manos apretándose la garganta. Un infarto se la había llevado.

    Además del dolor que le trajo el perder a su madre, su funeral lo dejó sin lo poco y nada de dinero que tenía, era hijo único y por ello debió correr con todos los gastos.

    Aquello lo dejó sumido en una profunda tristeza, estaba a punto de perder las esperanzas cuando un día de septiembre llegó a casa y se encontró con el pastor y su esposa compartiendo un café, el motivo de la visita había sido una verdadera bendición. Les contó que uno de los hermanos de la congregación tenía una empresa de transportes y encomiendas, y necesitaban a alguien urgente. –“Es cosa que vayas y tendrás el trabajo” -le dijo, ya está todo arreglado. La mañana siguiente despertó sin la ayuda de la alarma del reloj, en realidad, en ningún momento se había quedado dormido, estaba tan emocionado que fue incapaz de conciliar el sueño. Antes de dirigirse a tomar el bus, se dirigió al dormitorio y besó a su esposa que aún dormía. Se quedó allí por unos segundos contemplándola, era lo mejor que le había pasado en la vida.

    Consiguió el empleo. Un martes empezó a trabajar y todo comenzó a ir de viento en popa. Realizaba su labor con mucho entusiasmo. Al poco tiempo todo comenzó a ir bien de nuevo y luego de un par de meses Laura lo sorprendió con una noticia: estaba embarazada.

    Una mañana mientras repartía encomiendas comenzó a pensar en “el arma” y decidió deshacerse de ella. Resolvió que había sido una estúpida decisión el comprarla, Dios una vez más le había demostrado que estaba allí para ellos y nunca los abandonaría. Se sintió culpable, tanto que abruptamente se desvió hacia su casa en busca de ella.

    Una vez que llegó, imaginó a Moisés abalanzarse sobre él, pero no era nada más que la costumbre de verlo tantos años allí.

    - ¿Laura? -gritó-, ¿dónde estás?

    En ese momento escuchó desde el dormitorio una serie de golpeteos, como si una serie de objetos hubiesen caído de lleno en el piso. La imagen que vio al abrir la puerta del dormitorio fue la que lo enloqueció, la que le hizo cruzar el límite entre la cordura y la locura. Con paso vacilante ingresó al dormitorio. En un rincón estaba el pastor Ricardo a medio vestir, dándole la espalda y abotonándose una camisa azul italiana. Encima de la cama Laura estaba arrinconada cubierta hasta el cuello con la ropa de cama, mirándolo con una expresión de horror en el rostro, tenía el cabello húmedo y llevaba los labios rojos, pero tenía el labial todo corrido. El dormitorio olía a sexo. Jonathan miró el piso y se dio cuenta de que uno de los veladores se había dado vuelta. Se habían caído una serie de objetos, un par de cremas para el rostro, el reloj despertador, un desatornillador de paleta y un estuche de maquillajes. Por una incomprensible razón recogió todas las cosas y volvió a dejarlas en su lugar.

    En tanto el pastor se calzó los zapatos, se volvió hacia él y le dijo:

    -Lo siento mucho Jonathan, ojalá pueda Dios darte la fuerza para perdonarme algún día. -dijo con su boca toda roja manchada por el lápiz labial de Laura, tenía los mismos ojos verde agua y su voz seguía siendo placentera y cautivadora.

    Laura observaba la escena con los ojos muy abiertos, había comenzado a temblar y lloraba desconsoladamente, llena de vergüenza y profundo arrepentimiento.

    El pastor salió de la habitación caminando por al lado de Jonathan, impregnando su nariz de su aroma sudoroso. Jonathan sintió aquellos pasos del pastor como en cámara lenta y de pronto su cuerpo pareció actuar por sí solo. Tomó el destornillador del velador y fue tras el pastor. Los pasos de Jonathan lo alarmaron y este corrió hacia la puerta, pero cuando agarró el pomo, Jonathan apareció en su espalda.

    Al sentirlo detrás de él como por un acto de inercia, el pastor se dio media vuelta y se sobrepuso dándole un fuerte golpe de puño de lleno en el mentón. Jonathan cayó en el piso con la mandíbula desencajada. El pastor se dio media vuelta y quiso salir, pero Jonathan se incorporó rápidamente, y con el desatornillador lo embistió propinándole una serie incontable de puñaladas.

    Jonathan se alejó y el pastor se desplomó de espaldas en el piso. Un gran charco de sangre comenzó a formarse bajo su cuerpo inerte. Se quedó observándolo, había muerto con los ojos abiertos y parecía como si lo mirara. En ese momento sintió un estruendoso sonido desde el dormitorio, una explosión, un disparo. Se dirigió desorientado hacia allí y cuando entró, vio a su esposa sentada en el respaldo de la cama, con la cabeza gacha, el arma a su lado y en la blanca pared, los restos de su cerebro esparcidos.

    - ¡Qué hiciste mi amor! ¡nooooo! ¡Por favor que esto no sea verdad!

    La observó por muchos minutos llorando, sintiendo ese gran vacío que empezaba a producirse en su corazón, el dolor más grande que hubiera sentido jamás. Se quedó toda la noche bebiendo al lado de Laura y en el crepúsculo, decidió salir de allí. Se guardó el arma en el bolsillo de la chaqueta y se dirigió al living. En el piso el pastor desde la muerte seguía mirándolo. Jonathan tomó el destornillador del piso y le reventó los ojos una y otra vez. De pronto sintió un impulso: correr, correr hacia el norte. Salió de casa sin siquiera cerrar la puerta y tomó rumbo a donde fuera que lo llevara aquella extraña fuerza…

    3.

    Seguía andando como zombie bajo la luz solar, con los ojos llorosos y la mandíbula suelta. De pronto alguien que lo reconoció se le acercó.

    -Jonathan, ¡Jonathan! ¿Hermano eres tú? -le preguntó un muchacho moreno que llevaba un maletín- ¿Qué te pasó, les ocurrió un accidente? ¿Dónde está Laura?

    Un grupo de mirones comenzó a rodear la escena. Aparecían curiosos desde todos lados. El muchacho lo tenía agarrado del brazo y Jonathan que se había detenido lo había quedado mirando con una expresión desorientada. Seguía llorando y moviendo su mandíbula. En el interior de su boca solo se podía ver su lengua que parecía un gusano retorciéndose.

    De pronto, profirió un estruendoso sonido gutural que puso los pelos de punta a todos los presentes.

    -Aaaarrrhhhggggggggg -gritó y empujó violentamente al muchacho que intentaba ayudarlo.

    El joven cayó de espaldas al suelo y su maletín se abrió con el golpe desparramando una serie de documentos. Jonathan había retomado su extraño y lúgubre andar por avenida Errázuriz, pero el muchacho tendido en el suelo no se dio por vencido, se incorporó y corrió hacia él y lo volvió a tomar del brazo, pero ahora con más fuerza y girándolo para que lo mirara.

    - ¡Jonathan amigo!, ¡soy yo, Alex!, de la iglesia del pastor Ricardo, recuérdame amigo, ¡solo quiero ayudarte!

    De pronto, el muchacho hizo uso de toda su fuerza y lo derrumbó en el suelo. Jonathan desde el piso movía los brazos y las piernas, como un insecto que se ha dado vuelta y que no puede ponerse en pie.

    -Amigo, quiero ayudarte, déjame ayudarte. Dime, ¿Laura está bien? ¿Han tenido un accidente?

    Jonathan seguía retorciéndose debajo de él, estaba desesperado porque la fuerza que lo atraía era cada vez más potente.

    -Respóndeme Jonathan, ¡despierta! -le gritó y después le propinó una bofetada- ¿Qué les ha pasado?

    La respuesta fue un sórdido quejido gutural, como un animal sufriendo en la carretera luego de ser atropellado. Su pecho se agitaba y sus jadeos eran insoportables. Alex no se dio cuenta cuando Jonathan sacó el revólver del bolsillo y le disparó. Solo sintió en un mismo segundo un fuerte estallido, un olor a pólvora y después un fuego en el estómago que le hizo perder la fuerza.

    Varios gritos se escucharon y mucha de la gente que estaba rodeándolos escaparon gritando. Jonathan logró incorporarse y con el arma en mano, siguió avanzando hacia su destino. A pesar de la ayuda que recibió Alex se desangró y a los pocos minutos murió.

    Caminó y caminó lo más rápido que pudo, y con el arma en la mano nadie más se le había acercado y de pronto, ya había llegado al lugar, podía sentirlo en su interior. Aquella fuerza misteriosa que lo arrastrara lo había conducido directamente hacia allí. Dejó caer el arma, y se acercó a tocar los restos de un gran peñón, que alguna vez había sido la Piedra Feliz antes de que la dinamitaran. Aún podía sentir esa magia, ese consuelo. Abrazó los restos del peñón y puso su mejilla en la fría roca manchándola con su sangre. El sonido de vehículos policiales acercándose no se hizo esperar y de pronto resonaban por todo Valparaíso.

    La policía estaba cada vez más cerca. Las sirenas resonaban y un montón de gente estaba parapetada en donde quiera que encontrara resguardo. La imagen tétrica de Jonathan ahora abrazando esa gigantesca roca tenía temblando a los espectadores. Jonathan se acercó al acantilado y miró bajo lo que quedaba de la Piedra Feliz, el mar ondeaba por el fuerte viento y debajo cientos de espantosos brazos negros y verdes se movían como llamándolo, como queriendo atraparlo.

    Una patrulla policial se estacionó cerca de él.

    - ¡Arriba las manos! -gritó uno de los policías al llegar al lugar apuntándolo con su arma de servicio.

    Jonathan ni siquiera lo miró, se lanzó del precipicio y en pocos segundos cayó violentamente, desnucándose y muriendo al instante.

    Fabian Rivera.
    www.facebook.com/fabianriveraescritor