Mierda de caballo - Cuento

Tema en 'Rincon Literatura' iniciado por Alvariito0, 17 Jul 2018.

  1. Alvariito0

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    1899. Familias completas emigraban del campo a la ciudad, escapando del olor a mierda de caballo, sumando sus manos a la producción de plata, salitre y cobre. Los que se quedaban eran devorados en la expansión de los grandes productores agrícolas del valle central, vender o sucumbir al conflicto eran las opciones. La ciudad prometía un paraíso. El paraíso en el campo eran las carreras a la chilena, todos los sábado y domingos a las faldas del cerro la virgen de Talca. Llegaban habitantes de las casas de los cerros, hacendados, putas, trabajadores de haciendas, condorito, asesinos, ladrones. Estaban llenos de puestos para vender o intercambiar parte de la cosecha, sus licores, sus esposas, tabaco. Los jinetes corrían sin montura, 15 metros los separaban del juez y la meta. Uno de aquellos, el campeón, era Alberto y su caballo negro. Vivian de las carreras a la chilena, nunca perdían, era un espectáculo fantástico poder ver a esas dos bestias atravesar la meta indiferentes, con el pene encendido, el de Alberto y el de la bestia negra. Cuando corrían, la mayoría de los espectadores eran mujeres que llenaban de calzones la meta. Él a veces elegía a una señorita, se la llevaba a la carreta, sacaba su cosa chorreante, esas mujeres quería escapar de aquellos 27 centímetros de sangre palpitante, nunca lo lograban, ya no querían escapar. Él estaba por sobre el amor, nunca volvería a amar otra mujer que no fuera Rebeca.

    Su huérfano sobrino de 12 años, Emilio, mientras todo lo anterior acontecía, daba vueltas por la feria con la mano en el culo. Tenía un talento espectacular para escribir poemas de amor, de mujeres, sobre el rostro que ya no recordaba de sus padres muertos. Siempre andaba con lápiz y papel, pues la chispa acaecía en cualquier lugar, sacaba su mano hedionda a culo y escribía. Era un buen chico. Alberto, luego de cobrar, iba en busca de su sobrino Emilio. Se abastecían de papas, cordero, azúcar para su bestia, gallinas, muchas chuicas de tinto, leña y huevos. Amarraba la carreta a su bestia, le daba azúcar, destapaba una chuica, bebía hasta quedarse sin aliento y emprendían el viaje. Pensaba en buscar una yegua para su caballo.

    Un fin de semana nadie quiso competir con ellos. Circulaba el rumor de que la dupla intratable eran unos fantasmas, que no sobrevivieron a la quema de su pequeña viña, donde murió su esposa Rebeca. Algunos afirmaban haberlos visto correr en la noche por los bosques como si los persiguiera el diablo o que era el mismísimo. Alberto impaciente fue hacía el juez exigiendo rival, lo tomo por el cuello. Todo el mundo observaba.

    -¡¿Que mierda pasa?! ¡¿Por qué nadie quiere correr?!
    -Sucede…- Miraba a todos lados, rojo, con la boca seca. –Sucede que nadie quiere competir, nadie le apuesta a tu rival, mas encima te tenemos que pagar.

    Alberto lo tiro furioso al suelo, se enderezo el chamanto, se arregló el paquete, alguien suspiro. La multitud se deshizo.
    Dos hombres lo apuntaban, uno con un rifle y otro con una gran pistola.

    -¡No te queremos ver más por aquí maricón!, ni a tu caballo, ni al pajero de tu sobrino. Nos quitas el dinero y nuestras muje…

    La mano que sujetaba el rifle estallo, la mano que sujetaba la gran pistola también estallo. Los dos hombres cayeron llorando al suelo, revolcándose incrédulos, suplicaban por su mano estallada. Del chamanto de Alberto solo emanaba humo con olor a pólvora.

    Al fin de semana siguiente llegaron a abastecerse sin intención de correr. Emilio espero en la carreta mientras su tío recorría la feria. Cuando Alberto volvió a la carreta, estaban los dos hombres sin mano buscando venganza, uno tenía a Emilio por el cuello, el otro apuntaba fijamente a Alberto, que montaba su caballo. Se respiraba olor a mierda de caballo en el aire.

    -Te dijimos que no volvieras hijo de puta-. Se les notaba nerviosos, la incertidumbre brotaba de sus rostros- ¡Mira maricón! – Le mostro su muñón, botaba pus.

    Empezó a acariciarle el culo de Emilio con el muñón, dijo que lo violaría, prometió violar ese culo de niño. Alberto miraba imperturbable. Aquel hombre saco su lengua y lamio a la oreja de Emilio. Emilio lloraba. De un estallidos volaron las manos restantes de aquellos hombres. De nuevo suplicaban incrédulos por sus manos estalladas, ya no tenían mano. Emilio corrió hacia Alberto, Alberto lo alejo de un empujón, tomo al hombre que amenazo con violar a Emilio, todo era sangre y suplicas. Entre pseudos muñonazos lo subió a la carreta y lo amarro. Llegaron a casa en silencio. Alberto tomo al hombre amarrado, se lo hecho al hombro, fue hacia el establo, le bajo los pantalones y se fue. Fue una noche fantástica para su caballo.

    En la mañana, Alberto irrumpió en la pieza de Emilio, que se estaba masturbando.

    -Nos vamos a la mierda, tengo la carreta cargada ¡Sácate la mano del culo!

    Emilio bajo al rato. Alberto vestía un reluciente chamanto, espuelas de plata, camisa lavada y se había afeitado dejándose solo el bigote. El pelaje de su bestia irradiaba, por primera vez no tenía el pene en llamas. Se iban a la ciudad, competirían en las grandes ligas, Alberto les haría el amor a todas las mujeres de la ciudad, Emilio escribiría poemas de hermosas muchachas, su bestia domaría a las pura sangre. Se pusieron en marcha a furioso galope, no llevaban ni un minuto de viaje cuando apareció el hombre sin manos que había amenazado con violar a Emilio.

    -Alberto, Alberto, Don Alberto ¡Deténgase!

    Alberto hizo detener la carreta, aquel hombre sin manos estaba sudado por completo.

    -Don Alberto por favor, déjeme pasar una última noche con su bestia ¡Se lo suplico!

    Alberto nuevamente hecho a andar la carreta a paso furioso, a lo lejos escucho que le gritaron maricón.

    Todo era llano y polvo a medio día. Buscaban un árbol donde refugiarse y poder almorzar manzanas. Se pusieron debajo de un sauce, bebieron y comieron en silencio. El polvo golpeaba con el típico olor a mierda de caballo, a Alberto le pareció extraño, no se habían encontrado con nadie en todo el camino como para que le llegara ese olor. Ordeno a Emilio que se subiese a la carreta. Se acercó a amarrar la carreta a su bestia, cuando se vio rodeado de 7 hombres montados en horribles y chascones caballos. Emilio aún no subía a la carreta, porfiado de mierda. Uno de ellos salió del grupo y se le acerco.

    -Pero que hermoso caballo ¡Es una bestia! ¿No les parece chicos?

    Nadie respondió, Alberto le hizo una seña a Emilio para que se acercara. Hizo caso y le puso una mano en el hombro.

    -Creo que el mío lo hare charqui-. Dijo mirando fijamente a Alberto. – Y me quedare con el tuyo.

    Exactamente al terminar la frase se vio con una daga en el corazón, muriendo antes de tocar el suelo. En un movimiento Alberto dejo montado en su bestia a su sobrino, los 6 hombres restantes ponían sus manos en sus armas. Alberto y su sobrino ya galopaban desenfrenados hacia cualquier parte.

    8 cuerpos de distancia les llevaban. Las balas pasaban silbando por las orejas de Alberto, amenazaste de destrozar cabezas. Se lamentaba por haber dejado su rifle en la carreta, no sabía cuántas balas le quedaban en la pistola que llevaba en el cinturón, no podía desperdiciar un disparo. Hizo que su bestia bajara el ritmo del galope ¡5 cuerpos de distancia! Emilio abrazaba a su tío llorando sin llanto. Alberto se lanzó de su caballo dando vueltas en el suelo, de aquellas vueltas escaparon 2 disparos que dieron en la frente de 2 hombres, ahora solo quedaban 4. En un instante se vio acorralado por esos 4 hombres. Le disparo a 1, quedaron 3, no le quedaban más balas. Mientras Alberto era llenado de plomo por aquellos 3 hombres, tomo el arma del que yacía muerto y les atravesó la frente a los 3. Desde el horizonte Emilio veía como Alberto era el último en caer.

    Un manto de luces ilumina el llano. Tras el gran monte son arrojadas miles de estrellas infinitas buscando incesantes un lugar en el cielo, quizás indiquen un camino, escondan una historia o alberguen el alma de miles de campesinos que esperaron la flor en el yermo. Con lágrimas en los ojos Emilio sujetaba la cabeza de la exhausta bestia, atentos miraban el espectáculo, cuanto añoraban a Alberto junto a ellos. Antes de cerrar sus ojos vio como una sombra se perdía en un monte.

    Despertó encima del lomo del animal subiendo el cerro. Su corazón se agitaba expectante ante cualquier idea de lo que pudiesen encontrar al llegar a la cima. El viento soplaba con su olor a mierda de caballo, en el escucho susurrar: Los caballos siempre regresan a casa.

    ¿Resucitan los muertos? Los libros dicen que no, la noche grita que sí.
    John Fante.

    Fin.

    Benjamin.
     
    #1 Alvariito0, 17 Jul 2018
    Última edición: 30 Ago 2018