Natalia: Juegos eróticos

Tema en 'Relatos Eróticos' iniciado por arelatos, 29 Oct 2017.

  1. arelatos

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    A Natalia le conmovía la calidez y quietud que se vivía cada año durante la época en la que el otoño se instalaba en el hayedo. Pasaba los fines de semana caminando entre amarillos y ocres, extraviándose por arboledas que lloraban hojas anticipándose al invierno. Los senderos se entrelazaban en la frondosidad, conduciéndole a rincones solitarios y recónditos, lugares a los que solo llegaba el sonido de los pájaros. Respiraba con sabor a verde y madera, sintiéndose abrazada por la naturaleza, por el crujido de los troncos cimbreándose al viento.

    En lugar de sólo mirar y escuchar la llegada del otoño, le fascinaba sentirse parte del proceso, participar en el espectáculo oculto. Se desnudó consintiendo ser contemplada por el bosque, sin importarle que los rayos de sol y las hojas al caer le acariciasen su cuerpo. La sensación del viento impregnándole aromas a roble y jara por cada rincón de la piel la hacía olvidarse que en realidad era una intrusa, que robaba la tranquilidad del lugar con su blanca y conmovedora desnudez.

    Anduvo entre hayas y coscojas, sintiendo la hojarasca crujiendo bajo los pies. En un claro junto al camino, él la esperaba sobre una estera, listo para almorzar. Sorprendido, la vio aparecer entre las ramas de una sabina, exhibiendo despreocupada su cuerpo. Ante el amago de levantarse en su busca, Natalia dio un paso atrás con mirada desafiante. Con solo un gesto, él comprendía las reglas de los juegos eróticos que ella improvisaba. En esa ocasión no le estaba permitido acercarse, únicamente debía permanecer donde estaba observando la escena de su belleza confundida entre las plantas.

    Extrajo de la mochila la cámara de fotos y la retrató paseando entre eneas y retamas, oliendo brotes de tomillo, mostrando la belleza de sus senos, de un sexo delicado y hermoso. El sonido de los disparos la acompañaba posando, acariciando ramas de eneldo, acariciándose a ella misma. Le gustaba verse observaba y deseada por su fotógrafo particular, disfrutaba regalándole momentos como aquel. A la luz del sol o entre el claroscuro de los árboles, su cuerpo lucia espléndido e irresistible a la cámara, a unos ojos que necesitaban tocarla, que ansiaban su calidez. Los matices de la piel al aire libre, los colores y sombras, adquirían una belleza inédita bañada por la luz del mediodía.

    Se recostó sobre la estera dejando que la cámara la examinase, que captara la efímera belleza de su espalda desnuda bajo el sol, la sensación del viento acariciando sus piernas y nalgas. Tumbada se dejaba mezclar por los colores de la naturaleza, por la libertad de sentirse desprendida de todo, utilizando todos los sentidos que normalmente estaban velados.

    Disfrutaba capturando cada detalle de su musa, se recreaba estudiando las luces que desprendía su desnudez, los tonos de la piel que se transformaban al moverse. Contemplar su cuerpo siempre era un inigualable espectáculo para él, pero aquellas curvas y superficies se dotaban de un poder adicional e irresistible a la luz del sol. A través de la lente percibía la suavidad de la piel, la tibieza de sus secretos más íntimos y apetecibles. Ella disfrutaba en silencio posando desnuda para él, siendo su modelo e inspiración.

    Antes de confundirse entre la espesura de la arboleda, le regaló unos últimos instantes de belleza, caminando por el sendero en busca del lugar secreto donde había escondido la ropa. Como había aparecido, desapareció sigilosa, rodeada de un mágico misterio, sintiéndose contemplada y deseada por el bosque.

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  2. arelatos

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    Lienzo

    Los botes de colores se disponían en fila sobre la estera, junto a la colección de pinceles de diversos tamaños. El aguardaba expectante la llegada del lienzo, pues se sentía inspirado para volcar su talento en una creación. Solía utilizar las gamas cromáticas en función de su estado de ánimo, impregnando armonía a los trabajos a los que se dedicaba. Sentía predilección por los tonos pastel mezclados con algún brillo para darle relieve al conjunto. De repente, Natalia entró en la habitación preparada para ser pintada, y se colocó en el centro, mostrando al pintor todo el esplendor de su cuerpo desnudo.

    Sobre un fondo oscuro que aplicó toscamente sobre las piernas, dibujó varios trazos verdes en vertical a lo largo de los tobillos, utilizando varias intensidades, del más oscuro al tono manzana. En seguida se dio cuenta que se trataban de brotes de vegetación que giraban en torno a sus piernas, a modo de enredaderas que trepaban por troncos de árboles. Llegando a medio muslo, incluyó algunas hojas amarillas, pequeñas, que destacaban sobre la frondosidad monocolor y ascendían hacia la cintura. La modelo contemplaba en el espejo cómo muslos se cubrían por la vegetación, a manos de su pintor favorito que conocía cada rincón y secreto de su piel.

    Al llegar a las caderas los brotes se convirtieron en ramas, que se desarrollaban por vientre y espalda, dejando espacios para hojas de varios tamaños y colores. Una de ellas la situó simulando que le cubría el sexo, otras se distribuían entre los tallos que le abrazaban por la cintura y se entremezclaban a lo largo de la espalda. Cada uno de los detalles se adaptaba al relieve de su cuerpo, como las lianas que rodeaban las nalgas o las remas que discurrían por los brazos, realzando la sensualidad de la figura de Natalia. Disfrutaba realizando creaciones sobre su piel, al tiempo que la sentía formar parte de su creación, aprovechando sus curvas, el erótico perfil que admiraba y recorría suavemente con los pinceles.

    Hojas amarillas de castaño tapaban sus senos, otras más pequeñas de acacia ascendían por el torso hasta llegar al cuello. Por la cara, brotes jóvenes y flores adornaban sus mejillas, aprovechando la disposición de ojos y nariz para la disposición de los estambres. Finalmente retocó todos los elementos de su creación utilizando colores oscuros para las sombras. Ella quedaba admirada al comprobar cómo la disposición de la vegetación contorneaba su propio perfil, dejando de ser un lienzo inerte para convertirse en uno más de los elementos de aquel bosque dibujado sobre ella.

    Se sentía atraída y admirada en un sentido nuevo y diferente. El espejo le devolvía una dimensión desconocida, formaba parte de una belleza ajena y emocionante. Se dejó retratar por el pintor, que capturaba admirado su obra impregnada en su cuerpo. Al salir a la terraza, el sol transformó la pintura convirtiéndola en un bosque real. Las ramas buscaban su forma y las hojas cobraban vida, la belleza de la modelo se mezclaba con la naturaleza. Expuesta al escenario de la ciudad no se sentía desnuda, sino formando parte de una obra de arte efímera y eróticamente singular.

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  3. arelatos

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    Juego de la ducha

    No alcanzó a oír la puerta del baño por el ruido de la ducha. Ausente e ingenuo, se relajaba bajo el agua ignorando que Natalia se acercaba sigilosa al otro lado de la mampara de vidrio. Como cada tarde, se disponía a practicar atletismo en el parque, y para ello vestía ropa y calzado deportivo. Pero antes de abandonar su casa quiso asomarse al baño y contemplar a su hombre desnudo y enjabonado. Desplazó la puerta corredera y ahí estaba él, paseando una esponja por su cuerpo a solas, sin compartir el excitante momento con ella.

    Sin mediar palabra, introdujo la mano en la ducha, en busca de su pene. Sobrecogido, se dejó llevar por aquellos dedos invasores que le masajeaba sin pedir permiso. Nunca tenía la certeza de cuándo iba a verse asaltado de aquella manera, le encantaba la idea de que ella lo manejase en cualquier momento y lugar y le exigiese orgasmos según su caprichoso apetito.

    No tardó en excitarse al ritmo de la mano que enérgicamente lo sacudía mientras el agua caía sobre su piel. La alcanzaba a ver con su ceñida ropa elástica, observándole divertida, mordiéndose el labio, agitando enérgicamente su miembro. Estaba determinada a jugar con él, a oírle gemir para ella en la ducha, le divertía sentirlo con la respiración entrecortada, retorciéndose de placer. Le fascinaba observarle en el clímax que ella le provocaba cuando le apetecía, pues al fin y al cabo era su dominadora.

    Intentaba agarrarse en vano a los grifos, no caer desplomado cuando su mano aceleró el ritmo. Los chasquidos rebotaban entre los vidrios, Natalia reía al verle al borde del abismo mientras torturaba sin piedad a su víctima. Los músculos de su cuerpo en tensión se concentraba en el placentero masaje, sintiéndose manipulado por los dedos invisibles que jugaban con él. De las piernas le brotaba un cosquilleo, la boca se la hacía pesada y las imágenes se confundían en la mente con la nada, con un inmenso cielo blanco.

    Cuando supo que estaba a punto de saltar al abismo, dio un paso atrás para contemplar el estallido desde fuera, para verle caer al suelo de rodillas debatiéndose entre gritos ahogados. Se colocaba la mochila indolente y divertida, ajena al estropicio que en un instante acababa de provocar. Sobre él caía el agua al tiempo que recobraba la respiración y la consciencia, justo para oír el sonido de la puerta de la calle al cerrarse.

    Mas de Natalia la dominadora:

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  4. arelatos

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    Juego de los dados

    A esa hora Natalia ya debía estar en el aeropuerto. Recostado en el sofá aguardaba sus noticias distraído mientras hojeaba una revista. Finalmente el teléfono vibró sobre la mesa. Por la pequeña pantalla apareció sentada en una cafetería, rodeada de sillas vacías y con varias horas por delante de aburrida soledad en la terminal. Sin embargo se le había ocurrido un juego con el que amenizar la espera.

    Del bolso sacó dos sados que colocó sobre el velador mientras le proponía un juego y le explicaba las reglas. La primera de todas, que era común en todos los juegos, era que no podía negarse a participar. Por ese motivo ella era su dominadora, y debía complacerle con todos sus caprichos y en cualquier momento. La segunda consistía en que a cada tirada de dados, él debía masturbarse en función de los números que saliesen. Próximo al doble uno, tenía que hacerlo lo más lentamente posible, aumentando la velocidad hasta llegar al máximo, el número doce.

    Sin apenas preámbulo le conminó a desnudarse para comenzar con los dos primeros números al azar. Cinco. Respondió agitando su pene ante la imagen de aquella atractiva mujer que, con aire divertido, lo observaba cumpliendo las reglas. No tardó en excitarse cuando un nueve le obligaba a sacudirse más rápido, evidenciando la agitación ante la risa de su torturadora que al otro lado de la pantalla lo contemplaba descomponiéndose con rapidez.

    Un tres lo devolvió a la tranquilidad, al masaje con sosiego disfrutando de uno de tantos juegos eróticos que se le ocurrían a aquella traviesa manipuladora. La respiración le comenzaba a pesar, sudaba mientras la escuchaba recordándole que con ese número debía tocarse lentamente. Su dominadora arrojó de nuevo los dados y un doble cinco le obligó a acelerar abruptamente, a sentir el fogonazo de placer ante la risa divertida de su verdugo. Le costaba mantenerse erguido, sostener la velocidad sin atraer el orgasmo. Sabiendo que iría a llevarlo al límite, ella conservó los dados entre sus manos por unos minutos para verle retorcerse desesperado sobre el sofá.

    Un seis. El ritmo volvió a la calma, pero ya era demasiado tarde. No se veía capaz de aguantar por mucho rato adicional ese juego cruel y aún con mayor dificultad al verse observado por ella, situación que le excitaba aún más. Los dados volvieron a rodar y el número tan bajo sorprendió a Natalia, sabiendo que un dos representaba un respiro para su atribulada víctima.

    Apenas alcanzaba a recomponerse cuando un once apareció sobre la mesa, a lo que él respondió entre gemidos, incapaz de controlar un orgasmo que explotó rabioso entre sus piernas mientras ella aplaudía a solas desde la cafetería de la terminal. Ahogándose en el suelo alcanzó a oírla despedirse, aliviada por ver que los primeros clientes del establecimiento estaban entrando en ese momento. Los dados habían decidido por él justo a tiempo.

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