No son 30 pesos son 30 años

Tema en 'Historia' iniciado por Brethard, 24 Oct 2019.

  1. Brethard

    Brethard Usuario Nuevo nvl. 1
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    NO SON 30 PESOS SON 30 AÑOS: La desigual social desde el punto de vista de un inmigrante peruano

    Ronald nació en Ayacucho, en los tiempos en donde morir era un privilegio cuando la tortura física y psicológica habían destruido el alma y mente por completo.
    Era un niño, en aquel entonces, pero lo recuerda como si hubiese sido un adulto. Vio morir a su padre a manos de terroristas al negarse a adoctrinarse y, un tiempo después, sus hermanos desaparecieron porque para los militares 'todos los indios' estaban en contra del gobierno.
    Quedó solo con su madre, solos contra el mundo y la extrema pobreza que la lucha contra el terrorismo iba dejando. Ronald trabajaba de día cuidando sus animales y se escondía de noche para no ser reclutado, y lloraba amargamente cuando su madre entregaba su cuerpo a terroristas y militares para proteger el suyo. Era un sacrificio, el sacrificio de una buena madre, que, a pesar de ser un niño, Ronald entendía con amargura y lágrimas de sangre.
    Al finalizar el primer nefasto gobierno del suicida Alan García, la ruidosa noche de un veinte de octubre fue la fecha que su madre escogió para abandonar su pueblo. Ronald recuerda haber sido despertado con dulzura para que cogiera sus ropas y empezara la huída.
    Esa noche Ronald escuchó disparos y bombas mientras se alejaba del pueblo en donde sus padres nacieron y que sus hermanos quisieron. A mitad del camino, él y su madre, se encontraron con un grupo de vecinos que, al igual que ellos, escapaban de la miseria de una guerra inmunda por el control de un reino que todos añoraban pero que nadie construía.
    Después de varios días de caminar, esconderse, de no dormir, no comer, viajar en micros y carretas jaladas por mulas, llegaron a Lima.
    Era la primera vez que Ronald conocía la capital, le pareció insípida en comparación con el cielo y la belleza natural de Ayacucho, pero era el único lugar en donde los ataques subversivos no los volverían a lastimar, al menos no como en su pueblo. La hermana de su difunto padre, su tía, fue quien los recibió en San Juan de Lurigancho, por un mes los cobijó en su casa y luego les ayudó a levantar su rancho en una nueva invasión de terrenos. Ronald empezó a trabajar por las mañanas --como diría Micky Gonzáles: vendiendo chicles, cigarrillos, caramelos-- y a estudiar en las noches para aprender a leer y a sumar para no dejarse engañar.
    Los años avanzaron, el terrorismo perdió la guerra y la adolescencia fue llegando, pero llegó acompañada de nuevas experiencias. En la pobreza como en la riqueza, la tentación siempre está presente. Ronald conoció el licor, a los malos amigos y el olor que la 'pasta' tiene mientras se consume; sin embargo, al recordar todo lo que había pasado, decidió no ser parte de su propia destrucción y prefirió pasar sus días leyendo y estudiando, aunque nunca llegara a ser un gran doctor, profesor o abogado.
    El tiempo volvió a saltar y Ronald, con dieciocho años de edad, había escuchado que en el sur, pasando las fronteras de su patria, el trabajo y la vida eran mejor. Así que sin pensarlo tanto, tomó la decisión de marcharse a probar suerte. Su madre le dio la bendición, lloró con él, pero sabía que lo mejor para su hijo era dejarlo buscar su futuro lejos de la pobreza en la que siempre vivió.
    A Chile ni le fue fácil entrar, recién a su tercer intento, por simple suerte, su pasaporte fue sellado y siguió su recorrido. Su destino escogido fue Santiago, Ronald no conocía a nadie, pero no le importó, si había soportado el terrorismo, la pobreza y la indiferencia de su gobierno, la soledad no doblegaría su emprendimiento.
    Ofrecía su mano de obra los sábados y domingos en la plaza de armas de la capital chilena, de a poco había empezando a hacer amigos y aún le causaba gracia el ver los rostros de los chilenos cuando él los saludaba sin conocerlos, y es que en muchos lugares del Perú --aunque parezca increíble-- un saludo amable no se le niega a nadie. Los primeros meses fueron difíciles para él, pero de a poco las cosas empezaron a mejorar para el niño que vio morir su infancia por ideales que no eran suyos.
    De albañil, pintor, recolector; desde Antofagasta hasta Chiloé; Ronald vio pasar sus días, aprendiendo las costumbres y la desigualdad social del país que lo cobijó. Estaba agradecido con la oportunidad que el país del sur le dio, pues con el dinero que ganaba, podía mantener a su madre para que no pasara penurias; sin embargo, comprendió que en un país tan rico como Chile la educación solo era para la clase privilegiada o para aquellos que, como esclavos, tenían que duplicar sus jornadas laborales. Por eso, Ronald, luchador por naturaleza, solo pudo pagarse algunos cursos de electrónica para que, a sus veinticinco años, pudiera levantar la cabeza y gritar que una parte de su sueño había logrado.
    Casi a sus treinta, y luego de haber visitado a su madre y vuelto a su pueblo un par de veces con ella, Ronald en Iquique conoció el amor, una chilena de ojos pardos, piel tersa y buenos sentimientos que le ayudó a concretar su sueño: Tener su local propio de reparación de equipos electrónicos.
    Ronald en Chile aprendió que todo negocio debía ser legal, por lo cual empezó a tributar. Aunque no le iba mal, se dio cuenta de la injusticia que existía, sobre todo, entre el cobro de impuestos a pequeños negocios y gigantescos imperios económicos, puesto que mientras él tenía que pagar puntual sus impuestos, a las grandes empresa se les condonaban sus exorbitantes deudas tributarias porque era lo que dictaba 'el modelo económico' para que la economía chilena no colapsara.
    A sus treinta y cinco años, Ronald se enteró que sería papá, entre recuerdos buenos y malos, entre el terrorismo de su niñes y sus ganas de superación de su juventud, él se juró que su primogénito tendría lo que a él una sociedad corrupta le negó. Mientras los meses de gestación de su mujer aumentaban, Ronald comprendió que el sistema de salud era peor que el de Perú. No siempre había una buena atención, y no siempre por la culpa del médico de turno, sino por la administración paupérrima y la falta de inversión del sistema de salud que, supuestamente, los impuestos de Ronald y muchos otras personas ayudaban a mantener.
    A pesar de las decepciones, la felicidad le llegó al nacer su primero hijo, pero el dolor fue insoportable al enterarse que en el parto su mujer, por culpa de una mala intervención murió. Ronald quedó devastado, sus amigos lloraron con él, su madre viajó a consolarlo, y aunque el dolor se fue diluyendo, empeoró cuando el seguro privado que por años pagó --basados en una argucia judicial--, se negó a pagarle la indemnización que lo tocaba por la muerte de quien amó.
    Pero Ronald decidió no doblegarse, tenía un hijo y una madre anciana por quien seguir luchando, por eso frente a la urna de su esposa, volvió a fortalecer su juramento.
    Mientras su hijo fue creciendo, la desigualdad social hizo lo mismo, los precios se fueron elevando y el sueldo mínimo seguía siendo el mismo. Su negocio fue perdiendo clientes, como muchos otros, pero tenía la suficiente fuerza para trabajar en el día en su local y por las noches limpiando un centro comercial. Todo por sacar adelante a su familia.
    Así Ronald llegó a los cuarenta años, entre bombos y platillos los gobiernos anunciaban que la economía chilena prosperaba, y que Chile era un 'oasis' entre tanta crisis económica en Sudamérica, siempre tratando de esconder las colusiones de 'empresarios exitosos' y abusos psicológicos y físicos a niños que cayeron en las garras de funcionarios psicópatas.
    Ronald se mofaba de los discursos ridículos, estaba harto de que la politiquería derechistas e izquierdistas intentara seguir engañando a un pueblo que dormía y se alimentaba del sobrante económico de grandes empresas; por eso añoraba que, algún día, una o más personas alzaran su voz de protesta para decirle al gobierno y a los nefastos políticos que la opresión se acabaría. "Si algún día pasa eso, yo estaré ahí, con la camiseta de mi Perú", se decía siempre antes de dormir.
    El día que Ronald escuchó que el boleto del metro subiría treinta pesos y que el ministro aconsejaba despertarse temprano para ir a trabajar, le pareció una burrada, pero jamás imaginó que viviría para ver que el pueblo oprimido se levantaría en contra del abuso del neoliberalismo. Él jamás imaginó que un acto de rebelión de adolescentes y jóvenes terminaría en una lucha social, lucha que empezó en Santiago de Chile y en un par de días llegó a Iquique.
    Ronald no estaba a favor de los saqueos, no había justificación, no bastaba con decir que era dinero de empresarios que le robaban al pueblo, no bastaba con eso. Él sabía que una lucha social no se trata de robar, pues se trata de conseguir justicia y equidad para los que nunca verán sus aportes hechos a un sistema de pensión privado, para los que no pueden sobrevivir con un miserable sueldo mínimo, para los que nunca le podrán pagar la educación superior a sus hijos y para los que jamás podrán acceder a un sistema de salud medianamente bueno. Ronald sabía --porque lo vivió de niño-- que el momento de la justicia había llegado, que ideologías de pseudos políticos de derecha e izquierda habían fallado por haber creado y garantizado un estado que se preocupa más por las empresas y no por el pueblo que los eligió pensando en un futuro mejor. Ronald no quería un gobierno izquierdista, fascista, comunista o derechista; Ronald quería, soñaba, vivía por un país en donde la inversión económica era libre, pero con un sistema que no olvidara que el motor de la económica sigue siendo el ser humano, el pueblo.
    Por eso, por el amor a ser peruano, por el amor a Chile y por el futuro de su hijo y de su gente; Ronald cogió su olla, se puso el polo de su patria, se contactó con sus amigos, chilenos y extranjeros, para que juntos salieran a recorrer las calles de Iquique para hacerles saber a los políticos ineptos que la estrella solitaria nunca más estará sola porque el Perú está con ella.

    Dejo este escrito porque no he vuelto a saber de Ronald, su último mensaje fue que seguiría marchando encontra de la injusticia y el vandalismo, que seguirá recogiendo la suciedad de los inadaptados y que no se cansará de pedir equidad y justicia por el pueblo chileno que ya no quiere seguir oprimido, pero que si llega a desaparecer, que su sangre sirva para darle inicio a un mejor futuro.

    Y copiando la última frase de su mensaje: ¡No más corrupción! ¡No más vandalismo! ¡No más muerte! ¡No es una guerra! Te lo dice un peruano que ama su patria, pero que te lleva en su corazón ¡Viva el Perú! ¡Viva Chile!

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    Fuente y autor: ©El obelisco de Hades.
    Fuente de la imagen: Comunidad Peruana En Chile Oficial.
     
  2. TOROCONTETAS

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    Como si la opinion del extranjero importara